CÓMO NO TE VOY A QUERER
QUICOPURRIÑOS
Hoy es 6 de mayo. En la mañana recibo un wattsapp que me reenvía mi hermano Suso, que comenzaba con un….” Hola, soy Jesús, tu Jefe de Estudios en el Luther King” Y seguidamente recordaba que se cumplían cincuenta años de su inauguración. Cincuenta, casi nada. Y yo formé parte de esos alumnos fundadores allá por el curso 1971-1972. Todo era nuevo para los que estrenábamos aquel colegio a medio hacer. Nueva la experiencia de un colegio mixto, aunque las niñas pocas eran. En mi clase, si la memoria no me falla, cuatro: Antonieta, Miriam, Olga y la siempre recordada Pili Caballero, aunque en los siguientes cursos la cosa empezó a nivelarse. Pero en ese primer año, esas cuatro niñas rodeadas por más de treinta y seis varones con las hormonas disparadas, se convirtieron en un abrir y cerrar de boca en nuestras hermanas, con las que nos metíamos, pero que no permitíamos que otros les faltaran el respeto. Y, recordando esos primeros días, como si ahora mismo estuviera pasando, llegó el volcán ,pero no este, el del pasado septiembre, sino el Teneguía, en Fuencaliente, en La Palma también. Y de la noche a la mañana,
aquellos locos que recién comenzaban a dirigir, con más
ilusión que otra cosa, un Colegio que pretendía ser novedoso en todo, montó un
viaje exprés a la isla bonita para que sus alumnos viéramos como salía lava desde una montaña pegada al
mar, embarcándonos en un correíllo donde casi tocabas el mar con la mano, en el
que pudimos sentir al navegar, lo mismo que sentirían los osados que
acompañaron a Colón en su viaje hacia Las Indias, pues mucha diferencia no
habría entre las Carabelas y el Santa María aquél en que nos embarcaron. Pero
sobrevivimos a la experiencia. Y después habrían, no una, sino muchas vivencias
más. Esas que te acompañan de por vida. Y es que, de la mano de Adolfo y
Zoraida, de Antonio y de Alvaro y de Jesús, eterno Jefe de Estudios, entraron
en nuestros corazones, para quedarse siempre, profesores, imberbes entonces,
pero que nos han marcado y dejado huella. Me olvido seguro de muchos, pero me
vienen a la memoria Isabel Duque y su
marido Antonio, Harrys, magnifico profesor de inglés, Luís Nobrega, en química
y un apasionado de la fotografía. Al Padre Adán, al que le hicimos dar un
responso por una paloma que se coló y fue a morir en nuestra aula, haciéndole
ver que era nuestra mascota. Y él, con su sentido del humor, siguió la broma. Y
a Pedro Maestre con el que, sin ir más lejos, coincidí hace unos días en el
restaurante de mi hermano Suso pues estaba celebrando con su familia sus 72
cumpleaños. O a Pepe Cabrera, que me
suspendió en Gimnasia y a Fela Luque que
también lo hizo, con toda razón, en
dibujo, cuando estaba claro que mis pasos no iban dirigidos hacia la
arquitectura. Ya licenciado yo, paseando un día por la Laguna, saludé a Fela y
le dije: Tú no te acordarás, pero, ¿ porqué me suspendiste en dibujo?, pues
aunque estaba claro que era un matado para eso de hacer líneas también era
notorio que para ingeniero no iba y me
sorprendió con un….. pues Quico…, claro que me acuerdo y hoy no te hubiera
suspendido, pero, comprende, era mi primer año. Y pasados los años Pepe Cabrera me vino a buscar y le llevé un
juicio, luego, rencor ninguno, a ninguno
de los dos. Pero si la magia existe, esa se llama Ponciano de León, “Tito”. Que
me diera clase entonces y que a día de hoy nos sigamos wsapeando, eso es magia.
Entonces fue mi profesor y después, cuando ya no recibía sus clases, se
convirtió en el maestro que vela por su discípulo, me enseñó lo que estaba en
los libros, pero lo más importante, me enseñó a ser persona, y luego me cuidó,
y aunque hoy ya pico edad para jubilarme, me sigue cuidando.
Y fue ese
Colegio, que venía a cambiarlo todo, refugio de personas que no pensaban como
los cánones de la época pretendían, pues mirar a la izquierda no solo era
peligroso, sino además perseguido. Y por ello cómo poder olvidar a Don Mauro y a Don César, con
el Don delante a los dos, que un respetito es muy bonito.
En momentos como este,
de recordar esa experiencia inigualable que fueron los tres cursos que estuve
en ese recién estrenado centro escolar, forzosamente me acuerdo con cariño de
tantos compañeros de patio a los que el
de la guadaña llamó antes de tiempo. Unos se fueron por culpa de enfermedades
como el cáncer, otros por accidentes de tráfico y otros también víctimas de las
consecuencias de otros tráficos. Pero si a uno siempre tengo presente, por lo
que luchó frente a la adversidad, por lo mucho que nos enseñó a aferrarnos a la
vida, a pelear contra la quimio y la radio, contra o con la bomba de cobalto o al tratamiento que
fuera, ese es Chanito Hurtado Zamorano y su arma: su eterna sonrisa y sentido
del humor, que Chano se iría cuando él
quisiera, no cuando el cáncer lo reclamara,
decía y decíamos los que le queríamos. Y así fue. Cuántas veces, acompañados de
compañeros de colegio, pasamos de visita por una habitación de hospital o por
su casa junto al Club de Golf a despedirnos y cuántas veces nos decía adiós su
inseparable y querida Ana con un que no,
que esta vez no, que tampoco, que se ha recuperado. ¡Chanito, que eso no es serio! le
escribí en más de una ocasión. Que ya te teníamos hasta el sermón preparado o
un epitafio a tu medida y tu otra vez en forma, dale que te pego, riendo y
haciendo reír, al frente de ese entrañable restaurante en el que se paraba el
tiempo, aunque lleno de relojes estaba y al que mejor nombre no pudiste ponerle:
“El Bisoñé”, en clara referencia a tu eterna calva. Pues la fortuna, el
honor de haberte conocido, se lo debo al
Luther King, nuestro Luther, donde coincidimos desde su apertura y nos convirtió
en inseparables. Siempre me acuerdo de ti
irremplazable Chano.
Tampoco es
casualidad el que tenga un grupo, mi otra familia, que, en nuestro perfil de
watssap, se llame “Luther The Best” por el que raro es el día en que no nos
escribamos algo. Y estamos, desde hace años, tantos que se me hace difícil
recordar cuántos, en contacto Arancha Artal, Pepe Mascarell, Antonio Corona, Puchi, mi “Srta Hamilton”,
Jorgito Rodríguez “El Potaje”, “el Sacamuelas” de Ibrahim Trujillo y la eternamente despistada
Antonieta Campos, mi güimarera favorita. La de viajes que hemos compartidos los
ocho en estos últimos años y jamás hemos discutido por nada; hablado sí y mucho,
pero enfrentarnos nunca. Será acaso porque el Luther, entre otras cosas, nos
enseñó a escuchar, a respetar la opinión de los demás, en suma, a ser
tolerantes. Pensándolo bien, sí, el Luther es el culpable de eso.
También es
responsable el Luther, pues desde entonces nos conocemos, de que comparta con mi amigo y socio Ricardo Gil Casanova, una
ilusión, un proyecto común, una empresa empeñada en “ordeñar las nubes”, en
obtener gota a gota, agua para beber, agua para reforestar, agua para tantas
cosas, agua, agua, agua, que es fuente de vida.
No quiero
terminar este repaso sin mencionar a mi primera novia. Sentados en el mismo
banco, día a día, pues claro, no solo compartíamos los diccionarios de latín y
griego, sino que me dio mi primer beso, “mojado” como dijera Dustin Hofman en “Rain
Man”. Sí, ese beso que nunca se olvida fue de Cristina Melchor Ferrer, Cris o
Cristinita que estudiaría luego medicina y se marchó a vivir a Londres, donde
ejerce como médico desde hace más de treinta años, casada con un médico catalán
de nombre “Fausto”. Después de tantos años, en febrero pasado, compartimos los tres cena en “El Restaurante La Bruma”,
ese lugar precioso de la c/ Alberto Einstein en La Laguna, donde se come de maravilla y que
causalmente lleva mi hermano Suso y su mujer Ligia. Habían pasado cuarenta años
sin vernos, aunque por wsapp sí que nos habíamos reencontrado hace unos cuantos
ya, y fueron unos momentos irrepetibles, recordando los años de colegio, con
ese cariño que solo puede perdurar entre los que se sentaron en un mismo banco, los que compartieron la misma aula cuando apenas tenías que afeitarte pues
todavía no habías terminado de crecer.
Y es que si el
Luther algo nos dio, si es que de algo aquellos osados aventureros que
iniciaron eso grande que han creado pueden estar orgullosos, es de haber sido y
seguir siendo una fábrica de formar
buenas personas.
A la Familia “Luther King”, ¡felices cincuenta y a por el
Centenario!.
Entiendes ahora
el porqué lo,
de, el “Cómo no te voy a querer”.
Santa
Cruz de Tenerife, 6 de mayo de 2022
quicopurriños
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