LOS DERECHOS HUMANOS PISOTEADOS EN EL MUNDO
POR VICTOR ARROGANTE
Podríamos pensar
que a estas alturas de la historia los derechos humanos estarían a salvo,
reconocidos por las naciones del mundo y disfrutados por toda la humanidad.
Pero no es así; están pisoteados en buena parte del mundo y perseguidos quienes
los defienden y proclaman. Los derechos humanos no están universalmente
protegidos.
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Así comienza el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, adoptada por la Asamblea General el 10 de diciembre de 1948. Como resultado de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional se comprometió a no permitir nunca más atrocidades como las sucedidas en ese conflicto. Ya vemos como se ha venido cumpliendo en la historia desde entonces ese compromiso. Las guerras son el sino de la humanidad.
La Declaración de
Naciones Unidas, proclama “como ideal común por el que todos los pueblos y
naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las
instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la
enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren,
por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento
y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados
Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción”.
Para conocer cual
es la trágica realidad por la que atraviesan los Derechos Humanos en el Mundo,
me voy a referir al Informe Anual 2020/2021 de Amnistía Internacional. El
informe recorre las vulneraciones de derechos humanos. El año 2021 debería
haber sido un año de recuperación. “En cambio, se convirtió en el vivero de una
desigualdad más profunda y una mayor inestabilidad”. España también aparece en
el Informe.
El informe 2021,
publicado en marzo de 2022, muestra que las promesas de reconstruir las
sociedad mejor tras la pandemia de COVID-19 se quedaron en palabras huecas. Las
esperanzas de cooperación global se desvanecieron ante el acaparamiento de
vacunas y la avaricia empresarial. Los gobiernos reprimieron las voces
independientes y críticas, y algunos llegaron a utilizar la pandemia como
pretexto para reducir aún más el espacio de la sociedad civil. Surgieron nuevos
conflictos y se perpetuaron otros no resueltos. Las personas obligadas a huir
se vieron sometidas a una cadena de abusos, tales como expulsiones sumarias
ejecutadas por los países del llamado Norte global.
La inacción global
a la hora de abordar los conflictos que se multiplicaban, aumentó la
inestabilidad y la devastación. La ineficacia de la respuesta internacional a
estas crisis quedó patente con la parálisis en el Consejo de Seguridad de la
ONU, que no actuó en relación con las atrocidades que se estaban cometiendo en
Myanmar, ni con las violaciones de derechos humanos en Afganistán o los
crímenes de guerra en Siria. “Esta vergonzosa inacción, la parálisis continuada
de los organismos multilaterales y la ausencia de rendición de cuentas de
Estados poderosos contribuyeron a preparar el terreno para la invasión de
Ucrania por Rusia, que ha violado de forma flagrante el derecho internacional”.
En 2021 hubo
desplazamientos masivos causados por crisis tanto emergentes como ya
arraigadas. La situación de países como Afganistán, Etiopía y Myanmar dio lugar
a nuevas olas de desplazamiento. Miles de personas continuaron abandonando
Venezuela, y sólo el conflicto en curso en República Democrática del Congo
llevó a 1,5 millones de personas a huir de su hogar en 2021. Millones de
personas tuvieron que dejar sus países debido a violaciones de derechos humanos
relacionadas con conflictos y violencia, con desigualdades, y con el cambio
climático y la degradación ambiental; entre los grupos más afectados por el
desplazamiento se hallan las minorías étnicas.
Según el ACNUR, a
mediados del año pasado había 26,6 millones de personas refugiadas y 4,4
millones de solicitantes de asilo en todo el mundo. La comunidad internacional
no proporcionó el apoyo adecuado y, lo que es peor, restringió el acceso a las
zonas seguras. Las personas en movimiento se vieron además sometidas a una
cadena de abusos, y la comisión sistemática de violaciones generalizadas de
derechos humanos, tales como expulsiones sumarias, tortura y violencia sexual
no fue castigada.
La tendencia global
a amordazar las voces independientes y críticas cobró fuerza en 2021, cuando
los gobiernos desplegaron un abanico creciente de herramientas y tácticas.
Defensores y defensoras de los derechos humanos, ONG, medios de comunicación y
dirigentes de la oposición fueron objeto de detención ilegítima, tortura y
desaparición forzada, muchos bajo la cortina de humo de la pandemia.
Mediante falsas
promesas de una recuperación justa de la COVID-19 con miras a abordar
desigualdades profundamente arraigadas, los dirigentes del mundo se
confabularon con gigantes empresariales para acaparar poder y beneficios. El
fracaso total de la comunidad global a la hora de afrontar la multiplicación de
conflictos sembró las semillas de una escalada aún mayor. Su impacto perjudicó
a las comunidades más marginadas del mundo, incluidas las de África, Asia y
América Latina.
Según el informe de
Amnistía Internacional, en España, las autoridades no garantizaron el acceso
adecuado a los servicios de salud durante la pandemia. Persistió la violencia
contra las mujeres, aunque se tomaron medidas para reforzar las salvaguardias
jurídicas. El derecho a la vivienda sigue sin estar suficientemente protegido.
Continuó sin reformarse la legislación que restringía indebidamente el derecho
a la libertad de expresión y de reunión pacífica. Persistió el uso excesivo de
la fuerza por funcionarios encargados de hacer cumplir la ley. Las autoridades
no garantizaron unas condiciones de acogida adecuadas y un procedimiento de
asilo justo y eficaz a las personas que llegaron de forma irregular a las islas
Canarias. El gobierno aprobó un proyecto de ley sobre los derechos de las
víctimas de la Guerra Civil y el franquismo, aunque los tribunales seguían
negándoles el acceso a la justicia.
Persistieron los
casos de uso innecesario y excesivo de la fuerza por las fuerzas de seguridad.
Amnistía señala que en febrero, un agente de policía disparó contra las
personas que se manifestaban en Linares, en protesta por la agresión a un
hombre y su hija por dos agentes de policía fuera de servicio. Una
investigación interna concluyó que no era posible identificar al agente que
había disparado. El Ministerio del Interior rechazó la recomendación del
Defensor del Pueblo de adoptar mecanismos para impedir la asignación incorrecta
de munición y garantizar la identificación de los agentes.
También en febrero,
una mujer perdió un ojo por el impacto de una bala de goma disparada por la
policía autonómica catalana durante las protestas que siguieron a la detención
del rapero Pablo Hasél. Se abrió una investigación judicial. No se reformó y
siguió aplicándose la Ley de Seguridad Ciudadana de 2015 y las disposiciones
del Código Penal que restringen indebidamente el derecho a la libertad de
expresión y de reunión pacífica. El rapero Pablo Hasél empezó a cumplir su
condena de nueve meses de prisión por los delitos de enaltecimiento del
terrorismo e injurias a la Corona y contra las instituciones del Estado, por
sus publicaciones en Twitter.
Del seguimiento
realizado en 154 países, se desprende que los derechos a la libertad de
expresión, asociación y reunión pacífica se vieron reprimidos a niveles
alarmante en el mundo. El 43% de los países analizados por Amnistía
Internacional, aprobaron nuevas leyes que restringían a las personas la
expresión pacífica de sus derechos. En el 55% de los países se hizo un uso
excesivo o innecesario de la fuerza contra manifestantes. En el 54% se detuvo
arbitrariamente a quienes defendían los derechos humanos
Debemos luchar
contra todos y cada uno de sus intentos de acallar nuestras voces. Hay que
apoyar cualquier acción de solidaridad con los movimientos populares con el
propósito de exigir respeto al derecho a la protesta. Debemos construir y
potenciar la solidaridad global, porque los líderes políticos del mundo no
terminan de hacerlo.
La piedra angular
de la libertad para vivir en dignidad es el marco internacional de derechos
humanos. El estado de derecho exige que los procesos jurídicos, las
instituciones y las normas sustantivas sean compatibles con las normas de
derechos humanos, incluidos los principios básicos de igualdad ante la ley,
rendición de cuentas ante la ley y equidad en la protección y reclamación de
los derechos.
No puede existir
estado de derecho en las sociedades si no se protegen los derechos humanos y
viceversa. El estado de derecho es el mecanismo de aplicación de los derechos
humanos, convirtiéndolos de un principio en una realidad.
Víctor Arrogante
En Twitter
@caval100
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