LE PEN Y EL MACRON DE VALLADOLID
FERNANDO LÓPEZ AGUDÍN
El candidato del PP a
la Presidencia de la Junta de Castilla y León y presidente del partido en la
región, Alfonso Fernández Mañueco, interviene en su debate de investidura.-
Photogenic/Claudia Alba / Europa Press
El triunfo que Marine Le Pen no ha podido conseguir todavía en París, y que han logrado sus homólogos, el húngaro Orban y el serbio Vuciv, en Budapest y Belgrado, lo ha obtenido ayer Vox, en el gobierno autonómico de Castilla y León, gracias a ese Macron de Valladolid que es Mañueco. El Partido Popular, al no sumarse al veto político a Vox, y el Partido Socialista, al negarse a cerrar filas con el candidato vencedor en las elecciones, han abierto todo el camino al avance tenaz de Abascal. Ahora, unos y otros, lloran lo que no han sabido ni podido defender como demócratas. Sin contar con una segunda vuelta electoral, como en Francia, o sin el gobierno de la lista más votada, como en Euskadi, lo que ha sucedido era una crónica anunciada.
La partitocracia es
una enfermedad endémica crónica desde la transición española. Unos por
continuar en Moncloa a cualquier precio político, otros por intentar
recuperarla sea cual sea su coste, siguen en una politiquería nefasta para la
sociedad española. Pese al negro horizonte que se cierne sobre la vida de la
mayoría de los ciudadanos, las dos élites socialdemócratas y conservadoras
mantienen una brutal competencia por los cargos, prebendas y enchufes de la
Administración Pública, bastante alejada de las acuciantes necesidades de la
casi totalidad de las clases sociales. Si Vox avanza, y su avance parece hoy
casi imparable, se debe a lo que hacen y, sobre todo, no hacen los dos partidos
de la OTAN que luchan tan unidos en Kiev como desunidos en Madrid.
De este elitismo
carpetovetónico del PSOE y el PP se nutre el populismo de Vox. Con una
inflación de casi un 10% -la de Francia es sólo un 4%- y con un porcentaje de
paro que dobla el del país vecino, la paz social puede saltar por los aires en
cualquier momento. No es solo que no hay un pacto de rentas, como el que acaba
de proponer Pedro Sánchez, sino que es bastante probable que ni tan siquiera
haya un acuerdo salarial en el ámbito sobre la negociación colectiva. Pese a
ello, no hay ni indicios de que la Moncloa vaya a proponer unos nuevos pactos
sociales donde los sacrificios se repartan de una forma equitativa como sucedió
al inicio de la transición democrática con Suárez.
Y es que España es
tan diferente que a Melenchón ni está ni se le espera en Valladolid, ni tampoco
en Madrid porque ahora se sienta en la Moncloa. A la izquierda del PSOE no
existe actualmente ni una sola fuerza con capacidad de disputarle a Vox el voto
de los sectores sociales precarizados, parados o en la cuneta. El nacionalpopulismo
se encuentra con un potencial electoral creciente en los antiguos feudos de
Izquierda Unida, donde se apropia del discurso de Julio Anguita para encauzar
la irritación social de un electorado que carga sobre sus espaldas el coste de
una guerra que los estrangula económicamente . Porque las sanciones son siempre
un bumerán de ida y vuelta.
La exigencia
estratégica política de combatir a Vox choca hoy con la táctica electoral de
servirse de Vox contra el PP, que es lo que hace la Moncloa, o contra el PSOE,
que es lo que hace Génova. Aquí no se salva nadie. O nos hundimos o nos
salvamos todos. Lo sucedido en
Valladolid sucederá en Madrid, si Pedro Sánchez y Núñez Feijóo no van cogidos
de la mano de todos los partidos políticos constitucionales y agentes sociales
en torno a un elaborado acuerdo de concertación. De lo contrario, Marine Le Pen
acabará entrando en Madrid como acaba de hacerlo en Valladolid para alegría
suicida de los sectores del PP y del PSOE, mucho más preocupados por sus
intereses burocráticos que por el interés de Estado. Ya veremos si, tras
Mañueco, Moreno Bonilla no es la próxima pareja de Le Pen. Depende tanto de
Sánchez como de Feijóo evitarlo.
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