LA UNIVERSIDAD NO ES EL CORTIJO DE LOS FASCISTAS
MIQUEL RAMOS
Periodista
El secretario general de Vox, Javier Ortega-Smith (c) y demás miembros
de la ‘Plataforma 711 Por la Reconquista Cultural’ se concentran en el Campus
de Somosaguas, ante el cancelamiento de su acto.- Isabel Infantes / Europa
Press
La universidad ha sido siempre uno de los principales objetivos a conquistar por parte de la extrema derecha. No porque esta sea iletrada o ajena a las aulas, sino porque la hegemonía del pensamiento crítico y del activismo de izquierdas siempre ha estado presente desde los años de la dictadura. Así lo reconocen sucesivamente todos los grupos neofascistas que en diversas ocasiones han intentado llevar la batalla política a los pasillos de las universidades, con mayor o menor éxito, dependiendo del momento o del escenario.
Lo entendieron muy bien los
neofascistas franceses poco después de Mayo del 68, cuyas protestas, poca gente
sabe, empezaron tras una trifulca entre estudiantes de izquierdas y un grupo de
ultraderechistas que trataba de reventar una exposición contra la guerra de
Vietnam en la Sorbona de París. Los intelectuales de la Nueva Derecha francesa
analizaron durante años cómo había sido posible que la izquierda ganase tanto
terreno en el campo de las ideas, normalizando una serie de valores que
empezarían a formar parte del sentido común a lo largo de los siguientes años
hasta hoy, y que consistía en la reclamación de una serie de derechos para
colectivos históricamente castigados por la configuración heteropatriarcal,
supremacista, colonialista y capitalista de nuestras sociedades. Es lo que hoy
llaman ‘marxismo cultural’, o de manera supuestamente irreverente, lo
‘políticamente correcto’, arrogándose una especie de irreverencia que siempre apunta
hacia abajo, que disfraza de propuesta política el bullying que caracteriza a
la extrema derecha contra estos colectivos vulnerabilizados históricamente que
luchan por sus derechos. Nunca disparan hacia arriba estos lamebotas, así que
es fácil distinguirlos.
La pasada semana, un grupo de
extrema derecha anunció a bombo y platillo un acto en la Universidad
Complutense de Madrid, que contaría con la presencia de un diputado
ultraderechista. El tono de la convocatoria era una apelación directa a la confrontación
con los grupos de izquierda, como vienen haciendo estos grupos desde que los
posfascistas ocupan escaños y estimulan a todos estos satélites que les sirven
de transmisores. Es la estrategia de la provocación que usan para buscar
victimizarse, y presentar a los antifascistas como intolerantes por rechazar la
basura misógina, racista, clasista y homófoba que representan. Les ha
funcionado más de una vez, es verdad, gracias a que los medios les han comprado
el relato y son muy aficionados a hablar de ‘extremos’, poniendo al mismo nivel
al machismo y al feminismo, al racismo y al antirracismo, a la víctima y al
agresor. Pero esta vez no les funcionó. La Universidad anunció que cancelaba el
evento tras las engañifas de los organizadores, que aún así insistían en que
iban a hacerlo. Así que, cientos de estudiantes y profesores se concentraron
frente a ellos al grito de ‘fuera fascistas y señoritos de la universidad’
cuando llegaron a dar la nota.
No era la primera vez, insisto.
Durante varios años existieron grupúsculos como el falangista Sindicato Español
Universitario (SEU) o Solución Independiente Universitaria (SIU), y otras
organizaciones similares, algunas de las cuales todavía a día de hoy persisten
en varias universidades. Pero fue en 1984 cuando los nazi-fascistas se metieron
de lleno a sacudir las universidades con su Coordinadora de Estudiantes
Nacional Revolucionarios (CENR) en la Universidad Autónoma de Madrid. Fue el
germen de lo que al poco tiempo sería Bases Autónomas, una de las bandas de
ultraderecha más violentas y activas hasta bien entrados los 90. Estos trataron
de captar adeptos entre los estudiantes politizados mediante mensajes confusos
(reivindicaban a Durruti y criticaban a los franquistas) de manera que, quien
no conociera el carácter de los neofascistas, podía pensar que eran de verdad
revolucionarios. Fracasaron. La hegemonía y la movilización de izquierdas en
las universidades los paró, así como la mala fama que cosecharon dando palizas
a diestro y siniestro más allá del campus.
Veinte años después, una nueva
ultraderecha lo volvería a intentar. Fueron los neonazis de Respuesta
Estudiantil y Liga Joven, quienes, al calor de la crisis económica de 2008,
intentaron colar sus banderas y sus mensajes en las protestas estudiantiles.
Siguiendo la estela de los nuevos movimientos neofascistas como Casa Pound y su
rama juvenil, el Blocco Studantesco, usaban una nueva simbología y una retórica
supuestamente obrerista y antisistema que la gente no relacionaba a primera
vista con la extrema derecha. Su estrategia consistía en meterse en las
protestas estudiantiles con banderas de España y con sus propios símbolos,
para, una vez reconocidos por el resto de estudiantes, decir ante los medios
que habían sido expulsados ‘por llevar banderas de España’. No por ser nazis,
claro. Lo malo es que, más de una vez, los medios les compraron esa mandanga
(mítico el vídeo de la protesta en Gran Canaria enlazado aquí).
Su escalada violenta provocó la
detención de varios miembros de estos grupos tras el asalto a la Autónoma de
Madrid el 17 de febrero de 2014 en un acto contra los desahucios y de apoyo a
la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y el ataque en la Facultad de
Biología el 17 de diciembre de 2013, en el que colgaron un cartel con el lema «Universidad
no politizada» y agredieron a una persona. Estas dos organizaciones acabaron
disolviéndose poco después tras varios desencuentros entre sus militantes y
varios altercados que incluso lamentarían públicamente: "No queremos a
nuestro lado gente que venga a ensuciar nuestro trabajo con su vida miserable,
no queremos drogadictos, ni gente más preocupada por su equipo de fútbol que
por los problemas reales de su pueblo’, publicó Liga Joven en sus redes poco
antes de su disolución.
Ahora estamos en otro escenario.
Las ideas que defendían estos fascistas tienen representación parlamentaria y
un buen arsenal de medios de comunicación, organizaciones satélite y niños rata
al teclado a su servicio. Se sienten fuertes y bien amparados, y por eso lo
vuelven a intentar. Eso sí, ya no son los nazis de años atrás que daban miedo,
sino, como muestran las fotos del evento, una pandilla de pijos que se creen
rebeldes disfrazados con ropa de marca y media melena que enarbolan una
pancarta sobre ‘jóvenes parados’ mientras en su web anuncian ropa con sus
modelos montando a caballo cual señorito en su cortijo.
Tras su fracaso, solo sus
acólitos les ríen las gracias y presentan la performance como una batalla
épica, cuando se dedicaron a hacer el paripé tras una línea de antidisturbios
que les servía de parapeto, como siempre. Lo único es que esta vez, al no haber
cargas policiales ni violencia de ningún tipo (a pesar de que más de uno de
estos lo intentó por todos los medios), quedaron retratados.
Pero no hay que perder de vista
que esto no es más que una performance. El verdadero peligro es que estos niños
pijos, en un futuro, serán muy probablemente jueces, fiscales, diputados y
personas con poder. Esta pequeña victoria es importante, pero no es más que una
anécdota. Y quizás cueste volver a ver. Lo van a intentar muchas más veces,
porque están en todos los frentes, no solo en las universidades. Llevan tiempo
haciéndolo en otros escenarios, y más de una vez les ha salido bien. Saben que
el amparo de los medios y la táctica de la provocación a veces funciona, sobre
todo cuando hay jarana, que demasiadas veces no tiene relación con que la
protesta antifascista sea pacífica. Hay múltiples factores que pueden tornarla
en algarada si alguien así lo decide. Hay que conocer bien a esta pandilla, sus
estrategias y sus intenciones, para no caer en sus trampas sin dejar de
plantarles cara.
Y si de verdad son jóvenes
patriotas en paro por culpa del Gobierno, justo esta semana hay una tremenda
demanda de trabajadores en Andalucía para la Feria de Abril, donde hay muchos
empresarios hosteleros en pie de guerra
contra el Estatuto de los Trabajadores del Gobierno socialcomunista este y su
nueva reforma laboral. Así que pueden matar dos pájaros de un tiro: encontrar
trabajo y joder al Gobierno negándose a acatar sus leyes trabajando hasta
dieciséis horas por jornada.
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