LA OTAN Y LA DEMOCRACIA
La
invasión rusa no solo está destruyendo el país, también está destruyendo la
escasísima democracia que quedaba. Pero menos mal que está cerca la OTAN que,
como dicen Robles y Albares, defiende nuestros valores
PABLO IGLESIAS
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, interviene en una
reunión
con el presidente de EE.UU. y otras autoridades.
Las portadas de casi toda la prensa nacional e internacional anuncian hoy la disponibilidad del Gobierno ucraniano de renunciar a que su país forme parte de la OTAN. No es la primera vez que el Gobierno de Zelenski lo plantea, pero la unanimidad mediática a la hora de definir sus titulares, señalando que es esta una de las claves para que cese la guerra, sí es una novedad.
Ayer mismo el
ministro de Exteriores de Pedro Sánchez escribía en Twitter: “La próxima Cumbre
de la #OTAN que se celebrará en Madrid los días 29 y 30 de junio permitirá
reforzar el vínculo transatlántico, nuestra unidad y nuestros valores”. El
pasado mes de enero, a propósito de esta cumbre, la ministra de Defensa de
Sánchez le ponía aún más entusiasmo a la cosa y afirmaba que la cumbre de junio
marcará las bases de una OTAN sustentada en los valores de libertad, democracia
y sobre todo de paz en el mundo. Robles añadía además que no pensaba que la
OTAN pudiera ser objeto de crítica u oposición por parte de ningún demócrata
que creyera en esos valores. Vamos, que si estás a favor de la libertad, la
democracia y la paz en el mundo te tiene que gustar la OTAN, nos venía a decir.
Pero resulta que un mes después de que Rusia invadiera Ucrania, Zelenski está
dispuesto a negociar una paz sobre la base de renunciar a la entrada de su país
en la OTAN, a cambio de otro tipo de garantías de seguridad y está también
dispuesto a negociar el estatus de territorios y áreas estratégicas bajo
control o influencia rusa como el Donbás, Crimea, el Mar de Azov y el Mar
Negro.
La agresión rusa
está provocando una catástrofe humanitaria para Ucrania en forma de muertos,
refugiados y destrucción de infraestructuras. Rusia parece que ha perdido
muchos más millares de soldados de los previstos (digo parece porque encontrar
información fiable no es sencillo, en un contexto en el que la propaganda lo
ocupa todo) y es indudable que las sanciones harán notar sus efectos
devastadores sobre su población. En lo que respecta a la calidad democrática en
Rusia y en Ucrania, la información disponible es inequívoca. Si ya era evidente
que el régimen político ruso construido por Yeltsin y Putin, en nombre de la
libertad capitalista, que recibió el aplauso entusiasta y unánime de
“Occidente”, dejaba mucho que desear en términos de libertades civiles,
limpieza electoral y justicia social, la dinámica de guerra no parece augurar
nada bueno. Lo que vemos, de momento, es represión y cárcel para los defensores
de la paz, más pobreza y una lógica geopolítica que no deja espacio para nada
más. En Ucrania, el “cambio de régimen” tras el Maidán de 2014 trajo un
gobierno neoliberal tanto o más corrupto que el de Viktor Yanukovich, la
ilegalización de buena parte de los partidos de izquierdas, la prohibición de
varios medios de comunicación ucranianos en lengua rusa, la exclusión de
amplios sectores de la población del Este del país, el inicio de la guerra
civil en el Donbás y la normalización de los neonazis banderistas como
escuadristas tolerados y protegidos por el nuevo Estado (sin ellos no habría
habido cambio de régimen en la revuelta del Maidán) y como ingrediente
ideológico principal de un nacionalismo que reivindica sin complejos a sus
colaboracionistas nazis que se destacaron en el asesinato de judíos. La
invasión rusa no solo está destruyendo el país, también está destruyendo la
escasísima democracia que quedaba. Se han seguido ilegalizando partidos y las
redes nos muestran cada día cómo se reprime en la retaguardia a civiles
ucranianos de etnia gitana o acusados de saqueos: hombres, mujeres y niños
atados a postes semidesnudos, golpeados por escuadristas de uniforme y por
otros ciudadanos. Pero menos mal que está cerca la OTAN que, como dicen
Margarita Robles y José Manuel Albares, defiende nuestros valores.
Sin embargo la OTAN
no ha intervenido en Ucrania, ni siquiera para imponer una zona de exclusión
aérea como pedía Zelenski. Y menos mal, porque parece que una guerra entre
potencias nucleares no mejoraría las expectativas democráticas del planeta. La
OTAN, eso sí, llevó la democracia a Serbia en 1999, a Libia en 2011, a
Afganistán en 2001 y a Iraq en 2004. Allí sí se invocó a una interpretación
generosa del artículo IV de la Carta de la Alianza que permite extender su
paraguas protector a quien se considere oportuno. Por suerte para la humanidad
hoy Serbia, Libia, Afganistán e Iraq son democracias liberales consolidadas
donde los ciudadanos disfrutan de prosperidad y justicia social. Y cualquiera
que lo niegue, como diría Robles, debe de ser que no es demócrata. Pero, como
decimos, la OTAN no ha intervenido en Ucrania y Ucrania está dispuesta a
renunciar a su entrada en la OTAN para llegar a un acuerdo con Rusia.
El lunes en la
Cadena Ser, poco antes de empezar el Ágora, comentaba con José Manuel García
Margallo el devenir de la guerra y las perspectivas de un acuerdo de paz.
Margallo me dijo algo así: “Si lo que al final van a pactar es que Ucrania no
entre en la OTAN y un acuerdo sobre el estatus del Donbás y Crimea, lo podrían
haber pactado perfectamente en diciembre”.
Lo que me decía
Margallo es una evidencia para cualquiera que haya leído un poco. Pero en
diciembre la OTAN era mucho menos poderosa en Europa. Todavía entonces Macron
podía pensar que la OTAN estaba “en muerte cerebral”, como llegó a decir.
Todavía entonces se podía pensar que Europa (Francia, Alemania y el resto)
tuviera su propia política exterior y su propia relación con Rusia. Hoy es evidente
que Europa está aún más a los pies de los EE.UU. política, económica y
militarmente. Y hoy los ministros del partido de Sánchez compiten por ver quién
dedica más elogios a la OTAN. Hoy la democracia y “nuestros valores” son más
fuertes en Rusia, en Ucrania, en Europa y en España. Y quien lo niegue no es un
demócrata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario