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viernes, 29 de abril de 2022

KID TAMBOURINE

 

KID TAMBOURINE

Juan Claudio Acinas 

son la misma gente

solo que más lejos del hogar en autopistas de cincuenta carriles

en un continente de hormigón

espaciado con vallas publicitarias banales

representando ilusiones imbéciles de felicidad

la escena tiene menos vagones militares

pero más ciudadanos mutilados

en autos pintados

y que tienen matrículas y motores extraños

que devoran a América 

Lawrence Ferlinghetti,

Una Coney Island de la mente, 1958 

 


Dilema

Es un dilema. Un dilema que, como tantos otros, solemos resolver con una preferencia irracional, algún sesgo subjetivo o una simple falacia. Así ocurre cuando un artista que admiramos nos defrauda por algún detalle de su vida. Por un lado, es comprensible la decepción de seguir escuchando a los Rolling Stones dale que te pego con lo de que no encuentran satisfacción, y eso que lo intentan, lo intentan… O empezar a leer la autobiografía de Neil Young y encontrarse con un ego pueril que nos pone muy cuesta arriba escuchar alguno de sus discos, y tiene muchos y buenos, aunque, ya sabemos que aderezados con droga y atravesados por un yo arrollador. Sin embargo, por otro lado, tampoco es una bobada preguntarnos, ¿por qué conocer datos personales no muy amables resulta relevante para algo que no sea confirmar una vez más que se trata de alguien de carne y hueso? Lo que nos lleva a la frivolidad o intranquilidad de no saber qué hacer cuando por “a” o por “b” ignoramos casi todo de algún actor o cantante reciente. ¿Le absolvemos porque sí o contratamos a un detective que deje su aliento tras la nuca pisándole los talones? Y todo ello aceptando una cuestión previa, que hay quien tiene fácilmente resuelta, porque de verdad ¿necesitamos detectores “psicobiométricos” de inmoralidades privadas e incoherencias públicas para pronunciarnos sobre el valor de una simple canción? Bajo el cielo de Google, mirar hacia una casa cualquiera para concluir que “ahí vive un ser humano”, con todo lo que puede implicar, es baladí. Ni siquiera posee demasiada importancia en cuanto a “ídolos” se refiere, dado los numerosos prejuicios y estereotipos con que les cargamos. De manera que (con la excepción de Caravaggio, perdido para muchos en el laberinto del tiempo) cuesta lo indecible que los fan(ático)s lleguen a distinguir entre el artista (con sus debilidades humanas) y su arte (fruto de una incontenible fuerza creadora).

Y ese es el caso, entre otros, de Bob Dylan. Quien pasó de ser el aclamado heredero del folk de Woodie Guthrie al traidor eléctrico con el que surgió lo mejor (lo peor para los folkies) de la música rock. Una música que, con Dylan, devino más cerebral, enigmática e ingeniosa, un rock de gente adulta y para gente adulta (como el que recreó Lou Reed, David Bowie, Patti Smith, Bruce Springsten o Lucinda Williams entre otros). Y, para rematar el atrevimiento de tanta infamia, ¿a qué trovador de bien se le ocurriría manifestar su pasión por la sweet science de la agresividad y el vapuleo envuelta en guantes de 14 onzas?

 

¿Dónde estabas entonces?

 

Es difícil imaginar qué hubiera sido de nosotros sin Bob Dylan. Y ese “nosotros” incluye a un puñado de seguidores canarios como Félix Francisco Casanova, Roberto Cabrera, Gabriel Cruz, Aureliano Marrero o Ángel Mollá junto a otros jóvenes airados. Porque nadie se quedaba como si tal cosa tras la sencilla complejidad de aquel estribillo vagabundo: “Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me / I’m not sleepy and there is no place I’m going to / Hey! Mr. Tambourine Man, play a song for me / In the jingle jangle morning I’ll come following’ you”.

Es más, cómo olvidar los recursos de Roberto Cabrera por vencer el sopor de muchas clases a base de rotular todo lo que tuviera a mano con los títulos más subterráneos de Dylan. ¡Dios! Y tanto él como Félix Francisco y Gabriel Cruz filtrando aquellos aullidos dylan-ginsbergianos en una escritura tan sensible como surreal, penetrante, única. Lo mismo que Aureliano Marrero con su colección de armónicas donde el truco consistía en aspirar y soplar, aspirar y soplar la nota que cada canción pedía (incluso cuando no). Por su parte, Ángel Mollá era un puro suministro, el auto-encargado de un economato público capaz de ofrecer lo último de lo último sin la menor intención de guardárselo en exclusiva. Al contrario. De hecho no me extrañaría nada que algunos de aquellos casetes que tan primorosamente rotulaba se hallen en algún poblado de una cabila bereber, en el presidio patagónico de Ushuaia u orbitando muy cerca de la Estación Espacial Internacional, entre giroscopios y restos de motores de cohetes tan sólidos como solitarios.

Boxeo

 

La afición de Bob Dylan por el boxeo tampoco se ha sabido (o querido) comprender bien. Relegada al baúl de la excentricidades, primero, por tratarse de una actividad similar a la pelea de gallos. Segundo, por ser una barbaridad instalada en quien siempre ha sido sensible a denunciar tantas barbaries (en “Blowin’ in the Wind” o “License to Kill”). Pero… ¿por qué nos tiene que sorprender que el tipo más raro que ha obtenido un Premio Nobel de Literatura simpatice con el único ejercicio que nadie llama juego? Lo que quizá sea imposible cuando en torno a él siempre se cierne la sombra de alguna tragedia. Y Joyce Carol Oates estuvo certera en semejante observación. Porque se juega al fútbol, sí, al golf o al baloncesto, pero ¿conoces a alguien que diga que juega al boxeo? Y menos sobre un ring. Donde el único idioma que todos entienden es el golpe tras golpe, el de mostrar agallas, astucia, agilidad y una fiera dureza a prueba de retos. Eso sí, el territorio está pautado pero no exento de brutalidad, donde cada púgil (heredero postheroico de la antigua Esparta) debe pavonearse de que está más que dispuesto a volarle la cabeza al contrario. Lo que muchas veces ha estado a punto de ocurrir, como cuando Jack Johnson, allá por 1908 y a tope de resentimiento por el racismo imperante golpeó a Tommy Burns (la Gran Esperanza Blanca) con tal ferocidad que él mismo le sujetaba cuando aquél iba a caer noqueado para poder seguir pegándole… Porque no te equivoques con eso del noble arte, donde, a final de la pelea, los púgiles se funden con mejores o peores ganas en un sudoroso, a veces, sangriento abrazo. En realidad, están cansados y contentos también porque, al menos, por esta vez nadie ha podido dejarles con estrellitas de colores fuera del tiempo. Y más contentos aún si el árbitro no se va muy lejos o se mantiene lo bastante cerca como para evitar que te machaquen con un uppercut en los huevos. Y en esto Mike Tyson siempre lo tuvo bien claro: “Trato de darle a mi adversario en la punta de la nariz porque intento hundirle el hueso en el cerebro”. Otros no lo dicen de forma tan cruda, pero lo piensan o lo hacen, y si se da el caso también se meriendan alguna que otra oreja.

 

Algunos datos

 

A pesar de lo cual o gracias a ello, Bob Dylan ha sabido ver la luz y el esplendor del boxeo. No se ha quedado timoratamente paralizado por sus oscuras miserias. Tal vez esta sea la ventaja de ser un andrajoso vagabundo, un poor boy que camina por calles vacías demasiado muertas para soñar… Y así las cosas, por favor, señor de la pandereta toca una canción para mí. Y en el tintineo de la mañana seguiré tus pasos. Listo para cualquier combate, henchido de autoestima y dignidad. Basta con que eches un vistazo a mis derrotas, para que imagines que siempre pueden ser más.

 

• 1961. «Lou me presentó a Jack Dempsey, el gran boxeador. Jack levantó el puño a modo de saludo.

—Estás muy flaco para ser un peso pesado. Tendrás que ganar unos kilos, vestir algo mejor, que se te vea más elegante… Aunque no es que vayas a necesitar mucha ropa en el cuadrilátero. No tengas miedo de atizarle muy fuerte a nadie.

—No es boxeador, Jack, es cantante y vamos a editar sus canciones.

—Ah, bien. Espero escucharlas un día de estos. Buena suerte, chaval».

 

• 1963. Cinco días después de que el campeón de peso pluma, Davey Moore, falleciera como resultado de las lesiones que sufrió mientras defendía su título frete a Sugar Ramos en el Carnegie Hall, Bob Dylan escribió la canción “¿Quién mató a Davey Moore?”. En ella cuestionaba a todos los que en la industria del boxeo -desde el árbitro («pude parar aquello») hasta el oponente («para eso me pagan»), pasando por la multitud descontenta («queríamos ver un combate, simplemente»), el mánager («creí que se encontraba bien»), los apostadores («yo no fui quien le derribó») o el periodista deportivo («se trata de la vieja esencia americana»)- pusieron cara de yo no fui y, sin escrúpulos, les importó un bledo la seguridad del peleador. «¿Por qué, por qué razón?».

• 1964. Un año después, Dylan se burla de los intelectuales que le consideran algo así como el mesías folk de la canción protesta. De modo que, en “I Shall Be Free No. 10”, confiesa que entrena boxeo y le envía un saludo «desafiante» a Cassius Clay, al que amenaza con partirle la cara y aconseja que ponga pies por medio antes de que no le reconozca ni su madre.

1970. Dylan publica un doble LP que tituló Selfportrait. Un disco del que, como siempre, gran parte de la crítica (que pocas veces se entera) empezó preguntándose «¿Qué es esta mierda?», calificando al disco de «pastiche infumable» y «suplicio injurioso». Sin embargo, fue y es un disco fantástico, maravilloso, donde de nuevo Dylan ofrecía pistas acerca de sus filias y aficiones, entre ellas,  una versión austera, de aires country, nada desdeñable de “The Boxer”, una gran canción grabada originalmente por Paul Simon y Art Garfunkel… Sí, ¿recuerdas? Lie-la-lie, Lie-la-lie-la-lie-la-lie…

 

1971. George Jackson fue juzgado en agosto de 1970 por haber asesinado, en compañía de otros presos afroamericanos, a John V. Mills, un guardián de la Prisión de Soledad, aunque fue más que probable que no lo hiciera. Sea como sea, el rencor de los guardias en la Prisión Estatal de San Quentin fue como una flor del mal: lo asesinaron el 21 de agosto de 1971. Bob Dylan le dedicó una canción: «No le aguantaba tonterías a nadie / No se inclinaba ni arrodillaba / Las autoridades lo odiaban / Era demasiado real».

 

• 1975. Bob Dylan, junto con Jacques Levy, compone “Hurricane”, una canción en la que denuncia el racismo que, desde 1966, llevó a los boxeadores Rubin “Hurricane” Carter y John Artis a la cárcel, condenados a cadena perpetua por triple asesinato. Dylan y su grupo itinerante (Joan Baez, T-Bone Burnett, Mick Ronson, Bob Neuwirth, Rob Stoner, Ramblin' Jack Elliott y Roger McGuinn) interpretaron el tema durante todos los conciertos (cincuenta y siete en cuarenta y seis ciudades) del tour The Rolling Thunder Revue: «Vamos a sacar a este hombre de la cárcel». Y lo cierto es que el mundo entero, bajo el ritmo trepidante del violín de Scarlet Rivera, cantó y bailó exigiendo justicia para el boxeador... El 9 de diciembre, cuando la gira acabó en el Madison Square Garden de Nueva York, ofrecieron un concierto, The Night of the Hurricane, para recaudar dinero y continuar el proceso legal a favor de boxeador. Esa misma noche Muhammad Ali manifestó: «Este Bob Dylan debe tener algo. Creía que yo era el único que podía llenar este sitio hasta arriba […] Es un placer ver a tal cantidad de gente aquí esta noche, especialmente cuando es por la causa de ayudar a un hombre negro que está en la cárcel»… Un año después, y con el mismo objetivo, participaron en otro concierto en el Astrodome de Houston, esta vez, además, con la presencia de de Stevie Wonder, Isaac Hayes, Dr. John, Ringo Starr y Carlos Santana, entre otros. Pero los protocolos y la burocracia se toman nuestro tiempo y Rubin “Hurricane” Carter, sin importar que Muhammad Ali y Bob Dylan encabezaran el movimiento para su excarcelación, no obtuvo la libertad condicional hasta 1985. Y solo tres años después los cargos contra él fueron retirados.

 

• 1978. El 15 de septiembre, Muhammad Ali, con 36 años, conquistó por tercera vez el campeonato de los pesos pesados. Durante el combate, el periodista deportivo Howard Cosell, al transmitir emocionado por televisión la pelea, recitó, casi musitando, parte de la letra de “Forever Young”, una de las canciones más emotivas de Bob Dylan: «Alza una escala hasta el cielo / Y sube cada peldaño / Que tengas fuerza y coraje / Yergue siempre la cabeza / Que tus manos no descansen / Que tus pies nunca desmayen / Que tus cimientos sean fuertes / Cuando soplen nuevos vientos / Permanece siempre joven / Siempre joven, siempre joven / Permanece siempre joven».

 

2008. En febrero, Bob Dylan visitó el Gimnasio Nuevo Jordán en la Ciudad de México, donde se han formado boxeadores como Roberto “Mano de Piedra” Durán y Julio César Chávez. Quienes le acompañaban y Dylan pagaron una cuota mínima por observar y practicar boxeo. El entrenador, Rodolfo “Güerco” Rodríguez, no le reconoció hasta días después y por la prensa. Declararía: «Vi a un greñudo alto y delgado. Me dije, ‘¡pinche viejito le va a dar un infarto!’. Así que le puse a hacer un round de costal y otro de pera; luego lo subí a boxear un round con cada uno de sus amigos y lo hizo bien. Se ve que practica el boxeo desde hace tiempo. Lo disfruta».

 

• 2009. Dylan se sincera con el historiador Douglas Brinkley al reconocer que el boxeo sigue siendo su principal ejercicio, su entrenamiento para la puesta a punto. Durante años, de hecho, tuvo un «oponente profesional», el peso medio Bruce “Mouse” Strauss. «Mouse podría caminar sobre sus manos a través de un campo de fútbol», dijo Dylan. «Me enseñó los rudimentos pugilísticos hace un tiempo, tal vez 20 o 30 años. Sin embargo, no fue entonces cuando comencé. El boxeo era parte del plan de estudios cuando fui a la escuela secundaria. Luego lo sacaron del sistema escolar, creo que tal vez en el 58. Pero siempre fue bueno para mí porque era algo individualista. No necesitabas ser parte de un equipo. Y eso me gustó».

 

• 2013–2020. Bob Dylan pasa el tiempo que puede en su propio gimnasio. Ray “Boom Boom” Mancini, ex campeón de peso ligero, lo describe como un buen gimnasio donde: «sobre las paredes hay fotografías de Joe Louis, Ali, Frazier, Tyson, Muddy Waters, los Rolling Stones… Los mejores del boxeo y la música». También cuenta que, después de unos rounds de guanteo, Bob Dylan le dijo: «Oye Ray, ¿podrías tomártelo con calma? Es que aún tengo un par de canciones en la cabeza»«No era muy rápido o fuerte –manifestó Boom Boom- pero tenía su propia manera de moverse y lo hacía bien»… Dylan compondría un tema titulado “Boom Boom Mancini”.

 

2014. El 13 de marzo de ese año, Bob Dylan se presenta en el Wild Card Gym (Los Angeles) para ver entrenar a Manny Pacquiao de cara a su próxima pelea, el mes siguiente, en el MGM Grand Garden Arena de Las Vegas, contra el peso wélter Timothy Bradley. Este, apodado «Tormenta del desierto», había vencido a Pacquiao en el año 2012, por decisión dividida. El 12 de abril, Pacquiao ganó la revancha por decisión unánime y arrebató el título a Bradley.

 

• 1965. Sin embargo, el gran combate, el auténtico combate del siglo, para Bob Dylan tuvo lugar muchos años antes, un 25 de junio de 1965, en el Newport Folk Festival. Ese día Bob sube al escenario con una Fender Stratocaster en compañía de un grupo de músicos electrificado… Parte del público grita «¡tira esa guitarra!»... Al cabo de tres canciones, Dylan decidió abandonar el escenario... Para los puristas folkies todo tenía que ser desenchufado y aquello era una traición. Dylan se había vendido al rock (en realidad lo estaba inventando), había profanado el templo sagrado del folk, no quería saber nada de ortodoxias, ni obligaciones puras y severas… Un año después, la gira mundial de 1966, pese a que cada vez sonaba mejor, resultó difícil e ingrata. En París, el 24 de mayo, Dylan, con hartazgo se dirige al público: «No se preocupen, estoy tan ansioso por terminar e irme como ustedes»… En Gran Bretaña, un semana antes, en Manchester, un joven le grita: «¡Judas!». Dylan responde: «No te creo. Eres un mentiroso» y se vuelve hacia el grupo diciendo «¡A tocar jodidamente alto!» (Play it fucking loud!), a tocar bien fuerte aquel impresionante estribillo: «How does it feel / To have you on your own / No direction home / Like a complete unknown / Like a rolling stone?»... Sí, fue el final de una época y el inicio arrollador de otra. Donde  Dylan, el mejor libra por libra, comenzó con una happy few para terminar influyendo de una forma definitiva en las nuevas sendas de la música popular norteamericana. Y basta con poner un poco de atención a aquel maravilloso disco doble, en directo, Before the Flood (1974), para saber que los tiempos ya habían cambiado.



• 1967. El 18 de junio, en el Monterey Pop Festival, Jimi Hendrix en una actuación incendiaria (y nunca mejor dicho) puso las cosas definitivamente en su sitio. Apenas necesitó unos cuantos trallazos, trallazos tremendos junto con su acento callejero para demostrar que “Like a Rolling Stone” no solo era “el” tema, sino el signo de los nuevos tiempos, con todo de su parte. Una canción extraordinaria que, para muchos, siempre será primera, única, mejor.

• 2016. El 13 de octubre de 2016, como si fuera un Homero o un Orfeo de ahora mismo, Bob Dylan (como bien sabe Roberto Cabrera) cantó, en “High Water”, las penurias de los canarios del Misisipi que tuvieron que enfrentarse a la gran tragedia de la inundación de 1927, que se cebó con miles de Isleños: «Suben las aguas, suben día y noche / Allí no queda nada / La cosa se pone fea / Hay riada por doquier”… Dylan también hizo otras cosas, y entre col y col obtuvo el premio Nobel de Literatura. Lo que, en su caso, tampoco estuvo exento de polémica. Al fin y al cabo, no se saltan las aburridas barreras institucionales así como así. Algo que el inmenso Nicanor Parra ya había zanjado al afirmar unos cuantos años antes: «Dylan se merece el máximo galardón de las letras por sólo tres versos: "Mi padre está en la fábrica y no tiene zapatos / mi madre está en el callejón buscando comida / y yo estoy en la cocina, con el blues de los cementerios" (My father is in the factory and he has no shoes / my mother is in the alley looking for food / and I'm in the kitchen with the thumb stone blues). Con esos tres versos, sostuvo Parra, Dylan se hizo acreedor a todo. Por su falta de pretensión artística. Por ese realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina, donde está el niño solo con los thumbs blues»… Por su parte Leonard Cohen más escueto aunque no menos gráfico declaró: “Es como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta”.

Y para mayor deleite, en medio de un caos considerable, Dylan confiaría en la perfecta imperfección de Patti Smith para representarle en Estocolmo. Y respecto a Newport..., bueno, se lo pensó mejor, tardaría treinta y siete años en aparecer de nuevo.

Bonus tracks

 

*  «Desde Minnesota, Dylan entró a Manhattan un frío día de enero de 1961 y nada más llegar al Village ya subió a un escenario. Se forjó  en locales de folk, sobre todo en la calle MacDougal, durmió en sofás y sacó su primer disco en 1962. “Las canciones estaban ahí, esperando a que alguien las escribiese”, dijo tras su primer álbum» (Francesc Peirón, 27.03.22).

 

*  «En la sala donde se entregaban los Grammys aquella noche, el espectáculo te decía que la vida real estaba en otra parte, que era peligrosa, que la vida era un tren fuera de control y tú estabas a bordo tanto si habías comprado un billete como si no. Resulta divertido imaginar que la mitad de los millones que lo estaban viendo debían de estar preguntándose qué canción era, y que la otra mitad estaba tan perdida en la música que ni le importaba (lo más probable es que quien prestara atención estuviera igualmente dividido en dos). La canción quedaba oculta bajo su propia música; la fuerza de la música anulaba el entorno y se unía a los acontecimientos que tenían lugar fuera del escenario. Y entonces, cuando quizás ya habían pasado dos de los tres minutos y medio que duraría la actuación, la canción empezó a revelarse. Era “Masters of War”, la canción antibélica más despiadada de Dylan: “Me quedaré sobre vuestras tumbas hasta asegurarme de que habéis muerto”» (Greil Marcus, 20.02.91).

 

*  «El 27 de septiembre de 1997, Bob Dylan, quien cuando llegue su hora puede que vaya a los cielos, actuó en Bolonia ante 400.000 jóvenes y Juan Pablo II. Intérpretes gospel insuflaron nuevos matices al repertorio del cantautor de Minnesota» (Donat Putx, 10.12.03).

 

*  «Parecía difícil de creer, pero es cierto: el primer álbum navideño de la habitual minitemporada discográfica dedicada a este pequeño filón sonoro lo acaba de firmar un compositor cantante judío, que hace unos años protagonizó una tan inesperada como llamativa y breve conversión al cristianismo. Bob Dylan, el irredento propietario de una voz difícil pero de una vis compositiva rayana en la genialidad, firma este álbum, Christmas in the heart, de temas estrictamente navideños» (Esteban Linés, 01.11.09)

 

*  «Si algo caracteriza al Dylan público en los últimos dos decenios es su incansable actividad sobre los escenarios de medio mundo. No sin ironía, desde 1989 lleva realizando lo que se denomina Never Ending Tour, es decir, una gira perpetua, interminable que le lleva a realizar un promedio de cien conciertos anuales, para todo tipo de gustos y circunstancias» (Esteban Linés, 24.05.11)

 

*  «Bob Dylan dio un concierto para una sola persona en un teatro de tres mil butacas (parte de un proyecto experimental donde algunas personas viven en solitario experiencias que habitualmente se realizan en compañía de masas)» (Gonzalo del Prado, 15.12.14)

 

*  «Dylan también se emociona. Realiza un ejercicio musical que va mucho más allá del posible homenaje: simplemente subvierte algunas de las canciones que interpretó en su día Frank Sinatra» (Esteban Linés, 08.02.15)

 

*  «Dylan, permanece fascinado por los clásicos del pasado. Fallen Angels se puede oír, como una melancólica defensa de un tiempo, con su manera de sentir, vivir y de hacer música. En especial con tonadas de Johnny Mercer y Harold Arlen. “Yo empecé cuando podías ir al estudio, grabar tus canciones e irte. No recuerdo cuándo cambió eso. Pero me vi pasando cada vez más tiempo en el estudio y haciendo cada vez menos”» (Esteban Linés, 20.05.16).

 

*  «Bob Dylan se confiesa. “Intentaba parecerme a Little Richard, quería ser reconocido, quería una cabellera salvaje» (Francesc Perirón, 24.03.17).

 

*  «Dylan es un maestro de música y de vida, es el gitano universal. Bob Dylan es la tradición y la modernidad a la vez, es la poesía universal: es el poeta, es el visionario, es el músico, es el profeta. Tiene el don de conjugar lo tradicional y lo vanguardista, y ha sido siempre fuente de inspiración» (Alain Weber, 03.07.17).

 

* «Entre las pinturas, algunas de grandes dimensiones, esculturas, dibujos e instalaciones que Bob Dylan presentará este otoño en Miami, se encuentran las dedicadas a la ciudad de Nueva York, que vio nacer su carrera como músico, las que se utilizaron para algunas portadas de sus discos en los sesenta, sus series sobre Brasil o Asia y sus paisajes, panorámicas de carreteras o moteles desnudos de presencia humana. Sí. La respuesta está en los cuadros» (Isabel Gómez Melenchón, 28.08.21).

 * Bueno, y he querido dejar para el final el tema de la voz. El propio Dyaln señaló que según los críticos suena como una rana, pero le sorprende que no digan lo mismo de Tom Waits o Lou Reed… Aunque quien realmente zanjó el tema fue Francisco Umbral, sin que esté nada claro que estuviera pensando en Bob Dylan. En realidad, Umbral habla de los tres tenores, opinando (con total acierto) que Plácido Domingo canta bien, pero eleva mucho la voz, como si levantara piedras. Tiene voz pero no tiene estilo. Y el estilo va mucho antes que la potencia y antes que toda cosa. Los tres salen a lucir facultades, marcando paquete vocal. Son genios internacionales y nadie les ha explicado que la delicadeza de una música es más importante que el mero esfuerzo físico de sus cuerdas. Pero al público le gustan los números de fuerza y las olimpíadas. La media voz del jazz y el romanticismo norteamericano es la pronunciación justa y tenue de la noche y el tiempo. El grito, aunque sea de Pavarotti, pertenece más al Escándalo que al Arte. Las óperas no suelen ser otra cosa que una antología de gritos, una bronca.

 

Referencias

Pachi Becerril Zúñiga, Once upon a time; 365 días en la vida de Bob Dylan, 2016.

Mark Blake (ed.), Dylan. Historias, canciones y poesía, 2005.

David Castillo, Bob Dylan, 2016.

Eduardo Chamorrro, Bob Dylan. Canciones, 1971.

Jonathan Cott (ed.), Dylan sobre Dylan. 31 entrevistas memorables, 2006.

Luke Crampton, Dafydd Reesm Wellesley Marsh, Dylan, 2009.

Bob Dylan, George Jackson y otras canciones, 1973.

Bob Dylan, Crónicas, 2004.

Bob Dylan, Letras completas, 2016.

George Jackson, Soledad Brother. Cartas de prisión, 2008.

Greil Marcus, Like A Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada, 2005.

Philippe Margotin, Bob Dylan. The story behind every track. All the songs, 2015.

Joyce Carol Oates, Del boxeo, 1987.

Sam Shepard, Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera, 1977.

Francisco Umbral, Diario político y sentimental, 1999.

Elijah Wald, Dylan Goes Electric, 2015.

 

 

Juan Claudio Acinas

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