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lunes, 25 de abril de 2022

ENTRE EL AGUA Y EL SUELO DE CRISTI CRUZ

 

ENTRE EL AGUA Y EL SUELO DE CRISTI CRUZ

FELICIDAD BATISTA

 

Ningún viaje se realiza únicamente a un destino. Todos los viajes son un recorrido interior en el marco necesario de geografías y arquitecturas, paisajes urbanos o naturales, mares o ríos, “agua y suelo”.

Cuando aprendemos a andar nos convertimos ya en exploradores de la vida. Descubrimos los rincones de la casa, los misterioso agujeros de los enchufes, las puertas que nos llevan al mundo ignoto del pasillo, al jardín o a la calle. Conforme crecemos, ese universo se nos vuelve reducido y necesitamos de nuevo explorar y los libros nos abren sus páginas: La Odisea o el Ulises, Julio Verne y sus novelas, Emilio Salgari y los mares de Sandokán, etc. Y de esas historias y relatos tenemos la necesidad literaria y biológica de embarcar en una nave y surcar el océano entre islas, ascender por las escalerillas de un avión y conocer los cielos de Europa, las nubes de América, los cirros de Asia o las estrellas de Oceanía.

Los viajes siempre son simbólicos, alegóricos y metafóricos y, en ese mar de coincidencias, encontramos Entre el agua y el suelo de Cristi Cruz. Se enmarcaría dentro de la literatura de viajes, pero no en la descripción sino en la narrativa, no en los enclaves, sino en la introspección y los viajes al interior de los mundos que los personajes reflejan, interpretan o nos cuentan. Voces de mujer que nos conducen por los senderos que se abren a cada paso, que se abandonan al andar, se descubren hacia dentro o se bifurcan. La misión del viajero no es retratarse a sí mismo aisladamente, sino ser un descubridor permanente. El viajero siempre portará esa maleta vacía para aprovisionarla de la experiencia, del aprendizaje del “camino” que diría el poeta de Alejandría Constantino Cavafis

Estructurado en cinco partes: Cimientos, Fugas, Resistencia, A modo de recordatorio y Pérdidas y Hallazgos. El lector se adentrará por ciudades, parajes y países que, inexorablemente, lo llevarán a territorios comunes, a vivencias personales y a la emoción siempre de partir y a la felicidad del regreso, no como un final sino como el comienzo de nuevas expediciones.

Cristi Cruz nos lleva con un lenguaje viajero y fluido, desde diferentes percepciones y ópticas, a territorios conocidos o no, pero siempre ignotos. En ese primer viaje juvenil; esa aventura iniciática donde la independencia sobrevenida, lejos de la mirada familiar,  siente el vértigo de la libertad. Así, el personaje manifiesta: «Me imagino encuentros románticos y aventuras emocionantes. ¡Tantas cosas que contar a la vuelta! ¡Voy a ser libre! Al menos más que aquí». Mujeres, con sus miradas, nos transportan a mundos reales o recreados, deseados, vívidos y tangibles.

Resulta emotivo al leer, volver a fotografiar el mundo con las cámaras analógicas, de carretes, donde las imágenes se captan sin la certeza verlas en papel, nítidas y no borrosas, cercanas y no alejadas. Aunque cada instante queda atrapado en la prosa siempre precisa de la autora.

Personajes narradores que son islas rodeados de agua: dulce, salada, en ebullición, en calma, convulsa, marítima, deslizante en los ríos o bulliciosa en las fuentes. Porque todo viaje es una transformación pero también un renacer. Y, ahí está el agua que envuelve como líquido amniótico al ser humano en su tránsito viajero de ciudad en ciudad y de piel en piel, y en su renovación personal. No hay nada como abandonar el nido y volar por otros cielos para comenzar a comprender quiénes somos. La autora escribe sobre personajes que aunque la cotidianidad los devore y la soledad los sitie, abren sus propios caminos.

Leer Entre el agua y el suelo es transitar por estaciones y emociones. La indagación  en  la cultura de los lugares, su belleza, pero también sus secretos, misterios, dramas, tragedias o felicidad. La alianza, a veces, entre lluvia y viento como escribe la autora: «acaba con las pocas defensas que te quedan y revientas. Como revientan los diques cuando la fuerza del agua se convierte en algo sobrenatural».

El viajero tiene misiones que cumplir, retos que vencer, espacios que conquistar. Bacanales seguras de nostalgia. Y las historias van surcadas por esas corrientes de aguas que riegan nuestra lectura con la pasión de conocer, descubrir, encontrar o huir. Cristi Cruz organiza los relatos desde miradas distintas, desde enfoques diferentes, pero todos mecidos por el líquido de la vida con sus desiertos, sus valles frondosos, sus ciudades emocionales, tristes, aburridas o violentas.

En la sección de “Cimientos”, la explosión en Londres de una bomba del IRA también implosiona en la mujer joven que escucha el estruendo de una nueva vida que comienza y donde la lluvia se mancha de sangre. Pero también arribamos a las playas de Brasil y al maremágnum de sentimientos a orilla de mar. O una ciudad de Praga, donde el río Moldava y las notas de Bach resultan sanadores.

Bajo “Fugas”, los viajes se alargan, los recorridos se inunda de la serenidad escandinava, una calma que exhala la naturaleza. Sus ríos tranquilos de color whisky, blancos o zinc. Sus lagos, espejos de cielo, el Atlántico helador pero también inunda de paz a la viajera. Quien siente el agua finlandesa, pero también la presencia cercana de quien asiste de testigo invisible a su reencuentro con la vida serena. Sentir como la literatura se cuela tantas veces Entre el agua y el suelo, y vuela al Mediterráneo, donde la mitología griega se hace patrimonio, islas calcáreas que resisten historia e historias en mares cristalinos azotados a veces por las insidias del viento meltemi.

En “Resistencias”, tres ciudades estadounidenses, tres momentos emocionales, tres voces que nadan entre el rechazo, la felicidad y la cercanía. Houston violenta. Las calles de San Francisco descienden hasta la bahía en las imágenes que la autora guarda de series de televisión, pero en las que ahonda adentrándose en los renglones literarios, en la librerías que no cierran de noche, en los bares donde ahogan versos la Generación Beat. Nueva Orleans arrasada por huracanes asesinos pero donde la jazz y las reminiscencias cercanas apaciguan y el agua es tan libre que no entiende de diques y se desboca arrasando cuanto encuentre a su paso.

En la parte de “A modo de recuerdos”, zigzaguea por la Historia. Berlín que fue ciudad partida, unificada, y hoy libre, sigue habitada por los terribles fantasmas que sobrecogen a la viajera que los detecta en fachadas y muros, en museos y murmullos. Como olas en cruz, el cementerio de Omaha también es un punto de encuentro con la guerra que nunca es pasado. Dubrovnik, puerto del mar Adriático y aguas turquesas, evoca batallas marítimas y también esconde,  entre los muros de sus estrechas calles venecianas, la guerra fratricida de los Balcanes que diezmó a la generación de los ochenta.

En “Pérdidas y hallazgos”, no falta el Nueva York gélido ni Las Vegas ardiente, inventada y jugadora a perder. Y el largo, profundo y sinuosos camino por El Gran Cañón y el río Colorado de aguas rojizas, terrosas, que discurren por el desierto de la vida.

Los viajes comenzamos a vivirlos al mismo tiempo que los pensamos. En este suculento libro de Cristi Cruz, la multiplicidad de destinos, voces, temas,  nos dejan a la orilla de toda exploración: la que acontece cuando miramos al horizonte y necesitamos saber qué hay más allá y la que se recorre en el interior más profundo de nuestros mares personales.

Y cierro esta presentación de Entre el agua y el suelo con una reflexión que se hacía la protagonista del relato Emabrcadero, en el café Trieste de San Francisco, refugio de la Generación Beat: «Por enésima vez me pregunto cuándo llegará el momento en que decida empezar para saber si todo lo que bulle en mi cabeza es digno de ser narrado. Queriendo escribir, anhelando escribir, temiendo escribir». Para fortuna de los lectores, la autora sí se atrevió.

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