EL REY QUE ROBABA Y NUNCA FUE A LA CÁRCEL
Para
redondear la impunidad, el TC ha prohibido que se discutan en sede
parlamentaria los excesos del rey. Incluso ha considerado inconstitucional que
un parlamento discuta la abolición de la monarquía y que algún día llegue la
república
JOAQUÍN URÍAS
Imagen de Juan Carlos de Borbón.
Un juez británico, del país monárquico por excelencia, acaba de decir una obviedad que los jueces y fiscales españoles, con su humillante servilismo, se empeñan en negar: el rey de España no tiene inmunidad para robar, delinquir o acosar a una mujer impunemente. El magistrado británico sostiene que esos no son actos oficiales y que sería descabellado permitirle romper la ley tan alegremente. Ha tenido que decirlo un juez británico, porque, en lo que afecta al rey, nuestro aparato judicial se pasa el sometimiento a la ley y el Estado de derecho por el forro.
El caso tiene
enjundia. El rey puso cien millones de dólares a nombre de su amante. Ella dice
que fue un regalo, él que sólo quería que se los guardase. En cualquier caso,
el asunto acaba mal: nadie es capaz de explicar por qué motivo lícito el
sátrapa saudí le pagaría tal cantidad de millones a nuestro rey. Si encima los
puso a nombre de ella para evadir al fisco y blanquear su origen ilícito, peor
aún. La cuestión es que, como la señora no quería devolver los millones,
nuestro monarca le mandó a lo más siniestro de las cloacas del Estado y al
mismísimo servicio secreto. La acosaron, la amenazaron veladamente con un
accidente y hasta dispararon contra su casa. Todo, para que devolviera el
dinero y dejara de contar cosas del rey, que ha demostrado ser un elemento.
La idea de que no
puede ser juzgado por actos privados realizados cuando era rey no está en la
Constitución, y es contradictoria con la idea del sometimiento a la ley
La antigua amante
ha interpuesto una demanda civil. El rey emérito no tendrá que sentarse en
ningún banquillo; no se arriesga a acabar en ninguna cárcel ni a ningún tipo de
orden de arresto internacional. De hecho, incluso es posible que el caso acabe
con un acuerdo extrajudicial: el antiguo jefe de Estado puede aflojar algunos
millones de esos que tiene aún escondidos a Hacienda y dar algunas garantías a
cambio de que su amiga especial retire la demanda. Sin embargo, es posible que
el honrado juez británico tenga que investigar los asuntos y decidir si hay
efectivamente prueba de todo ello. Si así sucede, la corrupción y los delitos
de Juan Carlos, que nuestro jueces y fiscales han tratado insistentemente de tapar,
saldrán a la luz. Y el rey, la monarquía y nuestro sistema judicial quedarán
expuestos en público con toda la vergüenza de su desfachatez.
Seguramente Juan
Carlos jugó hace cuarenta años un papel relevante en el diseño de nuestro
sistema democrático actual. Sin embargo, eso no quita para que ese señor sea un
elemento de cuidado, con pocos escrúpulos que durante décadas se ha saltado la
ley ante la complacencia de nuestras instituciones.
La Constitución no
dice en ningún momento que el rey pueda actuar con impunidad. Dice que es
inviolable, lo que efectivamente supone que mientras ejerce el cargo no puede
ser juzgado. También dice que es irresponsable, pero sólo por los actos
sometidos a refrendo del Gobierno, porque de ellos responde quien autoriza la
firma real. La idea de que, tras dejar de ser jefe del Estado, no puede ser
juzgado por actos privados realizados cuando lo era no sólo no está en la
Constitución, sino que es contradictoria con la idea del sometimiento a la ley.
Sin embargo, juristas cortesanos y Fiscalía se han inventado esa interpretación
evidentemente contraria al espíritu constitucional para amparar, como mínimo,
los delitos de Juan Carlos. No está en la ley. Es un invento para no sentar al
rey en el banquillo.
La impunidad del
rey es una apuesta de la estructura profunda del Estado español. En este tema
está demostrando tal suciedad y complacencia con la corrupción que sólo pueden
provocar náuseas en cualquier demócrata. Todo el aparato de un Estado
democrático se ha comprometido para amparar las terribles ilegalidades de ese
señor y, de paso, las que pueda traernos su sucesor. Empezando por la Hacienda
pública. Juan Carlos no pagaba un duro a Hacienda pero esta, saltándose la ley,
le notificó varias veces que lo estaban investigando para permitirle que
regularizara su situación. Luego, la Fiscalía, ante las clarísimas evidencias
de una serie de delitos, se limitó a pedir a los fiscales de otros países que
le enviasen sus investigaciones, sin realizar ni una mínima indagación propia.
Por último, con la complacencia de numerosos juristas falderos y la
colaboración entusiasta del Tribunal Supremo, se inventaron una interpretación
de la inviolabilidad que no tiene ni pies ni cabeza, y que les llevó a decir
que si el rey cometió delitos no se le puede castigar.
Apenas empezamos a
conocer el desenfrenado apetito del rey por el lujo, los coches caros comprados
y mantenidos a cargo del erario público (hasta 70), los viajes
extravagantemente caros, y las amantes igualmente caras. Cuando accedió al
trono, su fortuna personal era prácticamente inexistente. Hoy algunos medios
hablan de que tiene miles de millones de euros, todos conseguidos siendo jefe
del Estado, y no precisamente de su sueldo. A esa pasión por el dinero parece
que se le suma cierta afición al chantaje a sus antiguas amantes. Una joyita de
hombre.
Que Juan Carlos es
un sinvergüenza que se aprovechó de su cargo de jefe de Estado para robar a
manos llenas parece fuera de toda duda. El problema es defender en público que
no podemos hacer nada con eso, más que aguantarnos y esperar a que su hijo sea
más honesto. Lo que gran parte de la judicatura y la fiscalía defiende es que
el Estado no persiga las tropelías que cometa el rey. Cuando hablan de la
conducta ejemplar de Felipe VI, nos vienen a decir a todos que el hecho de que
delinca o no impunemente depende de cómo sea el monarca, un tipo honesto o no.
Al renunciar a perseguir a Juan Carlos, están dejando claro a su sucesor que si
roba, si atropella a una persona, si acosa a una mujer o se salta la ley de
cualquier otro modo, no debe temer ninguna consecuencia.
El riesgo de lo que
está pasando no es ya que Juan Carlos vaya a morirse sin pagar por sus
ilegalidades. Eso lo tenemos todos asumido. El riesgo es que Felipe puede
volver a hacer lo mismo. Y quién sabe si no lo está haciendo ya.
Para redondear la
impunidad, el Tribunal Constitucional ha prohibido terminantemente que se
discutan siquiera, en sede parlamentaria, los excesos del rey. Hace una semana,
incluso ha considerado inconstitucional que un parlamento discuta la abolición
de la monarquía y que algún día llegue la república.
Nuestra monarquía
sigue pagando el pecado de la herencia franquista bajo la forma de la
corrupción
El Estado profundo
y la oligarquía española, que ven en la monarquía el candado que les permite
seguir ininterrumpidamente guiando el país desde 1978, no se dan cuenta de que
tanta devoción es contraproducente. Han retorcido la ley para afirmar la
impunidad real, silencian las críticas políticas y esconden las miserias sin
ser conscientes de que el mundo ha cambiado y de que, en la actual sociedad
interconectada, todo eso se puede volver en su contra. Al afirmar públicamente
que Felipe VI tiene impunidad absoluta para robar o delinquir si le apetece,
hacen muy difícil para ningún demócrata –de izquierdas o de derechas– aceptar
la monarquía.
Hay monarquías
democráticas pero se basan en que el rey o la reina no interfieran en la
política ni se salten las leyes. Nuestra monarquía sigue pagando el pecado de
la herencia franquista bajo la forma de la corrupción. Las oligarquías
franquistas y aznarianas se empeñan en vendernos que la monarquía parlamentaria
lleva necesariamente implícito un cierto grado de corrupción. Y eso,
sencillamente, es inaceptable.
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