DUQUES Y PLEBEYOS
DAVID TORRES
Luis
Medina Abascal - Europa Press
Para ciertos personajes el dinero público es como el agua del grifo: lo dejan correr tranquilamente con la seguridad de que nunca se va a acabar. La diferencia es que el agua del grifo se va a la mierda mientras que el dinero público despilfarrado se va al bolsillo de estos personajes, desembocando en deportivos de lujo, yates, relojes de oro (pensándolo bien, no hay ninguna diferencia). Luis Medina Abascal dice no sólo que todos sus chanchullos estaban en orden sino que con su dinero hace lo que le da la gana: lo bueno aquí es que el posesivo no sólo incluye el dinero de Luis Medina Abascal sino el mío y el de usted.
En España siempre
ha habido clases y por eso los bandoleros de alta cuna suelen estar bien
vistos, aristócratas del pillaje que desvalijan al personal sin necesidad de
despeinarse. Al populacho lo que le asusta es que le saquen de golpe una
navaja, no una comisión por unas mascarillas o un hermano de la presidenta o un
primo del alcalde. El Torete o el Vaquilla pegaban un palo empotrando un coche
contra una joyería, pero resulta mucho más elegante descolgar el teléfono y
decir las palabras mágicas. Para esta clase de timos millonarios no es
necesario babear, ni poner los ojos bizcos, ni hacerse el gilipollas como Tony
Leblanc con un maletín lleno de estampitas. No hace ninguna falta, porque los
gilipollas somos nosotros.
Sí, es muy probable
que no acabemos de entender el mecanismo mediante el cual un par de pijos
pueden saltarse a la torera todos los controles burocráticos y sanitarios de
los organismos municipales para acabar con unos cuantos millones de euros en la
saca. Luis Medina Abascal podía haber fracasado estrepitosamente, igual que
Luis José, el hijo del marqués del Leguineche, cuando quería pegar el pelotazo
en el Mundial de España patentando una bandeja con una naranja, una ración de
paella revenida y un vaso de gazpacho. Pero Luis José no pasó de la puerta, no
le hicieron ni puto caso. Lo que pasa es que el pobre hombre no sabía a qué
puerta debía llamar, ni quién era primo de quién, ni tenía los contactos
adecuados.
Dicen que en los
primeros meses de la pandemia se firmaron docenas de contratos con los precios
inflados y que la falta de controles precipitó la picaresca de manga ancha,
pero la verdad es que en este país, con pandemia y sin pandemia, siempre se
forran los mismos. Da la impresión de que esos puestos de control del
Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid -por no hablar del resto de España-,
deben de estar menos vigilados que la Tesorería de Génova. Vete a saber, a lo
mejor el que autorizó los contratos era un tonto de pueblo o el maniquí de unos
grandes almacenes.
Lo que está claro
es que Madrid es una capital lo bastante grande para no volver a tropezar con
tu ex en la vida pero, si eres un pijo insaciable y vas a pillar cacho, a un
familiar de Almeida o de Ayuso te los tropiezas en cada esquina. A Luis Medina
Abascal y a Alberto Javier Luceño no era raro encontrárselos en las revistas
del corazón o en las páginas de economía, pero ahora han dado el salto a la
prestigiosa sección de tribunales. Por lo visto, no había mucho que se pudiera
hacer para detenerlos; ya lo explicó Jaume Matas, otro grande de España con
vocación de quinqui, en una entrevista en la que decía que no todos somos
iguales, que él no habría recibido a cualquiera para hacer negocios, pero a
Urdangarín, a la hora que él quisiera. "Porque es el duque de Palma"
decía plebeyamente Matas. El título nobiliario a modo de ganzúa.
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