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jueves, 17 de marzo de 2022

«¡PACIFISTAS, SIEMPRE PACIFISTAS!», DECÍA LA FEMINISTA AMALIA CARVIA

 

«¡PACIFISTAS, SIEMPRE PACIFISTAS!», DECÍA LA FEMINISTA AMALIA CARVIA

MANUEL ALMISAS ALBÉNDIZ

Frente a los crecientes tambores del belicismo, del racismo y del chovinismo, que retumban en los hegemónicos medios de comunicación, existen otras voces; deben imponerse otras voces, ahora minoritarias.

La histórica tradición pacifista del movimiento feminista debería influir de forma rotunda y clara en el panorama internacional para acabar con la agresión rusa en Ucrania, para acabar con el imperialismo y la OTAN, para acabar con el militarismo y el peligro de aniquilación nuclear, para acabar con todas las guerras que asolan varios continentes y que todas obedecen a los mismos intereses económicos y geopolíticos, y fundamentar, como única esperanza para nuestro amenazado planeta, una política de desarme y de paz global, de solidaridad y fraternidad entre los pueblos, de desarrollo sostenible, de apoyo mutuo y respeto ante la diversidad, y en ese empeño, quizá utópico, el feminismo y las ideologías liberadoras e igualitarias, tienen mucho que decir y que actuar con prontitud.

«El espacio para imaginar y construir una paz sostenible, justa y feminista parece desaparecer con cada hora que pasa en Ucrania. Con las tecnologías militares, las armas y los arsenales nucleares de hoy en día, hay poco que esperar a menos que todas y todos los que podemos perder con la guerra y la violencia nos levantemos colectivamente y, con una voz unida, denunciemos la guerra y el militarismo como solución a todo.

Conectemos nuestros diversos movimientos progresistas, conectando las luchas feministas, medioambientales, antiausteridad, antimilitaristas, antirracistas y anticapitalistas en una nueva visión de lo que es la paz.

Queridas feministas, activistas por la paz, defensores de los derechos humanos, protectores de la tierra y el agua, activistas antinucleares, todas las personas que se organizan para la desmilitarización, todas las personas que entienden que la paz es nuestra única opción, la línea roja se ha cruzado y tenemos que unirnos en torno a un mensaje común: ¡NO MÁS GUERRAS! ¡NI AHORA, NI NUNCA MÁS!».

Extractos del Comunicado del 24 de febrero de la «Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad» (fundada en 1915 en La Haya).

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Cuando la diputada en las Cortes Constituyentes de 1931, Clara Campoamor, defendió el 18 de diciembre de 1932 el desarme total del ejército republicano, no hacía otra cosa sino patentizar la larga trayectoria pacifista de las feministas españolas. Ella ya sabía que se iba a quedar sola en esa petición, pero aún así, como hizo meses antes con el voto femenino, defendió con pasión su propuesta pues no le movía otra cosa que su coherencia ideológica y su defensa del artículo 6 de la Constitución republicana donde se renunciaba al empleo de la guerra y la fuerza militar como forma de resolver los conflictos internacionales. Frente a los 433 millones del presupuesto del ministerio de la Guerra para 1933, Clara Campoamor proponía tan solo 30 mil pesetas como sueldo del ministro en ese ejercicio fiscal mientras completaba e hiciera realidad el desarme total y absoluto del ejército. ¡La de problemas sociales, sanitarios, laborales, de beneficencia, etc. que se podrían resolver con esos millones sobrantes! Para ella, república, democracia y pacifismo eran una misma cosa. Pero solo 18 diputados más pensaron de la misma forma.

Clara Campoamor dijo sentirse defraudada con los socialistas, como ya ocurrió en agosto de 1914 cuando la socialdemocracia alemana apoyó los empréstitos de guerra del gobierno del emperador Guillermo II que dieron paso a la Primera Guerra Mundial; en aquel momento, decía, los socialistas proporcionaron un enorme desengaño al mundo, a todos cuantos creíamos que ese partido constituía la vanguardia del pacifismo. Ahora le reprochaba a los socialistas que hubieran dejado caer la más bella bandera que pudieran tremolar vuestras manos: la de la oposición absoluta al aumento de efectivos militares. Clara Campoamor confesaba que había sentido una gran decepción personal pues había en el programa del PSOE una parte que ella suscribió siempre, «aquella que se refiere al pacifismo», y que siempre que tuvo la oportunidad la defendió públicamente.

No solo los socialistas rechazaron su propuesta de desarme y abolición del ejército. De nuevo, Clara Campoamor se enfrentó a su partido, el Partido republicano radical. Entonces, como ahora, el pacifismo estaba mal visto, y si lo manifestaban las mujeres, más aún: «¿Qué saben las mujeres de guerras?».

Pero la trayectoria pacifista de las feministas españolas era dilatada.

Durante la Conferencia de Paz que los líderes del mundo celebraron en La Haya (Holanda) en mayo de 1899 con el fin de limitar el armamentismo y promover la paz como forma de resolver los conflictos entre estados, las mujeres -pacifistas por naturaleza- llamaron a manifestarse a nivel internacional para visibilizar su adhesión. En Valencia destacó la figura de la gaditana Ana Carvia Bernal, feminista entusiasta como pocas, que como secretaria de la «Asociación General Femenina» que dirigía Belén Sárraga, contribuyó poderosamente a la organización y celebración de una Asamblea multitudinaria de apoyo a la causa humanitaria de la Paz universal. Estas asambleas pacifistas se celebraron en años sucesivos en La Haya y en otras muchas ciudades europeas, y en la de 1901, fueron su hermana Amalia Carvia, recién llegada de Cádiz, y la sindicalista Julia Álvarez, las que animaban a la protesta de mujeres contra las guerras desde El Pueblo (Diario republicano de Valencia) con un artículo titulado «Por la Paz Universal. Protesta femenina».

Años más tarde, cuando Ana Carvia fundó la revista feminista Redención (Valencia, 1915) no dudó en declararla pacifista desde el primer ejemplar, conteniendo en los siguientes números una sección sobre pacifismo. Tanto Ana como Amalia Carvia y otras redactoras de la revista se habían inscrito a título personal en la «Unión Mundial de la Mujer para la Concordia Internacional» que había fundado en Ginebra la estadounidense Clara Guthrie D’Arcis en febrero de ese año de 1915. Corroborando esta militancia pacifista, desde el número 8, la revista publicará por entregas, y durante varios meses, la clásica novela pacifista «¡Abajo las armas!» (1889) de Bertha Von Suttner, que recibió el primer Premio Nobel de la Paz de la historia (1905).

En la pionera «Liga Española para el Progreso de la Mujer» (1918), cuya presidenta fue Ana Carvia y su secretaria Amalia Carvia, junto a las reivindicaciones relativas al voto femenino, a la ley del divorcio, a exigir cambios del Código Civil para equiparar los derechos de mujeres y hombres, etc, siempre estuvo presente el anhelo de paz universal y de condena de las guerras.

Cuando Amalia Carvia escribía en 1900: Olvídense de una vez las «bienaventuranzas»” para olvidar las causas de nuestra miseria. No, no pueden ser «bienaventurados» los pobres de espíritu, ni los mansos, ni los pacíficos; «bienaventurados» serán los fuertes, los que tengan energías bastantes para rebelarse contra todas las injusticias, contra todas las ignominias; solo así se verán consolados, solo así se verán hartos y solo así poseerán la tierra los que hoy sufren por haber guardado larga obediencia a tantísimas mentiras; cuando escribía esta «revisión» del pasaje evangélico de San Mateo, con los «pacíficos» se refería a los neutrales, a los pasivos, a los que agachan la cabeza para ser degollados. Para Amalia Carvia, los pacifistas debían ser rebeldes y combativos contra las injusticias y las desigualdades.

En julio de 1926 otra importante feminista, la maestra y escritora santanderina Consuelo Berges, que en diciembre de 1932 será la vicepresidenta primera de la Unión Republicana Femenina de Clara Campoamor, escribía en La Región (Santander) con el seudónimo de Iasnaia Poliana su artículo «¡Abajo las armas!». En él reclamaba un feminismo con mayoría de edad, un feminismo pacifista, contrario a todas las guerras, no a una en particular -decía ella-. Consuelo Berges escribía que anhelaba el tiempo en que se dieran cuenta las mujeres de todo el mundo (las mujeres del mundo capaces de darse cuenta de algo) de que había una bella bandera plegada, y esperando a ser desplegada por manos firmes de mujer, la del pacifismo, la del antimilitarismo, la de «¡Abajo las armas!».

Durante la Segunda República, durante el ascenso del nazismo y el fascismo italiano, Amalia Carvia intensificó su mensaje pacifista («¡Abajo la guerra!» en El Pueblo de 27 de noviembre de 1932), su condena de los juguetes bélicos («Sobre un diálogo infantil» en El Pueblo de 26 de agosto de 1933), y en «El voto femenino y la guerra» en El Pueblo del 1 de noviembre de 1933, declaraba que «la retirada de Alemania de la Sociedad de Naciones ha puesto pavor en las almas pacifistas; con esto, el fantasma de la guerra adquiere más grandes proporciones, aun cuando, por otro lado, los simpatizantes con las actitudes belicosas, afirmen que no hay ningún peligro por ahora: que nos alarmamos sin motivo». Y añadía, clarividente: «Desde luego, comprendemos que traten de calmar estos miedos los que pretenden que los pacifistas se duerman en la confianza y se crucen de manos, mientras ellos aceleran sus trabajos para sorprendernos, a lo mejor, en el tranquilo sueño».

Y más adelante seguía escribiendo: «¡Abajo la guerra!, debemos gritar todos los que nos preciamos de republicanos, y por esto las mujeres de corazón, las que son verdaderas madres y verdaderas ciudadanas, tienen que ser partidarias de la República, del régimen que no quiere guerras, que ha hecho presente en un artículo de su Constitución, que España desea la paz y es enemiga de toda contienda».

La faceta pacifista de Amalia Carvia se vio incrementada desde su afiliación a la Liga de los Derechos del Hombre de Valencia en el verano de 1934, y sobre todo con su cargo de vicepresidenta del comité provincial de dicho organismo en enero de 1935. En la primera plana de El Pueblo del 11 de septiembre de 1935 aparecía su artículo «Pacifistas, siempre pacifistas», donde afirmaba: «Saboreemos con deleite la palabra pacifista, pues en ella está contenida toda la grandeza de los sentimientos humanos», y a continuación escribía: «Pacifistas, siempre pacifistas; si acaso surgiera alguna alteración en las amistosas relaciones con otros países, sabemos que España, con amable gesto, buscará las vías diplomáticas, recurrirá al arbitraje, pero nunca provocará un conflicto», declarando que nada dignificaba más a las mujeres que el ideal pacifista, y por ello, en aquel momento en que la Italia fascista de Mussolini afianzaba la invasión de la Abisinia (Etiopía) del emperador Haile Selassie, consideraba que las mujeres debían poner nuestra inteligencia, nuestros modernos conocimientos, nuestra libre actuación, al servicio de la causa más alta de la humanidad cual es ésta de la paz mundial…creando una organización social, noblemente pacifista, francamente fraternal.

Por último, el mismo día en que los generales golpistas se sublevaban contra la República y provocaban una terrible guerra, Amalia Carvia escribía en El Pueblo del 18 de julio de 1936: «Reforcemos el movimiento pacifista». En mayo de ese año la Italia fascista empleando ignominiosamente armas químicas a discreción había derrotado al ejército etíope y la familia de Selassie abandonó el país marchando al exilio. En la alocución del ex-mandatario en la sede de la Sociedad de Naciones acusó a los países occidentales de mirar hacia otro lado mientras masacraban inmisericorde a su pobre, humilde pero orgulloso pueblo, y la Sociedad de Naciones recibió con ello un duro golpe a su credibilidad. Por eso Amalia Carvia, dirigente del Comité Pro-Paz en Abisinia, escribía:

Continuemos los pacifistas nuestra labor, a pesar de la opinión que merezca al mundo la Sociedad de Naciones ¿Fracaso? No; no lo consideremos fracaso; es que en el reloj del tiempo aún no ha sonado la hora de la proclamación de la justicia…

Se trata de intensificar los esfuerzos, para llegar al desarme de los pueblos; sobre las ansias de paz, falsamente sentidas, están los afanes de millones de seres que hoy suspiran sinceramente por la concordia. En todos los pueblos palpita el deseo de confraternidad que, a veces, queda ahogado por la imposición de los tiranos; pero que, a través de las distancias, se enlazan con las ansias de los que trabajan en pro de tan alta causa.

¡Feministas, compañeras de lucha, hermanas en el cordial anhelo! Sea el desengaño que lloramos con el emperador de Abisinia, un motivo más para activar la campaña pacifista.

 

 

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