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domingo, 13 de marzo de 2022

ÍBAMOS A SALIR MEJORES

 

ÍBAMOS A SALIR MEJORES

JUAN TORTOSA

 

Una mascarilla en el suelo (EFE EPA/Ian Langsdon)

El lunes se cumplen dos años del día en que se decretó el confinamiento tras la declaración oficial de pandemia global hecha pública por la Organización Mundial de la Salud tres días antes. De ahí íbamos a salir mejores, repetíamos como un mantra al tiempo que aplaudíamos puntualmente a los sanitarios todos los días a las ocho de la tarde. Aunque el número de contagiados, y de muertos, aumentaba sin parar, pronto se vio que, ni aún así, parecía haber demasiado interés en eso de salir mejores . En el mundo de la política y el periodismo, dos servicios públicos cuya obligación era aliviar la angustia que se vivía en tantas casas, no solo no supieron estar a la altura sino que se dedicaron a acojonarnos con tertulias distópicas en los platós o con peleas a cara de perro en el Congreso de los diputados cada vez que tenían que prolongar el estado de alarma.

 

No se desaprovechó ni una sola oportunidad que valiera para crispar el ambiente. Primero fue la carencia de mascarillas, las dificultades para surtirnos de ellas y la utilización política de tal circunstancia para atacarse sin piedad los unos a los otros, negocios presuntamente sospechosos aparte. Luego llegaría el asunto de las vacunas. Por un lado los negacionistas dando la turra, por otro que si hay que repartir mejor porque a mí me has dado menos que a otros… el proceso de vacunación fue impecable pero nadie en la oposición tuvo la decencia de reconocerlo. Íbamos a salir mejores.

 

Se pusieron en marcha los ERTES y otras medidas para paliar el desastre económico que estaban viviendo muchas familias, en Europa se llegó a acuerdos para inyectar fondos que ayudaran a la recuperación y lo que tenía que haber sido un gran alivio, se vivió en cambio con la ansiedad que producía comprobar los torpedeos intentados en Bruselas por el PP, demostrando así los responsables de este partido, además de un nulo sentido de Estado, una carencia absoluta de sensibilidad.

 

Dos años después continuamos con las mascarillas puestas, hemos sobrevivido dentro de un orden a espantos varios y no estamos dispuestos a desesperarnos, pero hay algo que ya tenemos claro: no estamos saliendo mejores ni mucho menos. Y no estamos saliendo mejores no solo porque Rusia haya invadido Ucrania y andemos ahora angustiados también con la posibilidad de una tercera guerra mundial, no solo porque durante ocho meses hayamos asistido a la erupción de un volcán y ahora exista un preocupante período de sequía, no solo porque la inflación se haya disparado, la gasolina esté ya a dos euros el litro y los precios de la luz sean directamente pornográficos, sino porque parece que no nos importe que muchas de las libertades que disfrutamos, y que costó sangre conquistar, estamos a punto de volver a perderlas.

 

Lo de Castilla y León es una verdadera calamidad, por mucho que haya quien equipare el pacto PP-Vox para gobernar esa comunidad con el del Psoe-UP para formar el Gobierno de coalición y diga textualmente que "no alcanza a entender cuál es el drama".  Da mucha pereza, y también cierto pudor, tener que argumentar una y otra vez las enormes diferencias que existen entre un partido que respeta la democracia y otro que aspira a tumbarla. Cansa mucho tener que insistir sin parar en que no puede ser lo mismo una formación política como Unidas Podemos que trabaja, y lo demuestra, por mejorar la vida de las personas, que otra como Vox, a la que le sobran los inmigrantes y los homosexuales, niega la violencia de género, criminaliza a los Menas, rechaza derechos fundamentales de la mujer y se opone frontalmente a la reivindicación de la memoria histórica entre otras muchas lindezas.

 

Los todólogos enrabietados parecen reproducirse por esporas y da mucha pena escucharlos repetir argumentos pactados en las reuniones de maitines dispuestos a defender unos ideales políticos que apuestan por el ultranacionalismo, el monopolio de la identidad nacional, la criminalización de los opositores, el recorte de derechos o la persecución de las minorías. Son muchas las voces que piensan, y no precisamente en la izquierda, que a todo esto se le ha abierto la puerta con el pacto entre Vox y el Partido Popular, ese partido ahora destrozado que no sabemos cómo resurgirá de sus cenizas pero que de momento, al legitimar a la extrema derecha, ha roto el pacto constitucional.

 

Hasta Donald Tusk, jefe del Partido Popular Europeo y expresidente del Consejo Europeo, ha descalificado el acuerdo del PP con Vox en Castilla y León: "Para mí es una triste sorpresa, dijo este jueves textualmente, a fin de cuentas es una capitulación. Espero que se trate solo de  un incidente o un accidente, y no de una tendencia en la política española". Al francés Michel Barnier, otro peso pesado del PP Europeo, con las elecciones en su país a la vuelta de la esquina, tampoco le ha hecho ninguna gracia la manera de debutar de Núñez Feijóo. Y Aitor Esteban, el diputado del PNV que jamás da puntada sin hilo, ha dejado también estos días una frase para el recuerdo: "Los grandes partidos españoles tienen luces cortas pero no luces largas a la hora de conducir en la política. Son incapaces de ver más allá de las elecciones próximas o del día próximo".

 

No hay que darle vueltas. Lo de Castilla y León es un error, un inmenso error, una tragedia que pagaremos cara todos. Menos el emérito que, merced a los tiempos de estrépito que vivimos, ha conseguido salir de de rositas judiciales y seguir viviendo tan ricamente en Abu Dhabi sin que apenas hayan trascendido los muchos delitos que se le atribuían en el auto de archivo de sus causas judiciales.

 

Dos años se cumplen el lunes del día en que se decretó el confinamiento. De todo esto, ¿recuerdan?, íbamos a salir mejores.

 

J.T.


 

 

Una mascarilla en el suelo (EFE EPA/Ian Langsdon)

El lunes se cumplen dos años del día en que se decretó el confinamiento tras la declaración oficial de pandemia global hecha pública por la Organización Mundial de la Salud tres días antes. De ahí íbamos a salir mejores, repetíamos como un mantra al tiempo que aplaudíamos puntualmente a los sanitarios todos los días a las ocho de la tarde. Aunque el número de contagiados, y de muertos, aumentaba sin parar, pronto se vio que, ni aún así, parecía haber demasiado interés en eso de salir mejores . En el mundo de la política y el periodismo, dos servicios públicos cuya obligación era aliviar la angustia que se vivía en tantas casas, no solo no supieron estar a la altura sino que se dedicaron a acojonarnos con tertulias distópicas en los platós o con peleas a cara de perro en el Congreso de los diputados cada vez que tenían que prolongar el estado de alarma.

 

No se desaprovechó ni una sola oportunidad que valiera para crispar el ambiente. Primero fue la carencia de mascarillas, las dificultades para surtirnos de ellas y la utilización política de tal circunstancia para atacarse sin piedad los unos a los otros, negocios presuntamente sospechosos aparte. Luego llegaría el asunto de las vacunas. Por un lado los negacionistas dando la turra, por otro que si hay que repartir mejor porque a mí me has dado menos que a otros… el proceso de vacunación fue impecable pero nadie en la oposición tuvo la decencia de reconocerlo. Íbamos a salir mejores.

 

Se pusieron en marcha los ERTES y otras medidas para paliar el desastre económico que estaban viviendo muchas familias, en Europa se llegó a acuerdos para inyectar fondos que ayudaran a la recuperación y lo que tenía que haber sido un gran alivio, se vivió en cambio con la ansiedad que producía comprobar los torpedeos intentados en Bruselas por el PP, demostrando así los responsables de este partido, además de un nulo sentido de Estado, una carencia absoluta de sensibilidad.

 

Dos años después continuamos con las mascarillas puestas, hemos sobrevivido dentro de un orden a espantos varios y no estamos dispuestos a desesperarnos, pero hay algo que ya tenemos claro: no estamos saliendo mejores ni mucho menos. Y no estamos saliendo mejores no solo porque Rusia haya invadido Ucrania y andemos ahora angustiados también con la posibilidad de una tercera guerra mundial, no solo porque durante ocho meses hayamos asistido a la erupción de un volcán y ahora exista un preocupante período de sequía, no solo porque la inflación se haya disparado, la gasolina esté ya a dos euros el litro y los precios de la luz sean directamente pornográficos, sino porque parece que no nos importe que muchas de las libertades que disfrutamos, y que costó sangre conquistar, estamos a punto de volver a perderlas.

 

Lo de Castilla y León es una verdadera calamidad, por mucho que haya quien equipare el pacto PP-Vox para gobernar esa comunidad con el del Psoe-UP para formar el Gobierno de coalición y diga textualmente que "no alcanza a entender cuál es el drama".  Da mucha pereza, y también cierto pudor, tener que argumentar una y otra vez las enormes diferencias que existen entre un partido que respeta la democracia y otro que aspira a tumbarla. Cansa mucho tener que insistir sin parar en que no puede ser lo mismo una formación política como Unidas Podemos que trabaja, y lo demuestra, por mejorar la vida de las personas, que otra como Vox, a la que le sobran los inmigrantes y los homosexuales, niega la violencia de género, criminaliza a los Menas, rechaza derechos fundamentales de la mujer y se opone frontalmente a la reivindicación de la memoria histórica entre otras muchas lindezas.

 

Los todólogos enrabietados parecen reproducirse por esporas y da mucha pena escucharlos repetir argumentos pactados en las reuniones de maitines dispuestos a defender unos ideales políticos que apuestan por el ultranacionalismo, el monopolio de la identidad nacional, la criminalización de los opositores, el recorte de derechos o la persecución de las minorías. Son muchas las voces que piensan, y no precisamente en la izquierda, que a todo esto se le ha abierto la puerta con el pacto entre Vox y el Partido Popular, ese partido ahora destrozado que no sabemos cómo resurgirá de sus cenizas pero que de momento, al legitimar a la extrema derecha, ha roto el pacto constitucional.

 

Hasta Donald Tusk, jefe del Partido Popular Europeo y expresidente del Consejo Europeo, ha descalificado el acuerdo del PP con Vox en Castilla y León: "Para mí es una triste sorpresa, dijo este jueves textualmente, a fin de cuentas es una capitulación. Espero que se trate solo de  un incidente o un accidente, y no de una tendencia en la política española". Al francés Michel Barnier, otro peso pesado del PP Europeo, con las elecciones en su país a la vuelta de la esquina, tampoco le ha hecho ninguna gracia la manera de debutar de Núñez Feijóo. Y Aitor Esteban, el diputado del PNV que jamás da puntada sin hilo, ha dejado también estos días una frase para el recuerdo: "Los grandes partidos españoles tienen luces cortas pero no luces largas a la hora de conducir en la política. Son incapaces de ver más allá de las elecciones próximas o del día próximo".

 

No hay que darle vueltas. Lo de Castilla y León es un error, un inmenso error, una tragedia que pagaremos cara todos. Menos el emérito que, merced a los tiempos de estrépito que vivimos, ha conseguido salir de de rositas judiciales y seguir viviendo tan ricamente en Abu Dhabi sin que apenas hayan trascendido los muchos delitos que se le atribuían en el auto de archivo de sus causas judiciales.

 

Dos años se cumplen el lunes del día en que se decretó el confinamiento. De todo esto, ¿recuerdan?, íbamos a salir mejores.

 

J.T.

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