EL DISCURSO DEL ‘MUNDO LIBRE’ YA NO
CONVENCE EN AMÉRICA LATINA
En
esta guerra fría, con sus estallidos trágicamente calientes como el de Ucrania,
y tal vez pronto Taiwán, los intereses de muchos países en la región se han
alejado de Occidente en un sentido geopolítico para desplazarse al este
ANDY ROBINSON
Jair Bolsonaro y Vladímir Putin, en 2019, durante una reunión en Japón
Tal y como se publicó el 7 de marzo en La Vanguardia, la llegada al poder de la izquierda latinoamericana, comprensiblemente recelosa ante las pretensiones de Washington de defender al “mundo libre”, es ya un hecho en México, Bolivia, Argentina, Honduras y Chile –Gabriel Boric toma posesión el 11 de marzo–, y está a punto de producirse en Colombia, un estrecho aliado de Estados Unidos, donde con casi toda seguridad, Gustavo Petro ganará las presidenciales en mayo. Y Brasil será el siguiente, con la probable victoria en octubre de Lula da Silva. La OTAN, en estos países, no convence demasiado como baluarte de la libertad. Todo lo anterior puede resultar un problema para Washington a medida que se reaviva la guerra fría con China y Rusia, que ya parece ser una realidad, por muy retro que resulte.
Es normal. Aunque
nadie quiera reconocerlo en los círculos ilustrados e influyentes de las
democracias occidentales, la preocupación estadounidense por las alianzas de
Moscú con Venezuela, Nicaragua y Cuba es el reflejo del miedo que se siente en
Rusia ante el acercamiento de la OTAN (y la UE) a lo que Putin considera su
propia esfera de influencia, otro término de la Guerra Fría que vuelve al
vocabulario de las relaciones geopolíticas. Eso lo decía con franqueza Henry
Kissinger en su día, en tiempos de menor hipocresía en el discurso del “mundo
libre”. Y, aunque la Unión Soviética ya no está para inspirar a jóvenes
comunistas barbudos en América Latina, la realpolitik de la nueva guerra fría
es igual que la otra.
América Latina
pertenece al hemisferio occidental. Pero en esta guerra fría, con sus
estallidos trágicamente calientes como el de Ucrania y tal vez pronto Taiwán,
los intereses de muchos países en la región se han alejado de Occidente en un
sentido geopolítico para desplazarse al este. A China –el primer socio
comercial de países como Brasil, Chile y Perú, y un inversor ya crucial
conforme billones de euros se canalizan a América Latina mediante la Iniciativa
de la Franja y la Ruta (la nueva Ruta de la Seda)– y a Rusia, en algunos casos
un estrecho aliado geopolítico.
Tras la invasión
rusa de Ucrania, y ante el peligro de un agravamiento del conflicto, las
alianzas de Moscú con Venezuela, Nicaragua y Cuba empiezan a provocar fuertes
inquietudes en Washington. La última señal es la visita de dos funcionarios del
Departamento de Estado a Caracas el fin de semana del 5 de marzo para reunirse
con representantes de la Administración de Maduro. No se sabe si con el fin de
tender puentes o comunicar advertencias.
Pero lo que puede
resultar más preocupante para la Administración Biden es la manifiesta falta de
ganas de muchos países en la región de sumarse al discurso de la democracia
occidental frente a las autocracias orientales de Rusia y China. El
no-alineamiento de países como México, Argentina, Bolivia y, hasta de Estados
pequeños de Centroamérica, como El Salvador, implica que América Latina no es
ya el “patio trasero” que fue en la primera Guerra Fría. Hasta Brasil, con el
imprevisible aliado de Occidente Jair Bolsonaro al mando, se ha alejado de la
defensa de Ucrania.
La nueva iniciativa
diplomática en Venezuela del secretario de Estado, Anthony Blinken –según
manifestaron fuentes del Departamento de Estado consultadas por The New York
Times–, responde a temores de que Venezuela y otros aliados de Rusia en América
Latina “puedan ser un peligro para la seguridad estadounidenses si la
confrontación con Rusia se agudiza”.
Por un lado, tras
el fracaso de las políticas de cambio de régimen y de apoyo al Gobierno
paralelo del líder opositor Juan Guiado, la Administración Biden tantea un
acercamiento a Maduro con el fin de contrarrestar la alianza venezolana con
Rusia. Según analistas citados por el diario estadounidense, Biden puede estar
incluso dispuesto a levantar el embargo petrolero contra Venezuela adoptado por
la Administración Trump en la primavera del 2019 para poder prescindir de las
importaciones de crudo desde Rusia. Tampoco se puede descartar que la visita
sirva para advertir a Maduro de que Estados Unidos no tolerará ninguna
colaboración venezolana con cualquier acción militar rusa.
Pero con Maduro en
la presidencia, es difícil imaginar que Venezuela pueda dar la espalda a Rusia
y China en la nueva guerra que se libra en América Latina por recursos como el
petróleo, el gas o los minerales estratégicos. El presidente venezolano debe su
supervivencia a Moscú y Pekín. Sin el apoyo de la petrolera estatal rusa
Rosneft e inversiones chinas, no habría resistido las presiones desde la
Administración Trump a favor del cambio de régimen. Existen también importantes
vínculos militares entre Rusia, Venezuela y Cuba.
Así mismo, aunque
la solidaridad soviética es ya un recuerdo solo para los supervivientes de la
revolución cubana como Raúl Castro, La Habana mantiene lazos históricos con
Rusia, más necesarios que nunca tras el endurecimiento del embargo
estadounidense durante la Administración Trump. Casi tres décadas después de la
crisis de misiles de Cuba de 1963, la Administración Biden puede tener que
buscar otra relación con Cuba también.
Lo más sorprendente
de la nueva configuración geopolítica latinoamericana ante la guerra en Europa
es la postura de Brasil. El presidente ultraconservador, Jair Bolsonaro, visitó
Moscú días antes de la invasión rusa y, aunque la agenda de la reunión
–convocada meses antes de la crisis en Ucrania– se centró en asuntos
bilaterales y económicos, la visita no fue del agrado de la Administración
Biden.
Pese a ello,
Bolsonaro ha desafiado a Biden y rechaza sumarse a la condena occidental a
Putin. “No vamos a tomar partido; vamos a mantener la neutralidad”, dijo a
principios de mes, en un encuentro con periodistas en Brasilia.
El apoyo a Putin es
“el colmo de la esquizofrenia”, dijo un exdiplomático brasileño en una
conversación telefónica desde Brasilia. Bolsonaro, defensor en su día de una
guerra sin tregua contra la Unión Soviética, “ha apoyado en algún momento la
entrada de Brasil en la OTAN”.
La neutralidad de
Bolsonaro y otros países latinoamericanos genera cada vez mayor malestar en
Washington. El exembajador estadounidense en Brasilia, integrante del
Departamento de Estado de Obama, Thomas Shannon, advirtió en una entrevista en
el periódico brasileño Valor que “todos los países de Suramérica que quieren
ser socios de Estados Unidos o Europa deben condenar lo que ha hecho Rusia y
apoyar al pueblo de Ucrania”.
La contradicción de
Bolsonaro se debe, en parte, a los lazos estrechos que mantiene con Donald
Trump, otro líder de la derecha posliberal que no oculta su admiración por
Putin. “Bolsonaro nunca fue un aliado de Estados Unidos sino de Trump”, dijo el
diplomático. “Cuando Trump perdió las elecciones en 2020 era inevitable que
Bolsonaro se acercase a Putin para evitar quedarse solo; Putin es experto a la
hora de ofrecer cobijo a países que quedan aislados”.
Putin representa
para Trump y Bolsonaro un ejemplo de líder nacionalista fuerte, que desprecia
la supuesta ideología del globalismo y los derechos civiles para mujeres y
minorías. Hay motivos económicos también. Rusia es el principal exportador a
Brasil del potasio que se utiliza en los fertilizantes necesarios para cultivar
soja en el norte de Brasil.
Pero el apoyo al
presidente ruso ha levantado ampollas en el ala más ideológica del bolsonarismo,
aliada con la ultraderecha nacionalista ucraniana. La neutralidad de Bolsonaro
aleja a Brasil del bloque conservador pro-estadounidense de la región liderado
por presidentes como Ivan Duque, en Colombia; Guillermo Lasso, en Ecuador; y
Sebastián Piñera, en Chile.
Estos países se
mantienen como fieles aliados de Estados Unidos. Pero son todos presidentes
débiles o ya derrotados. Piñera dejará la presidencia chilena el 11 de marzo,
cuando Gabriel Boric, líder del Frente Amplio de la izquierda, tome posesión.
Boric se ha situado claramente en contra de Rusia. Pero no será un aliado de
Washington tan leal como Piñera, aunque solo sea por el 50% del cobre chileno
que se exporta a China.
En Colombia, el
candidato proamericano de Duque tiene escasas posibilidades de ganar las
elecciones presidenciales de mayo. Gustavo Petro, el candidato de izquierda
–crítico con Putin pero con la OTAN también–, es favorito. Lasso se enfrenta,
por su parte, a probables movilizaciones en un momento de crisis económica.
Argentina es otro
miembro del club pragmático de los no alineados en el hemisferio occidental.
Días antes de que el presidente brasileño visitase Moscú, el presidente
argentino Alberto Fernández se había reunido con Putin.
La buena relación
entre Buenos Aires y Moscú se debe en parte al astuto trabajo en la diplomacia
de las vacunas realizado por Rusia, que suministraba la Sputnik cuando las
grandes farmacéuticas occidentales fallaban a países de América Latina. Rusia
dio otro paso para arrastrar a Argentina hacia su órbita al ofrecerle apoyo
para la recuperación de las islas Malvinas en el 40 aniversario de aquella
guerra. Argentina, eso sí, condenó la invasión ante la ONU.
La buena relación
entre Buenos Aires y Moscú se debe en parte al astuto trabajo en la diplomacia
de las vacunas realizado por Rusia
Bolivia –otro país
beneficiado por el suministro de la Sputnik– también se negó a sumarse a la
condena a Rusia de la OEA. El acuerdo entre Moscú y La Paz, sobre la
cooperación en la producción del gas y el litio –ambos abundantes en Bolivia–,
es otro ejemplo de la ofensiva de seducción de Rusia en la región. El Salvador,
que ya demostró su alejamiento de EE.UU. al romper relaciones con Taiwán en
2018, tampoco ha condenado a Rusia tras la invasión.
Ni tan siquiera
México –cuya larga frontera con EE.UU. lo coloca en la zona de influencia
estadounidense– se ha unido incondicionalmente a la condena de Occidente a
Putin. En la primera reacción a la noticia de la invasión, el presidente de
izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, parecía minimizar la agresión rusa. El
canciller Marcelo Ebrard rectificó con un tuit en el que condenaba
“enérgicamente la invasión rusa de Ucrania”. Pero México no participará en las
sanciones contra Rusia “porque queremos mantener buenas relaciones (…) y estar
en condiciones de hablar con las partes en el conflicto”, dijo López Obrador en
una rueda de prensa.
La reunión de esta
semana en Ciudad de México entre López Obrador y Lula da Silva, favorito para
las elecciones presidenciales brasileñas, ha dado alguna pista sobre la
estrategia geopolítica de los dos gigantes latinoamericanos en el futuro si,
tal y como se espera, Lula se impone en las elecciones brasileñas de octubre.
Viejos líderes de la izquierda latinoamericana, curtidos en la primera Guerra
Fría y conscientes de las atrocidades perpetradas entonces con el beneplácito
de Washington. Ambos se oponen a la existencia de la OTAN.
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