CUANDO EL 'NO A LA GUERRA' ES UN PRIVILEGIO
"Ponerse
de perfil entre el invasor y el agredido puede convertirse en parte de la
agresión por muy bienintencionado que se sea. Si Ucrania pide ayuda hay que
dársela, humanitaria, económica, de asilo, pero puede que también mandarles
armas porque nos las piden y necesitan".
ANTONIO MAESTRE
Una profesora de Kiev llora agarrada a su rifle dentro de una furgoneta junto con tres mujeres civiles más de camino a tomar posiciones para defenderse de la agresión rusa. La fotografía de la periodista del New York Times cuenta mucho sobre la crudeza de quien no tiene elección a la hora de valorar su posición sobre un conflicto y sobre los debates de privilegiados que tenemos a miles de kilómetros de distancia asistiendo a la barbarie como si de una película se tratara. Esa profesora hace diez días solo tenía que preocuparse de evaluar a sus alumnos y de cómo afrontar la siguiente clase, pero ahora iba de camino al miedo, al dolor y posiblemente a la muerte. Sus ojos dicen 'No a la guerra', pero otros han elegido por ella que debe afrontarla, su mano sosteniendo un arma que le es ajeno habla de la resistencia y la valentía que los nacionalistas de todo cuño vanaglorian rodeándolo de épica pero que su gesto despoja de toda gloria. Es solo dolor.
La fotografía sirve
para desmontar dos visiones sobre la invasión de Rusia en Ucrania que nacen de
nuestro privilegio; una es la del 'No a la guerra' y otra la del del ardor
guerrero y la mitificación del combate, aunque es sin duda esta última la más
miserable. Siempre es preferible ser inocente que paladear con la sangre ajena.
El 'No a la guerra' es una pulsión cívica que tiene sentido cuando es la única
manera de actuar y expresarse entre la impotencia. Se puede comprender que
desde el miedo y la empatía ante el dolor ajena se use una proclama que tuvo su
importancia como actor político cuando José María Aznar formaba parte de una
alianza invasora y se esgrimía como método de presión para la opinión pública.
Es una declaración de bondad humana, pero que no puede guiar la acción de un
gobierno cuando a un país soberano como Ucrania no le han dejado elegir y le
han llevado a la guerra de manera unilateral.
Ponerse de perfil
entre el invasor y el agredido puede convertirse en parte de la agresión por
muy bienintencionado que se sea. Si Ucrania pide ayuda hay que dársela,
humanitaria, económica, de asilo, pero puede que también mandarles armas porque
nos las piden y necesitan y es la alternativa menos dolorosa a actuar de manera
directa actuando con tropas sobre el terreno y evitar así ser nosotros los
franceses e ingleses que durante la Guerra Civil nos dejaron abandonados.
Podemos negarnos a ser partícipes, pero eso nos convierte en neutrales en una
guerra injusta, quien mantenga esa posición tiene que explicar cuál es la
alternativa realista que no sirva solo para lavar su conciencia. La guerra no
la hemos elegido, gritarle que no no cesa los bombardeos sobre Járkov o un
posible sitio de Kiev, ha llegado a nosotros, porque somos Europa, por parte de
una potencia imperialista como Rusia que ha decidido quemar las banderas con la
proclama pacifista. En España vimos cómo aquellos anarquistas que siempre
fueron antimilitaristas no tuvieron más opción que empuñar armas para combatir
el fascismo. La historia siempre elige por nosotros.
El ardor guerrero
de quienes desprecian con chanzas y burla a todos aquellos que rechazan un
conflicto que solo genera caos, dolor y muerte es sin duda la posición más
despreciable que nace desde el privilegio de una vida cómoda.Esa pulsión
indigna está perfectamente representada en Arturo Pérez Reverte usando la
muerte de una combatiente del Batallón Sich de Svoboda para atacar el lenguaje
inclusivo. Se puede ser más gilipollas opinando en medio de una guerra, pero es
difícil. Habrá que seguir buscando en esa ralea de militaristas que asiste a la
devastación y la muerte con alborozo, personas que son la hez más hedionda que
supura entre tanta mierda. Una recua que jalea el envío de armas, las batallas
y la destrucción con un Javelin de un blindado con algún soldado ruso dentro
llevado a la guerra engañado. Esa calaña que celebra la guerra como si de un
partido de fútbol se tratara son una especie moral difícilmente calificable.
Pero aparte de su indignidad, sus representantes políticos tienen que asumir el
coste de la escalada y las consecuencias de los actos bélicos que enardecen,
además de explicar de dónde saldrán los recursos para iniciar un rearme. Porque
toda posición política tiene un coste y sus consecuencias.
Todo es terrible,
así que al menos defiendan sus posiciones con la humildad y la consciencia de
que cuando la historia aprieta no hay una posición pura e inmaculada que
arrojar al adversario. No pasa nada por no saber cuál es la respuesta adecuada
desde nuestra posición con respecto a la política que es necesaria en Ucrania
porque todas tienen problemas, generan contradicciones y ninguna garantiza el
éxito y la bondad. Puede que sí haya que enviarles armas para que se defiendan,
o rechazarlo y aumentar la vía diplomática, o ambas a la vez, lo que sí sabemos
es que todas esas propuestas las podemos valorar e intelectualizar desde una
posición cómoda y segura. Un privilegio que me incomoda profundamente cuando
veo a esa profesora de Kiev llorando y agarrada a un arma que quisiera enterrar
para recuperar su tiza y la vida que tenía hace solo diez días.
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