¡PRESIDENTE, LA JUSTICIA POÉTICA NO ES SUFICIENTE!
MARTA NEBOT
El presidente del Gobierno, Pedro
Sánchez, durante la convalidación de la reforma laboral.- EFE/ Juan Carlos
Hidalgo
Lo que vimos el jueves en el Parlamento no puede volver a suceder y no va a haber mejor momento que éste para cambiar las reglas que lo permiten. Parece evidente que hay que prohibir que los diputados, del partido que sea, engañen a la cámara para torcer el resultado de una votación. Lo que hicieron esta semana los dos de UPN, Sergio Sayas y Carlos García Adanero, (decir a los medios, a la ejecutiva de su partido, a otros diputados en los pasillos que votarían sí y, por lo tanto, la norma saldría adelante y hacer lo contrario, evitando así otras posibles negociaciones que pudieran aprobar la norma sin sus votos) no puede ser admisible. Tendría que costarles el escaño. Tampoco debería ser viable que el diputado que salve con su voto un Gobierno –de una moción de censura, por ejemplo– pase a ser parte de ese Gobierno, como ocurrió con cuatro de los seis votos cruciales que salvaron en marzo del año pasado a López Miras, el presidente de Murcia.
Ninguno de estos
episodios debería repetirse. Alimentan la antipolítica, dan letra a todo tipo
de corruptos, engendran lo peor de nuestras instituciones, acunan uno de los
peores cánceres de cualquier democracia o dicho de otro modo: hacen imposible
defender que la política es más que un juego de trileros.
En ese orden de
cosas, es decir, en lo importante que es preservar libres de trampas, trampitas
y tramposos a las instituciones, tampoco parece razonable que el error de un
diputado a la hora de apretar un botón pueda cambiar el resultado de votaciones
cruciales. Ni siquiera si el error fue confirmado; ni si siquiera si se
equivocó seis veces en el mismo día. Alberto Casero, el diputado del PP a quien
debemos la aprobación de la primordial reforma laboral, votó mal también en
otras dos votaciones en la misma jornada, según ha declarado.
Así que, desde aquí
se lo pido, Presidente y Presidenta de la cámara, por el bien de todos: lo suyo
sería anular los votos de los tránsfugas, echarles del hemiciclo para siempre y
cambiar el voto erróneo de Casero. El resultado sería el mismo pero se
asentaría un precedente importante que no dependiera de ninguna arbitraria
justicia poética. Y, si para esta vez no es posible porque no se pueden cambiar
las reglas del juego a mitad de partido, hagan los cambios que haya que hacer
para que este bochorno no siga abochornándonos.
Ha llegado la hora
de convertir el Pacto Antitransfuguismo en algo serio. Firmado en 1998,
renovado desde entonces tres veces, ratificado por 11 partidos estatales en
2020, esta semana ha vuelto a demostrar que no es que sea papel mojado es que
se lo lleva el viento cada vez que sopla. Es cierto que el PP abandonó este
acuerdo en junio del año pasado, después de que la comisión de seguimiento del
pacto resolviera que los diputados de Ciudadanos que salvaron el gobierno
murciano del PP son unos tránsfugas. Por más que al PP le pique, no se puede
llamar de otra manera a quienes salvan un gobierno después de haber firmado,
como el resto de sus compañeros de partido, que no lo harían y pasan
automáticamente a ser parte del mismo ejecutivo que salvan con sus votos. Pero
también es verdad que este pacto, antes de eso, tampoco ha evitado otras veces
transfuguismos escandalosos.
Inés Arrimadas, a
raíz de lo de Murcia, pidió llevar este pacto al terreno de los hechos, sacarlo
del bonito e inoperante mundo de color de las recomendaciones y de la falta de
desarrollo. El texto ratificado en 2020 establecía el compromiso de todas las
fuerzas políticas firmantes para "impulsar la modificación de los
reglamentos de las cámaras autonómicas y los reglamentos orgánicos de las
corporaciones locales, para adaptarlos a lo establecido en los Acuerdos y las
modificaciones legales que de estos se deriven". Es decir, todos firmaron
que se convirtiera en hechos. Ese punto nunca se ha desarrollado en ninguna
cámara, ni en la estatal ni en el resto.
Ciudadanos propuso
entonces una reforma de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG)
para hacer posible que el pacto tenga consecuencias jurídicas en serio. Entre
las fórmulas que propusieron estaba que la Junta Electoral Central fuera
competente para inhabilitar a cargos públicos que incurrieran en prácticas de
transfuguismo.
No sé si ése es el
mejor camino o si hay otro mejor. Solo sé que estamos en un momento crucial en
el que las mejoras de nuestras democracias no se pueden posponer más porque el
futuro huele ya a podrido. O vamos arreglando las grietas del sistema o esos
serán los huecos por dónde se cuelen los que amenazan con romperlo.
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