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domingo, 9 de enero de 2022

LOS REYES MAGOS O JUANITO

 

LOS REYES MAGOS O JUANITO

ANÍBAL MALVAR

Cabalgata de reyes magos el pasado miércoles en Segovia. EFE/Pablo Martín

Ya ha pasado el día de reyes. Los niños de cierta ideología, muchos de ellos mayores de 40 años, dicen que hay que mantener la tradición, y no aseverar que los reyes magos no existen. Y todos los años, durante varios días, observamos cómo los periódicos y los telediarios anuncian la llegada de tres tipos cargados de regalos. Una estrategia comercial se convierte en tradición, y parece ser que con las tradiciones no hay que meterse, por mucho que sea tradicional también la ablación de clítoris en ciertas inculturas. Pero ya hemos superado el día de los Reyes Magos, y los niños ya no leen los periódicos ni ven los informativos de manera compulsiva, así que creo que es momento para poder escribir sobre el asunto.

 

Todos los años os relato, con cierto miedo a aburrir, que en la Biblia no existe alusión alguna a tales reyes. Los que acudieron al presunto portal de Belén en esa truculenta historia no eran tres reyes. Eran magos. Alquimistas. Científicos. Ese tipo de sabios a los que la Iglesia ha perseguido y mandado asesinar desde que se instauró la superstición como forma de cultura.

 

Sin embargo, todos los años, como borregos, los periódicos y todos los medios de comunicación generalistas asumimos que existen esos reyes que van dejando regalos a los niños. La mentira es normalizada. La incultura se convierte en portada. Y el negocio es redondo. El bombardeo informativo sobre esta superchería es tan bestia que los padres que no pueden comprarle garbanzos a sus hijos acaban gastándose el dinero que no tienen en plásticos con forma de pistola o muñequitas de látex de El Corte Inglés. Es una campaña de publicidad que los medios le hacemos gratis a los vendedores de idiotez: a las grandes superficies.

 

Por eso no se puede decir que los reyes magos no existen. Te despiden de los periódicos porque pierdes publicidad. Decir que los reyes magos no existen es casi tan pecaminoso, en un periódico, como escribir que Felipe VI conocía y compartía las andanzas peseteras de su padre. Vender la ignorancia, la estupidez y el timo como tradición sigue siendo muy rentable en esta época, que llamamos del saber y la comunicación. Las grandes superficies comerciales se forran. Muchos de vosotros que me leéis, y que tenéis cierta capacidad adquisitiva, habéis llenado vuestros salones de chorradas plásticas envueltitas en papeles de colorines no biodegradables para mantener esta presunta tradición. Vuestros hijos y nietos se habrán puesto contentísimos. Y dos mil niños de la Cañada Real llevan un año sin luz. No creo que esos niños crean ya en los reyes magos.

 

Por una mera cuestión deontológica, estas fábulas no deberían aparecer en los periódicos. Se eliminó el día de los inocentes, en los que siempre los medios contábamos alguna más o menos graciosa noticia falsa. Sin embargo los reyes, el día de la madre y del padre, y todas esas falsas tradiciones consumistas, continúan ahí. El mensaje es claro: hay unos determinados días en los que, socialmente, con el pretexto de la ilusión de los niños, se te obliga a consumir. Cualquier cosa que no necesites. A eso se le llama regalo. Y yo no creo que sea un regalo que haces, sino un robo que admites.

 

No os voy a decir que yo sea un tipo muy puro que no cae en los halagos consumistas. Pero cada vez menos.

 

Los que sois padres sabéis que no os queda otro remedio. El bombardeo informativo es tan enorme que no podéis descontentar a vuestros hijos cuando vean que los otros han recibido bicicletas con tres ruedas y unicornios con dos cuernos. Fantasías que cuestan dinero y no sirven para nada.

 

Que los periódicos inflamen el consumo navideño de cosas inútiles basándose en el engaño a los niños es perverso, y dice mucho de nuestros periódicos. Nos obliga a gastarnos el dinero que no tenemos en ilusiones publicitarias, y no en necesidades. Vuestros hijos no os van a querer más por más cosas que les regaléis. El único regalo que yo valoro es una edición barata en Plaza y Janés de Jane Eyre que me hizo mi madre cuando era un chaval. Ese libro me enseñó a escribir. Y desde entonces no hago otra cosa que llenar vuestras estanterías de obras maestras indiscutibles, cargadas de prosodia y alejandrineces. No sé cómo no se os hunden las estanterías.

 

El otro día, en el cementerio de la Almudena, por capricho, le regalamos por reyes a la tierra el cuerpo de Juan Moreno Mendoza. Un amigo. Una especie de padre que nunca me hizo un regalo. Salvo su presencia. Escribo esto espantando lágrimas del teclado como si fueran mosquitos. No os creáis que gastándoos la pasta el seis de enero en El Corte Inglés vais a tener más amor de vuestros hijos. Ni en el día de la madre o del padre (otros inventos recientes de los grandes comercios). El amor se consigue de otra manera. Si yo fuera un poco listo, os diría que nunca le hagáis demasiado caso a los periódicos que os venden qué, cómo y cuándo tenéis que comprar amor. Yo siento mucho más amor por los que nunca me han comprado nada. Juanito.

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