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miércoles, 1 de diciembre de 2021

UNA LEY MORDAZA A CADA LADO DE LOS PIRINEOS

 

UNA LEY MORDAZA A CADA LADO DE LOS PIRINEOS

Cabe preguntarse cuánta diferencia hay entre un Gobierno, el francés, que se manifiesta con los policías y otro que deja que circulen libremente tanquetas para reprimir a manifestantes gaditanos

ELIZABETH DUVAL

Hoy vamos a contar una historia. Es una historia que se parece a otra: habla sobre una ley de nombre un poquito socarrón. En España tuvimos, y hay que tomar aliento para pronunciarla, la Ley Orgánica de protección de la seguridad ciudadana; en Francia, en 2021, salió adelante la ley “para una seguridad global que preserve las libertades”. Es interesante analizar a quién asegura cada una de las leyes. O la cuestión de las libertades, que el primer ministro Jean Castex pareció querer colar casi con sorna. Hubo un artículo particularmente polémico: el 24, luego reconvertido en 52. Hablaba de la difusión de vídeos e imágenes en los que apareciera un policía. A quien haya estado atento al debate de estas semanas la cosa le sonará, y mucho: han sido policías españoles los que, al hablar de la reforma (no digamos derogación en vano) de la Ley Mordaza, han considerado que permitir que se les grabe era ponerles en riesgo.

 

Vamos con el artículo 52 de la ley “para una seguridad global que preserve las libertades”. Intentaremos repetir el nombre lo menos posible, pero tenemos la mala suerte de que en Francia no se encontró un apodo tan pegadizo como el de Ley Mordaza. A la nuestra la llamaban loi bâillon. La suya: “Cinco años de prisión y setenta y cinco mil euros de multa para quien incitara, con el objetivo manifiesto de poner en riesgo la integridad física o psíquica, a la identificación de un agente de la policía nacional, un militar de los gendarmes nacionales o un agente de la policía municipal cuando estos actúan dentro del marco de una operación”. El debate sobre la intención es un debate legal complicado. Esa era la versión que salió del Senado francés… censurada por el Consejo constitucional, que la consideró dañina para las libertades individuales, también en sus artículos sobre el uso de drones para la vigilancia, así como la identificación facial, demasiado laxos y permisivos con las prácticas que podía realizar la policía.

 

La ley, meses antes, en su primera versión, provocó un escándalo tremendo. Lo que buscaba restringir en su primera versión, la que votaron diputados franceses y no senadores, no era la “incitación a la identificación”, sea ese extraño concepto jurídico lo que sea, sino la difusión de la imagen de un policía “que pudiera identificarlo” más allá de su número oficial de identificación. Dejaremos para otro momento el tema de que cualquiera que haya estado en una manifestación, francesa o en otra parte, conoce bien lo camuflados que pueden estar esos números. Lo importante, para que nos entendamos, son dos factores: uno, la redacción de este artículo buscaba complacer a los sindicatos de la policía, tan escorados a la derecha como en España; dos, el ministro del Interior responsable de la reforma es Gérald Darmanin, venido de la derecha tradicional. Es decir: el mismo que le dijo en un debate a Marine Le Pen que su discurso era demasiado blando, porque él consideraba el islam “como un problema” y ella parecía reducir el conflicto “al islamismo”.

 

El 19 de mayo la policía organizó una enorme manifestación delante de la Asamblea Nacional. ¿Lo más obsceno? Se manifestó con ellos el ministro de Interior

 

Una versión nueva de la ley se ha logrado imponer, a pesar de todas las resistencias, que contaban entre sus filas de peligrosos izquierdistas contra todo tipo de orden público a varios tribunales y organizaciones de prensa. No dejará de estar a la orden del día: el debate francés está tan derechizado que la cuestión de la seguridad se supera a sí misma cada día un poco más. En el debate para las primarias de los Republicanos se preguntó a los candidatos si había que desplegar al ejército para imponer la paz en los “barrios difíciles” de la República. Entiéndase: en los barrios con inmigrantes. En ese contexto, que es peor que el español, y que si España piensa en replicar en un futuro se anuncia desolador, un evento desde fuera bastante vergonzoso marcó la agenda pública durante semanas.

 

 

El 19 de mayo la policía organizó una enorme manifestación delante de la Asamblea Nacional, encabezada por el sindicato Alianza. ¿Lo más obsceno? Se manifestó con ellos Gérald Darmanin. El ministro de Interior apoyó una manifestación que pedía penas más duras contra quienes “agredieran”, “atacaran” o violentaran de algún modo a la policía. El ministro de Interior apoyó a los jefes de unos sindicatos que declaraban, con una clara retórica guerracivilista, que el problema de la policía francesa era “la justicia”, aparentemente politizada en su contra, y que por culpa de la justicia la paz era imposible.

 

Hubo un pequeño chantajito emocional que catapultó la concentración de policías al éxito más rotundo. Fueron las muertes de Stéphanie Montfermé y Eric Masson, dos agentes, lo que propició que durante unas cuantas semanas el discurso público estuviera centrado en lo difícil, duro y violento que es ser policía, y en el miedo que sienten ellos “al no saber nunca si regresarán a casa cuando van al trabajo”. Desapareció todo el rechazo a las violencias policiales vividas durante las movilizaciones de Chalecos Amarillos, donde personas fueron mutiladas, gaseadas o acabaron perdiendo un ojo, como retrata el cineasta David Dufresne en su documental Un pays qui se tient sage. Lo importante era dar una palmadita en la espalda a los policías conmocionados por un suceso violento y perturbador, pero estadísticamente excepcional: jamás la policía ha estado más protegida y jamás han muerto menos agentes que hoy. Pero parecía, por unos instantes, que la verdad era la mentira y la mentira la verdad: la situación, que para ellos nunca había sido mejor, aparentaba ser insostenible. Y en ese terreno cada uno jugó su papel.

 

Acudió casi todo el mundo a la manifestación. No es mi intención aburrirles con los nombres, así que hablemos de referencias ideológicas más fáciles de asimilar. Estaba allí la derecha tradicional francesa, particularmente la presidenta de la región de Isla de Francia (en la que se encuentra París: su Ayuso) y candidata en las primarias Valérie Pécresse. Pero también el actual candidato de los Verdes. O el secretario general del Partido Socialista. O el portavoz de la extrema derecha. O incluso el actual candidato del Partido Comunista Francés. Los que no fueron, los representantes de la Francia Insumisa, eran considerados como traidores al orden republicano, peligrosos islamoizquierdistas. Lo típico, lo de siempre.

 

Es difícil imaginarse a representantes del PSOE, de Más País o del PCE en la manifestación contra la reforma de la Ley Mordaza, codo con codo con los agentes de Jusapol

 

Esto nos demostrará que, al menos por ahora, sí que hay algunas diferencias entre Francia y España. Es difícil imaginarse a representantes del PSOE, de Más País o del PCE en la manifestación contra la reforma de la Ley Mordaza, codo con codo con los agentes de Jusapol. Pero cabe la posibilidad de preguntarse cuánta diferencia hay entre un Gobierno que se manifiesta con los policías y otro que deja que circulen libremente tanquetas para reprimir a manifestantes gaditanos. Fernando Grande-Marlaska nunca le diría a Santiago Abascal que su discurso sobre la inmigración es demasiado blando, pero las actuaciones de Interior en España desde la izquierda destilan a veces tanto miedo a los policías como amor aparece en las francesas. Si se deja que tiren de la cuerda, declarando siempre, como hizo la portavoz del Gobierno, que se está de lado de la policía y del orden público, sin admitir sus excesos y sin combatir su derechización, el futuro que nos espera será un futuro muy francés: o con la policía omnipotente o fuera del Estado. Y esa mentalidad, que en Francia se encarna también en un dominio total de la derecha, es casi más aterradora que cualquier Ley Mordaza: es la imposición de una mordaza mental e ideológica.

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