¿Y CUANDO EL ÁRBITRO ESTÁ COMPRADO?
JUAN CARLOS MONEDERO
Ruiz
Escudero y Ayuso. EFE
"No me gusta ese hombre. Tengo que llegar a conocerlo mejor", dijo Abraham Lincoln. Esa bonhomía es encomiable, aunque no impidió que su país se desangrara en un guerra civil. La actitud es la que recomendarían los padres y madres a sus hijos aunque no descarto que tenga que ver con que finalmente le dispararan de muerte en el teatro Ford un 14 de abril de 1865. ¿Hay que desconfiar de los sicarios?¿Hay que decir que el árbitro está comprado?¿Te equivocas cuando sospechas de los policías y las leyes o estás tirando piedras sobre tu propio tejado?
La pregunta sigue
siendo bastante parecida a la que se hizo Platón hace veinticinco siglos con el
mito de la caverna: ¿qué haces con los tramposos? Algo que vale para Sócrates,
los sofistas, el mismo Platón, los pederastas con sotana, Amancio Ortega y
Florentino Pérez, Santiago Abascal y sus chiriguitos, Felipe González y sus
atajos, los tertulianos, los que presentan programas y telediarios en
televisión a sabiendas que mienten, Pedro Jota y Eduardo Inda con sus
inmoralidades rotundas, Steve Bannon, Carlos Lesmes o Enrique Arnaldo, los
ricos con dinero de dudosa procedencia que compran periódicos para ejercer
tareas de mercenarios, José Luis Martínez-Almeida o Isabel Díaz Ayuso. No todos
son iguales, faltaría más. Pero ninguno va a recibir un premio honesto sobre
honestidad. Les puedan dar, eso sí, el Planeta, como a Fernando Savater, el
filósofo de la ética.
Toda la teoría
política con tintes democráticos descansa en un principio: las reglas son
iguales para todos. Ese "todos", es verdad, casi siempre ha tenido
trampa, porque el liberalismo siempre ha sido experto en dejar fuera del grupo
a los que financiaban el bienestar de los que estaban dentro del grupo.
Qué haces con los
que utilizan precisamente los contrapesos institucionales para acrecentar sus
ventajas. Qué haces cuando el policía, el juez, los medios de comunicación
están del lado de los que sólo juegan con las cartas marcadas.
Uno de los
principales problemas teóricos de la democracia liberal es qué haces con los
tramposos, con los rentistas, con los gorrones, con los mentirosos. No solo con
los que pagan a policías para complementarles el sueldo, los que cobran en
negro y son así más competitivos, los que se benefician de las huelgas que
hacen los compañeros, con los que se cuelan en los transportes públicos o para
vacunarse, con los que colocan piezas en un Gobierno o en un Ministerio. Lo
relevante es qué haces con los que utilizan precisamente los contrapesos
institucionales para acrecentar sus ventajas. Qué haces cuando el policía, el
juez, los medios de comunicación están del lado de los que sólo juegan con las
cartas marcadas.
Durante el siglo
XX, la salida fue alguna forma de lucha armada que debía resolverse en una
revolución que trajera la democracia. En cada una de esas ocasiones, el poder
en cada país, apoyados por alianzas
internacionales hicieron todo lo que estuvo en su mano para que los procesos revolucionarios
fracasaran. A menudo, acorralándoles, para que se enrocaran y terminaran
equivocándose. Casi siempre, generándoles divisiones internas.
Inicialmente,llevándoles a guerras.
El liberalismo
construyó su teoría sobre la base de sujetos parecidos que tenían intereses
similares y compatibles. Propietarios blancos mayores creyentes. En el
Parlamento del siglo XIX no había pobres ni negros ni indígenas ni mujeres ni
jóvenes ni homosexuales ni apóstas. El liberalismo es una teoría normativa, que
se inventa la realidad, no la describe. El Estado, como dijo Marx, tenía la
misión de solventar las peleas que podía perjudicar los intereses conjuntos de
la burguesía. Y entonces ¿qué hacen peleándose Almeida y Díaz Ayuso?
La negativa, que es
en su relato la libertad auténtica, es la libertad de que nadie te ponga
límites siempre y cuando de manera evidente no hagas daño a los demás. Es la
aristocracia de los vencedores: como a mí no me va mal, déjame en paz.
La pelea en la
derecha española nos deja lecciones claras de lo que significa en verdad la
política conservadora. Hay muchos intelectuales que defienden el marco del
liberalismo para justificar las discusiones entre la derecha y la izquierda.
Con una brocha gorda dicen que la derecha defiende la libertad, el control del
poder en nombre de la autonomía individual y el miedo legítimo a unas masas que
actúan como borregos. En su lectura teórica, el socialismo es el enemigo de la
libertad, porque quiere regular la economía, quiere meter lo público en la sanidad,
la energía, la industria, la educación, la información, el entretenimiento o la
banca, y que eso limita la libertad de los ciudadanos.
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En nombre de la
teoría, los filósofos políticos liberales defienden la libertad de expresión o
de organización incluso del fascismo y ponen a todos los partidos en el mismo
nivel, defendiendo que, como postulan en la teoría la igualdad de oportunidad,
las diferencias no son sino el resultado de decisiones individuales libres y
responsables. Que cada palo aguante su vela.
El liberalismo, en
la teoría, ha diferenciado entre la libertad negativa y la positiva. La
negativa, que es en su relato la libertad auténtica, es la libertad de que
nadie te ponga límites siempre y cuando de manera evidente no hagas daño a los
demás. Es la aristocracia de los vencedores: como a mí no me va mal, déjame en
paz. El liberalismo solo ha visto en la historia lo que ha querido. Como hemos
dicho, nunca vio a los esclavos negros, nunca vio a los indígenas que sufrieron
la conquista, nunca vio a los pobres desposeídos de los bienes comunales, y
puestos a no ver, hasta el siglo XX no vio a las mujeres, que desde las
reformas de Clístenes en lo que llamamos la democracia Grecia y pese a que
hablamos de democracia, y más tarde de proletariado, de sufragio universal o de
ciudadanía, se han tirado otros veinticinco siglos sin que los liberales, y a
menudo también una parte de la izquierda, haciéndole el juego a los liberales,
les dejaran siquiera votar.
Nos la pasamos
discutiendo con la teoría liberal, cuando lo que hay que hacer es discutir con
la práctica. En España, la ley Mordaza la hizo la derecha; quienes no dejan espacio en los medios de
comunicación a la izquierda, quienes quieren desregular el derecho laboral para
que durante diez o doce horas al día seamos propiedad de un patrón, es la
derecha.
La libertad
positiva, que es, para ellos, socialismo puro, implica que el Estado –o quien
se encargue de las cosas colectivas- para hacer real la libertad necesita
redistribuir la renta y poner límites a los dragones. Por ejemplo, obligando a
pagar impuestos, no dejando que conduzcas borracho, que vayas a 100 delante de
un colegio, que fumes en un cine o en un restaurante, que le pegues un tiro a
alguien solo porque tienes una pistola ni que nadie, por mucho poder que tenga,
pueda violar a nadie y mucho menos a un niño o a una niña.
Nos la pasamos
discutiendo con la teoría liberal, cuando lo que hay que hacer es discutir con
la práctica. La lucha contra la Unión Soviética, igual que la lucha contra la
Revolución francesa o cualquier proceso popular se ha presentado como una lucha
contra la libertad. La libertad que reclama la aristocracia de los vencedores.
Sin embargo, en España, la ley Mordaza la hizo la derecha; quienes han querido
limitar el derecho de huelga ha sido la derecha; quienes no dejan espacio en
los medios de comunicación a la izquierda, es la derecha; quienes nos han
espiado en las redes para controlarnos ha sido la derecha y quienes quieren
desregular el derecho laboral para que durante diez o doce horas al día seamos
propiedad de un patrón, es la derecha. Es la derecha la que ha asesinado a una
mujer en Polonia al no permitirle abortar hasta que el feto muriera en su
vientre. Una septicemia se la llevó al cielo, supongo que, pensarán, por la
voluntad de Dios.
En Madrid, se están
peleando dos candidatos a ocupar la Secretaría General del Partido Popular.
José Luis Martínez-Almeida, alcalde madrileño, e Isabel Díaz Ayuso, presidenta
de la Comunidad de Madrid. Es muy aleccionador, porque no discuten por
ideología y ni siquiera por táctica. Discuten por poder. Porque la derecha hace
política para tener poder y recompensar a los suyos. Porque es ahí y solo ahí
donde se desencuentran. No andan con tonterías ideológicas como la izquierda.
Si Abascal hubiera seguido teniendo un cargo en el Partido Popular, nunca
hubiera puesto en marcha Vox. Que es otro chiringuito para ganar dinero. Eso
sí, en nombre de la libertad.
En Madrid pueden
tardarte tres meses para darte cita para un análisis de sangre y seis meses
para darte los resultados. Nueve meses. A gente con enfermedades ya
diagnosticadas, con sus volantes, sus informes médicos, les dan fecha de seis
meses para atenderles. En la Comunidad Autónoma donde Díaz Ayuso ganó las
elecciones en nombre de la libertad. El neoliberalismo empezó en los países del
sur. Pero llegó a Europa y a Estados Unidos. De ahí nace la extrema derecha.
El primer paso del
fascismo siempre ha sido no considerar a los demás personas iguales que tú, tu
familia o tu grupo. Y eso es lo que están haciendo en nombre del liberalismo. Y
de la libertad.
Todo lo que ensayas
fuera, siempre terminas aplicándolo dentro. Vale para cuando haces campos de
concentración en Marruecos o Cuba, cuando conculcas los derechos humanos con
extranjeros o cuando mientes frente a otros países y otras ciudadanías.
Terminas trayendo esas malas prácticas a tu país. Ha dicho Ayuso que la
candidatura de Almeida le quita su libertad y Almeida ha dicho que la de Ayuso
le quita la suya. Es en esas cosas en las que están de acuerdo.
La libertad de
quienes se morirán antes de ver un médico en Madrid no les resulta relevante.
Porque dice la teoría liberal y la práctica, que si no pueden pagarse un médico
privado, por algo será. El primer paso del fascismo siempre ha sido no
considerar a los demás personas iguales que tú, tu familia o tu grupo. Y eso es
lo que están haciendo en nombre del liberalismo. Y de la libertad.
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