UNA MISA POR FRANCO Y PINOCHET
PABLO IGLESIAS
España, día de un año, en noche de sábado. El líder del Partido Popular, Pablo Casado, es sorprendido acudiendo a una misa en Granada en honor al dictador Francisco Franco. A misa se suele ir el domingo, pero Casado es tan devoto que prefirió ir el sábado, un 20N, a una iglesia en la que se celebraba un oficio en memoria del dictador. La avanzadilla de seguridad no debió de percatarse ni alertarse al observar las banderas con el águila imperial que decoraban la iglesia. A Casado, Franco le importa lo mismo que Eloy Gonzalo, héroe español de la Guerra de Cuba, pero estaba haciendo un gesto político. Allí me colé y en tu misa me planté, coca-cola para todos y algo de comer. Aunque el PP fue fundado por siete ministros de la dictadura franquista, hubo un tiempo en que este partido tomó distancia de su ADN. Aznar incluso llegó a reivindicar la figura del republicano Manuel Azaña. Hoy, con su gesto, Casado recuerda a las bases culturales de la derecha que él puede ser tan franquista como Abascal.
Chile, día de un
año, en noche de domingo. Gana la primera vuelta de las elecciones
presidenciales el ultraderechista José Antonio Kast. Los Kast, una conocida
familia de la oligarquía chilena, proceden de un oficial nazi que emigró a
Chile tras escapar de los aliados en Italia. Michael R. Kast, hermano de Jose
Antonio y miembro del grupo de economistas neoliberales conocido como los
Chicago Boys, fue ministro y presidente del Banco Central de Chile durante la
dictadura de Augusto Pinochet. José Antonio lleva siendo diputado desde hace 20
años. Pinochetista declarado, participó activamente en la campaña de 1988 en
favor del sí a la continuidad de la dictadura. Su referencia en España es Vox.
Es admirador de Trump y Bolsonaro.
¿Qué ha pasado para
que en España el PP esté siendo vampirizado por Vox y para que en Chile la
ultraderecha pinochetista haya hegemonizado la reacción conservadora al impulso
constituyente?
Mis amigos chilenos
me dicen que allí también se habla del síndrome de Weimar. En Chile, de hecho,
conocen mucho mejor Alemania que en España. El neoliberalismo en Chile se
implantó a sangre y fuego. El ejército bombardeó el palacio de La Moneda y
asesinaron a millares de chilenos poniendo fin a la experiencia democrática de
Allende, recordando así un principio fundamental de la ciencia política
latinoamericana, a saber, la derecha (y los Estados Unidos) aceptan los
mecanismos democráticos siempre y cuando no cuestionen los fundamentos del
poder económico. Tras la derrota de Pinochet en el referéndum con el que intentó
blindarse, el de Chile fue un sistema político sin grandes sobresaltos;
centrismo político y neoliberalismo económico que asegurara que la democracia
no se saliera de madre. Por algo se ponía siempre como ejemplo de éxito:
democracia sí, pero hasta cierto punto, que si no para algo están los pacos.
En España la
Transición modélica consolidó también un sistema estable. Presos políticos a la
calle a cambio de no juzgar, ni hablar, ni reconocer que existieron los
crímenes de la dictadura. Hay quien hoy tiene la santa jeta de decir que
aquello la izquierda lo defendió con entusiasmo, como si hubieran tenido otra
alternativa para sacar a su gente de las cárceles franquistas. El caso es que
también aquí nos quedó un sistema estable. El científico político polaco Adam
Przeworski se sorprendía de que en España se hubiera podido hacer una
transición sin tocar ni uno solo de los intereses de las oligarquías
económicas. En lo estrictamente político, en España se consolidaron cuatro
grandes partidos de gobierno, dos de ámbito estatal (uno socialdemócrata a la
alemana y otro conservador que enseguida se quiso parecer a los democristianos)
a los que se unían otros dos partidos de centro derecha hegemónicos en sus
respectivos territorios; CIU en Cataluña y el PNV en Euskadi. El caso es que
estos cuatro partidos no solo estuvieron de acuerdo con la monarquía como forma
de Estado y con el desarrollo del Estado Autonómico como solución a la tensión
plurinacional, sino también en un tipo de modernización económica que asumió la
incorporación de España a la división del trabajo europea en una posición
subalterna. Aquí habríamos de vivir de la construcción y el turismo. Y así fue.
Recuerden lo solo que se quedó Julio Anguita criticando Maastricht mientras las
CC.OO. de Antonio Gutierrez apoyaban el tratado. Así fue España mucho tiempo.
Aquel andamiaje
político y económico que dio a España su periodo más estable empezó a
resquebrajarse con la crisis económica de 2008 y el surgimiento de dos
movimientos de una fuerza electoral sin precedentes; el independentismo catalán
y Podemos. La reacción del establishment a ambos se alimentó de un brebaje
ideológico peligroso: el españolismo reaccionario. Aquel brebaje alimentó al
PP, hizo crecer a Ciudadanos y finalmente parió una ultraderecha hija del PP
que compite con marca electoral propia con casi cuatro millones de votos (Vox)
y que devora al propio PP, que no solo cuenta con una presidenta de estilo
trumpista en Madrid o un verso libre como la marquesa Cayetana Álvarez de
Toledo (dispuesta a defecar sus aristocráticas heces en el convento de los
populares en el que parece que no le queda mucho), sino que ve a su líder y
candidato ir, aún con cierto disimulo, a una misa en honor de Franco.
El sistema político
chileno comenzó a tambalearse con el llamado estallido social chileno de 2019,
movilizaciones masivas que se iniciaron con el alza abusiva en las tarifas del
transporte y que desembocaron en un proceso constituyente.
Quién habría de
decirles a los señores del establishment en Chile y en España que el cuidado de
sus intereses tendrían de arrendárselo a los doberman de la ultraderecha, con
lo a gusto que ellos estaban con los perros pastores de la concertación y la
derecha en Chile, o los mansos mastines del bipartidismo en España.
Pero es que la
historia, aunque no se repite, rima. Por eso conviene recordar y hablar de
Weimar y de su principal lección, a saber, que los nazis no llegaron solos,
sino que la derecha supuestamente moderada –Hindenburg y Von Papen– les abrió las puertas, igual que hicieron los
monárquicos con Mussolini y la derecha católica en España.
En las misas
españolas nunca se ha dejado de hacer política. Bien lo sabe Casado.
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