SIEMPRE ES HALLOWEEN EN GÉNOVA 13
DAVID TORRES
Exterior
de la sede nacional de Génova 13 en Madrid.
Muchos de quienes paseaban por delante del edificio de la calle Génova 13, la sede del PP, no podían evitar la sensación de que se encontraban ante un caserón maldito, una de esas mansiones encantadas de los relatos de Henry James donde las institutrices, el mayordomo y la mayoría del personal de servicio hace años que están criando malvas -no digamos cómo será la sensación para la gente que trabaja dentro. Desde el exterior, el emblema de la gaviota ondea como los cuervos y los murciélagos en las películas de terror, pero en el interior la peste a muerto debe de ser acojonante, con cuchilladas a traición por los pasillos, una contabilidad fantasma que nadie tiene ni puta idea de dónde habrá salido y los cimientos amasados en dinero negro.
Los rumores sobre
muertes repentinas, epidemias de amnesia, discos duros borrados a martillazos y
accidentes extraños siempre han acompañado la lúgubre historia de esa sede a la
que no se atreven a acercarse ni los satanistas ni los parapsicólogos ni Van
Helsing armado de un crucifijo y dos kilos de ajos. De hecho, una sentencia
judicial con fecha de la semana pasada acredita que la reforma de la sede del
PP la llevaron a cabo unos espíritus malignos a espaldas de toda la directiva,
una serie de obras espectrales planeadas desde una ouija y perpetradas por
albañiles del más allá en diferido y en forma de simulación.
Por lo visto,
durante décadas, sin que nadie supiera cómo había llegado hasta ahí o qué
cojones pintaba dentro, uno de los principales despachos de Génova 13 estuvo
ocupado por un alma en pena llamada Bárcenas que se divertía repartiendo dinero
del monopoly y rellenando libretas de iniciales sólo por joder al personal.
Aprovechando que esa pobre gente desconocía por completo el funcionamiento del
dinero negro, blanco o verde -como lo prueba su gestión económica del país-, el
tesorero fantasma estableció una serie de contratos infernales con los
sucesivos mandamases del PP mediante rituales de magia negra. Vale, puede que
se me haya ido un poco la mano, pero no se crean que esta descripción difiere
mucho de lo que de verdad dicta la sentencia.
Desde los tiempos
lejanos de Fraga, y quizá desde mucho antes, se percibe una atmósfera
truculenta en la sala de máquinas del PP, una formación política, como todas
las demás, en perpetua dinámica de exterminio interno, pero que, al contrario
que otras, suele ofrecer al público una apariencia de calma y serenidad calcada
de aquellos desfiles con los que el régimen celebraba la apacible paz de los
cementerios. La derecha no lleva muy bien las discrepancias ni las disidencias
ni las discusiones internas porque eso de discutir, disentir y discrepar son
cosas de rojos. Para demostrarlo, ahí están Aguirre y Gallardón, quienes
mantuvieron una larga y apasionada historia de amor político, estuvieron años
dándose patadas por debajo y por encima de la mesa, y al final terminaron como
Romeo y Julieta.
La disputa que
enfrenta a Casado y Ayuso por el liderazgo del partido tiene ya todo el aire de
un matrimonio en toda regla. A Casado no le costó mucho convencer a sus
allegados de que era mejor candidato que Sáenz de Santamaría por la sencilla
razón de que estaba mucho peor preparado que ella: apenas tenía experiencia
política de alto nivel, había comprado un máster en los chinos y subía el pan
cada vez que abría la boca. En otras palabras, era perfecto, el sucesor ideal
de Mariano y Jose Mari. Sin embargo, esos mismos defectos Ayuso los ha elevado
al cubo, además de la ventaja de haber arrasado en las elecciones autonómicas
gobernando Madrid con la misma solvencia con que gobernó la cuenta de twitter
de un perro. Madrid, por suerte, no es España, pero para el PP lo parece, eso
sin contar que en Génova las rencillas duran más allá de la vida y la noche de
Halloween se prolonga todos los días del año.
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