RELATO DE UN PORTEÑO SIN GOMINA
Eduardo Sanguinetti, filósofo y poeta.
“Mi historia será importante y la cicatriz que dejó en la cara del mundo tendrá sentido. No puedo olvidar que estoy haciendo la historia, una historia paralela, que corroerá toda la historia sin sentido. No me considero un libro, un informe, un documento, sino una historia de nuestro tiempo”
(Fragmento del capítulo de mi libro Morbi Dei, editorialCorregidor, 1985)
A menudo un exceso de cultura sirve de coraza contra las diversas ignorancias, la fe en el progreso y el azar inexistente.
Más allá del mito
de Sísifo no es otra cosa que el balbuceo de cuerpos que hablan, condenados a
repetir hasta el fin de la historia que no tiene fin, los discursos somáticos
de la histeria, sus tics, sus gestos inconclusos, sus dolores.
¿Cómo mostrar la
necesidad de nuestro tiempo en todo su estupro democrático y primario, en un
inmoralismo pequeño burgués, en su epicureísmo de tilingos consumados, en su
obscena incultura de salón, en su desesperanza que finge ser aristocrática y
deviene en un "medio pelo" flagrante, la sintaxis de un desastre
donde los resultados no dejan margen para ningún análisis pormenorizado del
presente espectral?
Savonarola plantaba
sus piedras donde consumía una de las artes más exquisitas del mundo pocos años
antes de la toma de Florencia. Recuerdo su memorable "Hoguera de las
vanidades", donde invitaba a los ciudadanos a arrojar sus objetos de lujo
y riquezas.
Fue ajusticiado por
no dejar de lanzar sus verdades, tan reveladoras de la hipocresía de las cortes
de aquel tiempo.
Buenos Aires sufre
la caída, sin nadie que convoque a los porteños a imitar el acto del predicador
italiano a arrojar sus objetos suntuosos a una Hoguera de Vanidades.
La degradación y
penetración de rutinas ajenas a mi ciudad, cual hembra acribillada por el
recuerdo de mejores tiempos, donde a pesar de las diversas ignorancias, se
elevaba más allá de lo que jamás ha acontecido.
Se respiraba en sus
calles, plazas, paseos, avenidas, en sus personajes insondables y mágicos, no
olvido a los infaltables, insalubres y tediosos ‘chantas’ , todos unidos
conforman el coro de múltiples voces, aportando sus versiones del vasto
entramado de la milagrosa Buenos Aires.
Y mis apasionadas
amantes, de diversas latitudes, incluso las de la Reina del Plata, oligarcas,
medio pelo, caretas, trepadoras entrañables, odaliscas de restaurante al paso,
actrices y condesas exiliadas, que lo dejaron todo, para intentar efectivizar
la entrega, instancia destinada a muy pocas.
Mi Buenos Aires
querido, diría el "Zorzal", con penas y olvidos exorcizados, por
narraciones parciales y fragmentarias que convocan la cita del pasado nacional,
renunciando al totalitarismo estético y convocando en cada momento histórico a
construir su ritual.
Llenar la hoja sin
rechazar nada de lo que viene a la mente, sin medir los riesgos de lo que se
intenta decir, aún sin decir nada, que implica jugarse por entero. Las ideas
dejan desnuda la batalla, el encadenamiento de ideas provocan contenido, fuera
de toda memoria de automatismo surrealista.
Mi relato apenas
comienza y siento cierto deseo de comentar que me alimento de valores
"amorosos" (algunos exégetas le dicen romanticismo, pero ¡no!, se
asimila más a la tragedia que evitó a pesar de experimentarla), ligados a la
intuición y la sensibilidad… La razón es mi sombra.
Así desde la
perspectiva de la "buena gente", incluídos quienes me engendraron y
he engendrado: todo un entramado con el inconsciente, muta en
"pensamientos desquiciados", abandono voluntario, curiosamente
consciente de esta "buena gente", a los teólogos ocasionales de
mirada estrecha, bajo presión monetaria, señal de la caída.
Existe una
"apología de la ceguera", matizada por silogismos en las huestes de
los seres que habitan en las cloacas metafóricas de Buenos Aires, me refiero a
los "cretinos" que estigmatizan el pensamiento, sedimento del
conocimiento, sin anclaje en este presente, donde los guardianes del orden, los
que persiguen, torturan y controlan todo, menos la libertad de ser uno mismo,
dan espacio de honor a los poseedores de riquezas, a los que acumulan
obsesivamente las constelaciones del sentido, a quienes la suerte que no es
"grela" les intimó a "no ser": actores del teatro bufo,
representantes de una historia sin héroes ni cuadros estáticos de pasiones
liberadas.
De idéntico modo y
en posición inversa, en peculiar sistema de correspondencias o mediación por
analogías, ¿por qué no afirmar que si bastara con ser inteligente para ser
rico, menos imbéciles serían ricos?
En mi Buenos Aires,
se ha instalado esta casta de asesinos del paisaje amoroso, de la dialéctica
esgrimida exquisitamente, por esos seres polifacéticos, que muertos o exiliados
de este territorio de la mutación constante de sujetos y actores, han dejado un
vacío imposible de completar, salvo para nosotros los vencedores de causas
perdidas, los fundadores de un espacio polémico, donde la instancia lúdica, nos
convoca cual rutina de ser y existir.
Sin embargo,
escéptico del escepticismo ya no me aferro a nada, salvo a mis prolongadas
caminatas por esta ciudad, enfrentada el río sin orillas, firmemente pegado a
mí mismo.
"La historia
vuelve a repetirse" dice la canción, que pareciera fuese haber sido
escrita no para la "muñequita dulce y rubia", sino para Argentina
colonizada por tendencias imperiales, la mismas historias, los mismos
intérpretes de "número vivo" que se elevan cuando los músculos se
inflan en gimnasios y los tattoos pintan pieles reptilianas, las cabezas
rapadas, bottox por doquier, en fin, la gran secta mononeuronal, como hace años
denomino a los neo intelectuales new age, light, que remasterizan los gloriosos
60, pero en formato streaming, jamás comprometidos con épicas, a quienes les
basta una neurona para existir.
Y el resto, bien
como seres heroicos, al margen de toda esta porquería, deberemos lograr tener
un espacio, pues no duden que nada nos será admitido, no se olviden que
pensamos y nos rebelamos cuando el crepúsculo se prolonga en las cuatro
estaciones.
Si otros se solazan
escribiendo y dando conferencias acerca del tiempo, su devenir, su historia, el
origen de la clepsidra, el funcionamiento digital y su incidencia en la vida de
la humanidad, el hallazgo del cuadrante solar, la invención del calendario, mi
cuerpo y mi ser me sirven de único guía. Como cuando tengo hambre, duermo
cuando tengo sueño, me despierto cuando abro los ojos.
El goce en estas
rutinas, hacen a mi vida tener sentido, en plenitud, a veces; y mi ciudad no es
ajena a ello, lo siento, lo he sentido siempre, pues me he olvidado de comentar
que he nacido en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, Palermo Chico para ser
exacto, como declama mi partida de nacimiento.
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