CUANDO LOS ULTRAS DEJAN UN GATO
MUERTO EN TU PUERTA
A medida que
se consolidan las opciones de extrema derecha los ataques a las activistas
feministas/LGTBI se incrementan
NURIA ALABAO
La sede de la asociación Kif Kif que atiende a personas migrantes y refugiadas LGTBI en Madrid ha sido atacada dos veces en unos días. La primera amaneció con pintadas que hacían referencia a Vox, y esta misma semana ha sido cubierta con excrementos. Puede parecer poco en relación a las fuertes agresiones que sufren los activistas en otros lugares de Europa o del mundo, pero sabemos que forman parte de un clima social donde se va legitimando progresivamente la violencia contra determinados sujetos.
Las grandes oleadas
de movilización feminista de los últimos años no han conseguido frenar la
reacción conservadora. Quizás incluso la han espoleado. Toda revuelta acarrea
sus detractores y esta se ha montado sobre un sustrato de crisis social y
política que las extremas derechas y los actores fundamentalistas han sabido
aprovechar para llevar adelante su cruzada contra los derechos LGTBIQ y de las
mujeres. Esta cruzada forma parte de una clara estrategia para conseguir poder
–institucional, mediático o social– que, en buena parte del mundo, implica
también un intento por socavar la democracia liberal. Esta es una de las
principales conclusiones de la investigación Retando al futuro: ataques a la
democracia en Europa y América Latina, que he coordinado junto a Diana Granados
–para los fondos de mujeres Calala y Lunaria– y en la que se basa este
artículo. Más allá de la toma del Estado o su participación en parlamentos y
gobiernos que se plasma en nuevas leyes regresivas, la emergencia de estos
actores ha puesto en el punto de mira al propio activismo feminista y LGTBI.
Las activistas que hemos entrevistado dicen percibir un claro aumento de esos
ataques en los últimos años.
Ataques online que afectan a la vida cotidiana
Uno de los
escenarios privilegiados de esta confrontación es internet. En España, como
sucede en otros países del entorno, el acoso online y las violencias digitales
se han vuelto habituales, en batallas que a veces saltan a los medios o a la
vida material. El ciberespacio ya es un lugar de reproducción de la violencia
patriarcal cuyo objetivo es acallar o dificultar las voces feministas. Según el
Instituto Europeo de la Igualdad de Género, la violencia de género en línea es
un problema creciente de proporciones mundiales y de graves consecuencias en
todo el continente. Estas agresiones tienen como objetivo que determinadas
opiniones progresistas no tengan espacio en el debate público o que supongan
costes personales demasiado altos para las personas que las sostienen.
Recientemente, por ejemplo, la cómica Elsa Ruiz ha dejado su programa de
televisión para ingresar en un hospital tras un intento de suicidio. La causa
de su depresión, según ha explicado, es el acoso que sufre en redes. En este
caso, no solo por parte de la extrema derecha sino también de un feminismo
transexcluyente que está muy movilizado y que comparte formas y argumentarios
con los ultras.
Una de las
prácticas más agresivas y que puede generar secuelas psíquicas negativas muy
duraderas –además de las amenazas de muerte y violación que muchas de las
activistas relatan– es la práctica del doxing. Esta consiste en hacer públicos
en Internet datos personales –como teléfonos, direcciones personales o de
trabajo– o información privada –fotos íntimas, relaciones amorosas, etc.– El
objetivo es que la persona reciba todo tipo amenazas, acoso, humillaciones o
que su imagen pública se vea afectada. En España, han sufrido este tipo de
acoso activistas –como Irantzu Varela o Pamela Palenciano– y medios feministas
de larga trayectoria como Pikara Magazine. En los casos más extremos, de lo
digital a la vida hay un paso. Muchas de estas activistas acaban teniendo que
modificar su vida cotidiana o viven con miedo. Algunas también confiesan que
acaba por afectar a su implicación política, o que tratan de evitar según qué
temas para no recibir nuevos ataques.
La violencia de
género en línea es un problema creciente de proporciones mundiales y de graves
consecuencias en todo el continente
Alice Coffin,
periodista y concejala del Ayuntamiento de París, probablemente no sospechaba
la tremenda reacción que iba a desatar su último libro, El genio lesbiano.
Seguro que lo imaginó polémico, porque propone dejar de leer, mirar o escuchar
obras de todo tipo si están creadas por hombres, pero quizás no alcanzó a ver
que acabaría con protección policial a causa de las amenazas recibidas. Los
medios la acusaron de “odiar” a los hombres; también perdió su puesto de
profesora en el Instituto Católico de París.
En los últimos
años, estos ataques se han generalizado en Europa del Este y son tan duros, que
las activistas los consideran una parte ineludible del propio activismo, según
ALEG y el Centro de Recursos para las Mujeres de Armenia. En la región son
muchos los casos parecidos, sobre todo de aquellas activistas que trabajan
temas de educación sexual, que saben que están tocando un tema sensible que los
ultras usan profusamente para alimentar pánicos morales sobre la “infancia en
peligro” y que consiguen generar violentas movilizaciones. En Georgia sucedió a
partir de la publicación de un video sobre educación sexual en Facebook de la
Asociación de Educación y Trabajo. La autora recibió cartas con insultos y
llamadas amenazadoras por parte de grupos de ultraderecha y dijo tener miedo de
salir de casa por las continuas amenazas de muerte y violación, según relata el
Fondo de Mujeres en Georgia. En los casos más graves, son los propios miembros
del gobierno quienes coartan el derecho a la libertad de expresión, como
ocurrió en Bulgaria, a raíz de un libro educativo para niñas que se llama La
vagina importa. Los ataques los inició un partido de extrema derecha, VMRO, que
integra la coalición de gobierno, y que amenazó con impulsar una investigación
penal para encarcelar a sus autoras. En esta campaña participó el propio
ministro de Defensa, Krasimir Karakachanov.
El feminismo en Europa del Este, deporte de riesgo
Precisamente en
Europa del Este, donde hay partidos de extrema derecha en el poder, los
discursos de odio y los ataques son más fuertes, casi cotidianos, e incluso
llegan a amenazar la integridad física de las activistas. Según un reciente
informe, Estado de la Democracia en el mundo 2021, realizado por el Instituto
Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, en Hungría, Polonia
o Eslovenia, “la pandemia ha consolidado el poder de los regímenes autocráticos
y ha erosionado las libertades y el Estado de derecho ”. Este clima político de
autoritarismo se impulsa en una ofensiva contra las luchas feministas/LGTBIQ
que legitima las agresiones y la propia represión estatal de las activistas.
Los enemigos de la nación han pasado a ser las personas que luchan por derechos
liberales, por la igualdad de género o simplemente por reinvidicarse como gay,
trans o lesbiana. Estos son contemplados como traidores a la nación –que tratan
de identificar con los valores tradicionales–y pasan a verse como aliados de
una UE que amenaza la soberanía nacional y que quiere imponer su “ideología de
género” o su “ideología LGTB”. El objetivo final en el que se enmarcan las
guerras de género en la región implica un ataque masivo contra la Unión Europea
y contra lo que se entiende que son sus valores liberales.
Esto sucede en
Rusia, Serbia, Hungría y otros países del entorno donde, a menudo, los medios
de comunicación reproducen ampliamente estos discursos y las propias amenazas a
las activistas. Según el Fondo de Mujeres de Ucrania, en su país y en medio de
un conflicto armado latente son señaladas públicamente como “enemigas de la
nación”, “separatistas”, “cómplices de los ocupantes”, “sorosiata” –bebés de Soros–
o “zorras izquierdistas” y son víctimas de calumnias en los medios. La
militarización impulsa estas constantes amenazas –algunas han perdido sus
trabajos por la militancia– y alienta las agresiones que se han convertido en
parte de la rutina diaria de las activistas. La presión es tan fuerte que
muchas dicen sentir miedo y confiesan que les gustaría poder marcharse al
extranjero.
En Serbia, la
violencia contra las activistas también se está convirtiendo en algo habitual,
según el Fondo de Mujeres para la Reconstrucción. Se intentan impedir las
actividades convocadas por feministas. En el sur del país, por ejemplo, una de
ellas, relata que llegó a encontrar animales muertos frente a su puerta en
varias ocasiones. El asalto a sedes de organizaciones progresistas también se
han convertido en algo tristemente habitual en la región. Así, la organización
pacifista Mujeres de Negro ha sufrido ya varios ataques.
El derecho a la protesta, amenazado
A esta situación
hay que sumar que, en algunos lugares de Europa del Este, las
contramanifestaciones de grupos ultraderechistas o la propia represión estatal
hacen cada vez más complicado ejercer el derecho a la protesta. En el caso de
Polonia, tanto en 2019 como en 2020, ha habido agresiones en manifestaciones LGTBIQ
y feministas. Durante las recientes protestas por las restricciones al derecho
al aborto, miembros de extrema derecha se enfrentaron a las activistas cuando
estas protestaron delante de las iglesias. Esto ocurrió después de que Jarosław
Kaczyński, uno de los líderes del PiS –el partido en el poder–, llamó a la
“defensa de la nación y de las iglesias católicas”. Estar en el punto de mira
de las extremas derechas hace que el
movimiento feminista sea percibido como uno de los principales espacios de articulación
política en su contra, lo que, por una parte, potencia al movimiento pero, por
otra, redobla los ataques, según el Fondo Feminista de Polonia. Como explica
Magda Grabowska, hay que tener en cuenta que las movilizaciones feministas en
el país están condensando la oposición al régimen, sus manifestaciones han sido
apoyadas por sindicatos y la plataforma ha sumado reivindicaciones en defensa
de los derechos civiles y políticos, lo
que las convierte en las adalides de la lucha por la democracia en el país.
En toda Europa, la
estrategia legal que impulsan los fundamentalismos para poner trabas al
activismo feminista/LGTBIQ también amenaza el derecho a la protesta.
Organizaciones como el European Centre for Law and Justice u Ordo Iuris, que
impulsó la última restricción constitucional al derecho al aborto en Polonia, o
la española Abogados Cristianos tratan de cambiar el ordenamiento legal o
persiguen directamente a las activistas. Para las activistas
feministas/LGTBIQ+, una querella de este tipo puede suponer años de proceso,
gastos económicos y un considerables desgaste. Aquí se trata de utilizar el
proceso como pena e instrumentalizar el derecho de acceso a los tribunales para
publicitarse y destruir o limitar derechos y libertades reconocidos en la ley.
En ocasiones también consiguen condenas, como sucedió con la multa impuesta a
la protesta del Coño Insumiso de Málaga.
Los hechos que se
relatan en el informe son abrumadores. Frente a ellos, hay mucho que podemos
hacer, que ya se está haciendo, y que es efectivo. Como se recoge en las
conclusiones del estudio, las respuestas pueden encontrarse en momentos clave
que permitan intervenir públicamente usando el escenario de confrontación
diseñado por los ultras para penetrar en el espacio mediático o público. Es el
caso de la educación sexual, porque nos permite introducir un tema clave en la
agenda. También pueden ser encuentros de creación, fortalecimiento o
visibilización de redes de colaboración entre una pluralidad de organizaciones
y activistas que pueden llegar a generar fuertes movilizaciones. Evidentemente,
la respuesta tiene que ser una decisión que parta de un análisis de los
contextos, de las propias fuerzas y de los riesgos que se asumen a la hora de
exponerse públicamente. En cualquier caso, tanto el feminismo de base como unos
movimientos sociales fuertes son imprescindibles para enfrentar estos ataques
en la arena pública, y son la mejor barrera contra el crecimiento de la extrema
derecha y los fundamentalismos y para frenar el avance de estas ideas en lo
social.
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