LOS AMANCIO ORTEGA TE QUIEREN POBRE
NAIARA DAVÓ
El fundador y primer
accionista de Inditex. Amancio Ortega
El principal desafío de nuestro siglo es la desigualdad. Nunca se había concentrado tanta riqueza en tan pocas manos. Vivimos, no lo olvidemos, en un mundo donde una ciudad como Filadelfia ve como cada vez más vecinos y vecinas caen la miseria y se quedan sin hogar mientras que Tesla viaja al espacio exterior de forma recreativa. De hecho, no hay mejor metáfora que esta: jamás había existido tanta distancia entre los ricos y la gente común en nuestro planeta, ahora también distancia física.
Sin embargo, aunque
la desigualdad sea un problema identificado por expertos, tertulianos,
políticos de diferentes partidos y periodistas, la forma de combatirla es muy
diferente. Es, en este punto, donde reside una de las disputas ideológicas
centrales de nuestro tiempo: ¿Qué es la desigualdad y por qué existe? Los más
ricos llevan la delantera en el sentido común y por eso pueden mantener su
riqueza contra el empobrecimiento progresivo de las clases medias y
trabajadoras.
Existen dos
aspectos fundamentales que tenemos que señalar para empezar a ganar el sentido
común que permita, más adelante, reequilibrar la balanza.
El primer punto es
el de la ideología de la pobreza. En el tratamiento mediático más banal, el uso
de la palabra "pobreza" se ha ido normalizando a lo largo del tiempo.
Hablar de pobreza tiene dos finalidades:
(1) Invisibilizar a
las personas pobres como sujeto político.
(2) Invisibilizar
el término "desigualdad". La pobreza se presenta como un estado
natural y no como una consecuencia del sistema económico y social. La pobreza
sería, en estos términos, como la irrupción del volcán en La Palma: una
catástrofe natural sin responsables directos, aunque tenga consecuencias en la
vida de la gente de la isla.
Cuando hay pobreza,
lo que funciona es la caridad y la asistencia. Se persigue, utilizando este
concepto, una acción pública destinada a paliar sus consecuencias negativas. Es
decir, una política pública asistencialista que, además, tiene un reverso muy
beneficioso para los ricos como Amancio Ortega: la caridad será percibida de
forma positiva para mayor gloria moral del rico.
Los Amancio Ortega
no quieren que seas igual a ellos, ni van a exponer la realidad que muestra que
la desigualdad es un efecto del sistema económico. Los Amancio Ortega te
quieren pobre para que no cuestiones su riqueza y que tu situación se resuelva
con su asistencia voluntaria. Es un win-win: la caridad jamás resolverá la
situación de pobreza pero les permitirá presentarse como filántropos, una buena
persona que ayuda a los demás.
Mientras la pobreza
se combate con medidas paliativas, asistencialistas o caritativas, la
desigualdad se combate con políticas estructurales. Si creemos que la
desigualdad es contraria a los derechos humanos y una consecuencia injusta del
reparto de recursos en nuestro mundo, para remediarla habrá que desplegar, por
ejemplo, un sistema impositivo que la corrija. También un refuerzo del sistema
público, una socialización de las propiedades y un reparto más justo del
conjunto de oportunidades y bienes. Casualmente el blanco principal de toda la
ideología de la pobreza construida por los privilegiados serán siempre los
impuestos y las regulaciones que persiguen acabar con la desigualdad.
En la pobreza
encontramos la primera trampa ideológica de los ricos que debemos desmontar. No
hay pobreza, hay pobres. Y estos pobres lo son porque hay ricos que acumulan
más de lo que deben. La segunda trampa ideológica: la justificación de que los
ricos acumulen más de lo que deben. Aquí es donde entra el siguiente eje a de
construir: la meritocracia.
Los tenedores de
grandes fortunas se justifican a sí mismos mediante el mérito. La posición
social que tienen no es heredada, pese a que, según los estudios, el 68,8% de
la desigualdad en España, medida según el índice Gini, tiene su causa en la
herencia. Pero el mérito opera muy bien para culpar a los humildes de su
situación y para justificar la posición privilegiada de los de arriba. Es la
nueva sangre azul del siglo XXI. En la Edad Media, uno tenía tierras, títulos
nobiliarios y riquezas porque Dios así lo había querido. En la actualidad,
sería porque uno se ha esforzado más que otro.
Los datos y los
estudios son muy numerosos y desmontan esta falacia, pero la lucha política no
va sólo de desvelar la verdad. A nivel científico, está claro que no existe
ninguna meritocracia en un sistema trucado desde el nacimiento. Pero tenemos
que construir los afectos y el sentido que permita desactivar esta ideología.
En esta tarea hay
que poner todos nuestros esfuerzos. Desde la igualdad de oportunidades hasta en
la necesidad de luchar por una idea de sociedad más cohesionada como horizonte
deseable de convivencia está nuestro desafío principal. Tenemos que convertir
en deseable una sociedad cohesionada, en común, donde todas las personas puedan
ser libres e iguales.
La escisión de los
ricos provoca una fractura social irremediable que tenemos que parar. Ser buena
persona no es dar una limosna a los desfavorecidos, ser buena persona es
trabajar para que no existan desigualdades en nuestro país. La derogación de la
reforma laboral, es un primer paso imprescindible para caminar hacia ese nuevo
horizonte.
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