‘LA ASISTENTA’: QUÉ HIJOS DE PUTA SON LOS RICOS
Vean
la serie, comprobarán que la decencia y la dignidad se construyen con buenas
condiciones laborales, con sindicatos, con servicios públicos, con viviendas
asequibles, con escuelas gratuitas, con atención a la violencia machista…
PABLO IGLESIAS
Fotograma de La asistenta.
(Este artículo tiene pocos spoilers y esta serie también le gustará al Papa).
Siempre le pido a mi padre que vea las series que me gustan. Me encanta comentarlas con él. No siempre coincidimos en nuestras apreciaciones pero disfruto de su mala hostia. La mala hostia es una manera de aproximarse a la vida, a la literatura y al cine no muy recomendable si uno quiere ser feliz, pero los felices no suelen ser tan lúcidos como los que acumulan mala hostia y mi padre, que ve la televisión por encima de sus posibilidades, acumula mucha. Ya lo decía Evaristo; tienen la ley, también tienen a Dios, tienen a su ejército, pero nosotros tenemos mala hostia. Con la mala hostia no se ganan pleitos, ni almas, ni guerras, pero se hace buena crítica cultural.
Pero vayamos a lo
nuestro. Los niños y mi pareja ya duermen y yo me pongo un single malt (conste
que del caro, que yo sé que a muchos les jode que a los rojos nos guste el
whisky bueno y gozo de su molestia) y llamo por teléfono a mi padre para hablar
de La asistenta, la serie de Molly Smith basada en la novela autobiográfica de
Stephanie Land protagonizada por una impresionante Margaret Qualley. Solo ha
visto el hombre el primer capítulo, pero me comenta que le encanta que el
personaje de la rica (Anika Noni Rose), en cuya casa limpia la asistenta, sea
negra. Le encanta porque, me dice, por muy negra que sea es rica y al final eso
es lo que más cuenta, lo que más define las relaciones sociales. Y los ricos,
me dice, son unos hijos de puta. Se le podrían poner miles de pegas académicas
al argumento de mi padre y a su aparente desinterés en las claves raciales,
etnoculturales y de género que condicionan las relaciones de clase y que, en
buena medida, están presentes en la serie, pero creo que, básicamente, tiene
razón.
La serie es una
denuncia de la pobreza, de lo que es ser pobre a pesar de tener un trabajo (de
mierda), de lo que significa ser pobre si eres mujer, de lo que significa ser
pobre si tienes una cría pequeña, si eres víctima de un maltratador, si
dependes de escasas ayudas sociales que te sumergen en un pozo burocrático, si
no puedes pagar una escuela infantil en condiciones para tu hija, si tu entorno
familiar es más una carga que un apoyo. La asistenta habla de lo que significa
ser pobre a la hora de alquilar una vivienda digna, o incluso a la hora de
intentar echar un triste polvo que te saque unos minutos de tu vida. Y esa
denuncia siempre señala.
He leído a un señor
en un periódico de esos importantes que dice que la serie no le parece creíble
porque él sí que ha vivido de cerca la pobreza y que no cuela. Últimamente
parece que haya una competición por ver quien viene de la familia más jodida,
como si eso diera algún tipo de legitimidad política. Ya les digo que hay quien
se ve capaz de juzgar el cine de Ken Loach por ser hijo de limpiadora y por
nada más. Yo soy hijo de una abogada, la primera de toda su familia que pudo ir
a la universidad, a la que sacaron adelante dos mujeres obreras casi
analfabetas que limpiaron mucha mierda en casas de ricos, además de perder una
guerra. Les aseguro que eso no da ninguna habilidad para la crítica cultural,
ni ninguna legitimidad política. En todo caso de lo que provee, para quien lo
aproveche, es de cierto sentido de lo que significa la decencia y cierta
conciencia de lo que significa la división sexual del trabajo.
Pero experiencias y
legitimidades aparte, lo mejor de La asistenta es precisamente que, al retratar
la pobreza y la soledad de una madre trabajadora en los EE.UU., produce una
arcada moral como la que le vino a mi señor padre; porque en el fondo mi padre
tiene razón. La clave de la pobreza, en términos de economía política, es que
los ricos y los que los defienden suelen ser, en la mayoría de los casos, unos
hijos de puta. Y lo peor no es eso, sino su capacidad de contagiarnos, en
especial a los que habitamos esa ficción ideológica que llamamos clase media,
su bajeza moral.
Vean La asistenta,
comprobarán que la decencia y la dignidad se construyen con salarios mínimos
dignos, con buenas condiciones laborales, con sindicatos, con servicios
públicos decentes, con viviendas dignas asequibles, con escuelas públicas
gratuitas, con servicios de atención a la violencia machista (también la
psicológica, sí) y con alternativas habitacionales garantizadas a las mujeres
víctimas de maltrato. Y recuerden, aunque no lo digan, que los que se oponen a
todo lo anterior en el fondo no son más que unos hijos de puta.
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