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miércoles, 6 de octubre de 2021

ERUPCIÓN DE FUTURO

 

 ERUPCIÓN DE FUTURO

AGUSTÍN GAJATE BARAHONA (*)

 

Hablar de la erupción volcánica de La Palma a estas alturas es complicado, porque puede parecer que, respecto a lo sucedido, está todo dicho, y sobre lo que va a suceder todo son conjeturas. Sin embargo existe una disciplina científica denominada prospectiva, dedicada al estudio de las causas técnicas, científicas, económicas y sociales que aceleran o retrasan la evolución de una sociedad o de un colectivo humano y a la predicción de situaciones que podrían derivarse de su desarrollo.

 

Desde esta perspectiva y teniendo en cuenta lo imprevisible de cualquier erupción, el tiempo y la magnitud de su alcance, se puede hacer una valoración sobre lo acontecido para aprender de los errores y procurar no repetirlos en años o décadas venideras, tanto en La Palma como en cualquier otra isla en la que se produjera un fenómeno similar en el futuro.

 

La ausencia de víctimas mortales dentro del actual proceso eruptivo es considerada un éxito, pero también se debe a cierta dosis de fortuna, por el lugar donde se produjo la fractura del suelo y dio origen a la erupción, una zona despoblada, de monte, lo que facilitó el tiempo imprescindible para una rápida evacuación de los alrededores. De haberse originado en un lugar poblado o un poco por encima de núcleos como Las Manchas o Jedey, la situación podía haber sido más crítica.

Durante la mañana del domingo 19 de septiembre de 2021, en la reunión del equipo del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias, conocido por las siglas Pevolca, se decidió mantener el semáforo en nivel amarillo, pero comenzar a evacuar “de manera preventiva” a las personas con movilidad reducida. Dentro de este grupo, algunos de sus integrantes propusieron cambiar el semáforo de riesgo de amarillo (estar atento a las comunicaciones de las autoridades de Protección Civil) a naranja (ponerse a disposición de las autoridades), pero la iniciativa no prosperó pese a cumplir todos los requisitos técnicos y científicos para subir de nivel de riesgo. De hecho, el semáforo pasó directamente de amarillo a rojo (evacuación total de la población afectada). Esto provocó que muchos vecinos salieran de sus casas con lo puesto y no tuvieran tiempo de preparar al menos una maleta con mudas de ropa como si se fueran de viaje, aunque otros si fueron lo suficientemente previsores y pudieron llevarse alguna pertenencia.

 

Parte del problema de que el semáforo no subiera de nivel y de sus posteriores consecuencias personales para parte de la población estuvo en el comité científico, donde habría que preguntarse porqué hay integrantes con tan pocos trabajos de investigación divulgados a través de publicaciones científicas de prestigio internacional en relación al fenómeno volcánico en general y al de estas islas en particular. ¿Son realmente expertos en esta materia o vinieron a hacer prevalecer su criterio o el de terceros? La otra parte del problema y que generó confusión estuvo dentro del ámbito político. Así, en la conferencia de prensa del Pevolca se escucha a su director técnico, Miguel Ángel Morcuende, explicar que “tenemos un aumento de la actividad muy clara y además está en superficie”, mientras que, a continuación el presidente del Cabildo de La Palma, Mariano Hernández Zapata, afirma que “nadie nos pude decir un espacio temporal en el que se pudiera producir una erupción volcánica y, por tanto, no estamos en el momento de pronunciarse el comité científico sobre un cambio de nivel”, lo que da a entender que su autoridad está por encima de la del comité científico, pese a carecer de la formación o estudios imprescindibles para decidir en una situación como ésta. Todos podemos tener un mal día y ese domingo no debía ser el mejor para algunos, que quizás ya estuvieran distraídos pensando en conceder alguna exclusiva a un canal de televisión nacional. Estoy convencido de que si en lugar de una erupción se hubiera tratado de una tormenta tropical, se hubiera elevado el nivel de la alerta, pero no se quiso escuchar a quienes teniendo el mayor conocimiento y experiencia lanzaron la advertencia, que pocas horas después quedaría refrendada por el propio volcán, que no perdona los fallos humanos.

El desalojo de la zona de exclusión en torno al volcán en estas circunstancias resultó bastante ordenado, pero cabría preguntarse si no sería necesario en estas islas hacer, como sucede en muchos países, simulacros de evacuación en zonas con riesgo volcánico, al igual que se hacen simulacros para estar prevenidos en caso de incendio en edificios elevados, en los barcos de pasajeros en caso de hundimiento o en zonas costeras en previsión de tsunamis. En Canarias se programó un simulacro para finales de marzo de 2020, pero no me consta que llegara a realizarse a causa del confinamiento decretado por la pandemia de la covid-19 y, además, se programó en Gran Canaria y Tenerife, no en La Palma o El Hierro donde se habían registrado las últimas erupciones. Tampoco involucraba a la población, sino a Protección Civil, Policía Canaria y Unidad Militar de Emergencias.

 

Este ejercicio proponía un escenario nada real, más propio de una película de ficción, según el propio comunicado que aparece publicado en la web oficial del Gobierno de Canarias: “La situación de emergencia se producirá como consecuencia de un terremoto tectónico de magnitud 5.2 a 10 kilómetros de profundidad, con epicentro a pocos kilómetros al norte de Santa María de Guía, Gran Canaria. El Instituto Geográfico Nacional (IGN) le asigna una intensidad máxima VII-VIII. La sacudida es muy potente y se registran numerosos heridos y algunos fallecidos. Además, se producen daños muy graves en edificaciones y numerosos deslizamientos de ladera. Ante esta situación, el Plan Especial de Riesgo Sísmico se coloca en nivel 2 de emergencia, y el Plan Territorial de Protección Civil se coloca al mismo nivel. El IGN no emite alerta de maremoto para todo el Archipiélago. Pero al poco de producirse el terremoto, se detecta una elevación repentina de dióxido sulfúrico y dióxido de carbono en Tenerife. Los datos de la red GPS e imágenes de satélite indican deformaciones muy notables del terreno, por lo que el semáforo volcánico de información a la población se sitúa en naranja, de “erupción inminente” (justo lo que no se hizo en La Palma), y el Plan Especial de Riesgo Volcánico de Canarias pasa a situación de alerta máxima. Una vez producida la erupción en Tenerife, comienza una fase explosiva y una columna eruptiva de dos a tres kilómetros de altura. Aparecen columnas de lava, flujos piroclásticos, expulsión de fragmentos volcánicos y bombas hasta 200 metros fuera del cono. Además, son muchos son efectos asociados: deslizamientos de ladera, desprendimientos rocosos, incendios forestales, emanaciones tóxicas no mortales, pero que contaminan acuíferos. El semáforo volcánico se sitúa en rojo, y el Plan Especial de Riesgo Volcánico de Canarias pasa a situación operativa 2. Valorada la situación en ambas Islas, y tras evaluar el nivel de daños, el Gobierno de Canarias propone al Ministerio del Interior que declare la situación de Emergencia de Interés Nacional de los Planes Especiales de Riesgo Sísmico y Volcánico. Para la gestión y resolución de esta emergencia serán necesarios diversos medios, unidades, organismos y entidades de todos los niveles (local, autonómico, nacional e internacional)”.

Viendo cómo ha quedado por el momento el Valle de Aridane, auténtica Zona Cero de la catástrofe, tras ser abierto en canal por la lava y dividido en dos mitades incomunicadas por una muralla de malpaís candente, no quiero ni imaginarme cómo o por dónde escapar si algo parecido sucediera en los valles tinerfeños de La Orotava o Güímar, porque, en el primer caso, habría que dar literalmente la vuelta a la isla para ir desde Los Realejos a Santa Úrsula o viceversa. Peor sería entre Candelaria y Arafo, ya que podría cortar la comunicación directa entre la capital y el sur de la isla y causar un grave problema en la red eléctrica, aunque una erupción en estos valles es muy poco probable, según el Plan de Actuación Insular Frente al Riesgo Volcánico, que establece como mayores zonas de riesgo en Tenerife la dorsal de Abeque, constituida por una cadena de volcanes que unen el macizo de Teno con el edificio central insular de Teide-Pico Viejo, las zonas de Valle de Icod-Garachico y Santiago del Teide-Guía de Isora, así como las zonas del estratovolcán Teide-Pico Viejo e Icod-La Guancha.

 

Lo que sucede y cómo sucede en La Palma debería de hacernos reflexionar de manera colectiva sobre el futuro: ¿Podrán los agricultores palmeros cultivar dentro de unas décadas sobre los terrenos ganados al mar por este volcán como sucedió con la erupción del San Juan en 1949 para compensar las pérdidas de suelo agrícola? ¿Contribuirá este volcán a que alguna de las universidades canarias cree un grado de geología, ofrezca estudios especializados en vulcanología de manera permanente y vincule a importantes equipos investigadores de referencia mundial como sucede, por ejemplo, en astrofísica? ¿En caso de que alguna se decidiera, podría tener campus descentralizados con aulas en distintas islas del Archipiélago para aprender sobre el terreno? ¿Sería posible que las dos universidades públicas colaboraran en la creación y que impartieran la formación de manera conjunta? ¿Enseñaremos en los colegios a conocer nuestros volcanes y a que los alumnos sepan qué hacer en caso de riesgo de erupción? ¿Realizará la población simulacros de evacuación ante riesgos volcánicos concretos alguna vez o tendrá que esperar años hasta que haya que hacerlo por la fuerza del magma y los gases? ¿Se proyectará una red viaria que tenga en cuenta la evacuación en caso de posibles erupciones considerando el emplazamiento actual de conos volcánicos y calderas para no dejar aislados a núcleos de población y zonas dedicadas a la agricultura, ganadería, industria o turismo? ¿Cambiaremos algún día o volveremos a tropezar con la misma roca de obsidiana?

 

Durante las últimas semanas he escuchado a expertos, presuntos expertos y periodistas decir que la erupción de La Palma es una “típica erupción canaria”, que a la vez es estromboliana y hawaiana. ¿Esta singularidad significa que se va a proponer una nueva denominación científica 'canaria' por sus características, que se sume a las ya citadas y a otras existentes calificadas como pliniana, peleana, vulcaniana e islándica o fisural? ¿O resulta que nos estamos viniendo arriba como las cenizas del volcán?

 

Recuperar lo perdido es una misión imposible con tanta destrucción, pero planificar un futuro mejor, con más rigor científico y conocimiento del territorio sobre el que nos asentamos, es una tarea que debía haberse comenzado hace tiempo, pero que ahora, con los cambios que se avecinan para conseguir la sostenibilidad energética y frenar la crisis climática global, resulta esencial si queremos planificar con ciertas garantías el porvenir de las generaciones venideras.

 

Sabemos mirar a las estrellas, bucear en el entorno marino, conocer las especies endémicas e invasoras que habitan en las islas, pero desconocemos bastante nuestro subsuelo y, al contrario que pasa con la meteorología, los modelos de predicción volcánica se basan en acontecimientos poco frecuentes, pero de un gran poder devastador. Una tormenta tropical puede causar enormes pérdidas e incluso provocar víctimas mortales, pero la fuerza de un volcán impresiona por su tenacidad y potencia. Porque cuando la tormenta pasa, el volcán permanece y nos recuerda durante siglos y milenios su poder destructor y regenerador, reivindicando la figura ancestral guanche del espíritu maligno que recibía el nombre de Guayota.

 

 

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