ENTRE LAS GARRAS DE UN VOLCÁN
POR MAITÉ CAMPILLO
«Al
mismo tiempo, hay algo magnífico en los volcanes; crearon la atmósfera que
necesitamos para respirar».Werner Herzog.
Los volcanes son
parte de la vida
Hay montañas como signos sobre el poblado rural, lomas secas como dunas endurecidas, estrías sobre tierra como sal para el labrador, manos ajadas, frente descubierta y ojos penetrantes que me observan, les miro, y sonreímos. Hacia el poblado me dirijo con admiración a sentir junto a ellos la alegría de sus viñas sobre la ruta hacia el cráter del volcán más suntuoso a ver su grande y altiva boca al silbido del viento. Salgo entre islas como flor de revuelo pegada al indice de avionetas y barcos llenos de familias con muchos hijos, todo fueron familias por aquellos días, todo fue amor, brindis y cantos. La comunicación reina sobre los
escenarios improvisados, puños y consignas dieron cuerpo a la gira. El último encuentro marcó mi sensibilidad y sentimiento, puedo asegurar que supuso un antes y después en mi vida. Aquella mañana me levanté muy temprano observé el valle aún despoblado de gente. Me encontraba en un dilema pensando en los compañeros, a uno le había sentado mal la cena, el otro se negó a seguir subiendo al poco de empezar el ascenso. A partir de ahí empece a comprender la relatividad, su reversibilidad me trasmitía tonos más brillantes a la luz de mi propia realidad en esos momentos. Abracé la aventura, me dije, todo es camino, no te rindas. Y empezaron aflorar los tonos azules más menos suaves y más capas se diluían a mi vista en más colores a forma de arco iris, a veces casi imperceptibles, en el fondo era la misma capa, que pertenece al mismo fantasmita que me mira desde arriba en Chá das Caldeiras, imagínense en él no un acento sino una pestañita. Por tramos pequeños intenta asomar el dios del marfil su tono mate elefante, bueno eso creo, no se, el sol me deslumbra al paso sobre su capa movediza, al menos así lo creí, estoy segura y aunque parezca increíble pude observar que me miraba oteando mi ascenso. Paso a paso avanzo sin confiarme. Me acoge otra elegante capa llena de estrellas enclaustradas, pueda que en este caso fuera sobre su larga cabellera, lo cierto es que no puedo (fríamente) asegurar nada, el sol castiga y la imaginación se dispara. Me dio por imaginar que se trataba de ella, me resultaba más llevadero su misterio, cientos de rizos como caracolillos negros con muchos ojos que brillan y todos andan sueltos. El sol posa a cada paso sobre él, sobre su cabello quiero decir, y nuevos espejos de colores brotan a mis ojos en aquél espacio infinito coronando al fantasmita que me mira.Se le aprecia unas
trenzas que sorprenden, forman lomas por el paisaje como pelo más apelmazado,
otras duras como nudos de roca consistente parece, y de las más veces purita
fantasía, pues una se agarra a ellas y desciendes precipitadamente sin poder
llegar a acariciar su textura. Tal como si en el tiempo hubiera apurado por
docenas grandotes frascos de brillantina y ¡zas! Son trenzas jodedoras hay que
estar alerta siempre y tomar conciencia sobre su terreno pues es suyo y solo
suyo. Me encuentro sola, ni uno ni otro de los dos compañeros siguió el camino
y por aquí no se siente más respirar que el mío. Me dirijo no muy consciente
del peligro, aunque alerta y tanteando; su cara norte, puede dar tembladera. El
ascenso sola y esa amenaza fue permanente, un simple desliz y caes de lleno, te
quiebras (me dije, sigue Maité) y es que no tengo remedio. Me empeñé en dar todo,
quería conocer la cara norte del encaprichado fantasmita y sólo podía
encontrarle en la punta de la cima
d` Pico do Fogo. Es
un volcán con un estómago del carajo, vaya, como que le di por nombre Grop, hoy
visto con otra nostalgia no se lo daría ¡jodedor el pendejo! Quizá por eso se
me metió entre ceja y ceja, quizá, posiblemente le puse ese nombre como para
aliviar su aspereza pues el ‘grop isleño’ es un aguardiente de más de 50º, por
eso se revolvía de esa manera ese día y que a nadie se le ocurra fumar, nada
aconsejable, y menos, herirle con fósforos ni colillas de tabaco ¡cuidadito! En
el fondo es como cielo encapotado se encapricha, y sus ojos, como luciérnagas
en la noche, y el Grop que lleva dentro, como su puesta de sol hacia las dos de
la tarde ¡candela vaya! Destruye la vida natural animal y vegetal, revienta y
carboniza la misma roca; su estómago ardió de tal manera que lanzó por los
aires la corona de su pico ¡por algo lo llaman Pico do Fogo! Hubo pérdidas
humanas esto me lo fue contando todo el propio fantasmita, tiene tremenda
entendedera sobre los sucesos allá por el año 1860, imaginen su memoria, sigue
vivo, no se olvida.
Cuenta el que me
mira, porque yo se que me mira, que en 1860 de cuando los sucesos, se le erizó
la piel y el rabo a todo animal del poblado. A partir de ahí les predispuso al
desafío eterno sobre la aventura de su estancia donde realza cabellera a forma
de capa o capote sobre el valle. Sus vidas con él iban a tomar otras formas
entre fuego y agua salada, tan lejos y tan cerca que tardó en apagarse. El mar
se convierte en aliado de los aldeanos, relaja las miradas del poblado rural
donde abito estos días (es un orgullo ser acogida entre ellos) sosiega a la vez
su espíritu y embellece, humaniza la isla impregnándola de aventura y desafío
diario sobre sus peces, su bravura, sus dunas y lava que tardó en apagarse
muriendo abrazada a la costa. La erupción arrastró con ella los bohíos. Dio al
traste con las lomas del camino, sus senderos, quemó su vegetación, ardieron
los árboles llenos de historia, las estrellas se llenaron de humo, el cielo por
esos días dejó de brillar. El fantasmita vomitó las vísceras revueltas de grop
inflamable lo dejó todo negrito, aún no se mestizó con nadie, así es como logra
difuminarse entre el nuevo paisaje de olor a azufre como formando una acuarela
donde el autor no lo tiene en cuenta. Pero yo vi su auténtico atuendo, su
rizada cabellera y su cantidad de ojos, que el sol bendice tras las lluvias y
reviste de arco iris impregnándolo de lentejuelas de muchos tonos y colores
definidos como los peces de su emblemática isla. Yo voy hacer que Goya lo
pinte. Le voy a aclamar para que lo haga uno de éstos días que se avecinan sin
la amenaza de San Juan y ya lejos de San Pedro y de paso de San Cristóbal ¡Que
venga el maestro para que lo pinte, solo quiero al maestro para que verifiquen
el fantasmita que me mira, solo él puede conseguirlo!.
El puño grande y
rojizo del atardecer, a lo lejos, socorre siempre a las negritos y mulaticas
isleñas de Châ das Caldeiras situado en la bella isla de Sâo Filipe. Caminaba
lento y preocupado el fantasmita en 1995 por el paraje cuando el pequeño Grop,
de Pico Pequeño, quiso violar su mundo y con el, abajo, su pueblo querido, su
gente, sus casitas. El gran Grop, padre, había sembrado muchos pequeños para
que le representen en el valle ¡y a veces se empeña en meter miedo al isleño!
Ñoooooo cuando abren la boca hay que echar a correr, te va en ello la vida,
bostezan con hambre de fuego rugiendo como León. Hubo un tiempo, de ahí la preocupación
de nuestro fantasmita, que la lava llegó bien cerca de los bohíos casi que a
los pies de los guajiros ¡pobres campesinos! (dijo), pero sacaron sus alas y a
la mayoría no les logró pillar la lluvia de piedras refractarias ¡lograron
volar del peligro! Y es que los negritos son mucho negrito, aunque algún
portugués ande por medio ser lo son y mucho aunque haya la tira de mestizos,
uffff, más que en Guinea-Bisáu, que Angola, que… más , muchos más; unos y otros
son ligeros como gacelas y cuando se trata de correr salen volando ¡Si
conocerán ellos el estómago de sus volcanes!!! Pico do Fogo es el volcán más
alto de cresta y pico altivo como de gallo bataraz. Hay más volcanes en Châ das
Caldeiras pero todos hijos o primos -como Pico Pequeño- y todos a su vez forman
parte del mismo paisaje aunque Pico do Fogo conserva el mayor atractivo. Su
belleza y orgullo de lugar lo deja patente a la vista cuando uno vuela por
encima de sus picos góticos que dan forma, por momentos de catedral, para
otros, a los más interesados en representaciones nocturnas bajo las estrellas,
esas que son como ojitos en la noche, pues eso, purito anfiteatro romano, pero
no como el de Mérida, o el de Cái (Cádiz), no, este es fruto de otra no menos
magia artística, propia de la naturaleza en su esencia primitiva.
Gracias a su
naturaleza abrupta, o sea visceral, o salvaje como la quieran llamar, sus
representaciones son de un atractivo propio espectacular, en ocasiones con puro
dramatismo como algunas de las obras de García Lorca. El fantasmita tiene
nombre, le puse ‘Zeca’, en honor al cantautor y compositor musical
antiimperialista portugués José Alfonso. Y si de él les interesa el color de
sus ojos lo van a encontrar siempre en lo más alto de las estrellas; allá en la
punta de la más altiva, con forma de cresta de gallo fosilizado, meditando e
implorando, como el pobre gallo Bataraz de Gardel. En este caso no mueve peleas
para paliar de plata al patrón, sino a las nubes que rompan cántaro y
descarguen lluvia que tanto necesita la isla, que llueva como alma en pena y
amanse, de a poquito el dios Sol, para que no se enfade ni él ni el aire
furioso y broten las viñas añoradas y los frutos de los huertos refrigeren
húmedos de fertilidad y colores mágicos que solo la naturaleza logra brotar, y
el Grop, descanse plácido para la eternidad de amaneceres sobre los valles
mágicos de Châ das Caldeiras. Para la tranquilidad de los criollos del lugar
hicieron falta lluvias y que las caracolas danzaran a orillas de la costa, por
encima de la lava, por donde el mar puso frontera suplicando al ardiente Grop,
no erosionara toda la tierra, ni engullera vidas sin ton ni son. El es mi
amigo, es esplendor mágico al que hay que respetar. Me contó que hubo un anillo
de agua salada que el marecito puso como flotador de caracolas ¡ahí no más!
(dijo). Y a trescientos metros quedó ahí quieto parado, pasmado, acobardado
frente al flotador. El océano Atlántico cerró filas contagiado por la fuerza de
los vientos que se unieron al eco de las caracolas y junto con el poblado,
amenazaron con una protesta de por vida, acompañada de violines Travadinha con
guitarras y tambores por donde asomó la voz del auténtico inolvidable Zeca
acompañado de tumbadoras, yembés y coplas de vida a África. Las nubes se
sumaron a los cantos de minha terra custodiando la gran festa contra o
colonialismo do país que sea.
El día anterior al
ascenso me puse a seleccionar lava con todo el poblado, sobre ella elevan como
ritual ‘espejos de sol de roca negra’, también piedras de ojos de estrella.
Tienen un campito de fútbol para la descarga del valle, junto a maracas y
violines, voces hermosas y baladas bajo un inmenso negro azulón de piedritas
calcinadas que no pesan como ojos de la tierra. Yo ni miro, noooo, no quiero
ver ‘el esperpento’ que están empezando alumbrar, esa base con guías que llaman
sherpas que están formando para ascender a turistas por los caracoles y trenzas
mágicas del fantasmita. No quiero preocuparme ¡NO!, me dije, mientras defienda
nuevas primaveras el isleño, laboriosas, alegres, solidarias entre sí como
jamás yo vi en otro lugar. No quiero preocuparme ¡NO!, mientras frenen la
pasividad y hagan añicos la decadencia que amenace sobre sus vidas y cultura
propia. Así es como quiero y visualizo siempre desde aquél día que intuí sobre
su naturaleza la destrucción masiva. Los sigo bajo las estrellas allá donde me
encuentre comunicando, escuchando, desarrollando leyendas que den sentido a sus
propias vidas para la posteridad de generaciones nuevas. En las lomas que
montan sobre el volcán hay una mancha de fuego. El sol se empeña y pone su
bandera de sudor nublando mi vista. No puedo despistarme, capaz de hacerse con
todo mi cuerpo, siento alrededor ese mormullo de ánimas sueltas y cristales
incrustados que deslumbran, ciegan, y se apodera de mi el pánico. ‘Zeca’
intenta convencerme que desista, que no lo haga sola y vuelva otro día. Hay
tramos que el ardiente Grop, solo te deja subirlos gateando y dando saltos de
urgencia fugaces como de ardilla. ‘Zeca’, es como un duende bueno preocupado, me
arrastra hacia abajo, teme que caiga de lleno sobre el día. Pero, ¿cuándo
volveré de nuevo sobre estas tierras?¿cuándo volveré a sentir la mágica
impresión de paz que cautiva todo mi ser y envalentona sobre la misma fuerza y
espíritu que la magia que clonaba a Dafnis y Cloe?. Ni un turista a la redonda,
libres, mi fantasmita y yo.
A cada paso las
hondonadas son más profundas, firme como si le hiciera dolor mi tenacidad
(inconsciente) se enfrenta mostrando la cara más agreste de su historia. Camino
ya al lado de su pico, en extremo resbaladizo y peligroso, hasta aquí no vi un
ser viviente excepto yo y el fantasmita que me mira. El Grop juega conmigo,
mueve las piedras que me descienden unos metros, no puedo apoyarme en los
grandes aparentes montículos al contacto se desploman, polvo ceniciento y calor
refractario me invaden poros haciendo que asome el respeto sobre el precipicio
por donde pedorrea el Grop a bomba fétida. A esta hora todo mi cuerpo lubrica
sedoso, empiezan a dilatar mis huesos. Mi marcha eligió un ritmo más acorde y
armonioso con la situación, busca mil y una forma para mantenerse en pié
optimista, alegre y digno. Sobre la resbaladiza pista del escenario volcánico
se me hunden las piernas. Ni respiro. Trozos de roca derrapan se lanzan al vacío
como puño firme. Siento de golpe los kilos de mi cuerpo tambalearse y cada vez
más humilde se resiste al hedor del azufre. Hay sangre en mis piernas y la
punta de los dedos de mis manos enrojecen desgastada su piel. Por lo contrario
siento la piel de mi cara fría, siento que pálida, apenas me faltaban cien
metros y ¡ya! Entonces vería la boca y estómago de Pico do Fogo ¡Tengo que
alcanzar la cima!, digo animándome. Aseguro mi cuerpo lo mejor que puedo,
alargo la mirada con miedo a cualquier movimiento, sigo sobre partes huecas, un
paso en falso sería peligroso. Nadie a la vista. Es ahora cuando cae de lleno
con peso la palabra soledad; patética, presente. Es ahora cuando creo haber
perdido la consciencia del planeta en el que vivimos. Nadie a la vista. Sola.
Sufro como espasmos, empiezo a sentirme mal, el olor es cada vez más fuerte. El
sol de este lado no está llegando, me sentí más aliviada, la capa de purito
negra golpeaba, se filtraba dentro de mis poros, solo respiraba su color y todo
me da vueltas, en ese giro, miro hacia arriba y me agarro a su abrazo sedante,
celeste, me mantendré firme si visualizo su color, me dije, mira el cielo, me
insisto, aunque mis piernas siguen aflojando.
Con los ojos
cerrados me salvo, sigo ahí, los abro de nuevo hacia la bóveda celeste, vuelvo
a darme ánimos, no estás sola, no estás sola ¡atrévete, piensa en el mundo
exterior!, hay gente, mucha gente, el fantasmita sigue contigo. Miro hacia el
volcán, consigo fijar los ojos, no sentir que me vence el vértigo, las piernas
siguen flojas, muy flojas, vuelvo a la bóveda celeste. Me reafirmo en mí una y
otra vez más, tú puedes, hay gente, abajo en el valle hay gente, huertos y
viñas. Intento visualizar mi estado de ánimo y me digo ¡no seas cobarde!,
concentrate, relaja, intenta verlo no como un desafío a la vida sino a la
naturaleza, y sufro por unos segundos ese orgullo optimista que nos supera. Acá
todo cambia, el oxígeno, el aire cambia, el calor, olor, el tacto. Miro hacia
otro ángulo, lucho por sentir el lado más acogedor del volcán pero todo se
cierra, hasta el calor se cierra cada vez más asfixiante. Observo ‘las torres’
picos punzantes como de roca machetera. Me encuentro encaramada ya en Pico do
Fogo, con la ventana abierta al esófago del duro ardiente Grop. Lo intento, quiero
observarle. Mis pasos, gestos (y mis irrintzis intentando obtener respuestas)
mi respirar… No me muevo, poco a poco intento deslizar unos centímetros rotando
las puntas de los pies, empiezo a redescubrir nuevo terreno firme. Me preocupa
apoyarme en nada, pero tengo que hacerlo si no puede darme un vuelco la vista y
precipitarme al fondo de la boca cráter. Todo queda quieto, hasta el aire, todo
parado, no siento el latir del corazón quedó atacado por la impresión del
volcán, sin una hoja ni rama de guindas, una cara, unos ojos reales, un
irrintzi en el aire, una mano que no llega. El tiempo, como yo, quedó
suspendido. Una y mil veces cierro los ojos y los abro hacia el atrayente azul
celeste, estoy viva, me digo, pero ya todo humor subido se tambalea al volver a
pretender ver la boca de Grop, y descender sobre tierra firme abajo en el
valle, pero allí no puedo quedarme. Sigo perpleja, sin moverme, siento un poco
de oxígeno, me reanimo, es como un soplo débil pero me permite cierta defensa
sobre esa imagen y su hedor, sobre su soledad patética de cualquier brizna
vegetal. Siento menos peligroso ‘al ebrio animal’ creado por mi imaginación,
medio dormido, medio en sueños. Reacciono, respiro hondo, no me arriesgo a más,
decido poco a poco el descenso. Me defiendo dándome ánimos, intento cantar,
nuevos irrintzis esperanzando mis propios recursos y también a ese azul que me
envuelve fascinándome. Suspendida en mi propia lucha por retomar el color en
luna llena sobre la noche estrellada, fugaces se disparan al lado de mi
descenso y un amanecer rojo se me presenta majestuoso lubricado por lluvias;
cautelosa, pero dispuesta, a afrontar la victoria final.
Mi estómago se
llenó de humito, estoy plantada como un palo tieso, rígido, frágil, sin
circulación, sin saliva, sin otras manos. No muevo más que la dirección de mi
mirada, observo desde la punta de segundos flotando inseguros (tiempo relativo,
inseguro, en el aire). Solo el calor del volcán es patente como el sol,
gigante, absoluto y puñetero, a veces muerde como ladra, hambriento. Cierro los
ojos una y otra más respirando profundo, sintiéndome, queriéndome y aprieto el
gesto como para limpiar la tela de sudor, ese tul que perturba mi vista y
soporta como puede los golpes duros de calor sin agua, acompañada de unas pequeñas
piedras en mi boca que me ayuda a ensalivar sin dejar que la sequedad absoluta
se apodere, han pasado ya varias horas. La bóveda ejerce el poder de la cólera
de Aguirre, no borro su imagen. Intenté enderezar la mirada, me atreví a
observar cada vez más, fui si eso era posible cogiendo familiaridad, a su
impactante y aplastante color absoluto. Sigo en pié, sujeta, creo, apoyada
tímidamente en una roca. Vuelvo la mirada desde las gradas del anfiteatro,
sobre él apoyando mi cuerpo en algunas de sus muelas. Su interior es como una
inmensa plaza volcánica para la fantasía de leyendas caboverdianas a forma de
cuento o mito generoso y respetuoso con su historia; parte real, que evidencia
una de las culturas del continente africano.
Muy poco es lo que
he descendido hacia la aldea, le miro aún y siento su gran portón, esa casa
castillo donde anida el gran Grop, que camina descalzo sobre sus ardientes y
antiguas brasas y la asfixia desarrolla sus garras y mi cabeza como válvula de
olla presión baila. Tambaleo queriendo volver a la cima ¡es como una droga! el
calor tuerce la serpiente de su cuello y el latir de mi sangre se cuartea. Miro
con respeto temeroso a lo que supongo ‘como una fiera’, y siento una necesidad
de tocar mis piernas. Las tengo, me digo. Empiezo a sentirlas con más fuerza,
quizá por mi alarma, mis brazos están agotados, los dedos de mis manos a sangre
viva, ardo en deseos de abrazar, sigo descendiendo sin dejar de pensar en el
peligro sobre el filo de la cresta de su perfil de risa sonora como de burla,
sus fugas con su vómito de azufre y una ola de calor nauseabunda me invade una
y otra vez haciendo entre ambos más profunda la guerra del silencio absoluto.
El sol intenta relajarme, acercarse como aliado junto a los claros tonos del
cielo y mi mente queda en blanco. Caminé con miedo de hambre lobuna, quizá más
por el silencio que por la mordida, caminé por donde pude sobre la calmada
brasa caliente. Sigo recordando la estampa encaramada a Pico do Fogo con la
ventana abierta al estómago. Es un ladrón, me roba el oxígeno, tengo que
ejercitar la respiración que se queja y mis bronquios rechinan. Noté como una
frazada de él rodea mi cuerpo, hizo que mi corazón se agite, su boca es como
una inmensa plaza profunda cavada hacia abajo y sus crestas se enfilan altivas;
su impresionante panza, es como un espacio de lucha primitiva para olimpiadas.
Sentí la raíz del volcán. La sentí aunque más no fuera psicológicamente hacia
mi garganta ¡intenta asfixiarme!, pensé. Todo se cierra de súbito, de repente
siento el frío, se me hiela la sangre ¡que contradicción!, me dije, la vida
bulle a borbotones. Sus garras se alargan sobre mi como si quisiera apoderarse
pero yo ya no soy yo soy otro animal en defensa que picotea piedras
desesperadamente como si fueran lombrices aliviando mi boca. Es el estómago que
empuja al cerebro a reaccionar, la sed, la inseguridad… Como poseída por él, me
sentí obliga a acercarme, es como un imán que me arrastra hacia las galerías,
al fondo hay como un escritorio (donde Grop inició su interrogatorio), que no
tiene de humano más que el tiempo, el que nos unió esos minutos, en ese espacio
que ejerció sobre mi, como superior, y, me retuvo como dueño absoluto. Y esa
sombra de la luz que es la vida por encima de todas las cosas por donde se filtra
el sol, ese combustible que me alimentó como una batería impidiendo mi
congelación sanguínea ante el pánico al filo de su boca… y empecé como poseída
a ensalzar colores a la vista entre ropa sudada y gotas frías escurriendo por
mi cara, (pensé en sábanas blancas) para aliviar mi helada cara que alertaba
como llamada de lobo hacia el exterior haciendo eco más allá del valle y cerca
de la hondonada de colmillos de marfil.
Me paro, observo de
nuevo, tanteo, dirijo una vez más la mirada hacia algún punto del valle
queriendo encontrarle, ubicar alguna orientación de ánimo, así quise creerlo.
Agarro la camiseta ceñida a la cintura, hago unos nudos en las puntas de las
mangas y respetuosamente cojo alguna piedra para llevar a la aldea rural,
mostraré la belleza que he logrado ver, será mi victoria poder mostrar, me
dije, contarles que he estado en el cielo de la tierra, donde albergo esas
horas dentro de mi. Tomo la ofrenda ya como un recreo acariciando la imagen de
los que esperan mi regreso. Pero el riesgo hacia el poblado aumenta pese estar
un buen trecho de distancia del ‘castillo’ de habitaciones con algunas
divisiones formando galerías y corredizos. Pero sí que empecé a sentir sobre mi
propio cuerpo ligeras caricias de oxígeno más puro y limpio, lo sentí sobre mi
piel y mi mirada, reí y respiré sintiendo el triunfo, aunque aún seguía sin ver
el camino al poblado pero sí fue desapareciendo poco a poco el miedo a lo
desconocido. La insalivación gracias a las diminutas piedras potenciando una
gimnasia gesticular me favoreció tanto que pensé en cerrar los ojos y lanzarme
hacia abajo rodando encogida como si de una pelota grande de algodón se
tratara. ¡¡Detente me dijo la voz interior!! Y me puse a cantar más hacia
dentro que para fuera para mantener la humedad en mi boca y alegré los ojos
enfilando optimista, encontrando el placer del esfuerzo y… observe a distancia
algo que se movía, algo lejano como un camión eso creí, y yo corría como el
final de la olimpiada y cantaba y saboreaba lo más que podía mis pasos
¡chiquita aventura muchacha!, me dije, y reí y reí con la sonrisa y con los
ojos de ternura y nostalgia de mi padre y los brazos y fuerza de mi madre,
silba, silba (hija), silba, nunca tengas miedo! El súbito brillo de algunos
pedazos volcánicos al paso relucen estridentes al sol como lámpara multicolor
dándoles una nueva visión. Fuente inagotable la naturaleza, su enseñanza, su
lucha, su vida, trazos de roca carbonizados a forma de colmena, piedra
fosilizada a forma de pescado arcoiris. El sol viste a Châ das Caldeiras de
diferentes intensidades y brillos. Su piedra sirve para reconstruir casas, en
ellas habita el poblado rural, hacen piezas decorativas, material de cocina, vajilla,
vasijas para agua, jardineras, división de caminos, brújulas volcánicas y
huertos, colman a sus habitantes los viñedos de amor y sementera. Volví a
pensar en la cresta que voy dejando atrás. El pico por donde descendí amenazó
hambriento con la mirada fija sobre la presa, le sentí un rugir extraño, ya
hacia este punto no llega el sol y el tiempo pasa sabiéndome al borde aún de
algo indefinible, sensación producida por la inclinación del declive que afecta
a esta parte de la tierra. De súbito, como un enigma indescriptible veo con
claridad el poblado temeroso que se moviliza; bocanadas de vida se acercan,
empiezan abrir el abanico humano agitando todas las puertas.
Fue cuando grité mi
alegría al ver sobre el valle aquellas figuras agitarse de esa manera, eran sus
gentes que dejaban la faena y miraban el camión al que observé, empecé a salvar
huertos y sortear algunos saludos a los más cercanos cada vez más cerca el
camión por aquellos caminos, ¿dónde irá toda esa gente?, me dije. El poblado se
había alarmado, solicitan un camión, suben voluntarios que cruzan entre
huertos, viñas, selección de brillantes para artesanía y montones de piedra
según tamaños para construir sus casas, sus cuadras, su escuelita… Al otro
punto opuesto yo me acercaba más y más irradiada de alegría, cantaba feliz de
haber logrado el aterrizaje, con la prueba de mi gran verdad engrosando las
mangas de la camiseta al cuello colgando sobre mi pecho como dos manos largas,
con algún humilde recuerdo para las familias, para los comisarios del poblado y
camaradas. Caminaba, llegaba, sin agua, sin comida y mal calzado abriendo en
las puntas por la agreste lava, sin nada de nada más que mi alegría por las
piedritas sonajeras en mi boca que obligaron a trabajar mi esófago y nunca me
faltó saliva.
NOTA
El humito del sueño
sobre la niebla se imponía, dibujaban el paisaje, el miedo se filtró entre
ellos junto a su espíritu incandescente y su lengua de fuego de palpitaciones
inquietantes. Las tijeras cayeron de las garras de Grop, en un intento de
quitarme el sombrero de espinas, se negó a devorarme, por fin el aire refinado
me dejó descender. Los niños formaron coros en Isla de Santo Antâo para
comunicarse con Sâo Filipe en Isla de Fogo. Coros insurgentes uniéndose al
resto de las islas como eco de caracolas. Voces coloridas como estrellitas
negras, carmelita, verde botella como cristales rotos incrustados danzando
cuando Changó entró a escena en un frenético akelarre que arrasa por todo el
archipiélago caboverdiano formado por diez islas y trece islotes, situado a
unos 1.300 km al sur de las islas Canarias y a unos 500 km al oeste de Senegal.
África está viva, los hijos del sol relucen con sus tambores acompañando al
coro insurgente haciéndome olvidar el silencio absoluto vivido. Los recuerdos
son como mariposa blanca, ronronean sus alas sobre mi mejilla. Siento su roce y
su caricia a forma de flores de color. Su sabiduría vuela transmitiendo
optimismo sobre las horas indefensa sobre el cráter donde esperaba un simbólico
vaso lleno que no pude brindar sólo cristales rotos. Pero la botella está ya
abajo sobre el pozo del agua fría amarrada a una soga, brinca bailarina sobre
el agua, me espera, dicen, son muchos los que iban en el camión a rescatarme
cuando se enteraron de la hazaña que emprendí, ¿pretendían subir al volcán a
pié, acaso hacer cadena humana hacia la cima? El Grop cayó rendido sobre el
campo de fútbol, hace un último esfuerzo por levantarse sobre el ring, tambalea
sobre sus propias plantas rodeado de viñedos. Los goleadores le observan. Un
aroma azufre se pierde en el abismo y un brote de flores surge sobre la quemada
piedra calcinada cuerpo de un nuevo valle que resucita una y otra vez sobre la
tierra que le alimenta (hay que seguir vigilantes sin esperar “limosnas”): “El
pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni dejarse
masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a
construir con su esfuerzo una vida digna y mejor” (Salvador Allende).
PD.
La última erupción
del Pico do Fogo se produjo en la noche del 2 de abril de 1995, pocos después
de Pico Pequeño y tres meses después de mi ascensión, duró un mes, se produjo
tras 44 años sin actividad volcánica importante. Entonces la lava sepultó la
aldea en la que conviví esos días e importantes áreas agrícolas de la isla. Uno
de los vulcanólogos que estudian el Fogo, Mota Gomes, ha explicado que ya era
previsible una evacuación <<Tarde o temprano el Fogo iba a entrar en
actividad, ya que había indicios de ello>>.
Maité Campillo
(actriz y directora d` Teatro Indoamericano Hatuey)
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