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lunes, 4 de octubre de 2021

ENTRE LAS GARRAS DE UN VOLCÁN

 

ENTRE LAS GARRAS DE UN VOLCÁN

POR MAITÉ CAMPILLO

«Al mismo tiempo, hay algo magnífico en los volcanes; crearon la atmósfera que necesitamos para respirar».Werner Herzog.

Los volcanes son parte de la vida

Hay montañas como signos sobre el poblado rural, lomas secas como dunas endurecidas, estrías sobre tierra como sal para el labrador, manos ajadas, frente descubierta y ojos penetrantes que me observan, les miro, y sonreímos. Hacia el poblado me dirijo con admiración a sentir junto a ellos la alegría de sus viñas sobre la ruta hacia el cráter del volcán más suntuoso a ver su grande y altiva boca al silbido del viento. Salgo entre islas como flor de revuelo pegada al indice de avionetas y barcos llenos de familias con muchos hijos, todo fueron familias por aquellos días, todo fue amor, brindis y cantos. La comunicación reina sobre los

escenarios improvisados, puños y consignas dieron cuerpo a la gira. El último encuentro marcó mi sensibilidad y sentimiento, puedo asegurar que supuso un antes y después en mi vida. Aquella mañana me levanté muy temprano observé el valle aún despoblado de gente. Me encontraba en un dilema pensando en los compañeros, a uno le había sentado mal la cena, el otro se negó a seguir subiendo al poco de empezar el ascenso. A partir de ahí empece a comprender la relatividad, su reversibilidad me trasmitía tonos más brillantes a la luz de mi propia realidad en esos momentos. Abracé la aventura, me dije, todo es camino, no te rindas. Y empezaron aflorar los tonos azules más menos suaves y más capas se diluían a mi vista en más colores a forma de arco iris, a veces casi imperceptibles, en el fondo era la misma capa, que pertenece al mismo fantasmita que me mira desde arriba en Chá das Caldeiras, imagínense en él no un acento sino una pestañita. Por tramos pequeños intenta asomar el dios del marfil su tono mate elefante, bueno eso creo, no se, el sol me deslumbra al paso sobre su capa movediza, al menos así lo creí, estoy segura y aunque parezca increíble pude observar que me miraba oteando mi ascenso. Paso a paso avanzo sin confiarme. Me acoge otra elegante capa llena de estrellas enclaustradas, pueda que en este caso fuera sobre su larga cabellera, lo cierto es que no puedo (fríamente) asegurar nada, el sol castiga y la imaginación se dispara. Me dio por imaginar que se trataba de ella, me resultaba más llevadero su misterio, cientos de rizos como caracolillos negros con muchos ojos que brillan y todos andan sueltos. El sol posa a cada paso sobre él, sobre su cabello quiero decir, y nuevos espejos de colores brotan a mis ojos en aquél espacio infinito coronando al fantasmita que me mira.

 

Se le aprecia unas trenzas que sorprenden, forman lomas por el paisaje como pelo más apelmazado, otras duras como nudos de roca consistente parece, y de las más veces purita fantasía, pues una se agarra a ellas y desciendes precipitadamente sin poder llegar a acariciar su textura. Tal como si en el tiempo hubiera apurado por docenas grandotes frascos de brillantina y ¡zas! Son trenzas jodedoras hay que estar alerta siempre y tomar conciencia sobre su terreno pues es suyo y solo suyo. Me encuentro sola, ni uno ni otro de los dos compañeros siguió el camino y por aquí no se siente más respirar que el mío. Me dirijo no muy consciente del peligro, aunque alerta y tanteando; su cara norte, puede dar tembladera. El ascenso sola y esa amenaza fue permanente, un simple desliz y caes de lleno, te quiebras (me dije, sigue Maité) y es que no tengo remedio. Me empeñé en dar todo, quería conocer la cara norte del encaprichado fantasmita y sólo podía encontrarle en la punta de la cima

 

d` Pico do Fogo. Es un volcán con un estómago del carajo, vaya, como que le di por nombre Grop, hoy visto con otra nostalgia no se lo daría ¡jodedor el pendejo! Quizá por eso se me metió entre ceja y ceja, quizá, posiblemente le puse ese nombre como para aliviar su aspereza pues el ‘grop isleño’ es un aguardiente de más de 50º, por eso se revolvía de esa manera ese día y que a nadie se le ocurra fumar, nada aconsejable, y menos, herirle con fósforos ni colillas de tabaco ¡cuidadito! En el fondo es como cielo encapotado se encapricha, y sus ojos, como luciérnagas en la noche, y el Grop que lleva dentro, como su puesta de sol hacia las dos de la tarde ¡candela vaya! Destruye la vida natural animal y vegetal, revienta y carboniza la misma roca; su estómago ardió de tal manera que lanzó por los aires la corona de su pico ¡por algo lo llaman Pico do Fogo! Hubo pérdidas humanas esto me lo fue contando todo el propio fantasmita, tiene tremenda entendedera sobre los sucesos allá por el año 1860, imaginen su memoria, sigue vivo, no se olvida.

 

Cuenta el que me mira, porque yo se que me mira, que en 1860 de cuando los sucesos, se le erizó la piel y el rabo a todo animal del poblado. A partir de ahí les predispuso al desafío eterno sobre la aventura de su estancia donde realza cabellera a forma de capa o capote sobre el valle. Sus vidas con él iban a tomar otras formas entre fuego y agua salada, tan lejos y tan cerca que tardó en apagarse. El mar se convierte en aliado de los aldeanos, relaja las miradas del poblado rural donde abito estos días (es un orgullo ser acogida entre ellos) sosiega a la vez su espíritu y embellece, humaniza la isla impregnándola de aventura y desafío diario sobre sus peces, su bravura, sus dunas y lava que tardó en apagarse muriendo abrazada a la costa. La erupción arrastró con ella los bohíos. Dio al traste con las lomas del camino, sus senderos, quemó su vegetación, ardieron los árboles llenos de historia, las estrellas se llenaron de humo, el cielo por esos días dejó de brillar. El fantasmita vomitó las vísceras revueltas de grop inflamable lo dejó todo negrito, aún no se mestizó con nadie, así es como logra difuminarse entre el nuevo paisaje de olor a azufre como formando una acuarela donde el autor no lo tiene en cuenta. Pero yo vi su auténtico atuendo, su rizada cabellera y su cantidad de ojos, que el sol bendice tras las lluvias y reviste de arco iris impregnándolo de lentejuelas de muchos tonos y colores definidos como los peces de su emblemática isla. Yo voy hacer que Goya lo pinte. Le voy a aclamar para que lo haga uno de éstos días que se avecinan sin la amenaza de San Juan y ya lejos de San Pedro y de paso de San Cristóbal ¡Que venga el maestro para que lo pinte, solo quiero al maestro para que verifiquen el fantasmita que me mira, solo él puede conseguirlo!.

 

El puño grande y rojizo del atardecer, a lo lejos, socorre siempre a las negritos y mulaticas isleñas de Châ das Caldeiras situado en la bella isla de Sâo Filipe. Caminaba lento y preocupado el fantasmita en 1995 por el paraje cuando el pequeño Grop, de Pico Pequeño, quiso violar su mundo y con el, abajo, su pueblo querido, su gente, sus casitas. El gran Grop, padre, había sembrado muchos pequeños para que le representen en el valle ¡y a veces se empeña en meter miedo al isleño! Ñoooooo cuando abren la boca hay que echar a correr, te va en ello la vida, bostezan con hambre de fuego rugiendo como León. Hubo un tiempo, de ahí la preocupación de nuestro fantasmita, que la lava llegó bien cerca de los bohíos casi que a los pies de los guajiros ¡pobres campesinos! (dijo), pero sacaron sus alas y a la mayoría no les logró pillar la lluvia de piedras refractarias ¡lograron volar del peligro! Y es que los negritos son mucho negrito, aunque algún portugués ande por medio ser lo son y mucho aunque haya la tira de mestizos, uffff, más que en Guinea-Bisáu, que Angola, que… más , muchos más; unos y otros son ligeros como gacelas y cuando se trata de correr salen volando ¡Si conocerán ellos el estómago de sus volcanes!!! Pico do Fogo es el volcán más alto de cresta y pico altivo como de gallo bataraz. Hay más volcanes en Châ das Caldeiras pero todos hijos o primos -como Pico Pequeño- y todos a su vez forman parte del mismo paisaje aunque Pico do Fogo conserva el mayor atractivo. Su belleza y orgullo de lugar lo deja patente a la vista cuando uno vuela por encima de sus picos góticos que dan forma, por momentos de catedral, para otros, a los más interesados en representaciones nocturnas bajo las estrellas, esas que son como ojitos en la noche, pues eso, purito anfiteatro romano, pero no como el de Mérida, o el de Cái (Cádiz), no, este es fruto de otra no menos magia artística, propia de la naturaleza en su esencia primitiva.

 

Gracias a su naturaleza abrupta, o sea visceral, o salvaje como la quieran llamar, sus representaciones son de un atractivo propio espectacular, en ocasiones con puro dramatismo como algunas de las obras de García Lorca. El fantasmita tiene nombre, le puse ‘Zeca’, en honor al cantautor y compositor musical antiimperialista portugués José Alfonso. Y si de él les interesa el color de sus ojos lo van a encontrar siempre en lo más alto de las estrellas; allá en la punta de la más altiva, con forma de cresta de gallo fosilizado, meditando e implorando, como el pobre gallo Bataraz de Gardel. En este caso no mueve peleas para paliar de plata al patrón, sino a las nubes que rompan cántaro y descarguen lluvia que tanto necesita la isla, que llueva como alma en pena y amanse, de a poquito el dios Sol, para que no se enfade ni él ni el aire furioso y broten las viñas añoradas y los frutos de los huertos refrigeren húmedos de fertilidad y colores mágicos que solo la naturaleza logra brotar, y el Grop, descanse plácido para la eternidad de amaneceres sobre los valles mágicos de Châ das Caldeiras. Para la tranquilidad de los criollos del lugar hicieron falta lluvias y que las caracolas danzaran a orillas de la costa, por encima de la lava, por donde el mar puso frontera suplicando al ardiente Grop, no erosionara toda la tierra, ni engullera vidas sin ton ni son. El es mi amigo, es esplendor mágico al que hay que respetar. Me contó que hubo un anillo de agua salada que el marecito puso como flotador de caracolas ¡ahí no más! (dijo). Y a trescientos metros quedó ahí quieto parado, pasmado, acobardado frente al flotador. El océano Atlántico cerró filas contagiado por la fuerza de los vientos que se unieron al eco de las caracolas y junto con el poblado, amenazaron con una protesta de por vida, acompañada de violines Travadinha con guitarras y tambores por donde asomó la voz del auténtico inolvidable Zeca acompañado de tumbadoras, yembés y coplas de vida a África. Las nubes se sumaron a los cantos de minha terra custodiando la gran festa contra o colonialismo do país que sea.

 

El día anterior al ascenso me puse a seleccionar lava con todo el poblado, sobre ella elevan como ritual ‘espejos de sol de roca negra’, también piedras de ojos de estrella. Tienen un campito de fútbol para la descarga del valle, junto a maracas y violines, voces hermosas y baladas bajo un inmenso negro azulón de piedritas calcinadas que no pesan como ojos de la tierra. Yo ni miro, noooo, no quiero ver ‘el esperpento’ que están empezando alumbrar, esa base con guías que llaman sherpas que están formando para ascender a turistas por los caracoles y trenzas mágicas del fantasmita. No quiero preocuparme ¡NO!, me dije, mientras defienda nuevas primaveras el isleño, laboriosas, alegres, solidarias entre sí como jamás yo vi en otro lugar. No quiero preocuparme ¡NO!, mientras frenen la pasividad y hagan añicos la decadencia que amenace sobre sus vidas y cultura propia. Así es como quiero y visualizo siempre desde aquél día que intuí sobre su naturaleza la destrucción masiva. Los sigo bajo las estrellas allá donde me encuentre comunicando, escuchando, desarrollando leyendas que den sentido a sus propias vidas para la posteridad de generaciones nuevas. En las lomas que montan sobre el volcán hay una mancha de fuego. El sol se empeña y pone su bandera de sudor nublando mi vista. No puedo despistarme, capaz de hacerse con todo mi cuerpo, siento alrededor ese mormullo de ánimas sueltas y cristales incrustados que deslumbran, ciegan, y se apodera de mi el pánico. ‘Zeca’ intenta convencerme que desista, que no lo haga sola y vuelva otro día. Hay tramos que el ardiente Grop, solo te deja subirlos gateando y dando saltos de urgencia fugaces como de ardilla. ‘Zeca’, es como un duende bueno preocupado, me arrastra hacia abajo, teme que caiga de lleno sobre el día. Pero, ¿cuándo volveré de nuevo sobre estas tierras?¿cuándo volveré a sentir la mágica impresión de paz que cautiva todo mi ser y envalentona sobre la misma fuerza y espíritu que la magia que clonaba a Dafnis y Cloe?. Ni un turista a la redonda, libres, mi fantasmita y yo.

 

A cada paso las hondonadas son más profundas, firme como si le hiciera dolor mi tenacidad (inconsciente) se enfrenta mostrando la cara más agreste de su historia. Camino ya al lado de su pico, en extremo resbaladizo y peligroso, hasta aquí no vi un ser viviente excepto yo y el fantasmita que me mira. El Grop juega conmigo, mueve las piedras que me descienden unos metros, no puedo apoyarme en los grandes aparentes montículos al contacto se desploman, polvo ceniciento y calor refractario me invaden poros haciendo que asome el respeto sobre el precipicio por donde pedorrea el Grop a bomba fétida. A esta hora todo mi cuerpo lubrica sedoso, empiezan a dilatar mis huesos. Mi marcha eligió un ritmo más acorde y armonioso con la situación, busca mil y una forma para mantenerse en pié optimista, alegre y digno. Sobre la resbaladiza pista del escenario volcánico se me hunden las piernas. Ni respiro. Trozos de roca derrapan se lanzan al vacío como puño firme. Siento de golpe los kilos de mi cuerpo tambalearse y cada vez más humilde se resiste al hedor del azufre. Hay sangre en mis piernas y la punta de los dedos de mis manos enrojecen desgastada su piel. Por lo contrario siento la piel de mi cara fría, siento que pálida, apenas me faltaban cien metros y ¡ya! Entonces vería la boca y estómago de Pico do Fogo ¡Tengo que alcanzar la cima!, digo animándome. Aseguro mi cuerpo lo mejor que puedo, alargo la mirada con miedo a cualquier movimiento, sigo sobre partes huecas, un paso en falso sería peligroso. Nadie a la vista. Es ahora cuando cae de lleno con peso la palabra soledad; patética, presente. Es ahora cuando creo haber perdido la consciencia del planeta en el que vivimos. Nadie a la vista. Sola. Sufro como espasmos, empiezo a sentirme mal, el olor es cada vez más fuerte. El sol de este lado no está llegando, me sentí más aliviada, la capa de purito negra golpeaba, se filtraba dentro de mis poros, solo respiraba su color y todo me da vueltas, en ese giro, miro hacia arriba y me agarro a su abrazo sedante, celeste, me mantendré firme si visualizo su color, me dije, mira el cielo, me insisto, aunque mis piernas siguen aflojando.

 

Con los ojos cerrados me salvo, sigo ahí, los abro de nuevo hacia la bóveda celeste, vuelvo a darme ánimos, no estás sola, no estás sola ¡atrévete, piensa en el mundo exterior!, hay gente, mucha gente, el fantasmita sigue contigo. Miro hacia el volcán, consigo fijar los ojos, no sentir que me vence el vértigo, las piernas siguen flojas, muy flojas, vuelvo a la bóveda celeste. Me reafirmo en mí una y otra vez más, tú puedes, hay gente, abajo en el valle hay gente, huertos y viñas. Intento visualizar mi estado de ánimo y me digo ¡no seas cobarde!, concentrate, relaja, intenta verlo no como un desafío a la vida sino a la naturaleza, y sufro por unos segundos ese orgullo optimista que nos supera. Acá todo cambia, el oxígeno, el aire cambia, el calor, olor, el tacto. Miro hacia otro ángulo, lucho por sentir el lado más acogedor del volcán pero todo se cierra, hasta el calor se cierra cada vez más asfixiante. Observo ‘las torres’ picos punzantes como de roca machetera. Me encuentro encaramada ya en Pico do Fogo, con la ventana abierta al esófago del duro ardiente Grop. Lo intento, quiero observarle. Mis pasos, gestos (y mis irrintzis intentando obtener respuestas) mi respirar… No me muevo, poco a poco intento deslizar unos centímetros rotando las puntas de los pies, empiezo a redescubrir nuevo terreno firme. Me preocupa apoyarme en nada, pero tengo que hacerlo si no puede darme un vuelco la vista y precipitarme al fondo de la boca cráter. Todo queda quieto, hasta el aire, todo parado, no siento el latir del corazón quedó atacado por la impresión del volcán, sin una hoja ni rama de guindas, una cara, unos ojos reales, un irrintzi en el aire, una mano que no llega. El tiempo, como yo, quedó suspendido. Una y mil veces cierro los ojos y los abro hacia el atrayente azul celeste, estoy viva, me digo, pero ya todo humor subido se tambalea al volver a pretender ver la boca de Grop, y descender sobre tierra firme abajo en el valle, pero allí no puedo quedarme. Sigo perpleja, sin moverme, siento un poco de oxígeno, me reanimo, es como un soplo débil pero me permite cierta defensa sobre esa imagen y su hedor, sobre su soledad patética de cualquier brizna vegetal. Siento menos peligroso ‘al ebrio animal’ creado por mi imaginación, medio dormido, medio en sueños. Reacciono, respiro hondo, no me arriesgo a más, decido poco a poco el descenso. Me defiendo dándome ánimos, intento cantar, nuevos irrintzis esperanzando mis propios recursos y también a ese azul que me envuelve fascinándome. Suspendida en mi propia lucha por retomar el color en luna llena sobre la noche estrellada, fugaces se disparan al lado de mi descenso y un amanecer rojo se me presenta majestuoso lubricado por lluvias; cautelosa, pero dispuesta, a afrontar la victoria final.

 

Mi estómago se llenó de humito, estoy plantada como un palo tieso, rígido, frágil, sin circulación, sin saliva, sin otras manos. No muevo más que la dirección de mi mirada, observo desde la punta de segundos flotando inseguros (tiempo relativo, inseguro, en el aire). Solo el calor del volcán es patente como el sol, gigante, absoluto y puñetero, a veces muerde como ladra, hambriento. Cierro los ojos una y otra más respirando profundo, sintiéndome, queriéndome y aprieto el gesto como para limpiar la tela de sudor, ese tul que perturba mi vista y soporta como puede los golpes duros de calor sin agua, acompañada de unas pequeñas piedras en mi boca que me ayuda a ensalivar sin dejar que la sequedad absoluta se apodere, han pasado ya varias horas. La bóveda ejerce el poder de la cólera de Aguirre, no borro su imagen. Intenté enderezar la mirada, me atreví a observar cada vez más, fui si eso era posible cogiendo familiaridad, a su impactante y aplastante color absoluto. Sigo en pié, sujeta, creo, apoyada tímidamente en una roca. Vuelvo la mirada desde las gradas del anfiteatro, sobre él apoyando mi cuerpo en algunas de sus muelas. Su interior es como una inmensa plaza volcánica para la fantasía de leyendas caboverdianas a forma de cuento o mito generoso y respetuoso con su historia; parte real, que evidencia una de las culturas del continente africano.

 

Muy poco es lo que he descendido hacia la aldea, le miro aún y siento su gran portón, esa casa castillo donde anida el gran Grop, que camina descalzo sobre sus ardientes y antiguas brasas y la asfixia desarrolla sus garras y mi cabeza como válvula de olla presión baila. Tambaleo queriendo volver a la cima ¡es como una droga! el calor tuerce la serpiente de su cuello y el latir de mi sangre se cuartea. Miro con respeto temeroso a lo que supongo ‘como una fiera’, y siento una necesidad de tocar mis piernas. Las tengo, me digo. Empiezo a sentirlas con más fuerza, quizá por mi alarma, mis brazos están agotados, los dedos de mis manos a sangre viva, ardo en deseos de abrazar, sigo descendiendo sin dejar de pensar en el peligro sobre el filo de la cresta de su perfil de risa sonora como de burla, sus fugas con su vómito de azufre y una ola de calor nauseabunda me invade una y otra vez haciendo entre ambos más profunda la guerra del silencio absoluto. El sol intenta relajarme, acercarse como aliado junto a los claros tonos del cielo y mi mente queda en blanco. Caminé con miedo de hambre lobuna, quizá más por el silencio que por la mordida, caminé por donde pude sobre la calmada brasa caliente. Sigo recordando la estampa encaramada a Pico do Fogo con la ventana abierta al estómago. Es un ladrón, me roba el oxígeno, tengo que ejercitar la respiración que se queja y mis bronquios rechinan. Noté como una frazada de él rodea mi cuerpo, hizo que mi corazón se agite, su boca es como una inmensa plaza profunda cavada hacia abajo y sus crestas se enfilan altivas; su impresionante panza, es como un espacio de lucha primitiva para olimpiadas. Sentí la raíz del volcán. La sentí aunque más no fuera psicológicamente hacia mi garganta ¡intenta asfixiarme!, pensé. Todo se cierra de súbito, de repente siento el frío, se me hiela la sangre ¡que contradicción!, me dije, la vida bulle a borbotones. Sus garras se alargan sobre mi como si quisiera apoderarse pero yo ya no soy yo soy otro animal en defensa que picotea piedras desesperadamente como si fueran lombrices aliviando mi boca. Es el estómago que empuja al cerebro a reaccionar, la sed, la inseguridad… Como poseída por él, me sentí obliga a acercarme, es como un imán que me arrastra hacia las galerías, al fondo hay como un escritorio (donde Grop inició su interrogatorio), que no tiene de humano más que el tiempo, el que nos unió esos minutos, en ese espacio que ejerció sobre mi, como superior, y, me retuvo como dueño absoluto. Y esa sombra de la luz que es la vida por encima de todas las cosas por donde se filtra el sol, ese combustible que me alimentó como una batería impidiendo mi congelación sanguínea ante el pánico al filo de su boca… y empecé como poseída a ensalzar colores a la vista entre ropa sudada y gotas frías escurriendo por mi cara, (pensé en sábanas blancas) para aliviar mi helada cara que alertaba como llamada de lobo hacia el exterior haciendo eco más allá del valle y cerca de la hondonada de colmillos de marfil.

 

Me paro, observo de nuevo, tanteo, dirijo una vez más la mirada hacia algún punto del valle queriendo encontrarle, ubicar alguna orientación de ánimo, así quise creerlo. Agarro la camiseta ceñida a la cintura, hago unos nudos en las puntas de las mangas y respetuosamente cojo alguna piedra para llevar a la aldea rural, mostraré la belleza que he logrado ver, será mi victoria poder mostrar, me dije, contarles que he estado en el cielo de la tierra, donde albergo esas horas dentro de mi. Tomo la ofrenda ya como un recreo acariciando la imagen de los que esperan mi regreso. Pero el riesgo hacia el poblado aumenta pese estar un buen trecho de distancia del ‘castillo’ de habitaciones con algunas divisiones formando galerías y corredizos. Pero sí que empecé a sentir sobre mi propio cuerpo ligeras caricias de oxígeno más puro y limpio, lo sentí sobre mi piel y mi mirada, reí y respiré sintiendo el triunfo, aunque aún seguía sin ver el camino al poblado pero sí fue desapareciendo poco a poco el miedo a lo desconocido. La insalivación gracias a las diminutas piedras potenciando una gimnasia gesticular me favoreció tanto que pensé en cerrar los ojos y lanzarme hacia abajo rodando encogida como si de una pelota grande de algodón se tratara. ¡¡Detente me dijo la voz interior!! Y me puse a cantar más hacia dentro que para fuera para mantener la humedad en mi boca y alegré los ojos enfilando optimista, encontrando el placer del esfuerzo y… observe a distancia algo que se movía, algo lejano como un camión eso creí, y yo corría como el final de la olimpiada y cantaba y saboreaba lo más que podía mis pasos ¡chiquita aventura muchacha!, me dije, y reí y reí con la sonrisa y con los ojos de ternura y nostalgia de mi padre y los brazos y fuerza de mi madre, silba, silba (hija), silba, nunca tengas miedo! El súbito brillo de algunos pedazos volcánicos al paso relucen estridentes al sol como lámpara multicolor dándoles una nueva visión. Fuente inagotable la naturaleza, su enseñanza, su lucha, su vida, trazos de roca carbonizados a forma de colmena, piedra fosilizada a forma de pescado arcoiris. El sol viste a Châ das Caldeiras de diferentes intensidades y brillos. Su piedra sirve para reconstruir casas, en ellas habita el poblado rural, hacen piezas decorativas, material de cocina, vajilla, vasijas para agua, jardineras, división de caminos, brújulas volcánicas y huertos, colman a sus habitantes los viñedos de amor y sementera. Volví a pensar en la cresta que voy dejando atrás. El pico por donde descendí amenazó hambriento con la mirada fija sobre la presa, le sentí un rugir extraño, ya hacia este punto no llega el sol y el tiempo pasa sabiéndome al borde aún de algo indefinible, sensación producida por la inclinación del declive que afecta a esta parte de la tierra. De súbito, como un enigma indescriptible veo con claridad el poblado temeroso que se moviliza; bocanadas de vida se acercan, empiezan abrir el abanico humano agitando todas las puertas.

 

Fue cuando grité mi alegría al ver sobre el valle aquellas figuras agitarse de esa manera, eran sus gentes que dejaban la faena y miraban el camión al que observé, empecé a salvar huertos y sortear algunos saludos a los más cercanos cada vez más cerca el camión por aquellos caminos, ¿dónde irá toda esa gente?, me dije. El poblado se había alarmado, solicitan un camión, suben voluntarios que cruzan entre huertos, viñas, selección de brillantes para artesanía y montones de piedra según tamaños para construir sus casas, sus cuadras, su escuelita… Al otro punto opuesto yo me acercaba más y más irradiada de alegría, cantaba feliz de haber logrado el aterrizaje, con la prueba de mi gran verdad engrosando las mangas de la camiseta al cuello colgando sobre mi pecho como dos manos largas, con algún humilde recuerdo para las familias, para los comisarios del poblado y camaradas. Caminaba, llegaba, sin agua, sin comida y mal calzado abriendo en las puntas por la agreste lava, sin nada de nada más que mi alegría por las piedritas sonajeras en mi boca que obligaron a trabajar mi esófago y nunca me faltó saliva.

 

NOTA

 

El humito del sueño sobre la niebla se imponía, dibujaban el paisaje, el miedo se filtró entre ellos junto a su espíritu incandescente y su lengua de fuego de palpitaciones inquietantes. Las tijeras cayeron de las garras de Grop, en un intento de quitarme el sombrero de espinas, se negó a devorarme, por fin el aire refinado me dejó descender. Los niños formaron coros en Isla de Santo Antâo para comunicarse con Sâo Filipe en Isla de Fogo. Coros insurgentes uniéndose al resto de las islas como eco de caracolas. Voces coloridas como estrellitas negras, carmelita, verde botella como cristales rotos incrustados danzando cuando Changó entró a escena en un frenético akelarre que arrasa por todo el archipiélago caboverdiano formado por diez islas y trece islotes, situado a unos 1.300 km al sur de las islas Canarias y a unos 500 km al oeste de Senegal. África está viva, los hijos del sol relucen con sus tambores acompañando al coro insurgente haciéndome olvidar el silencio absoluto vivido. Los recuerdos son como mariposa blanca, ronronean sus alas sobre mi mejilla. Siento su roce y su caricia a forma de flores de color. Su sabiduría vuela transmitiendo optimismo sobre las horas indefensa sobre el cráter donde esperaba un simbólico vaso lleno que no pude brindar sólo cristales rotos. Pero la botella está ya abajo sobre el pozo del agua fría amarrada a una soga, brinca bailarina sobre el agua, me espera, dicen, son muchos los que iban en el camión a rescatarme cuando se enteraron de la hazaña que emprendí, ¿pretendían subir al volcán a pié, acaso hacer cadena humana hacia la cima? El Grop cayó rendido sobre el campo de fútbol, hace un último esfuerzo por levantarse sobre el ring, tambalea sobre sus propias plantas rodeado de viñedos. Los goleadores le observan. Un aroma azufre se pierde en el abismo y un brote de flores surge sobre la quemada piedra calcinada cuerpo de un nuevo valle que resucita una y otra vez sobre la tierra que le alimenta (hay que seguir vigilantes sin esperar “limosnas”): “El pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor” (Salvador Allende).

 

PD.

 

La última erupción del Pico do Fogo se produjo en la noche del 2 de abril de 1995, pocos después de Pico Pequeño y tres meses después de mi ascensión, duró un mes, se produjo tras 44 años sin actividad volcánica importante. Entonces la lava sepultó la aldea en la que conviví esos días e importantes áreas agrícolas de la isla. Uno de los vulcanólogos que estudian el Fogo, Mota Gomes, ha explicado que ya era previsible una evacuación <<Tarde o temprano el Fogo iba a entrar en actividad, ya que había indicios de ello>>.

 

Maité Campillo (actriz y directora d` Teatro Indoamericano Hatuey)

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