DOS DE TANTOS: LOS GUIRRES DE VÍCTOR RAMÍREZ
VICTORIANO SANTANA SANJURJO
Alguien innominado conversa en una residencia de ancianos con una señora. Cumple así con un favor que le ha pedido la hija de ésta para su tesis, un trabajo de investigación relacionado con una tal CriaturaDivina de la que lo desconocemos todo; al menos en la edición de Guirres sin alas que acaba de publicar Mercurio Editorial, donde solo se menciona en una ocasión y hacia la mitad de la exposición que realiza el protagonista, ese alguien con el que he comenzado y que tanto me recuerda al célebre «Pues sepa vuesa merced » del Lazarillo de Tormes.
«Sé que usted, señora mía, está aquí para que hablare yo principalmente de CriaturaDivina. Cierto. No me lo dice con la boca, pero se le nota en el gesto. Sí, usted vino a la Residencia para que le cuente sobre ella. Aguante y espere el orden, por favor, que necesito soltar del alma todo esto, aunque conozco a quien más puede saber sobre el asunto de la criatura, alguien que aún vive siempre muerta».
No he podido
constatar si la referida está presente
en las dos ediciones que preceden a la que ahora nos ocupa: la que publicó el
Ayuntamiento de Pájara en 2016 y la que hizo Ediciones Idea un año después;
aunque un lector con un mínimo de curiosidad descubrirá que en el citado
consistorio majorero, en 2017, vio la luz una novela del propio Ramírez
intitulada CriaturaDivina. ¿Hablamos de la misma creación? Es posible. El
universo de personajes del escritor grancanario que deambulan entre sus títulos
no es menudo, precisamente. Guirres lo demuestra y no lo niega La machanguita
(Mercurio Editorial, 2017), por nombrar dos referencias próximas.
Sigo. El
protagonista aprovecha la situación que se le presenta de tener quien le
escuche e hilvana una exposición en la que, por una parte, da cuenta de cómo ha
sido posible que él y su amigo Julián tengan tantos y tan delirantes lazos de
parentesco, fijados gracias a los matrimonios que mantuvieron con sus hermanas,
hijas y madres; y, por el otro, cómo los dos han dado el paso para formalizar
un nuevo enlace después de las experiencias vividas en sus anteriores
relaciones conyugales.
Guirres sin alas es
un extracto de la transcripción que la doctoranda hizo de la declaración del
narrador, quien en no pocas ocasiones nos recuerda el porqué de su discurso:
«Espero, señora, que no sufra mucho su hija trascribiendo y que le den la mejor
calificación. La grabadora es buena, de las mejores, ¿no?». Sobre este pretexto
se asienta el genial monólogo que Víctor Ramírez ha compuesto y que demuestra,
una vez más, la enorme capacidad que atesora para crear personajes, situaciones
y escenarios isleños que, de un modo u otro, van más allá de las directrices
que marcan los de por sí limitados textos costumbristas y de raigambre popular.
La novela es una extraordinaria radiografía del ser y del estar de una Canarias
pasiva e indolente, anclada en lo cómodo, sujeta a la resignación y sin más
pretensiones que cumplir con lo que toca hacer cada día para sobrevivir y
atender a las puntuales urgencias hedonistas sin prestar mucha atención a la dignidad.
«Siempre viví muy confiado con todo; aunque no por bondad, sino por desidia y
desesperanza innatas», nos dirá el protagonista.
Un ejemplo: el
narrador y su amigo Julián, cuando pueden, asisten a un cabaret, El Cupido
Andaluz. Como no son clientes que dejen dinero, porque apenas les llega, suelen
estar en un lugar apartado del local durante mucho tiempo con una sola bebida y
contemplando a los que deambulan por ahí. Un día, uno de los dos tiene un
incidente con el responsable de la sala, quien lo abofetea y humilla delante de
los presentes. Tras la escena, para compensar su manera de proceder, accede el
agresor a que les den de beber lo que pidan. Sin orgullo ni amor propio,
reciben la dádiva en forma de dos vasitos de ron que consumirán sentados en el
suelo, cerca de la entrada de los retretes y felices porque esa noche podrán
tomar gratis.
Esta Canarias,
simbolizada en las figuras de los citados, es contraria a la que no está
dispuesta a sucumbir, a no prosperar, a no echarle coraje y esfuerzo con el fin
de salir adelante sobrepasando el bache de una posguerra que, en las islas, se
hizo más larga y dificultosa debido a la distancia y la desidia metropolitana.
La imagen de esta superación se consolida en la figura de un fascinante
personaje de la novela que, a pesar de su condición de secundario y de sus
contadas referencias, me atrapó hasta el punto de ver en él hechuras
suficientes para protagonizar un relato: RitaLubinia Berriel Falcón, la primera
mujer del narrador y hermana de Julián. Es de los pocos que aparecen con su
nombre y apellidos al completo, un rasgo distintivo no menor, a mi juicio.
Destaco su condición de ávida lectora y que posea una fuerte personalidad y un
acrisolado sentido del orgullo propio: rechaza el vestido de novia que le quieren
prestar porque no acepta limosnas ni dádivas de nadie, «y menos soporto las
ayudas viniendo de la familia, pues son sobornos para chantajearte luego», dirá
a su desconcertado pretendiente, que no es otro que ese alguien innominado que
tiene la palabra en Guirres sin alas. Su sentido de la libertad le lleva a
tomar la decisión de abandonar su hogar y fugarse con un pintor, con quien
tampoco debió irle bien, según nos cuenta el que fuera su primer marido.
Dos Canarias, pues,
fluyen en el trasfondo de la trama que recogen las admirables páginas de esta
novela: por un lado, la que se dota de alas para afrontar las dificultades y
progresar; por el otro, la de y que son
identificados por quienes los conocen y han tratado con ellos como aves
rapaces.
«Aunque tampoco he
olvidado nunca a alguien del barrio y con más o menos nuestra edad, alguien que
nos saludó falsamente efusivo al cruzarse con nosotros, llevando Julián y yo a
nuestras espositas enganchadas conyugales al brazo; levemente alzando el vecino
la mano como si cómplice rencoroso. Iba acompañado de su mujer, toda fea y
avejentada, quien, nada más habernos saludado, le preguntó con altanero
retintín envidioso: ésos que van con las niñas son Los Guirres ¿no? . A lo que
le r Sí lo son, pero guirres sin alas
Estamos ante una
obra de autor, un texto con estilo propio imposible ya de no reconocer después
de tantos años ofreciendo al patrimonio literario hispánico extraordinarias
piezas con las que nos identificamos porque las sentimos afines a nuestra
condición y al mundo del que formamos parte. Mucho se ha escrito sobre estas
peculiaridades que atesora la producción de Víctor Ramírez y, por fortuna, no
poco es lo que ha de seguir escribiéndose. Es un clásico. Una referencia
imperecedera por incuestionable cuando se hable de literatura en lengua
española vinculada a la cultura e idiosincrasia canaria y americana.
Una búsqueda rápida
en internet con el propósito de avivar el rescoldo de lejanas lecturas de y
sobre la producción de nuestro autor me ha llevado a constatar el registro de
contenidos muy valiosos, como los que han elaborado, por ejemplo, Juan Antonio
Luján Henríquez sobre Guirres sin alas y Anghel Morales acerca de algunos
cuentos. Descubrí estas referencias en el blog Nación canaria del mencionado
Morales y las uní a ese enorme conjunto de notas y estudios académicos, tanto
digitales como en soporte papel, que parecen anunciar que poco es lo que cabe
aportar sobre esas apuntadas marcas de identidad de la narrativa del
grancanario que ya no se haya dicho. En consecuencia, solo puedo resaltar
aquellas que más me han cautivado, empezando por la que creo es la principal de
todas:
el espíritu de
confluencia que presiden las acciones, las expresiones dialógicas y narrativas,
los
En Guirres sin
alas, este impulso retórico hacia la convergencia queda reflejado de algún modo
en las interpolaciones y digresiones, que se consiguen con esa disposición del
discurso en grupos de párrafos que parecen mostrar que el emisor habla a
saltos, yendo de un tema a otro, empezándolo todo y dejando que el lector
llegue a pensar que la exposición se ha quedado a medias, aunque después
comprueba que no es así. Se agolpan las ideas, se empujan entre sí, la
sensación de desorden enciende las alarmas; pero luego, la genialidad de
Ramírez consigue demostrarnos que tras ese aparente caos hay una arquitectura
textual sumamente cuidada, consecuencia de una depurada técnica, pues todos los
frentes iniciados concluyen y los que no se dejan aposta, como esas estructuras
metálicas que sobresalen en el hormigón cuando se ha retirado el encofrado y
que sugieren la posibilidad de una continuidad en la edificación.
Vista con la debida
distancia, esta disposición de los elementos se configura en la novela tomando
la forma de un sistema solar como el nuestro: hay un centro que, a mi juicio,
viene representado por «la ocurrencia» de Julián, que le sobrevino tras ver
«aquella ninfita pública»: que cada uno se case con la hija del otro. Este
matrimonio determina el desarrollo de la obra en la medida que cohesiona la
exposición del narrador haciendo orbitar todos los asuntos menores (satélites)
alrededor de los planetas que representan, por un lado, el cómo se llegó a la
conclusión de que la boda era recomendable, aunque solo fuera como resultado de
un interés del protagonista por procurar la felicidad de su amigo tras el
incidente de las cachetadas que recibió en El Cupido Andaluz; y, por el otro,
cómo se fraguaron el noviazgo, la convivencia y la posterior ruptura con las jóvenes.
La idea del enlace, pues, es la gran estrella en torno a la que gira la
cantidad de asuntos variados que aborda el monologuista.
Habitual en nuestro
autor es el asentamiento de la trama de sus obras en las clases populares y en
personajes que, siendo de ciudad, parecen manifestar actitudes o modos de
conducirse que, en ocasiones, asociaríamos más a entornos rurales. Todos se ven
envueltos en una suerte de lugares comunes dentro de la historia cotidiana de
nuestra tierra a lo largo del siglo XX: el peso emocional de la emigración, la
abundancia de descendientes, la pobreza asumida, el complejo de inferioridad,
la influencia de la iglesia, la sensación del aislamiento, etc. Víctor Ramírez,
deudor de un pensamiento político bien conocido, no puede mostrarse indiferente
ante este panorama, de ahí que aproveche la ocasión para dejar caer su
particular impronta, como ocurre en el capítulo III, cuando suelta un
contundente «la limosna retrasa la revolución» al hilo de un pago a plazos por
un servicio sexual a Antonia LaPergamina.
También se
pronuncia el escritor, y en Guirres tiene mucho sentido que lo haga, sobre el
valor de los vínculos familiares y cómo las relaciones establecidas en
ocasiones crean uniones que, en el fondo, no lo serán sino por el acuerdo, no
por el afecto. El narrador posee, en teoría, una parentela grande; pero en la
práctica esto no impide que esté absolutamente solo y que lo más cercano sea su
inseparable Julián, a quien conoció cuando hacían la mili. Fue un mal padre, lo
reconoce; un irresponsable que se desentendió de su función educadora:
«Es verdad que su
vida nada me importaba. Jamás fui padre que se preocupara seriamente de sus
hijos, acaso porque evitaba yo agobiarles de educación como me agobiaron a mí,
con palizas incluidas».
Esta realidad,
atribuible también a Julián, tiene una consecuencia curiosa dentro de la trama
principal de la novela: que ambos hablarán de sus hijas como si fueran dos
perfectas desconocidas, lo que les lleva a descubrir en ellas novedosas cualidades
y llamativos modos de actuar que, en ocasiones, quedan envueltos en una
nebulosa de inmoralidad que afecta tanto a los padres como a las dos jóvenes.
Los conflictos entre lo que está bien y lo que no, lo correcto y su contrario,
se perciben con más claridad en el narrador y en Julián porque ambos tienen una
mayor proyección en la novela, pero son propios del entorno con el que
conviven. El caso más lacerante es, sin duda, el de un tal maestro Febrero,
quien se aprovecha de sus dos nietas con el visto bueno de sus padres, que no
lo denuncian porque hace falta el dinero de su pensión para sobrevivir.
la intensa pulsión sexual que domina a los
personajes y que los condiciona hasta el punto de que todo en sus vidas parece
quedar supeditado al desfogue, creando para ello un orden de prioridades que
llega a ser en ocasiones perturbador, como cuando Julián, ya viudo, declara que
prefiere desahogarse con la cabra negra que tiene en la azotea antes que
masturbarse porque «es de marica tocar la pinga para dar gusto, aunque sea
tocarte la tuya». El hecho mismo de que lleguen a dar el visto bueno a casarse
con la hija del otro, sobrinas las dos que vieron nacer y crecer, y con quienes
mantienen muchos años de diferencia, traslada una imagen del incesto muy nítida
y consolida la idea de que hay vínculos cuya validez solo es teórica, aunque
cuenten con el aval de la tradición: «Por lo oído, señora, esto de casar
chiquilla con maduro y con familiares fue algo más habitual de lo imaginado. De
entre mis familiares yo no conozco caso parecido, la verdad sea dicha. También
es cierto que casi todos acabaron emigrando»; y el visto bueno
eclesiástico:
«Si nuestro Señor
las ha hecho fértiles desde tales edades, por algo será, hijo mío. ¿Y con
quiénes estarán las criaturitas mejor atendidas conyugales que con vosotros
como esposos?».
La presencia de
personajes adocenados determina el tipo de español de Canarias coloquial que
utilizan, situado en el nivel bajo, aunque sin adentrarse de lleno en el
pedregoso camino de los vulgarismos. En el idiolecto del relator abunda el
estilo informal dotado de los recursos propios de la lengua oral: repeticiones,
formulaciones expresivas que se quedan a medias, apelaciones a los
interlocutores, preguntas retóricas («¿Usted qué cree, señora mía?»), etc. Es
frecuente la presencia de metábasis y el uso del hipérbaton; así como de
neologismos ( señoronita ) y, sobre
todo, de la hipérbole, que en Guirres se puede detectar en la multiplicidad de
vínculos familiares que mantienen el protagonista y Julián.
Este tipo de
exageración de la que hace uso Víctor Ramírez posee una carga humorística y
enlaza con ese punto de desenfado y de sutilísima ironía que se percibe, por
ejemplo, en los dos nombres unidos que tienen las mujeres más cercanas al
protagonista y Julián por formar parte de su familia (MaryPino, RitaLubinia,
AltagraciaMercedes, ArabiaFermina, etc.) y la siguiente generación
(ArmicheRosendo, YaniroBentejuí ; y en situaciones tan hilarantes como la que
se produce durante el noviazgo del relator y su amigo con sus hijas cuando
estas reclaman de sus futuros esposos que se comporten como pretendientes y
actúen como corresponde, o sea, escondiéndose de sus padres. La gracia está en
que ¡ellos son sus progenitores! O sea, que el protagonista y la hija de Julián
tienen que hacer sus cosas de novios sin que el mismo Julián las conozca, y
viceversa.
Un paso más
avanzado de la ironía y tan propio de nuestra idiosincrasia sería la retranca
que encierran comentarios como el que dedica el narrador a la prostituta
Camelia, quien era generosa y bondadosa, pero cuando terminó sus estudios de
Derecho y consiguió ser jueza se convirtió en un demonio; o
; o que el cabaret, con el tiempo, acabase
convertido en una entidad bancaria; o que elevara el deseo sexual de la hija
del narrador el que su marido Julián se disfrazara de obispo, por ejemplo.
Ni una puntada sin
hilo, ni un mensaje sin trasfondo ni proyección. Así es Guirres sin alas, una
novela ante la que podemos adoptar dos posiciones que no son excluyentes: por
una parte, la que busca el mero entretenimiento y el echarse unas risas y pasar
un buen rato de lectura a costa de unos personajes y unas situaciones que, en
ocasiones, recuerdan a los cuentos de Pepe Monagas, la genial creación de Pancho
Guerra. Por la otra, la que es consciente de que detrás del decorado y del tono
desenfadado hay una visión del mundo que, de alguna manera, nos ha condicionado
como canarios. Julián y el narrador representan se despreocupan
del futuro porque
viven al día, sin aspiraciones de mejora, conformes con la mala vida que tienen
y consolados con el convencimiento de que todo podría ser peor. Ellos
representan la Canarias deambulante que rebaña sus jornadas con la asumida
comodidad que les concede el tener claro que de nada saben; una Canarias, por
fortuna cada vez más pequeña, que da la sensación de estar convencida de que el
conocimiento es peligroso, como nos llega a señalar el narrador cuando habla de
la lectura:
«Lo malo estaba en
que, mientras más aprendía leyendo, mayores resultaron mis miedos a seguir
vivo, más fuertes serían mis convicciones de que sólo se aprende para conocer
tus ignorancias irresolutas, aumentándosete las dudas y desesperanzas, sí. Y
eso desanima peligrosamente, te quita las ganas de vivir como lo que en verdad
eres: un animalito de Dios. Por eso acabaré dejando repentino de leer, como
asustado frenético».
La asunción de esta
segunda posición (sin negar la primera, repito) permite que descubramos en la
novela una singular validez que trasciende los límites de lo literario para
adentrarse en los de la sociología y la antropología. Ese es el gran valor de
Guirres sin alas; y su hallazgo, el gran regalo que nos da su lectura.
Referencia:
• Guirres
sin alas.
• Víctor
Ramírez.
• Mercurio
Editorial
• 2021
• 280
páginas
No hay comentarios:
Publicar un comentario