IZQUIERDAS ELECTROCUTADAS
JUAN TORRES LÓPEZ
La subida constante y tan elevada del precio de la luz está pasando una factura extraordinaria a los hogares y empresas españolas, pero también a los dos partidos que forman el gobierno de Pedro Sánchez.
Los medios de la derecha, lo que equivale a decir que casi todos, los tertulianos y algunos economistas y, por supuesto, los líderes del PP, Ciudadanos y Vox culpan al gobierno de Pedro Sánchez de las nuevas subidas y lo condenan por no ser capaz de evitarlas pero lo cierto es que, a corto plazo, con inmediatez, ningún gobierno podría lograr una reducción muy significativa del recibo de la luz en España, a tenor de cómo funciona nuestro sistema eléctrico y de la coyuntura en la que nos encontramos.
El precio de la luz
en España comenzó a subir después de la Ley del Sector Eléctrico de 1997,
aprobada con los votos de PP, CiU y PNV, y prácticamente no ha dejado de
hacerlo desde entonces.
Mediante esa ley y
con la reforma que años más tarde introdujo de nuevo el PP, se reguló un
mercado eléctrico que inevitablemente iba a proporcionar precios caros y
subidas puntuales muy elevadas en las malas coyunturas.
Se dijo que la ley
pretendía "liberalizar" el mercado, hacerlo más competitivo y
eficiente, para que los consumidores familiares o empresariales se beneficiaran
de precios más bajos pero no fue eso lo que ocurrió.
En primer lugar, se
consolidó un mercado muy imperfecto y no competitivo sino de oligopolios (unos
pocos oferentes) con gran capacidad de control del mercado (como demuestran las
multas impuestas a las empresas por manipularlo). En segundo lugar, se creó un
sistema de fijación de la tarifa que, en resumidas cuentas, establece como un
único precio de la luz suministrada por todas las fuente de energía (nuclear,
gas, hidroeléctrica, eólica,...) el de la que más cara en cada momento. En
tercer lugar, se incluían como componentes del precio de la luz una serie de
primas o subvenciones por muy diversos conceptos que actuaban como rentas
añadidas de los productores y comercializadores. En cuarto lugar, todo ello se
hacía con una gran falta de transparencia, con una auténtica maraña de normas
muy difíciles de seguir y entender por quien no sea especialista.
Las consecuencias
de todo ellos han sido nefastas: desde precios artificialmente elevados a la
pérdida de empresas públicas, pasando por la corrupción o por lo irracional que
resulta que países con muchas menos horas de luz que España tengan mucha más
energía solar en explotación que nosotros, después de la voladura del emergente
sector de la energía renovable en el que fuimos líderes mundiales.
Ninguno de esos
cambios se ha hecho por casualidad. Las grandes empresas eléctricas disponen de
despachos específicamente encargados de influir en la redacción de las leyes y
normas administrativas que regulan el sector y llevan a cabo su trabajo con
extraordinaria eficacia. No en vano, el lobby eléctrico es uno de los más
activos y poderosos de entre los muchos que despliegan su actividad en la Unión
Europea.
Las subidas
extraordinarias en el precio de la luz que se están produciendo ahora se
inscriben en este contexto. Según el sistema establecido que he comentado, las
empresas que generan electricidad a partir de distintas fuentes (renovables,
nuclear y térmica) presentan cada día su oferta que va desde el precio más bajo
al más caro. El primero suele ser normalmente el de las renovables y nucleares
y el más caro el de las de ciclo combinado de gas, que han de pagar no solo la
materia prima (gas) sino los derechos de generación de CO2.
Lo que está
ocurriendo ahora mismo es que los mercados mundiales de gas están alterados y
su precio se ha disparado, lo mismo que ha ocurrido con los costes de emisión
de CO2.
A la vista de todo
esto, cada vez más gente se pregunta qué se podría hacer para bajar el precio
de la luz y la respuesta no es muy difícil de encontrar.
La tarifa eléctrica
(el "precio de la luz") no se fija, como se quiere hacer creer, a
través de un mercado libre que establece el precio del bien allí donde se
cruzan demanda y oferta. El precio final que pagan los hogares y las empresas
es realmente un precio administrado, el resultado de una regulación concreta,
de una determinada voluntad del legislador que, como hemos visto, no responde a
los costes que soportan las empresas, pues las "marginales", las que
ofertan a precios más bajos, terminan vendiendo su electricidad muy por encima
del coste. No es, en realidad, un precio sino una renta, porque es un ingreso
que las empresas que soportan costes más bajos reciben por privilegio
administrativo. Y es evidente que, si este beneficio extraordinario o
"renta" se elimina de la factura, el precio final de la luz se
reduce.
Otra posibilidad
sería establecer precios fijos o máximos para alguna de las distintas fuentes
de producción, sacándola de ese anterior sistema de fijación del precio. Así
ocurre en Francia con la nuclear (precio fijo) o podría ocurrir si hubiera una
empresa pública que no tuviera como objetivo la maximización del beneficio sino
la mejor satisfacción posible del interés general.
Por otro lado, los
beneficios "caídos del cielo" como consecuencia del sistema de
fijación del precio que he explicado no son las únicas rentas que reciben
algunas empresas productoras encareciendo así la factura final del consumo
eléctrico. También hay otras muchas primas y subvenciones que se podrían
eliminar o hacer que se asuman (si es que realmente son de interés general) por
otras vías. Sería necesario poner en claro todo ello y tomar medidas al
respecto. Nos llevaríamos muchas sorpresas, pero se podría abaratar
considerablemente el recibo de la luz (aunque también sería una medida de
complicada puesta en marcha, sin afectar a derechos adquiridos).
Finalmente, también
se pueden reducir los impuestos que graven, por diferentes conceptos, la
producción, distribución y consumo de electricidad, o incentivar el consumo en
aquellos momentos del día en que pueda ser posible obtener la energía eléctrica
más barata.
¿Podría llevar a
cabo un gobierno como el actual de coalición medidas como estas? Sí y no.
Sí, porque, como
acabo de señalar, algunas se aplican ya en otros países y porque, de hecho, ya
se están poniendo en marcha en el nuestro. El Gobierno de Pedro Sánchez ha
reducido el IVA y ha propuesto una facturación horaria que (aunque sea a
trancas y barrancas y con escasa eficacia) puede reducir el precio que pagan
los consumidores finales. Y en junio pasado aprobó otras dos medidas
adicionales: un proyecto de ley para reducir una buena parte de esos beneficios
extraordinarios caídos del cielo (que abarataría la factura entre un 1,5% y un
4,8%) y otro para crear el Fondo de Sostenibilidad Energética encaminado a
sacar de la factura final los costes del régimen retributivo específico de las
renovables, cogeneración de alta eficiencia y valorización energética de los
residuos (13% de ahorro). Unidas Podemos, por su parte, ha propuesto la
creación de una empresa pública, una medida perfectamente homologable a lo que
hay en otros países de nuestro entorno y que podría tener efectos positivos
sobre el precio de la luz, aunque a más largo plazo.
La medida de
intervenir los precios por la vía de fijar una tarifa fija para la energía
nuclear, como en Francia, o una máxima en la hidroeléctrica se podrían
justificar igualmente, no solo por identificación con lo que ocurre fuera sino
también por razones de emergencia o excepcionalidad, a tenor de la situación
económica en la que encuentran nuestras empresas y hogares. Aunque no cabe
pensar que pudiera ser aceptada sin presión ante las instituciones europeas
donde las empresas eléctricas tienen una gran influencia.
Dicho esto, sin
embargo, lo cierto es que sería muy difícil que medidas moderadas como estas
que ya se toman en otros países y que simplemente tienen como objetivo eliminar
privilegios y dotar al mercado eléctrico de más transparencia, eficiencia y
utilidad públicas se pudieran tomar en España a corto plazo. Y la razón también
es muy sencilla.
Lo que se dirime al
regular el sector eléctrico es dónde van a ir las rentas que se generan de la
producción, comercialización y consumo de ese bien esencial. Y ya hemos visto
que si el recibo de la luz es tan elevado es porque en el mercado no predomina
la competencia ni el interés general sino que está diseñado legalmente para que
unas pocas empresas se apropien de miles de millones de euros de beneficios
extraordinarios. Y un privilegio como ese solo se puede disfrutar si se
dispone, como tienen los oligopolios eléctricos, de una red de influencia
amplísima y muy poderosa que abarque el mundo de la política, los medios, los
partidos, o incluso de la función pública y la judicatura.
Con la excusa de
que la Unión Europea prohibía que existieran empresas públicas en el sector, en
España se privatizaron eléctricas vendiéndolas a empresas pública de otros
países. Y no pasó nada. Una eléctrica como Endesa ha estado durante años
estafando a miles de hogares y empresas, cobrando por servicios que no prestaba
o redondeando a su favor las facturas, ganando ilegalmente miles de millones de
euros (ver Así roban las eléctricas y el gobierno a las familias españolas), y
no ha pasado nada. En 2014, el consejo de administración de esta misma empresa,
dominado por la pública italiana Enel, aprobó vender a... Enel sus activos
latinoamericanos por un valor de 8.252,9 millones de euros; unos activos que
solo en los primeros nueve meses del año le habían proporcionado 47.028
millones de euros de ingresos. Y los beneficios de la venta no los reinvirtió,
sino que se dedicaron a pagar el dividendo más elevado de la historia de
España, 14.600 millones de euros, de los cuales más de la mitad (7.422,54
millones) fueron a Enel. Y no pasó nada.
Sin embargo, cuando
el actual Gobierno pone sobre la mesa la posibilidad de tomar algunas medidas
bastante moderadas y perfectamente homologables a las europeas para bajar el
precio de la luz, sufre ataques sin cuartel.
Algunos pensarán
que la responsabilidad de estos ataques y de que ahora parezca que no se pueda
hacer nada para bajar el precio de la luz es de quienes dirigen el oligopolio,
de unas empresas que carecen, como dejaba caer la ministra Teresa Ribera, de
empatía y responsabilidad social y que tienen un inmenso poder social, político
y mediático. No lo dudo, pero creo que los partidos de izquierdas tienen también
una buena parte de responsabilidad ante lo que está pasando con el recibo de la
luz.
Les resultó fácil
culpar a la derecha cuando subía los precios con gobiernos del PP pero no
fueron capaces de diseñar y hacer públicas estrategias alternativas, ni de hacer
pedagogía para ganarse el apoyo y la complicidad de las familias y las
empresas. Ahora están comprobando que no basta con tener buenas intenciones
cuando se ocupa el Consejo de Ministros y los despachos de la alta
administración. Cuentan que en una ocasión, el presidente de Estados Unidos
Franklin D. Roosevelt discutía con unos sindicalistas que trataban sin éxito de
convencerlo para que tomara unas medidas. Cuando pasó un buen rato, el
presidente les dijo: "Tenéis razón, me habéis convencido. Lo que decís es
lo que hay que hacer. Ahora salid a la calle y obligadme a hacerlo". Esa
es la clave. Mientras no haya un auténtico clamor social en contra de las
barbaridades y privilegios injustificados que hay detrás del recibo de la luz
no será posible cambiarlo, por muy moderadas que sean las propuestas que se
pongan sobre la mesa.
La izquierda que se
limita a gestionar, por muy bien que lo haga, sin comunicar, sin organizar ni
movilizar y sin ganarse la complicidad y el apoyo activo de una gran mayoría de
la sociedad, es decir, sin lograr que las medidas que propone (como las que he
comentado para bajar el precio de la luz) se perciban como de sentido común,
termina electrocutada.
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