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jueves, 23 de septiembre de 2021

IN MEMORIAM B.G.L.

 

IN MEMORIAM B.G.L.

Francisco Javier González

En la madrugada del 22 de septiembre de 1976 la policía española asesinaba en Somosierra a Bartolomé García Lorenzo. En una historia novelada que aún no he publicado, un personaje -Manuel "Chiclijo"- va viendo el desarrollo de parte de nuestra historia reflejada en su espejo. Chiclijo es imaginario. El resto es absolutamente real y contrastado. Procuraré publicarlo cada año para que las nuevas echaduras de canarios no olviden lo que ha costado llegar aquí y el camino que queda por recorrer

BARTOLOMÉ GARCÍA LORENZO

 

 Me acuerdo muy bien, comentó Chiclijo a las imágenes del espejo. Después de Antonio González Ramos fue el pobre Santiago –Chago- Marrero, un militante independentista serio y decidido a luchar. Lo tirotearon al intentar llevarse unas pistolas del cuartel de La Isleta en Las Palmas en 1977, el mismo año de la Huelga General en Tenerife cuando asesinaron a Javier Fernández Quesada…. Pero, no. ¡Mira que la memoria es puñetera! Antes que Santiago y que Javier la policía colonial acribilló a balazos a Bartolomé García Lorenzo en Somosierra. Me acuerdo porque al enterarme, con la misma, tiré pa’Tenerife con bastantes compañeros de Gran Canaria.

 

El espejo devolvió a Manuel Chiclijo la imagen y el recuerdo de Bartolomé, que lo miraba con sus ojos tristes de joven deportista veinteañero, estudiante de magisterio, con su barba en punta  y la frente despejada y tersa. Recordó, con un cierto escalofrío, lo que sabía de aquel vil asesinato. Bartolomé estaba, aquel 22 de septiembre de 1976 en el bloque “Divina Pastora”, en el 4º piso, casa de su prima Antonia, con ella  y su bebé, en la “Barriada de Somosierra-García Escámez”, nombre que a Manuel  lo remite a la Guerra de España, a sus generales y al que fue verdadero Virrey de Canarias con el Mando Económico-Militar. Alguien toca a lo puerta y, cuando Bartolomé la abre, se encuentra unos hombres armados que lo apuntan. Asustado, intenta cerrar, y un vendaval de disparos perforan la endeble puerta de barriada popular de los 40, descascaran el yeso de las paredes y llegan, incluso, al patio de una vecina. Treinta impactos en total que realizan seis sicarios policiales (4 del Cuerpo General de Policía y 2 de la entonces Policía Armada –luego “Nacional” pero de “su” nación-). El doctor Toledo que durante más de 6 horas intentó lo imposible para salvarlo, contó 4 agujeros de bala en el joven cuerpo de Bartolomé

 

Los nombres de los asesinos que dispararon a Bartolomé cuando abría la puerta  aparecieron claros en la memoria de Manuel. Ninguno conoció prisión por el asesinato. Es más, ante la que se armó en las islas, a los cuatro días de la balacera los trasladaron a Madrid para protegerlos y al aeropuerto fueron a recibirlos más de 200 policías españoles apoyando a los asesinos. Dos años de cese en el cargo pero sin perder la antigüedad y a recuperar sus puestos como si nada hubiera pasado.

 

Eran: Juan José Merino Antón, ascendido a subcomisario en 1981; José Antonio del Arco Martín, escolta del ministro socialista Ernest Lluch, ascendió a inspector y fue en Madrid Jefe de Contravigilancia en la Unidad de Protección de la Comisaría General de Seguridad Ciudadana; José Mª Vicente Toribio trasladado a Zamora; Ángel Dámaso Estrada destinado como inspector a Madrid; Juan Gregorio Valentín Oramas y Miguel Guillermo García López.

 

El gobernador colonial, Rafael Mombiedro de la Torre, intentó hacer prevalecer la versión policial de que Bartolomé estaba armado y que lo confundieron con Ángel Cabrera Batista, “El Rubio”, supuesto autor del secuestro y desaparición del tabaquero Eufemiano Fuentes, uno de los hombres fuertes de la burguesía canaria españolista y miembro de las trágicas “Brigadas del Amanecer” fascistas en Las Palmas durante la Guerra de España que tantos asesinatos cometieron. Lo impidió la postura enérgica del padre de Bartolomé, D. Andrés García Vidal que, aunque jubilado, había sido teniente de la guardia civil española. El cipayo Mombiedro, al día siguiente, mientras Bartolomé moría desangrado en el Hospital Insular, emitió un comunicado expresando su “profundo sentimiento” y anunciando que el Gobierno Civil español “incoaría un expediente y elevaría al juzgado las oportunas diligencias” Agua de borrajas que no iba a calmar los ánimos de los canarios y la isla ardió con rabia incontenible.

 

Manuel Chiclijo, ese mismo día de la muerte de Bartolomé, con bastantes compañeros de Gran Canaria tiraron pa’Tenerife en el ferry de Transmediterránea, el “Ciudad de La Laguna”. Mirando al espejo veía las caras de algunos que esa noche del 23 estaban en la Plaza de Somosierra. Cuando Manuel llegó al lugar, sobre la capota de un coche amarillo, micrófono en mano, estaba un compañero de Gran Canaria, Pedro Brenes, que, desde que regresó de Argel, estaba viviendo en Tenerife trabajando en la CCT y militando en el PTC. Mientras Chicho Montesinos, José Miguel Martínez, Jaime Bethencourt, Carlos Fuentes, Alberto Talavera, Guillermo Borges, los hermanos Molina, Lolo, Varo, Valeriano Oliva y otros compañeros de la CCT repartían panfletos llamando a la Huelga General, Brenes, desde su improvisada tarima, llamaba a irnos a manifestar al centro de Santa Cruz. Había compañeros de todas las formaciones de izquierda. Allí estaban la gente de la LCR  con Ramiro Rivas al frente con su megáfono llamando también a la Huelga General y a la manifestación; de la ORT, del PTE, del PCC(p) de Carlos Suárez, del PCE, del PUCC, de otros  sindicatos como el SOC, CC.OO y UGT….

 

Precisamente –recordaba Manuel-  fue Chicho Montesinos quien me presentó a bastantes compañeros de Tenerife, todos ellos importantes motores en la lucha, como Julio Bastarrica Galván fundador del MIC en Venezuela y dirigente del PTC a quien acompañaba su inseparable compañera Mery; a Fructuoso Rodríguez Díaz, alma del independentismo en Taco con sus hijos Fructuoso y Berto que venían juntos con  Raúl Delgado, sobrino-nieto del propio Secundino, al que apodaban “El Ciego” por su trabajo en la ONCE y de Mateo López. También, de igual forma, conocí a José Guadarrama y a Luis “El Cambullonero”, un fornido y entusiasta militante que lucía una camiseta con las siete estrellas verdes y la leyenda “GUAÑAC” que iba acompañado de otros cambulloneros. Me presentó también  a Víctor de León, inquieto e incansable luchador conocido como “Vitito”- cuya afilada y valiente lengua temían todos los arribistas y de Felín Bauza que me contaba como su abuelo fue uno de aquellos “Últimos de Filipinas” atrincherados en Baler y que manifestaba, a quién quisiera oírlo, su convicción de que esa era nuestra solución, la lucha sin cuartel ni desánimo.

 

Conocí también esa noche a Fidel Campo Sánchez, un español que había adoptado a Canarias como patria propia; al combativo militante de San Miguel de Abona, Alejo Toledo que, a la causa, daba lo que tenía y lo que no tenía, con otros compañeros del sur tinerfeño como Pantaleón Hernández, José Toledo y Pedro Trujillo “Ajiche”; exiliados interiores de algunos caciquismos, como el gomero de Las Rosas, militante activo del MPAIAC, Bonifacio Santos, al que llamaban Manolo “El Gomero” que, primero a Francia y luego a tierras gringas, tuvo que exiliarse de la persecución española; a Miguel Ángel González Escalera, de la asesoría de la CCT, a Goyo Pérez Padilla; a Miguel Pardo de Donlebún, “Miguelón”, un anarquista luchador por la independencia valeroso compañero al que luego “suicidarían” en El Hierro, que viajó desde Hierro a Gomera solo para apoyar, frente a la Guardia Civil española que la impedía, la celebración de la Fiesta de El Cedro cuando el gobernador civil español, el criollo lagunero Antonio Martinón -que luego llegó a ser rector de la Universidad lagunera- la prohibía, amparado en el anterior trágico incendio del monte gomero, aunque la verdadera razón era considerarla como una “fiesta independentista”; a José Miguel Ramós Noda, el gomero que fabricó y donó miles de banderas canarias; a José Peraza González, que había dejado sus clases en la Academia de Bellas Artes para pintar al campesinado y el paisaje canario y que, al año siguiente, sería detenido, encarcelado y torturado por pertenecer al aparato cultural del MPAIAC que dirigía Hermógenes Afonso de la Cruz “Hupalupa”, que por entonces daba charlas sobre los guanches por toda la isla que, invariablemente, terminaban con la apasionada declamación del poema “Mi Patria” de Secundino Delgado. Hupalupa, desde Solidaridad Canaria editaba, a multicopista, unos cuadernillos en folios de “Nombre Guanches” que repartía en las charlas y que, un par de años más tarde, formaron el primer cuaderno de aquellos célebres “Apuntes para la Historia de Canarias”.

 

-Esa noche –soliloquiaba Manuel- conocí también a Carmelo Brito, un militante gran conocedor de la música africana; al poeta gomero Tomás Chávez Mesa que, partiendo de los “Pioneros Rojos” en la Hermigua republicana, arribó tras larga experiencia vital en España y Francia, al independentismo canario. Tomás, escrito a pluma con primorosa letra, me regaló un folio con el poema “Afortunada, para quién” que luego editaría el “Centro Amílcar Cabral”; al abogado laboralista de la CCT y militante del PTC Miguel Ángel Díaz Palarea, importante puntal en la lucha obrera y libertaria; al también laboralista comprometido Agustín Padilla Fuentes y al abogado que defendía en Tenerife a los presos independentistas, José Manuel de Villena Quintero –verdadero “cónsul” independentista en Caracas- y su esposa Rosario Ramos, prima hermana del gran folklorista Sebastián Ramos “El Puntero”.

 

 Estaban también allí y conocí, entre otros muchos compañeros de lucha, a dos hombres claves en la refundación del PNC como organización independentista que eran Domingo Salas Lladó y Eusebio Llarena. Eusebio me contó cómo, una vez, se había quedado toda una noche encerrado en la catedral lagunera para “decorar” con pintura negra el supuesto sepulcro del criminal Alonso de Lugo.

 

Manuel Chiclijo buscaba con la mirada a compañeros del MPAIAC, del PTC o del PCC(p) que suponía que habrían venido de Gran Canaria y que podrían estar en la plaza, como eran Placeres el isletero; el batallador y comprometido Juan Mederos “Metralleta”;  Pepe Santana, uno de los presos del MPAIAC acusado de su diario contacto con Cubillo y muy activo en Solican, que se iba a comer los bocadillos de chorizo de Teror en el bar de la Calle Juan de Quesada, con Bentonio Ojeda; Sebastián Ramírez, -Chano-; el sindicalista militante Agustín Ferrera; Tito Stinga; Paco Díaz; Pepe Báez; los hermanos Julio y Carmelo Ramírez Álvarez; Servando García Rodríguez “Echedey” quien que, con José Antonio Medina, asaltaron en 1977 en plena navegación al barco “Antonio Armas” exigiendo la liberación de Guetón, preso en el penal de Santa María en España, y que los condujera a Argelia; a Andrés García Molina; a Juan Valiente Marrero, de Arrecife, aquel luchador de siempre -mahorero del norte, que eso de llamarlos “conejeros” es quitarle su identidad real- que fue aquel combatiente que en noviembre del 48 arranchó y salió “pa’la pesca” con el bergantín-goleta “Arlequín” y apareció, meses más tarde, lleno de canarios que huían del hambre, del fascismo español y del caciquismo españolero, en Isla Margarita…......

 

Entrevió a algunos, pero el rebumbio era tal que fue imposible hablar con ninguno. La gente, puño en alto, coreaba a los que intervenían desde la capota del coche o desde el suelo gritando consignas desde ¡Disolución de los cuerpos represivos! a ¡Independencia! y cantando la Internacional

 

¡Qué terrible noche, llena de dolor, rabia y dignidad! Recordó Chiclijo, viendo las imágenes desfilar por el azogue del espejo. Como a eso de las once de la noche, un grupo de unos 300 salió en manifestación con la intención de llegar hasta el Gobierno Civil español. Con orgullo autoafirmó: Allí estaba yo, indignado y lleno de determinación y afán de justicia. Al llegar a la Plaza de la Paz ya sumábamos más de mil airados manifestantes, pero la Rambla –entonces del General Franco- y las calles adyacentes, estaban tomadas por las fuerzas represivas españolas, por lo que la gente se sentó, bloqueando todas las Ramblas. A la media hora de sentada, una masa de más de tres mil nuevos manifestantes llegó desde Somosierra. La policía española, con los refuerzos que de toda la isla y de Gran Canaria había concentrado el gobernador civil colonial, inició una carga. Los enfrentamientos se  produjeron por todo el centro de la ciudad, con piedras y barricadas formadas con coches. Los choques fueron múltiples y muchos los detenidos. Se rumoreaba incluso con un herido de bala, un militante del PTC pero, igual que sucedía otras veces, si la herida no era muy grave no se acudía al hospital que, para el caso, médicos había y, por ello,  Chiclijo no pudo comprobarlo. Casi rayando el alba, recordaba Manuel, volvimos a la Plaza de Somosierra que seguía llena de gente. Mujeres llorando que repetían las palabras de Dulce, la hermana de Bartolomé, “Ay, hermano. Esos bandidos que te asesinaron no te dejaron que fueras maestro ni que tuvieras hijos”.

 

Toda la isla se levantó ese viernes 24 de septiembre clamando, con el puño en alto, contra la represión y el asesinato. Balcones y ventanas se llenaron de crespones negros. Universidad, centros de enseñanza, bancos, y muchos comercios de Santa Cruz y La Laguna permanecían cerrados. El entierro fue la mayor manifestación de luto y rabia conocida en Tenerife. Más de veinticinco mil personas según afirmaban las propias autoridades coloniales. Junto a los militantes de izquierdas e independentistas, los trabajadores de la refinería, del muelle, de las tabaqueras, de la construcción –sectores entonces en lucha- estaban, en pleno, junto a profesores y alumnos en la abigarrada manifestación. A la salida de la familia y del féretro de la iglesia de San Fernando para dirigirse a Santa Lastenia el cacique tinerfeño, Leoncio Oramas Tolosa, entonces alcalde de Santa Cruz y amigo personal de Juan de Borbón y de su hijito el rey Juan Carlos, con el presidente del Cabildo tinerfeño –colocado en ese puesto por el cacique Oramas- Rafael Clavijo, y otros cargos oficiales, tuvieron que salir del cortejo, huyendo de la rabia popular, protegidos por la policía.

 

El gobernador español, que veía desde la víspera el desarrollo de la ingente protesta y conocía su incapacidad para controlar a las masas, había pedido al ministro Martín Villa –aquel que ordenó el frustrado asesinato que dejó malherido en Argel a Antonio Cubillo- refuerzos policiales y, por avión, llegaron desde España gran número de especialistas en represión de la policía armada y la guardia civil. Los represores tomaron los puentes de la autopista de norte, cerraron los muelles y todos los accesos a Santa Cruz exigiendo, con brutalidad, la documentación de todos los coches que, con crespones negros, intentaban el paso. Si el crespón iba atado a la antena de radio del coche la destrozaban sin más.A más de una pobre señora le clavaron el DNI en la boca y muchos automovilistas y peatones fueron golpeados salvajemente, lo que provocó que los enfrentamientos se generalizaran por toda la ciudad, levantándose barricadas con restos de obras, coches o lo que venía a mano.

 

En ese ambiente alzado general, con multitud de heridos y de detenidos, se convocó una Huelga General para el lunes 27. Fue la más masiva e importante conocida hasta entonces en la isla con todo un pueblo en pie, desarmado, pero con el coraje suficiente para enfrentarse a los represores. Esa tarde de la Huelga General, que solamente las guaguas encarnadas de la Exclusiva, propiedad del cacique Oramas, rompieron parcialmente, regresó Manuel a Las Palmas con el corazón encorajinado pero seguro de que vería la libertad y la independencia patria.

 

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