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martes, 3 de agosto de 2021

SOL DE HOGAÑO Un cuento José Rivero Vivas

 SOL DE HOGAÑO

Un cuento

José Rivero Vivas

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Tenerife

Islas Canarias

Abril de 2021

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José Rivero Vivas

SOL DE HOGAÑO

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La historia comienza con el misterio de Tomasa, a quien nadie parece conocer; sin embargo, muchos con facilidad se atienen al decir de unos pocos osados, metidos inconscientes en un caos de imprevisibles consecuencias. Pero, Casimiro no tolera el interrogatorio del científico, facultado para auxiliar su débil memoria y su incapacidad relativa a la desmejora mental, en cuanto enfermo desvalido, por su precaria salud y su grave dolencia ancestral.

-Sosiégate, Casimiro.

-No vivo destemplado.

-Entonces habrá que tratar asuntos de gerencia.

-Pierde cuidado.

Cierto. Repletas las arcas, y, en auge las múltiples propiedades, rústicas y urbanas, viene a confirmar la salud inquebrantable de infinidad de acciones en el complejo industrial, vecino al monte.

Reciente su regreso del hemisferio sur, Casimiro se halla un tanto consternado ante la imagen trocada en el marco financiero, donde se mueve el cómputo de emporio y boato, característico de una plutocracia avanzada. Ello preocupa a Tomasa, que zozobra angustiada ante una eventual hecatombe de su aura, próspera y sonante. Como conducto de escape, insiste a su marido:

-Despéjate, Casimiro, que temas vanos, como ese mal, que a todos atribula, puede derribar nuestra alcurnia.

-Temple, Tomasa, te ruego.

-La situación exige presteza.

-Con tanta adversidad como sobrecoge al mundo, no es hora de vanidades.

-No filosofes y sé más práctico.

-Tus apuros son infundados.

-¡Ojalá!

*

Habría que buscar el momento idóneo para transmitir cuanto sentimiento oprime el pecho de quien vierte cariño hacia su semejante. Así, Casimiro declara que no hay forma de actuar contra Tomasa, ser querido, que siempre lo acoge y llena de calor, ímpetu y hálito para perseverar en este ámbito de insidioso agravio. Claro es que, el amor se disloca cuando falla un componente, y, las frases, ya no valen por sí.

Con pálido semblante, pronto llega Ruperto, secretario y asistente, ansioso de participarle, señor apoderado, cuántas locuras, al par que insensateces, colman su ditirambo, erigido, en prueba de lealtad, al prócer del lugar. 

-¿Supones, Ruperto, que es legal tu aportación al dilema planteado por Tomasa?

-Mi inquietud, don Casimiro, es su frágil estado de ansiedad y arrobo.

-¿Consideras excusa mi actitud hacia su deshora?

-Es de indudable aprecio cuanto trajín mueve en su ventura.

De aquí mi deseo, continúa Ruperto, de silenciar nombres antes que delatar presuntos luchadores en la clandestinidad, término en desuso, como es asimismo la lidia por interés general y común bienestar. Aun así, a todos debe llegar el reparto equitativo del florecimiento; no es, por lo tanto, consecuente eso de esperar cada cual cuanta codicia prevé acopiar, puesto que sería exageración en pro de unos pocos y apenas condimento para el ágape de los más. Pero, ignora el individuo, en su cólera, quién ha de ser primero en sacudirse la modorra, producida por el opíparo banquete, inducido su punto de partida antes de comenzar la fiesta.

-Abandonemos la fútil dialéctica.

Casimiro advierte que, los comensales más jóvenes, ríen alocados, en su obsesión por reflejar alegría, donde apenas se sonroja el animal presto para el degüello. Ninguno vence, en la pugna entablada con su oponente, y guiña el ojo al juez para que interrumpa el combate, apenas iniciado, tras el fatídico sonido de campana.

-¡Qué maravilla, si veraz fuera! –exclama Ruperto alborozado.

La distribución de la riqueza, argumenta mayestático, será eficiente entre menesterosos; gente delicada, de colaboración esquiva, propensa a idealizar la libertad que, además de hermoso significado, es realidad patente en magno disfrute del ser humano, preso inclusive de incertidumbre y melancolía.

-Tras superfluo resultado –aduce Tomasa- del programa establecido, no es viable claudicar ante este mal, que a todos afecta y a muchos obnubila, con lo cual acabará en dimensión alucinada.

Después de tantos días sin inclinación al trabajo -el rumor se escucha acerca de la abulia reinante en la proximidad de esta comarca-, decide Casimiro poner coto a su gestión, y firme avanza por entresijos de orientación inédita, lugar ubicado en lo más lejos de un punto ignoto del lejano horizonte.

-¡Ruperto! Sancionado como eficiente enlace y magnífico mentor, viene a propósito esclarecer este enigma: ¿Qué perspectivas invoca la Administración del Estado?

Sorprendido por la súbita demanda, Ruperto se siente asaz incómodo. Se rehace al cabo de su lapso, y pronuncia:

-Como proyecto imponderable, ha dispuesto limpiar el borde del precipicio.

Compungida, Tomasa, gime:

-Nos arruinan el palacete.

Ante la tragedia que se avecina, habrán de pasar la noche sin apenas dormir, aunque el sueño los abandonó hace tiempo, y no logran conciliar paz que provea el anhelado reposo.

-Luego –asevera Casimiro-, se impone la necesidad intransferible de hablar sin pausa.

Confundida en sí misma, Tomasa murmura:

-Siento mi espíritu escindido, por simiente ajena y extraña inquina.

-Nadie mejor –agrega Ruperto- que cualquiera de nosotros para ser enérgico interlocutor en tema de suyo vulnerable.

De modo que, el interés despierto, los encamina al fresco manantial, donde abrevan pequeños animales y avecillas trasnochadas, especies furtivas de residual oasis.

*

Llegado lejos en el crucial suceso, Ruperto se culpa a sí mismo de la brutalidad ejercida contra Amancio, joven imberbe y víctima fortuita del infame torturador al servicio de anónimo patronato. A disgusto comprende que ha de acabar su rol, aun sin herramienta para abrir expediente, que mañana olvidará, y no podrá repetir su barbarie antes de averiguar cuánto cuesta el abnegado esfuerzo de encubrir su oculta resolución acerca de una planta, que de pronto crece y el tallo no soporta el designio de quien a su arbitrio agita sus ramas con zalamería y candor.

Adusto, Casimiro, le previene:

-Sugiere a ese chico que no es digno vivir convertido en parásito infeliz.

Tomasa, reflexiva, expone:

-El mundo se desenvuelve a instancias de cuanto se determina desde la cúspide de una pirámide de efecto mórbido.

-Es, pues, natural –manifiesta Casimiro – que sean los de gusto empalagoso quienes apuesten por aquellos hijos de la fama, tras aplaudir entusiastas múltiples dones de obvia antigüedad.

-Vayamos ahora –propone Ruperto- al anfiteatro, para comprobación de las columnas que sustentan la armazón de recóndito rigor.

Pronto rehace su atuendo y anda impasible hacia el reclamo emblemático, erigido a la entrada de la gran urbe, de pátina milenaria.

-¿Adónde se encamina este hombre?

-Lo ignoro –dice Tomasa-. Su garbo, empero, enciende y cautiva.

-Ayer –proclama Casimiro-, temían todos su presencia; hoy hacen mimos cuando, tipo siniestro, impone despiadado su crueldad.

-Vayamos a la procura de Amancio.

Consternado, Casimiro, balbuce:

-Figura en archivo como de extracción rebelde.

*

En esta época de absurda exaltación, se halla la mente bombardeada con el lance mejor de los siglos. Luego, cada ciudadano intenta crear lo imposible, y alude a la consigna mediática, aunque reconoce la dificultad de desentrañar este lío de obsoleto arraigo.

-Salvo unos pocos, reticentes al conciliábulo de las redes principales, los demás testifican nadar en la inopia.

-¿Qué maquinas, Casimiro?

-Aquí llega Ruperto.

-Él nos ilustrará acerca del dislate concebido.

-Siento, don Casimiro, el retraso.

-¿Qué nuevas traes?

-Señora, siempre a sus pies.

Acto seguido sentencia:

Lo realmente bueno no se ha de ver encumbrado a través de amigos que celosos propaguen su valía. Sólo unas pocas estrellas, tras decurso inexorable, serán elevadas a categoría sumamente egregia; otras, a su pesar, serán ignoradas, con inusitado desdén, antes de redoblada la esencia que las acredita para fascinación de su entorno.

-¿Cuál es la osadía?

-Partir sin demora.

-Pécora entraña.

-Mi apología, señora.

Raudo se esfuma Ruperto hacia el confín vespertino.

Casimiro, mientras, se adelanta hasta un recodo del sendero, y toma asiento en el vero borde de la sima, lugar tranquilo en la atardecida.

Expectante irrumpe Amancio, y, con cuidado, se aproxima al ínclito longevo.

-Estoy sin prenda y busco acomodo para pernoctar.

Eleva su mirada Casimiro y, parsimonioso, comenta:

-Por causa de esta neuralgia global, estamos todos desprovistos de aliento.

-¿Es acuciante su añoranza?

-Fue indebidamente expropiada nuestra casa solariega.

-Palacete –subraya Tomasa, envuelta en su pañoleta, que la protege del relente.

-¿Hubo lúgubre astucia?

Suspira Casimiro, y, al rato, confiesa:

-Ruperto reveló nuestro arcano.

-¿Era acaso inicuo colaborador del Ejecutivo?

-Hubo tal vez medro en víspera diferida.

Tomasa, acurrucada a su lado, señala:

-Estimó óptima la prebenda en ciernes.

-Rezuma estolidez su ávida conclusión.

-Piénsalo, muchacho, antes de ir a la fuente por agua, que es cristalina la del arroyo.

Tomasa lo mira enternecida, y amable persuade:

-Siéntate y descansa.

-Gracias por su bondad.

Lo indefectible es que, no hay aguante marginal en esta lacerante queja -símbolo indiviso su exceso-, en acoso vituperable al ser malhadado, desdichado y roto. De ello se desprende que, de este affaire, quien da fe por escrito, habrá de inmediato ser despedido -pese a cuantos folios haya podido llenar-, so pena de sufrir prolongado encierro en sórdida mazmorra, de un templo sepulto en el fondo del mar, conforme con cuanto se augura en Códice Secreto que, bajo ingrávido auspicio, custodia El Librero Mayor del Reino.

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José Rivero Vivas

SOL DE HOGAÑO

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