SOL DE HOGAÑO
Un cuento
José Rivero Vivas
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___Tenerife
Islas Canarias
Abril de 2021
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José Rivero Vivas
SOL DE HOGAÑO
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La historia comienza con el misterio de Tomasa, a quien nadie parece conocer; sin embargo, muchos con facilidad se atienen al decir de unos pocos osados, metidos inconscientes en un caos de imprevisibles consecuencias. Pero, Casimiro no tolera el interrogatorio del científico, facultado para auxiliar su débil memoria y su incapacidad relativa a la desmejora mental, en cuanto enfermo desvalido, por su precaria salud y su grave dolencia ancestral.
-Sosiégate, Casimiro.
-No vivo destemplado.
-Entonces habrá que tratar asuntos de gerencia.
-Pierde cuidado.
Cierto. Repletas las arcas, y, en auge las múltiples
propiedades, rústicas y urbanas, viene a confirmar la salud inquebrantable de
infinidad de acciones en el complejo industrial, vecino al monte.
Reciente su regreso del hemisferio sur, Casimiro se halla un
tanto consternado ante la imagen trocada en el marco financiero, donde se mueve
el cómputo de emporio y boato, característico de una plutocracia avanzada. Ello
preocupa a Tomasa, que zozobra angustiada ante una eventual hecatombe de su
aura, próspera y sonante. Como conducto de escape, insiste a su marido:
-Despéjate, Casimiro, que temas vanos, como ese mal, que a todos
atribula, puede derribar nuestra alcurnia.
-Temple, Tomasa, te ruego.
-La situación exige presteza.
-Con tanta adversidad como sobrecoge al mundo, no es hora de
vanidades.
-No filosofes y sé más práctico.
-Tus apuros son infundados.
-¡Ojalá!
*
Habría que buscar el momento idóneo para transmitir cuanto
sentimiento oprime el pecho de quien vierte cariño hacia su semejante. Así,
Casimiro declara que no hay forma de actuar contra Tomasa, ser querido, que
siempre lo acoge y llena de calor, ímpetu y hálito para perseverar en este
ámbito de insidioso agravio. Claro es que, el amor se disloca cuando falla un
componente, y, las frases, ya no valen por sí.
Con pálido semblante, pronto llega Ruperto, secretario y asistente,
ansioso de participarle, señor apoderado, cuántas locuras, al par que
insensateces, colman su ditirambo, erigido, en prueba de lealtad, al prócer del
lugar.
-¿Supones, Ruperto, que es legal tu aportación al dilema
planteado por Tomasa?
-Mi inquietud, don Casimiro, es su frágil estado de ansiedad y
arrobo.
-¿Consideras excusa mi actitud hacia su deshora?
-Es de indudable aprecio cuanto trajín mueve en su ventura.
De aquí mi deseo, continúa Ruperto, de silenciar nombres antes
que delatar presuntos luchadores en la clandestinidad, término en desuso, como
es asimismo la lidia por interés general y común bienestar. Aun así, a todos
debe llegar el reparto equitativo del florecimiento; no es, por lo tanto,
consecuente eso de esperar cada cual cuanta codicia prevé acopiar, puesto que
sería exageración en pro de unos pocos y apenas condimento para el ágape de los
más. Pero, ignora el individuo, en su cólera, quién ha de ser primero en sacudirse
la modorra, producida por el opíparo banquete, inducido su punto de partida
antes de comenzar la fiesta.
-Abandonemos la fútil dialéctica.
Casimiro advierte que, los comensales más jóvenes, ríen
alocados, en su obsesión por reflejar alegría, donde apenas se sonroja el
animal presto para el degüello. Ninguno vence, en la pugna entablada con su
oponente, y guiña el ojo al juez para que interrumpa el combate, apenas iniciado,
tras el fatídico sonido de campana.
-¡Qué maravilla, si
veraz fuera! –exclama Ruperto alborozado.
La distribución de la riqueza, argumenta mayestático, será
eficiente entre menesterosos; gente delicada, de colaboración esquiva, propensa
a idealizar la libertad que, además de hermoso significado, es realidad patente
en magno disfrute del ser humano, preso inclusive de incertidumbre y
melancolía.
-Tras superfluo resultado –aduce Tomasa- del programa
establecido, no es viable claudicar ante este mal, que a todos afecta y a
muchos obnubila, con lo cual acabará en dimensión alucinada.
Después de tantos días
sin inclinación al trabajo -el rumor se escucha acerca de la abulia reinante en
la proximidad de esta comarca-, decide Casimiro poner coto a su gestión, y
firme avanza por entresijos de orientación inédita, lugar ubicado en lo más
lejos de un punto ignoto del lejano horizonte.
-¡Ruperto! Sancionado como eficiente enlace y magnífico mentor,
viene a propósito esclarecer este enigma: ¿Qué perspectivas invoca la
Administración del Estado?
Sorprendido por la súbita demanda, Ruperto se siente asaz
incómodo. Se rehace al cabo de su lapso, y pronuncia:
-Como proyecto imponderable, ha dispuesto limpiar el borde del
precipicio.
Compungida, Tomasa, gime:
-Nos arruinan el palacete.
Ante la tragedia
que se avecina, habrán de pasar la noche sin apenas dormir, aunque el sueño los
abandonó hace tiempo, y no logran conciliar paz que provea el anhelado reposo.
-Luego –asevera
Casimiro-, se impone la necesidad intransferible de hablar sin pausa.
Confundida en sí
misma, Tomasa murmura:
-Siento mi espíritu
escindido, por simiente ajena y extraña inquina.
-Nadie mejor
–agrega Ruperto- que cualquiera de nosotros para ser enérgico interlocutor en
tema de suyo vulnerable.
De modo que, el interés despierto, los encamina al fresco
manantial, donde abrevan pequeños animales y avecillas trasnochadas, especies
furtivas de residual oasis.
*
Llegado lejos en el crucial suceso, Ruperto se culpa a sí mismo
de la brutalidad ejercida contra Amancio, joven imberbe y víctima fortuita del
infame torturador al servicio de anónimo patronato. A disgusto comprende que ha
de acabar su rol, aun sin herramienta para abrir expediente, que mañana
olvidará, y no podrá repetir su barbarie antes de averiguar cuánto cuesta el
abnegado esfuerzo de encubrir su oculta resolución acerca de una planta, que de
pronto crece y el tallo no soporta el designio de quien a su arbitrio agita sus
ramas con zalamería y candor.
Adusto, Casimiro, le previene:
-Sugiere a ese chico que no es digno vivir convertido en parásito
infeliz.
Tomasa, reflexiva, expone:
-El mundo se desenvuelve a instancias de cuanto se determina
desde la cúspide de una pirámide de efecto mórbido.
-Es, pues, natural –manifiesta Casimiro – que sean los de gusto
empalagoso quienes apuesten por aquellos hijos de la fama, tras aplaudir
entusiastas múltiples dones de obvia antigüedad.
-Vayamos ahora –propone Ruperto- al anfiteatro, para
comprobación de las columnas que sustentan la armazón de recóndito rigor.
Pronto rehace su atuendo y anda impasible hacia el reclamo
emblemático, erigido a la entrada de la gran urbe, de pátina milenaria.
-¿Adónde se encamina este hombre?
-Lo ignoro –dice Tomasa-. Su garbo, empero, enciende y cautiva.
-Ayer –proclama Casimiro-, temían todos su presencia; hoy hacen
mimos cuando, tipo siniestro, impone despiadado su crueldad.
-Vayamos a la procura de Amancio.
Consternado, Casimiro, balbuce:
-Figura en archivo como de extracción rebelde.
*
En esta época de absurda exaltación, se halla la mente
bombardeada con el lance mejor de los siglos. Luego, cada ciudadano intenta
crear lo imposible, y alude a la consigna mediática, aunque reconoce la
dificultad de desentrañar este lío de obsoleto arraigo.
-Salvo unos pocos, reticentes al conciliábulo de las redes
principales, los demás testifican nadar en la inopia.
-¿Qué maquinas, Casimiro?
-Aquí llega Ruperto.
-Él nos ilustrará acerca del dislate concebido.
-Siento, don Casimiro, el retraso.
-¿Qué nuevas traes?
-Señora, siempre a sus pies.
Acto seguido sentencia:
Lo realmente bueno no se ha de ver encumbrado a través de amigos
que celosos propaguen su valía. Sólo unas pocas estrellas, tras decurso
inexorable, serán elevadas a categoría sumamente egregia; otras, a su pesar,
serán ignoradas, con inusitado desdén, antes de redoblada la esencia que las acredita
para fascinación de su entorno.
-¿Cuál es la osadía?
-Partir sin demora.
-Pécora entraña.
-Mi apología, señora.
Raudo se esfuma Ruperto hacia el confín vespertino.
Casimiro, mientras,
se adelanta hasta un recodo del sendero, y toma asiento en el vero borde de la
sima, lugar tranquilo en la atardecida.
Expectante irrumpe Amancio, y, con cuidado, se aproxima al ínclito
longevo.
-Estoy sin prenda y
busco acomodo para pernoctar.
Eleva su mirada
Casimiro y, parsimonioso, comenta:
-Por causa de esta
neuralgia global, estamos todos desprovistos de aliento.
-¿Es acuciante su
añoranza?
-Fue indebidamente
expropiada nuestra casa solariega.
-Palacete –subraya
Tomasa, envuelta en su pañoleta, que la protege del relente.
-¿Hubo lúgubre
astucia?
Suspira Casimiro,
y, al rato, confiesa:
-Ruperto reveló
nuestro arcano.
-¿Era acaso inicuo
colaborador del Ejecutivo?
-Hubo tal vez medro
en víspera diferida.
Tomasa, acurrucada
a su lado, señala:
-Estimó óptima la
prebenda en ciernes.
-Rezuma estolidez
su ávida conclusión.
-Piénsalo, muchacho, antes de ir a la fuente por agua, que es
cristalina la del arroyo.
Tomasa lo mira enternecida, y amable persuade:
-Siéntate y descansa.
-Gracias por su bondad.
Lo indefectible es que, no hay aguante marginal en esta
lacerante queja -símbolo indiviso su exceso-, en acoso vituperable al ser
malhadado, desdichado y roto. De ello se desprende que, de este affaire, quien
da fe por escrito, habrá de inmediato ser despedido -pese a cuantos folios haya
podido llenar-, so pena de sufrir prolongado encierro en sórdida mazmorra, de
un templo sepulto en el fondo del mar, conforme con cuanto se augura en Códice
Secreto que, bajo ingrávido auspicio, custodia El Librero Mayor del Reino.
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