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lunes, 2 de agosto de 2021

JUGÁRSELA EN SERIO

 

JUGÁRSELA EN SERIO

MARTA NEBOT

Los gestos, gestos son, pero pueden ser tan distintos… Tanto, que pueden plasmar la profundidad de los tiempos.

El 16 de octubre de 1968, en los Juegos Olímpicos de México, tres hombres, dos afroamericanos (Tommie Smith y John Carlos) y un australiano (Peter Norman) se subieron al pódium de los 200 metros lisos tras conseguir un nuevo récord del mundo, con la intención de marcar otro hito más trascendente. Los dos estadounidenses levantaron un puño envuelto en un guante negro cuando sonó el himno. El australiano llevaba  la misma insignia que ellos del "Proyecto Olímpico para los derechos humanos", promovido por el sociólogo Harry Edwards, que proponía llevar la lucha por los derechos civiles al deporte tanto como a cualquier otro sitio. Lo pagaron carísimo.

 

Para empezar fueron abucheados allí mismo. Después, Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, ordenó la suspensión de Smith y Carlos del equipo olímpico estadounidense y pidió que fueran expulsados de la villa olímpica. El Comité Olímpico Mexicano se negó y declaró que seguían siendo invitados de honor del país y que serían tratados como tales.

 

Brundage calificó aquel gesto político de  inadmisible para el apolítico foro internacional de los Juegos Olímpicos. Paradójicamente, siendo presidente del Comité Olímpico Estadounidense en 1936 durante los Juegos Olímpicos de Berlín, no puso ninguna objeción al saludo nazi. Aquel otro gesto, un saludo nacional entonces, fue aceptado por la Sociedad de Naciones sin un pero.

 

La suerte de los tres deportistas que osaron defender el Black Power en un momento crucial de la historia quedó echada aquel día.

 

Smith y Carlos fueron condenados al ostracismo en su país. Ellos y sus familias fueron amenazados de muerte. A pesar de todo, continuaron en el atletismo. Carlos llegó a igualar otro récord mundial. Décadas después consiguieron el reconocimiento merecido. Smith en 1999 fue nombrado El Deportista del Milenio y se convirtió en conferenciante. Carlos fue contratado  en 1984 por el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de los Ángeles como enlace con la comunidad negra de la ciudad.

 

El que salió peor parado fue Peter Norman, el australiano blanco que se atrevió a apoyarlos. Fue reprendido por las autoridades olímpicas de su país. Le impidieron participar en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972, habiendo terminado tercero en las pruebas clasificatorias. A pesar de todo continuó practicando atletismo hasta que se lesionó en un entrenamiento y estuvo a punto de perder la pierna derecha por una gangrena. Cayó en depresión y en el alcohol. Murió el 3 de octubre de 2006 en Melbourne a los 64 años. Smith y Carlos  atravesaron el océano, casi cuarenta años después de su gesta, para ser portadores de su féretro.

 

En estos días de deportes hemos visto y veremos gestos. Una gimnasta que reconoce sus problemas mentales, un saltador homosexual que subraya su condición y presume de matrimonio y de su hijo, unas jugadoras de balonmano playa que se saltan la norma de jugar en bragas y una cantante les paga la multa.

 

Está bien. Todo suma. Pero no puedo evitar pensar en los innumerables enfermos mentales del mundo que son repudiados o maltratados en instituciones monstruosas, en los homosexuales reprimidos y castigados que no es que no hayan salido del armario, es que viven en bunkers de cuya clandestinidad dependen sus vidas, en los millones de niñas y de mujeres sin derechos, sin educación, sin futuro, sin esperanza.

 

Y, por poner un ejemplo, me quedaré con el femenino. Que unas noruegas puedan jugar en pantalón, como sus compañeros, en vez de en bikini puede ser importante y de cajón y es una batalla ganada, pero parece tan pequeña si comparamos esa conquista con lo que a tantas mujeres falta por conquistar.

 

Me parece que en el feminismo empezamos a necesitar desesperadamente Peter Normans,  mujeres y hombres capaces de jugársela por una causa tan propia como lejana:  la causa de las mujeres con mayúsculas, la causa de más de la mitad de la humanidad.

 

El gesto de Norman, pocos meses después del asesinato de Martin Luther King, en un Occidente racista y segregador que seguía matando mientras algunos, cada vez más, peleaban por el fin de la supremacía blanca, era, es y será valioso porque le ponía en serio riesgo y de verdad ayudó a terminar con injusticias que aplastaban la vida de mucha gente. El gesto de las noruegas y de Pink, el del saltador gay Tom Daley o el de la gimnasta Simone Biles no les cuesta casi nada y no va a salvar la vida de nadie.

 

Y sí, las comparaciones son odiosas pero en ocasiones son la mejor manera de poner en contexto, la única de calibrar la dimensión de los tiempos. Repito: los gestos, gestos son, pero pueden ser tan distintos.

 


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