Nos recordaba ayer El Mundo, en una crónica de
Marina Pina, que Leonor de Borbón, 15 años, de profesión alteza real y heredera
del trono de España, "aun no ha podido ejercer como princesa de Girona en
la localidad, que no conoce pese a que lleva siete años portando el
título".
Debe ser difícil explicarle a una chavalita en la
edad del pavo que no puede ir a pavonearse por la ciudad de la que es princesa.
Me pongo algo gongorino y no le arriendo la ganancia a Felipe VI, padre
encargado de explicarle tal anomalía a la niña.
Vosotros os reiréis, pero el asunto no es baladí
porque demuestra la debilidad autoconsciente de nuestra borbonía. El jefe del
Estado no se ha atrevido aun a mostrarle a su hija su principado por miedo a
los abucheos de los republicanos gerundenses. No parece actitud de gran bravura
por parte de Felipe VI. Y la niña tiene que vivir con el amargor de sentirse
princesa exiliada. No lo digo con frivolidad. Me preocupan los niños, sean
borbones o yunteros. Vivan en una égloga o en la Cañada Real.
Nos decía el ABC de este miércoles que Pedro
Sánchez "está siendo humillado por ERC". Pues no sé cómo calificarán
el hecho de que el rey no pueda enseñarle a Leonor su principado. Cualquier día
nuestras derechitas valientes le exigen al jefe de los ejércitos más
testosterona en este asunto y que la casa real invada Girona, pacíficamente o
no, un 155 también valdría, en loor de la princesa.
Thank you for watching
Dirán los entendidos que el principesco exilio
gerundense de Leonor de Borbón no es responsabilidad de su regio padre, sino de
los gobiernos que le han marcado la agenda. Las pruebas lo desmienten. No ha
tanto nos aparecieron un rey Juan Carlos y una Corinna matando elefantes en
Botsuana sin que nadie se enterase. Fue el principio del precipitado fin del
juancarlismo. Y ahí se percataron muchos españoles de que nuestros borbones
hacen lo que les sale del potorro y se pasan por el forro todos los protocolos.
Así que Felipe VI podría haber llevado a su hija a Girona cuando le diera la
real gana.
El estudio de la Historia no desvela muchos actos
de valentía por parte de los borbones. En 1808 Carlos IV y Fernando VII
renunciaban al trono de España en favor de Napoleón Bonaparte. Alfonso XIII,
cargado de oro y de sonrojo, huía de España en 1931 tras unas elecciones
municipales. La corrupta Isabel II, que ahora tiene un canal en Madrid, salió
por patas desde San Sebastián porque el pueblo y el ejército se levantaron en
armas, hartos de su cleptomanía y de la represión. Don Juan le lustraba los
zapatos con la lengua a Francisco Franco, hasta el punto de ofrecerse para
entrar en combate contra el gobierno legítimo de la República. A Juan Carlos I
le emborrachaban osos rusos para que los cazara. O sea, que de corajes
tarantinianos anda escasa la genealogía borbónica en general.
Yo que soy republicano, anti-monárquico y, sobre
todo, anti-borbónico, deploro esta cobardía de Felipe VI como rey y como padre,
y le exijo que lleve a la chavala a visitar esa Girona de la que es princesa.
Si como sociedad hemos cargado a una niña con una responsabilidad monstruosa,
no la rematemos con la frustración monstruosa de no conocer su principado, que
la niña no es Sísifo, a pesar de que lleva desde los diez años viendo películas
de Kurosawa (dice su madre).
Javier Gallego y Rocío Esteban, en La Razón,
analizaban ayer los presuntos vetos de Pedro Sánchez a las visitas a Catalunya
de Felipe VI. Y aseguran que nos es tan fiero el independentista como lo
pintan. "La desmovilización independentista va a más [...]. La hostilidad
[contra el monarca] también ha ido a menos. Tanto en las calles como en las
instituciones", aseguran los reporteros del diario de Planeta.
A pesar de este bonancible paisaje de catalanes
adormilados, nuestros periódicos monárquicos no le exigen al rey que deje de
cogérsela con flores de lis y acompañe de una vez a Leonor a conocer Girona.
Los españoles no merecemos un rey que no se atreva ni a eso. Con la
testosterona que presuntamente derrochaba su papá entre las vedettes y las
comisionistas. Degenera la estirpe.
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