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martes, 27 de julio de 2021

 

EL PEQUEÑO LIBERAL, LA NIÑA PEPA Y EL CURA GOMERO

ALICIA RAMOS

Monumento a la Constitución de 1812, Cádiz (España).

Hace muchos muchos siglos nació en Cádiz un niño. Hace tanto tiempo que Cádiz todavía se llamaba Gades. Por aquella época era frecuente que la gente muriera en los primeros años de su vida, así que la familia les daba un nombre a los ocho o nueve días de nacer, un nombre simple con el que irse apañando hasta la edad adulta, cuando recibían el tria nomina de los ciudadanos romanos nacidos libres. A los ciudadanos romanos (no es un masculino genérico, la sociedad romana era así) se les distinguía, resumiendo mucho, entre nacidos libres, ingenui, y libertos, libertini. Y no sé por qué me detengo en esto. Volvamos al niño gaditano: le pusieron de nombre Liberal. Y es el único nombre que tuvo porque murió a los cinco años. Me lo imagino gracioso y despierto por su lápida de mármol incrustada en piedra ostionera (la piedra de la que estuvieron hechas Gadir y Gades y de la que Cádiz está hecha también) que la familia le dedicó

 

Esto se interpreta como Liberalis, puer carus suis, annorum V, hic situs est, sit tibis terra levis, que podríamos traducir como “Liberal, niño querido por los suyos. Cinco años. Aquí yace. Que la tierra te sea leve”.

 

 

Lápida de Liberalis, en Cádiz. / Fotografía: Alicia Ramos.

Muchos siglos después nació en Cádiz otra niña a la que le pusieron Pepa. Esta vivió cinco años también. Pero no seguidos. Nació en 1812 y luego vino Fernando VII y la derogó en 1814. En 1820 no tuvo más remedio que devolverle la vida hasta que en 1823 se deshizo definitivamente de ella. También, como el niño de Gades, era liberal. E ingenua. Si hubiera sido un poco más libertina, habría aprovechado para borrar al rey desde el preámbulo. Y España sería otra. (“Por el segundo se reconocía y proclamaba de nuevo al Sr. Rey D. Fernando VII, y se declaraba nula la cesión de la Corona que se dice hecha en favor de Napoleón. Queda aprobado”, reza el Diario de Sesiones).

 

La redacción de aquella constitución fue en sí misma un acto heroico. Diputados (no es un masculino genérico tampoco, la sociedad decimonónica era así, no hay que irse a Roma) de todos los territorios bajo la Corona, desde Mahón a Manila, se las arreglaron para ir uniéndose a las sesiones del órgano legislativo a pesar del bloqueo naval francés, porque todo esto ocurría mientras se libraba la Guerra de Independencia contra el ejército de Napoleón, que era cosita seria.

 

Y de Canarias también hubo diputados, claro. Partidarios del Antiguo Régimen, por lo visto solo uno, y los otros tres más bien liberales. Y me voy a centrar en un cura gomero, Antonio José Ruiz de Padrón, porque me cae bien el pavo. En la página oficial del Congreso de los Diputados aparece como electo, de la manera en la que se elegía entonces a los cargos electos, el 2 de julio de 1811, cuando tenía el hombre cincuenta y tres años. Así que antes de ser diputado tuvo tiempo de hacer muchas cosas, cosas del siglo XVIII. Cosas como viajar a Tenerife tras la muerte de su madre para seguir estudiando, hacerse franciscano, ordenarse sacerdote, unirse a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife o mandarse a mudar a Cuba y no llegar porque un naufragio diera con sus ropones empapados en la muy liberal ciudad de Filadelfia.

 

 

 

Pese a ser católico, Ruiz de Padrón se hizo coleguita de un tal Benjamín (Franklin) y de un tal Jorge (Washington) y fue moviéndose hacia posiciones cada vez más liberales y habituándose a debatir con representantes de iglesias protestantes. Al final consiguió llegar a Cuba, donde la esclavitud terminó de afianzarle en sus ideas. Vuelve a Europa y toma posesión en 1802 de un curato en Quintanilla de la Somoza, en Astorga, pero en 1807 gana su plaza en Villamartín de Valdeorras, antes de que los franceses arrasen Quintanilla. Luego es elegido diputado a Cortes. En plena guerra.

 

 

Veo a gente que se dice liberal que parece más partidaria de la Inquisición que de debatir con protestantes

 

En las Cortes de Cádiz se significa por su encendida defensa de la derogación de la Santa Inquisición por considerarla incompatible con los derechos de la ciudadanía: “Tírese una rápida ojeada sobre la faz de la península después del establecimiento de la Inquisición, y se verá que desde aquella desgraciada época desaparecieron de entre nosotros las ciencias útiles, la agricultura, las artes, la industria nacional, el comercio… Examínese la estadística de esta vasta y rica nación, y se notará progresivamente su decadencia y despoblación… Degradados los españoles de la altura de su antiguo poder y sabiduría, al mismo tiempo que perdían su energía y libertad, caían en el más espantoso abatimiento, perdían su preponderancia y se entregaban insensiblemente al apocamiento y esclavitud… De una devoción ilustrada… vino (España) a parar en una agradable superstición y en un orgulloso fanatismo”. Cuando Fernando VII derogó la Constitución en 1814, Ruiz de Padrón fue preso y sometido a un proceso eclesiástico que le costó la salud y el ánimo. Aunque fue rehabilitado en 1820 y nombrado de nuevo diputado, moriría en 1823, antes del fin del Trienio Liberal y de la represión de la Década Ominosa. El año anterior escribía a su hermano en La Gomera: “La dejo (a España) libre de la gabela enorme de más de cuarenta millones que pagaba por el Voto de Santiago, que me acarreó tantos enemigos poderosos; queda igualmente libre del terrible y espantoso tribunal de la Inquisición, que era un oprobio de la Iglesia y del Estado…”. Murió sin volver a La Gomera para, como le decía a su hermano, volver a “comer gofio y pescado fresco”. A su salud me traje gofio de Hermigua la última vez que estuve tocando en Vallehermoso.

 

Les cuento todas estas historietas porque ahora veo a gente que se dice liberal que parece más partidaria de la Inquisición que de debatir con protestantes, que buscan reducir el Estado a la política exterior y al rescate de las empresas too big to fall, desmantelar la sanidad pública, segregar por sexos en las escuelas y reescribir la Historia para ocultar los crímenes de sus familias, liberales que defienden o no el libre comercio según quién comercie. Nunca he sido liberal, que yo sepa, pero prefiero a Ruiz de Padrón mil veces antes que a Pablo Casado y a sus socios que procuran una “agradable superstición” y un “orgulloso fanatismo”.

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