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domingo, 16 de mayo de 2021

PABLO IGLESIAS EN LA PRENSA 'CUORE'

 

PABLO IGLESIAS EN LA PRENSA 'CUORE'

ANÍBAL MALVAR

Desde hace años, nuestra prensa seria y tradicional ha ido incorporando a sus libros de estilo manieras de la prensa rosa. Exhibicionismo, impudor, estridencia y mucha majadería. La cosa empezó con el auge de las cadenas de televisión privadas, cuyos programas se fueron haciendo hueco en la prensa escrita hasta fagocitarla. Uno no podía dejar de sentir cierta vergüencita cuando cada mañana, al abrir el periódico donde trabajaba, se encontraba extensas y sesudas crónicas sobre las bragas y desbragues de Belén Esteban, los líos amorosos blandulentos de los chicos de Operación Triunfo o los desafueros intelectivos de los concursantes de Gran Hermano.

Nos decían los jefes que se hacía para mantener la competitividad en los kioskos. O sea, que si la Esteban vende más que los niños muertos en Gaza, pues que se jodan los niños muertos en Gaza y a un breve. Es el mercado, amigo.

Mi querido Paco Rego (El Mundo), que esta semana se nos ha muerto como del rayo, era un gran consumidor matinal de tales excrecencias informativas. Se partía el culo leyéndonos en la mesa de redacción aquellas noticias disparatadas, bajoventrales e inútiles. Después, cuando venía Jaime Peñafiel con sus colaboraciones, Paco se ponía muy serio a la hora de comentar los últimos sucedidos al elegante príncipe del cuore español:

 

--Don Jaime, qué desolación. He leído lo que ha hecho la princesa Margarita de Karajistán y no doy crédito.

 

Peñafiel, que es hombre de trato encantador, nos soltaba allí mismo la historia entera de todas las princesas de Karajistán que en el mundo han sido, mientras Paco meneaba de derecha a izquierda un gesto desolador que enternecía a todas las monarquías del mundo.

 

El caso es que nuestros periódicos se fueron cuorizando y ha sido tal la infección que no sabe uno si no deberían sacarse ya para siempre en papel rosa. Y, contrariamente a lo que nos decían nuestros jefes, aquel torrente de flujos corporales que inundó los periódicos no ha servido para captar lectores, claro.

 

Si la cosa empezó a sufrirse con Belén Esteban, con Pablo Iglesias hemos alcanzado las más altas atalayas de la ridiculez. Esta misma semana, el corte de coleta más sonado de la historia era difícil de ubicar entre la información política, las páginas de tendencias (capilares) o la sección de porno-cuore.

 

Qué oculta Pablo Iglesias tras su corte de pelo, se preguntaba desde los titulares de ABC la redactora Pilar Vidal. ¿A que no lo sabéis, caterva de necios? No es sencillo, en todo caso. Pues no se trata de un vulgar corte de pelo, nos asegura el torcuatiano diario. Es una "metamorfosis personal". Yo diría que parangonable casi a la de Kafka, según avanzo en la lectura del artículo. Y al final estalla la bomba, la información que todos los españoles ahelábamos leer: "Su renovación no solo pasa por un cambio de estilo sino que también podría romper con su pareja". Quebranto de huesos y rechinar de dientes. Escribo estas líneas forzando la prosa para que el folio vuelva a ser un papel en blanco (Umbral, de memoria).

 

Si es que caía de cajón. Los más sesudos exégetas de la prensa cuore lo saben desde antes del inicio de los tiempos: si un famoso o una famosa se cambia de repente el look, es porque ha cobrado de un peluquero o porque se prepara para cambiar de pareja. El cambio estético no es otra cosa que la sublimación capilar de una transformación profunda y espirituosa. Para qué queremos psicólogos si gozamos las honduras lacanianas solo con abrir el horóscopo del Hola!

 

Así que se constata que al pobre Pablo Iglesias no le van a dejar en paz ni aunque se fugue a Karajistán con la princesa remota y descocada de Paco Rego y Peñafiel. Iglesias quiso cambiar España, pero hay una España alcornoquera y vociferante que no quiere cambiar, que vive feliz en el ecosistema de cerebros acorchados y berridos.

 

Por cierto, la única persona que no ha cambiado de peinado en los últimos 80 años en este país es la reina emérita Sofía, prueba fehaciente de su estabilidad marital y de la solidez e inmarcesibilidad de la Corona española. Me callo, no sea que me fiche el Hola!


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