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viernes, 14 de mayo de 2021

CUANDO LA COLETA SE FUE, EL CAOS TODAVÍA ESTABA ALLÍ

 

CUANDO LA COLETA SE FUE, EL CAOS

 TODAVÍA ESTABA ALLÍ

La derecha, que hasta hace escasos días atacaba continuamente a Pablo Iglesias como núcleo irradiador de todos los males, se ha repuesto de la resaca de la fiesta Caribe Mix 2001 en Génova y ha vuelto a su estado natural

MARINA LOBO

El caos es, por definición, un estado de desorden absoluto de las cosas. Es, por ejemplo, una habitación rebosante de ropa que has usado esa semana pero que, por algún motivo, has ido acumulando encima de una silla al lado de la cama y que, conforme pasan los días, se ve desbordada, llegando la ropa a los rincones más insospechados, incluso a agujeros negros que hacen que, un buen día, te encuentres el calcetín de leopardo que perdiste en 2015.

 

INT. CONGRESO - DÍA

 

España también es un caos, o eso repiten a coro la derecha y la extrema derecha sin cesar. En el Congreso de los Diputados, Pablo Casado comienza llamando “pato cojo” a Sánchez, Sánchez le dice a Casado que se le está quedando cara de Albert Rivera –como si esto viniera de ahora y no lleváramos años comentando que el exlíder de Ciudadanos y el líder (aún no ex) del PP fueron separados al nacer–; Casado le vuelve a responder a Sánchez (así es la testosterona, hay que devolverla siempre) que a él se le está poniendo cara de Zapatero y añade que parece un “avestruz” escondiendo la cabeza debajo del suelo. Por su parte, Cuca Gamarra (portavoz del PP) le pide al Gobierno que miren su plan B que, según ellos, aseguraría una “limitación de actividad” con efectos muy parecidos al toque de queda y Carmen Calvo le responde que en B no quiere nada, solo en A. El atrezzo ya se lo saben: abucheos, aplausos, gritos de “¡mentira!”, carcajadas burlonas, ruido.

El bipartidismo no ha vuelto (al menos de momento) pero sí sus peleas. Hay algo de melódico en sus tradicionales discusiones, como si te quedaras hipnotizada viendo un partido de tenis, la pelota a un lado y al otro a velocidad similar, el sonido idéntico del golpe de la raqueta, la bola amarilla que parece que no va a parar nunca, aunque en algún momento lo hará porque alguien tiene que ganar. Fuentes del gobierno de Sánchez afirman que les parece “inaceptable” la actitud del Partido Popular que no deja de verter críticas respecto a la nueva legislación tras la caída del estado de alarma, en la que el Tribunal Supremo es el que tiene la última palabra sobre cada región. Del otro lado, fuentes cercanas a Pablo Casado acusan a Sánchez de “ineficacia y soberbia” y se quejan de que este no llame por teléfono al líder de la oposición con la que se está liando. También es verdad que no se me ocurre una forma correcta de iniciar esa conversación telefónica. Si yo fuera Pedro Sánchez, le mandaría por Whatsapp el sticker de “se Marlaska la tragedia” a Casado para romper el hielo. Eso siempre funciona.

 

EXT. DÍA – UN PATIO CUALQUIERA

 

En Madrid hace un tiempo agradable, de ese que la capital nos brinda aproximadamente unas tres semanas al año y por eso, cuando ocurre, hay que contarlo. El cielo está despejado, hace sol pero no calor, la mascarilla todavía no hace que te sude el bigote –pero casi– y se está estupendamente en camisa holgada de manga larga y en vaqueros. Pablo Iglesias, el que fuera en teoría el artífice de la crispación en este país, la mecha que prendía incluso sin mechero, el supuesto responsable de que Casado virara cada vez más hacia la derecha y de que la gente votara a la extrema derecha, lee un libro mientras muestra su nuevo look. No habla, no tuitea, solo está ahí sentado, mirando a un lado para que se vea mejor el corte, subrayador amarillo encima de la mesa (subrayad los libros con lápiz, haced el favor). En cuestión de minutos, los debates se llenan de expertos analistas políticos, psicólogos, estilistas, que se preguntan qué mensaje subliminal estará escondido tras la cabellera del que fuera hasta hace poco vicepresidente del Gobierno y, hasta hace menos aún, candidato a la Comunidad de Madrid por Unidas Podemos. Si le queda bien, si le queda regular, si ya no es pueblo, si ahora es casta, si el 15-M era esto. Nadie se ha planteado que Iglesias fuera a la peluquería para que le cortaran las puntas y al peluquero/a se le fuera la mano, que es algo que a tod@s nos ha pasado alguna vez aunque cuando la peluquera nos pregunta por el resultado siempre decimos que todo bien.

 

Las dos situaciones (la del Congreso y la del patio) coinciden en el espacio-tiempo y hacen más tangible aún la distorsión de la realidad a la que estamos sometidos. La derecha, que hasta hace escasos días atacaba continuamente a Pablo Iglesias como núcleo irradiador de todos los males (sesión tras sesión en el Congreso un inagotable Teodoro García Egea preguntaba una y otra vez cuándo pensaba dimitir el entonces vicepresidente de Asuntos Sociales) se ha repuesto de la resaca de la fiesta que sonaba a Caribe Mix 2001 en Génova y ha vuelto a su estado natural que es, precisamente, el caos. Porque sin caos la derecha y la extrema derecha no pueden sobrevivir; es su hábitat, su modo de vida, su habitación desordenada en la que ellos y sólo ellos se orientan.

 

Puede que, por eso, asistamos ahora atónitos a la amalgama de teorías y opiniones vertidas desde la derecha y la ultraderecha sobre el corte de pelo de un señor que está sentado leyendo un libro. La coleta de Pablo Iglesias se ha ido, pero la crispación, los insultos y los gritos no, porque precisamente igual la crispación eran ellos. Son ellos. Y el caos, también.


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