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jueves, 8 de abril de 2021

LAS MUJERES, poema de RUDYARD KIPLING

 

LAS MUJERES

RUDYARD KIPLING

De donde la he encontrado mi diversión he tomado;

granuja he sido y en mis tiempos he arrasado,

he tenido mi botín de dulces corazones,

y cuatro entre ellos de primera clase.

Una era una viuda casi casta,

otra, una mujer en Prome,

otra, la mujer de un jefe de cuadras

y es otra una muchacha en donde vivo.

 

Nada tengo ahora que ver con las mujeres,

pues, llevándolas contigo,

nada puedes decir hasta que las pruebas,

y es, por tanto, muy posible que te equivoques.

Veces hay en que creerás que no hubieses podido,

veces hay en que sabrás que hubieses podido;

pero aquello que aprenderás de la Amarilla y de la Morena

habrá de ayudarte mucho con la Blanca.

 

Yo era un jovencito en Hoogli,

tímido como una niña al comenzar;

Aggie de Castrer me tomó,

Aggie, lista como el pecado;

mayor que yo, pero la primera-

más parecía una madre-

me enseñó el camino del ascenso y de la paga

y de ella aprendí sobre mujeres.

 

Me destinaron entonces a Burma,

interino encargado del Bazar,

y me conseguí una nativa pequeña y vivaracha

comprándole a su padre provisiones.

Divertida, amarilla y fiel-

una muñeca en una taza de té-

con honra vivimos, como un matrimonio de verdad,

y de ella aprendí sobre mujeres.

 

Nos enviaron entonces a Neemuch

(si no hasta hoy la hubiese conservado),

y me junté con una deslumbradora diablesa,

la mujer de un negro en Mhow;

me enseñó la jerga de los gitanos;

era como un volcán,

me apuñaló una noche por haber deseado que fuese blanca,

y de ella aprendí sobre mujeres.

 

Regresé entonces en barco a casa,

me acompañaba una niña de dieciséis-

una chica de un convento en Meerut,

a ninguna tan recta he visto.

Su problema: el amor a primera vista,

yo no hubiese hecho nada, pues me gustaba demasiado,

pero de ella aprendí sobre mujeres.

 

De donde la he encontrado mi diversión he tomado,

y debo ahora pagar mi diversión,

pues cuanto de otras mujeres más conoces,

menos sientas con una cabeza;

y el final de todo, sentado y pensando,

y soñando con ver los Fuegos del Infierno;

así que daos por avisados (sé que no lo haréis)

y de mí aprended sobre mujeres.

 

¿Qué pensó la esposa del Coronel?

Nadie lo supo nunca.

Alguien preguntó a la mujer del Sargento,

y ella les dijo la verdad.

Cuando llegan delante de un hombre.

iguales se hacen como una fila de alfileres-

pues Judy O'Grady y la esposa del Coronel

hermanas son debajo de su piel.

 

Versión de Luis Cremades


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