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viernes, 16 de abril de 2021

LA CASA DE DIOS

 

LA CASA DE DIOS

 MIQUEL AMORÓS

Agustín García Calvo es un pensador subversivo verdaderamente original. Causa todavía estupor entre los militantes el hecho de que su reflexión no parta de la Revolución Francesa, o de las comunas medievales, o incluso de la guerra civil española, de todo lo cual sabía poco, sino de mucho más atrás, del mundo griego, que conocía al dedillo. Más concretamente,  del momento en que el legado del pensamiento presocrático era combatido por un saber enciclopédico desordenado que pretendía explicar y ordenar la naturaleza y la conducta humana en todos sus aspectos. Sócrates, respondió a tales excesos -a la hybris sofista-  apelando al autoconocimiento, es decir, al reconocimiento de las limitaciones del saber propio. Platón, su discípulo, intentó cerrar el asunto mediante la sugerencia de un conjunto de reglas racionales con las que codificar la vida de social; así dio con una teoría dialéctica del Estado que soliviantó a nuestro erudito greco-latinista.

Para Platón, los individuos alcanzaban su plenitud en un Estado perfecto, donde todos cumpliesen a rajatabla una función fijada de antemano. No podía estar Agustín más en desacuerdo con la aberración de que las personas y las cosas se fueran conformando en moldes reglamentarios hasta parecerse a ideas. Las ideas eran el fundamento del Poder, entidad exterior y opuesta al pueblo; no había Poder sin ideología que lo justificara. Y así leemos que en su opúsculo de 1977 titulado ¿Qué es el Estado? califica al Estado como idea dominante “dispuesta a usarse como arma”, a la vez mentirosa y real. Mentirosa en cuanto que abarca un montón de conceptos incompatibles como, por ejemplo, “gobierno” y “pueblo”; la mentira es la base de la realidad política. Real, por desempeñar en tanto que mentira un poder reconocible que ejerce contra la sociedad. Para Platón, las ideas constituían el mundo verdaderamente auténtico, del que el otro, el sensible, era una mala copia. En el mundo platónico, el Estado era el ideal de organización política, algo necesario para elevar el pueblo informe e inaprensible a la categoría de “Hombre”, “Ciudadano” o “Súbdito”, otras tantas ideas -que Agustín escribe siempre con mayúsculas- con que remodelar al indefinible ser popular y componer la “Realidad”, es decir, lo que el Estado y sus medios presentan como tal. Pues bien, la reflexión anti-ideológica agustiniana, consistirá en deshacer tamaña mistificación y mostrar que detrás de la abstracción estatista no hay más que renuncia, sumisión, trabajo, resignación y muerte.

El razonamiento agustiniano revela la evidencia de la esencia totalitaria del Estado, puesto que su realización perfecta como organización política concreta solo es posible si constituye un espacio cerrado mensurable, un Todo cuantificado. Cuando este aparece, el pueblo –que define en negativo como “lo que no es gobierno”- se anula. Sigue después señalando la relación intrínseca entre el Estado y el Capital, para terminar concluyendo que todo Estado es capitalista, puesto que toda la riqueza bajo su dominio toma forma de Dinero, y, por consiguiente, de Tiempo, “la verdadera moneda del Capital”. Mediante un ejemplo de Fe como es el Crédito, el Estado se confunde con la organización religiosa, con Dios, otro proyecto totalitario. El hecho de que ambos, Estado y Capital, necesiten de un público creyente, es la prueba de que no son más que “las epifanías política y económica de Dios mismo.” La libertad y el disfrute de la vida solamente serán posibles fuera del alcance de todas esas abstracciones esclavizadoras. Hete aquí un punto de contacto con otro enemigo del Estado cuya crítica partía de posiciones tan alejadas de Heráclito como la filosofía idealista alemana; hablamos de Bakunin, para el cual “la idea general” era siempre “una abstracción, y por eso mismo, en cierto modo, una negación de la vida real.” Con el fin de demostrar que el Estado moderno es la institución más adecuada para el Poder -o para la “megamáquina” como diría Mumford- Agustín recurre a ejemplos históricos de fracasos de otras tentativas unitarias como fueron los Imperios por no contar con fronteras definidas, una única lengua oficial construida mediante una combinación arbitraria de variedades dialectales, y una cultura nacional tipificada, o sea, una ideología patriótica –una idea de Pueblo- que se justificara con la Ciencia y el Derecho, mejor que con la Religión. De nuevo, una coincidencia con la advertencia bakuniniana contra el gobierno de los hombres de ciencia. Llegados a ese punto, es obligado tomar posición frente a los regionalismos y separatismos actuales, que Agustín contempla como intentos de constituir nuevos Estados –españitas- en todo semejantes a los originales y , por lo tanto, capitalistas y totalitarios aunque fuese a menor escala.

Necesidad esencial para la constitución del Estado es la del Centro, la capital, desde donde se dirigen las operaciones de vigilancia y unificación, sobre todo lingüística. Como recordó Agustín en alguna parte, la normalización no es más que la cárcel donde se mete a las palabras para asegurar la Fe en la Realidad. En efecto, la importancia de la fabricación desde arriba de la lengua es enorme, pues un pueblo que acata una norma fija para siempre en algo tan fundamental como el habla, ya no es pueblo, y un Estado que no posea una jerga propia –una lengua oficial- difundida en las Escuelas y los Medios, no puede desarrollar una burocracia capaz de ordenar la vida de los ciudadanos en todo detalle. Tengamos en cuenta que sin burocracia no hay Estado que valga. Nada ha de haber que escape al control, a la medida, y en suma, a la definición. Agustín termina su exposición acerca de la idea metafísica de Estado confesando que su intención primera era desmontar la ideología estatal, “parte necesaria de su Realidad”, a fin de que lo que quedara de pueblo vivo orientara su actitud contra el Orden real, especialmente las mujeres, pues en lo femenino radica la escandalosa verdad de abajo: “el miedo a vuestro amor desordenado fue el cimiento y el comienzo de este Orden de los Padres y las Patrias.”

Miguel Amorós, 9 de abril de 2021, reseña de la edición francesa de l’Atelier de création libertaire, Qu’est-ce que l’État?


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