TRABAJO DE MUJERES Y UNA CRIADA
CRISTINA FALLARÁS
Recuerdo perfectamente aquel mediodía de 1999. Yo era jefa de redacción de El Mundo de Catalunya e iba a vivir una de las humillaciones más bestias de mi carrera, y mira que son incontables. Uno de los jefes de sección me llamó por la línea interna y me pidió que me acercara hasta donde él trabajaba, en un área algo alejada del resto. "Mira, Cristina, yo tengo familia y estos juegos no me gustan", me soltó a bocajarro. En una redacción de periódico pueden pasar las cosas más insólitas y contemplarse mil perrerías. Esa vez no tenía ni idea de a qué podía referirse, así que se lo pregunté. "A la lista", me respondió. "¿De qué lista hablas?". Me miró con recelo, con ese aire de incredulidad de quienes prejuzgan y deciden. "A la lista". Por su tono entendí que debía de ser yo la única que no conociera la lista.
Me explicó que le
había llegado la lista en la que yo había ido apuntando, en orden cronológico,
fecha incluida, a todos los hombres (eran inmensa mayoría en el periódico) que
me había ido tirando, quedaba claro que él era uno de ellos. En la lista, yo
había anotado, junto a cada nombre de macho, las características de su pene,
una descripción detallada de sus costumbres sexuales, y al final había calificado
todo ello con una puntuación que iba del 0 al 10. Eso me iba explicando
mientras me galopaba el pulso en los oídos. La expresión de mi cara debió de
reflejar tal mezcla de furia y espanto que se sonrojó. No hizo falta ni que le
dijera que esa lista no era mía. Me pidió disculpas.
Resulta que los
alegres muchachos de la sección de Deportes habían elaborado tal barbaridad, la
lista, y la habían hecho correr por la plantilla simulando haberla encontrado
en mi ordenador. Volví hacia mi mesa muerta de vergüenza y rabia. ¿Debía yo dar
explicaciones de aquello, pasar ese bochorno repugnante que supone negar algo
que hasta un minuto antes no conocías pero que se te supone? ¿Por qué, además
de haber sufrido tal agresión, tenía que enunciarla, con el consiguiente dolor,
la vergüenza, el descrédito? Hice lo que tenía que hacer, y ya no importa.
Meses después, uno
de lo jefes de redacción de El Mundo, el grande, el de Pedrojota, el de Madrid,
me dio la bienvenida con una sonora palmada en el culo. Después ayudé a montar
el diario ADN, y cuando llegué a subdirectora, tuve que aguantar que el hombre
que ostentaba el mismo cargo que yo recibiera un sueldo notablemente superior.
De allí me despidieron embarazada de 8 meses. Durante toda mi carrera he vivido
y he visto episodios parecidos a los que narro. Y peores. He visto en
televisión muchachas llorando por lo que se han visto obligadas a hacer para
conseguir un puesto, chantajes brutales, despidos por maternidad en todos los
medios, exhibicionismo en retretes y cuartos de café, becarias humilladas hasta
la náusea, políticos acosadores de todos los partidos, entrevistas embarazosas
en las que de repente te encuentras con una mano en la pierna o en la nuca, un
desprecio infinito por la maternidad…
Pero sobre todo he
visto (llevo ya 33 años de oficio) que las mujeres tenemos que trabajar el
doble y demostrar el doble para conseguir un mínimo de respeto, y menor
salario. La brecha salarial en España oscila entre el 13 y el 16 por ciento. De
ahí que se afirme que las mujeres trabajamos gratis desde el 11 de noviembre y
hasta fin de año.
Ah, pero si la cosa
se quedara ahí, agüita de mayo. Queda la otra mitad de nuestra "vida
labral". Todavía hoy, las mujeres nos encargamos de la inmensa mayoría de
las llamadas "tareas del hogar". O sea, que además de trabajar más y
cobrar menos, nos queda aún un paquetón de horas dedicadas a los alimentos, la
higiene y, en el caso de las madres, la crianza, que incluye la educación y la
sanidad, así como el cuidado de los mayores. Qué decir de los cientos de miles
de madres solas. Y todo eso es trabajo sin remunerar, por su puesto. Pero es un
trabajo sin el que la sociedad sencillamente dejaría de funcionar. Nada. Cero.
Aterricemos ahí.
Cojamos los dos extremos de lo económico. En un extremo, La Bolsa, un
jueguecito meramente especulativo que mueve millones de millones. En el extremo
opuesto, la casa, lo doméstico, que mueve alimentos, crianza, higiene, techo,
cuidados y no merece ni un euro. ¿Qué es lo fundamental en una sociedad? Fundamental
viene de fundamento, o sea aquello sobre lo que se levanta todo el resto.
Repito: ¿Qué es lo fundamental en una sociedad? Huelga responder.
De lo fundamental
sabemos mucho, muchísimo las madres. Piensen, sin ir más lejos, en la suya.
Sabemos de redactar un informe con el bebé a la teta; sabemos de lo que es
hacer una entrevista entre las arcadas del sexto mes; sabemos de las caras
agrias de los jefes cuando te excusas y sales corriendo tras la llamada del
colegio porque la cría tiene fiebre; sabemos lo que significa eso, entre otras
cosas que vayas a la cola para un puesto de confianza, un ascenso, o sea un
aumento de sueldo; sabemos de limpiar el culo al abuelo mientras negociamos con
el manos libres; sabemos de hacer la compra en la media hora que queda libre
para comer algo… Sabemos, lo sabemos todo, y sobre todo sabemos que es no
afecta a nuestro rendimiento en el trabajo, sino a la consideración que
nuestros superiores tienen de nosotras. No rendimos menos, sencillamente somos
peor tratadas. Ser madre y trabajar, sobre todo en un puesto de
responsabilidad, es una carrera de obstáculos donde se cruzan la humillación,
el maltrato, la falta de tiempo y cientos de horas de curro no pagado.
Llevo pensando
seriamente en ello desde la primera grandísima huelga feminista, esa que se
denominó también "huelga de cuidados y consumo". ¡De eso se trata!
Ahora lo decimos.
Eso ha sido así siempre, pero ahora nos hemos propuesto narrarlo. Y, al
narrarlo, hemos constatado que es común, y que por lo tanto podemos enfrentarlo
y cambiarlo. Podemos elegir otra forma de trabajar, más humana, más sensata.
Por supuesto no hay conciliación, pero poco a poco vamos decidiendo que
nosotras trabajamos de otra manera. Poco a poco, además de decidirlo, lo
hacemos.
Entonces, justamente
entonces es cuando entran los señoros y ponen el grito en el cielo. Esos que no
han fregado nunca un váter, esos opinadores, políticos atildados, periodistas
de copa y puro que necesitan grandes comidas para celebrar
"reuniones" constantes. Entran a denunciar que la ministra Irene
Montero paga a "una criada" con dinero público. "Una
criada" dicen, y en esa definición se retratan. "Una criada",
dicen, ellos que ni siquiera saben cuánto cobra la suya, a qué se dedica.
No entienden nada.
Qué desastre, qué desaliento. Lo malo es que ni siquiera se les puede explicar,
porque no tienen capacidad para comprenderlo. Sí saben que algo está cambiando,
que las mujeres hemos decidido que no trabajaremos como si fuéramos directivos
de multinacional con un mundo de criadas en casa. No porque no podamos, que
también, sino porque no nos da la real gana. Eso está cambiando y se revuelven.
Ahora que llevamos
un tiempo contando y compartiendo nuestra forma de avanzar partiéndonos el
lomo, empezamos a decidir cómo queremos trabajar. Esa forma de hacerlo tiene
que ver con lo fundamental y con la posibilidad de que todo sea un poco menos
duro, un poco menos cruel.
De ahí, que cuando
una de nosotras tiene un hijo o una hija y no está sola, cuando somos muchas y
trabajamos de forma común y no competitiva, ahí estamos para arrimar el hombro.
No como criadas, mentecatos. No a sueldo de la Administración, sino al
contrario. Así que dedíquense a juzgar los resultados, no los modos. A ver si
al final van a tener que arreglárselas para dar ustedes la teta.
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