PONGA UNA NAZI EN SU VIDA
DAVID TORRES
Con exultante alegría, como corresponde a las ocasiones históricas, la prensa patria ha saludado la aparición de Isabel Medina Peralta, la muchachita neonazi que participó en el homenaje a los caídos de la División Azul en Madrid. La han entrevistado, para que comparta su sabiduría con todos los españoles, y la han bautizado con titulares dignos del NODO: "la joven musa del falangismo" y "el nuevo rostro del fascismo español", entre otras enhorabuenas. Debe de ser que a los viejos rostros ya estábamos acostumbrados y que además Isabel resulta una musa cien por cien hispánica, no como esos modelos rancios importados de Cuba o de Argentina. Esta gente, si tuviera la oportunidad de convocar desde el más allá a Adolf Hitler, le preguntaría cómo lleva lo de no ser Führer, qué le parece la subida del alquiler en Baviera y qué acondicionador de pelo utilizaba Eva Braun.
En cualquier caso,
no se veía un entusiasmo periodístico así desde la eclosión estelar de Belén
Esteban después de follarse a un torero. Tal vez porque la muchachita se
atrevió a cruzar el último puente hacia el nazismo y dijo en voz bien alta la
palabra prohibida, la que todos los fachas, voxeros, falangistas y franquistas
del país sólo murmuran en la intimidad o que ni siquiera piensan por miedo a las
consecuencias. La palabra "judío", la idea delirante de que el judío
es el culpable (exactamente así lo vociferó la muchachita: "El judío es el
culpable") de todos los males de este mundo, el panfleto infecto de los
Protocolos de Sión, el antisemitismo puro y duro, el mismo que alentó el
cristianismo durante siglos, el que provocó guetos, pogromos y matanzas y que
desembocó en los hornos de Auschwitz y Treblinka.
Creíamos que el
nazismo había terminado en Auschwitz y Treblinka, pero qué va, sólo se estaba
tomando unas vacaciones. Uno de los mejores lugares donde veranear fue la
España de Franco, a donde llegó a través de las líneas aéreas del Vaticano,
porque a la iglesia católica, desde que se fundó hasta Jasenovac, siempre se le
ha dado fenomenal matar judíos. Sí, entre las fábulas que nos cuentan del
franquismo está la paparrucha de que Franco era amigo de los judíos, una
invención que, la verdad, funciona muy mal con ese sintagma que los prebostes
del régimen pronunciaban a todas horas: el "contubernio judeo-masónico
internacional". Un contubernio que abarcaba también a los comunistas, a
los homosexuales y a lo que hiciera falta, ya que lo de "judío" es
una etiqueta que pega muy bien con todo lo que sea exótico, distinto, con lo
otro, con lo extranjero, siempre que sea pobre, se entiende.
Por ejemplo, con
los inmigrantes, el plato fuerte del discurso de Vox, pero de repente viene
esta muchachita de 18 años y le enmienda la plana a Abascal, se declara
admiradora de Wagner y de Nietzsche, seguidora de Hitler y Mussolini, y
proclama que odia a Vox más que a Podemos (que ya es odiar), esa gente capaz de
poner a un negro al frente de una formación autonómica para arañar más votos.
Es normal que la prensa esté fascinada por una jovencita que se folla al toro
de Vox igual que Belén Esteban se follaba a un torero, se quita el antifaz
democrático y desenmascara por fin, de una vez por todas, a la ultraderechita
cobarde, al fascismo que no se atreve a decir su nombre. La escena tiene algo
tierno, adolescente, nostálgico, tanto que ya la habíamos visto en la mejor
película jamás hecha sobre el ascenso del nazismo, Cabaret, ese momento en que
un muchachito rubio y hermoso se levanta en un café y canta Tomorrow Belongs to
Me, y los hombres y mujeres, los jóvenes y viejos, los niños y las niñas, se
sienten extasiados ante el eco del futuro: la esvástica y el brazo en alto, el
saludo hitleriano, el mañana de la raza, los campos de exterminio.
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