LA OTRA PANDEMIA
LOS JÓVENES NOS HEMOS CONVERTIDO EN UN BLANCO: SOMOS LOS
IRRESPONSABLES, LOS QUE NO CUMPLEN LAS MEDIDAS, LOS NIÑATOS QUE SE QUEJAN POR
NO PODER IRSE DE FIESTA... NOS ENCANTA EL ‘COLIVING’, EL ‘CARSHARING’ Y LOS
TRABAJOS BASURA
ELISA MORA ANDRADE
A menudo solemos encontrar en la prensa artículos sobre salud mental, estrés, ansiedad, depresión y otros trastornos. Normalmente, todos están escritos desde la perspectiva del experto: psiquiatras, psicólogos, neurólogos, que llenan los textos de datos y consejos. Es poco común que alguien que sufre alguno de esos trastornos publique una pieza contándolo.
La salud mental sigue siendo una especie de tabú, algo de lo que parece que hay avergonzarse, que hay que callarse por miedo a que te juzguen, no te crean o no te tomen en serio.
Mucha gente cree
que la ansiedad o la depresión son problemas del primer mundo, sin mucha
importancia; paradójicamente, a menudo incluso quienes la sufrimos lo pensamos,
nos sentimos culpables. Hay gente que no come y yo aquí, agobiada por mi
futuro. A veces es mejor no relativizar.
Este último año
hemos sufrido una doble pandemia; una la del virus, la otra, la de la salud
mental. La primera alimenta a la segunda, que no entiende ni de edades ni de
lugares. Y de lo segundo ya veníamos tocaditos de antes, con el consumo de
ansiolíticos y antidepresivos batiendo récords cada año.
Hablemos de los
jóvenes. En estos tiempos nos hemos convertido en una especie de blanco: somos
los irresponsables, los que no cumplen las medidas, los niñatos que se quejan
por no poder irse de fiesta, que quieren exámenes online para copiar. Nos
encanta el coliving, el carsharing y los trabajos basura. No.
Las generaciones de
los 90 hemos vivido el lastre de la crisis de 2008 y ahora el de la pandemia. A
la frustración de no encontrar un trabajo digno, con un salario decente tras
años y años de magnífica preparación, a la obligación de vivir con tus padres
si no quieres destinar el 70% de tu sueldo a un alquiler, se le ha unido el
pánico a contagiar a los de tu alrededor o a ser contagiado; el miedo a perder
a los tuyos, a perder el trabajo; a acabar tus estudios y a tener muy pocas
posibilidades, a la soledad.
Por otro lado está
la presión. La presión a la que nos sometemos nosotros solos y la presión que
ejerce el sistema. Triunfar, tener éxito. Esto nos meten en la cabeza desde que
somos pequeños. “¿Y si no triunfamos?” Nos preguntamos todos. ¿Seremos unos
fracasados?
Pero, ¿qué es el
éxito? ¿Sacar una carrera? ¿Tener una buena casa, un buen coche, una familia,
un perro y trabajar 12 horas al día? ¿Estar más horas delante de la pantalla
que con la gente que quieres? ¿Estar sometido de por vida a las reglas del
capitalismo y del neoliberalismo? El propio sistema imposibilita ese supuesto
éxito, por eso nos hacen creer que queremos compartir coche y piso hasta los
35.
¿Qué ocurre si no
estamos dispuestos a hacerlo? El pánico. Es curioso que ni siquiera la pandemia
se haya cargado esa idea y no haya conseguido poner de manifiesto que, en el
fondo, todo eso da igual.
Tenemos tan
interiorizadas las reglas del sistema que este virus incluso ha reforzado esa
presión por contentar, en realidad, a ese sistema y no a nosotros mismos.
Tenemos que llegar ahí, sea como sea. El sistema quiere que haga una cosa, pero
él mismo me lo impide: es una encrucijada a la que todos estamos sometidos.
Y eso desencadena
un estrés y una ansiedad que de repente se hace incontrolable, que te come por
dentro.
Ojalá alguien nos
enseñase a reivindicar el hacer algo que nos satisfaga a nosotros y no al
maldito sistema capitalista. Ojalá la política empezase a promoverlo y nos
permitiese pagar las facturas haciendo algo que nos haga felices. Ojalá nos
liberasen de ese peso y de esa presión, de esa idea de éxito que en realidad no
existe. Ojalá entendiéramos que el verdadero éxito es la tranquilidad, la
libertad y la satisfacción personal.
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