EL ENMUDECIMIENT0
Cuento
José Rivero Vivas
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Del
libro:
EL EUNUCO
José Rivero Vivas
Obra: C.07 (a.07)
(ISBN:
978-84-9941-057-9)
D.L. 2348 – 2009:
Ediciones IDEA,
Islas Canarias.
Diciembre de 2009
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José Rivero Vivas
LUCERNA de EL EUNUCO
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La abigarrada compilación fue escrita en Madrid, hacia
1981-1982, donde en su momento fue el manuscrito pasado a máquina.
Ya en Tenerife, hacia 1993-1994, fue escaneado y puesto limpio
en ordenador.
Hacia 2002-2003, en Londres, se cambió su contenido de disquete
a pendrive, operación que comportaría atenta lectura del texto. En 2004-2005
hubo nuevo análisis y consiguiente revisión.
Con ausencia del autor, por encontrarse en Londres, Ediciones IDEA, Islas Canarias, publica EL EUNUCO en diciembre de 2009.
*
Época de dificultades
económicas y asperezas humanas, por la inadaptación conducente al fracaso, en
abanico de tramas que comprenden paro y escasez, lacra urbana, pérfidos fines y
cándidos sueños de seres desheredados de la Tierra. Las historias referidas van
impregnadas de cierta similitud, con aire de denominador común, que las
identifica como de un solo cuerpo, puesto que nacen de una idea general, no de
la suma de relatos dispares que integran un volumen.
Esta serie de cuentos,
desgarrados, da fe del momento aciago de su creación. Consciente de ello, su
autor recurre a la introducción de algunos pasajes versificados, con objeto de
templar la descarnada desnudez y acritud del tema. Sucede que, la disposición
del verso, en su forma de hacer, es consecuente con su contenido; sin embargo,
el extraño a este sentir, sigue a su aire el discurso, lo que en cierto modo
suele obviar el objetivo someramente insinuado.
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José
Rivero Vivas
Tenerife
– Islas Canarias
Mayo
de 2018
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José Rivero Vivas
EL ENMUDECIMIENT0
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Solía cantar de mañana templando
la lira de su garganta hasta desgañitar de esfuerzo, con la quiebra
consiguiente de su voz más allá del confín de su potencia. Pero con bravura sin
igual repetía siempre su tonada consabida:
Lunas, estrellas, cielos;
naves que en aire flotan.
Clara presencia exhibe
de león imagen rota;
víctima no propicia,
fiera que no devora.
Pájaro que no canta,
tímpano que no goza.
Cansada su mujer, compró un
canario, lo cubrió con una manta y lo tuvo escondido hasta el día siguiente.
Cuando Samuel se levantó y se
dispuso a entonar su acostumbrada canción, rompió el canario su trino con
vibración ensordecedora, llenando a Samuel de asombro y al ámbito de notas
maravillosas. Luego fue amainando el volumen de su voz hasta dejar la casa
inundada con su melodioso son, causa del estupor de Samuel, que ya no pudo
iniciar melodía alguna ni aun esforzándose en templar el arco de su lira en
vano intento de suavizar las cuerdas de su garganta.
A partir de ese día, Samuel dejó
de cantar. Teresa, su mujer, rió feliz al observar la reacción de su marido, y
miró arrobadamente al canario, llamándolo mi niño y otras lindezas.
Samuel no se inmutó. No pareció
tomarlo a mal. Ni siquiera lo tuvo en cuenta. Pero permaneció serio y callado
mientras contemplaba ausente el avecilla canora.
El pájaro, feliz o infeliz en su
encierro, trinaba que era un primor, anegando la casa con su tono agudo,
rítmico y cadencioso. Teresa gozaba sin disimulo, y limpiaba la jaula con gran
esmero para después ponerle agua, alpiste y alguna hoja de lechuga que el bicho
comiera con fresco sabor. Seguidamente lo sacaba al patio, cerciorándose de que
la temperatura era amorosa, y antes de caer la tarde lo entraba para que no
cogiera frío y evitarle un posible entumecimiento.
*
Pasado cierto tiempo sin haber
roto su mutismo, Samuel empezó a denostar cada mañana tan pronto el canario
rompía su trino atronando el entorno.
El pájaro se entrena a cantar y a
mí me desbarata entero.
Pero son tantos los ruidos que
perturban su tino, que no puede Samuel vivir en paz como quisiera, con
tranquilidad, oscuridad y silencio. No es posible porque las circunstancias
actuales lo empujan hacia la iluminación brutal, los ruidos escabrosos y la
plena intranquilidad. Le disgusta esta situación, encuentra desagradable su
quehacer y presiente que debe terminar antes de que la costumbre vicie
cualquier empresa ulterior.
Buscar nuevo nivel y superarlo.
Tropezar la borrachera. Decir que no a quien pregunte si me hallo a salvo.
Mandar al diablo a quien se pretenda amigo o protector. No quiero nada de
nadie, aunque necesito tanto que no hay lugar para negarme.
Después de cada arenga contra sí
mismo, Samuel se arrincona en su tumbona y no pronuncia siquiera el saludo de
rigor cuando llega su mujer.
A medida que el tiempo
transcurre, Samuel aparece más callado, mohíno y a disgusto con la vida. Pero
no quiere continuar desbarrando por causa de los sones de ese concierto que
escucha al pájaro de su dolor, y se envuelve en su propia piel y en el amor
que le brinda la quietud de su casa, pese a las molestias que soporta debido a
lo incómoda y reducida. Ahora, además de los ruidos procedentes del exterior,
le acompaña también el canto del ave, que no cesa un momento, haciéndolo
sufrir horrores. Samuel se compadece de sí y de quien como él mora al arrimo de
cuatro tabiques cuya fragilidad propicia la invasión de la algarabía externa y
le impide sentarse a leer, escribir o divagar, enfrascado en hondo pensamiento
de atar.
Le ensordece el bullicio de la
calle y se estremece al comprobar que la vida comienza cuando apenas ha
descansado y tiene que abandonar el lecho para incorporarse al diario trajín
de ganar el pan. La madrugada lo sacude y se despereza lanzando su copla desde
tan temprano:
Mas, ¿qué cantar al viento en
sones pintiparados
de león convertido
en un cordero manso?
Samuel siente unas ganas
tremendas de expresar su pensamiento sin aspavientos ni gritos, y callado, mudo,
en tácita oratoria, va desgranando las ansias que le azotan de volcar fuera su
adentro, aun a sabiendas de que suponen acto reflejo sin importancia para
nadie que no pertenezca a su propio secreto, arcano que celoso guarda su deseo
de libertad. Ay, cuánto do de pecho en su nombre para ignorar cuál es en el
fondo su auténtico significado.
libertad
del esclavo
libertad del señor
libertad
del magnate
y del trabajador
libertad
del artista
del investigador
libertad
individual
del estado en redor
¿Tienen estos conceptos relación
entre sí... No lo sé. No alcanzo a dilucidarlo. Siempre me lo he preguntado y
nada ni nadie me responde con acierto. Y obstinado parafraseo:
libertad del millonario y del desharrapado
libertad del miserable y del opulento
libertad del sublime y del vilipendiado
libertad de quien feliz o acaso infelizmente
permanece con los pies hundidos en el lodo
que en todo a la redonda salpica su jardín.
¿Qué es pues la libertad?
Decidme, sabios egregios, ¿qué es esa libertad pregonada? ¿Es quizá el canto
de este canario enjaulado de por vida o el quejido del gorrión que cae del
árbol muerto de frío?... Quién sabe. Mas, en nombre de esa libertad tan
celebrada, cuántos actos deplorables se cometen.
Es difícil para Samuel serenar su
espíritu y ponerse a cantar dichoso. Algo altera su armonía y lo incita a
discurrir sobre temas escabrosos que hasta hoy ha soslayado. Pero sus escarceos
mentales son sólo borbotones que arrancan de cualquier lado y no sabe sobre qué
terreno verterlos, pese a que en su día creyó tomaban forma de canción audible
y sensitiva, Ahora, empedernido en su silencio, Samuel no quiere ya cantar ni
desea expresar su sentir ni intenta modelar su pensamiento.
¿Para qué gritar mi descontento
si nadie quiere escucharme? Tanto me duele mi adentro que sería barbaridad
confesar los ayes almacenados desde el principio de luz y negrura que conforma
mi sufrir.
*
Samuel continuó preso de su
mudez, sin pronunciar palabra en conversación con su mujer. Firme en su
obsesión, no contestaba al saludo diario ni articulaba sonido pidiendo satisfacer
necesidades urgentes e ineludibles, y lo más del tiempo lo pasaba retirado en
aquel rincón del pasillo donde estaba colocado un sillón desvencijado que le
hacía de poltrona. Las horas transcurrían sin que Samuel se inmutara, y apenas
se le notaba vida como no fuera por su mirada fija clavada en el pajarillo,
que no dejaba de cantar mientras entrara claridad por la ventana.
Teresa empezó a preocuparse por
tamaña apatía, y, abandonando los mimos prodigados al canario, trasladó su
cariño a Samuel con deseos de recuperarlo nuevamente para su halago. Pero su
marido estaba de veras alicaído y se mostraba cada día más hundido en la
crisis que padecía. Teresa, en su desvivencia por ayudarle a superar aquella
morriña que lo consumía, se agenció una gramola de ocasión y compró una
selección de discos, compuesta en su mayor parte por intérpretes del bel
canto, con intención de que Samuel reaccionara al oír aquellas voces supremas
y, en su entusiasmo por lo que siempre amó, volviera a sentir el impulso
salvador que lo llevara a cantar tal cual acostumbraba antes de la infeliz
llegada del pájaro competidor.
Pero Samuel vivía sepulto en la
tristeza que le proporcionaba la limitación en torno y desechó discos y gramola,
arias y cantantes, yendo a refugiarse en aquel sillón en que descansaba su
desventura mientras se sumía en la paz de su nostalgia.
Teresa se compunge viéndolo
amodorrado en el asiento sin ánimos ni aliento para respirar, como si un mal eterno
se hubiese apoderado de su espíritu negándole fuerzas para la vida.
El canario, entretanto, trina
alocado clamando su anhelada libertad, que ni siquiera conoce por haber nacido
en cautiverio desde múltiples generaciones antes. Teresa lo mira enternecida,
sufriendo con el animalillo la crudeza de estar encerrada. Entonces mira a su
marido, y recordando su recitación de ayer, musita acongojada:
-¿No cantas, Samuel?
Él levanta la vista, aunque no
mira. Se rebulle en el asiento, y luego dice:
-Cantaré más tarde, cuando la luz
agonice y acabe el día. Es para mí el momento ideal, que me asemejo al
mochuelo, única ave que admiro por sus ojazos tranquilos y su paciente estar
sobre la rama al acecho de un animalejo que alimente sus entrañas. La
diferencia estriba en que yo no cazo nada ni aun cuando necesite sustento y
ande decaído y desanimado; exangüe, unas veces, y con desaliento, otras. Pero
me atrae la serenidad del mochuelo en la noche, con sus enormes ojos fijos en
la nada mientras aguarda el instante atroz de su ataque despiadado sobre la
rata que pasa.
-¡Aaah¡- grita Teresa exacerbada.
Y sin
esperar un minuto más se precipita sobre la jaula.
-¿Qué
haces?- exclama Samuel.
-Arrancarle la cabeza. Este pájaro no sigue fastidiándome con su trino y
su canto y su menguado vuelo en torno a su reducido espacio.
-¿Qué daño te hace el canario?
-Si
no guarda silencio le corto el pescuezo, lo desplumo y lo echo al caldero.
Menudo puchero me sale con sus notas gloriosas, su maleficio y su arrebato.
-Déjalo que cante. Que trine. Que
llene el aire con sus sones,
-Pero tú callas.
-No lo creas. No he de callar mi
grito por mucho que el pajarillo ensordezca mi mente con su trino.
*
Teresa no quedó satisfecha con la
explicación de Samuel, y un día decidió contratar a un profesional de la juerga
para que tocase junto a su ventana en el tiempo preciso durante el cual su
marido sestea y el pájaro dormita frente al vencido rival de su canto.
Esa misma tarde, en el momento
más apacible del calor estival, rasgueó la guitarra en mi y brotó en sol la
importuna voz del borracho, que desgajó su queja con un ay triste y lastimero,
bronco y desolador.
El desacuerdo armónico hizo
temblar al pajarillo y Samuel se alzó agitado, como herido injustamente en alguna
fibra sensible de su ser.
La voz continuó adelante, con su
desafío imperioso, tratando de despertar aficiones marchitas en el que fue
cantante Samuel. Gris, monótono, casi incoloro, desgranaba el artista su
recitativo:
Se oyó el rugir feroz
del león, y su presa,
de agónico estertor,
cae víctima total.
Muertos los contendientes,
los hombres no supieron
esclarecer las culpas
para aplicar justicia.
En inútil pregón
abunda la sentencia,
sin causa ni motivo
que explique la quimera.
Samuel se levanta apresurado, se
acerca a la ventana, y grita:
Calla, pedazo de animal,
y vete al prado a rebuznar.
No quiero más cantos extraños
que el de este pájaro canario.
Acto seguido se puso a entonar
las canciones que hacía tiempo dejó arrumbadas en el ámbito de su hogar.
al amor de la lumbre
llega la aurora
estampa legendaria
de flor hermosa
que haya
muerto la queja
a nadie importa
sacrificada o salva
la nave orza
si bajo el firmamento
su canto entona
un ave que encantada
al alma loa.
Teresa acudió asombrada al oírlo,
y cuando prorrumpía en gracias tantas, libró el ave su cantar con un gorjeo
maravilloso de ensueño y satisfacción.
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José Rivero Vivas
EL ENMUDECIMIENT0
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Del libro:
EL
EUNUCO
José
Rivero Vivas
Obra: C.07 (a.07)
(ISBN:978-84-9941-057-9)
D.L. 2348 – 2009:
Ediciones IDEA,
Islas Canarias.
Diciembre de 2009
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Tenerife
Islas Canarias
Enero de 2021
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