APARTEN SUS TENTÁCULOS DEL PERIODISMO
El problema de TVE no es un rótulo de los mil que aparecen cada día, es que se ha desatado una auténtica cacería contra sus profesionales y que la administradora provisional haya entrado al trapo de la vergonzosa campaña de quienes pretenden dar lecciones de ética
ESTHER PALOMERA
Rótulo sobre la infanta Leonor aparecido en un programa de TVE.
1995. Era una noche de agosto, la redacción estaba a medio gas por las vacaciones de verano y el Abc ya había cerrado su primera edición. El equipo de cierre andaba con los cambios para segunda y la corrección de erratas cuando de repente el redactor jefe de noche leyó en el teletipo una noticia de última hora. Fernando Lara Bosch, vicepresidente del Espanyol y consejero delegado de la editorial Planeta, había fallecido en accidente de tráfico en la autopista de Terrassa a Manresa, a unos 40 kilómetros de Barcelona. Telefoneó de inmediato a Luis María Anson para recibir instrucciones sobre los cambios de portada, las páginas de huecograbado, las de Cultura y los artículos de opinión que había que pedir de urgencia.
El trabajo fue
distribuido rápidamente entre la docena de redactores que había aún en la
redacción, ninguno de Cultura. Mientras uno bajaba al archivo en busca de
fotografías, otro llamaba al taller para retrasar el montaje de la última
edición, un tercero escribía la crónica principal y un cuarto montaba las
piezas de apoyo. Este último, adscrito a la sección de Sucesos, no recordaba el
nombre de pila del fallecido en el momento en el que estaba escribiendo uno de
los pies de foto y a voz en grito preguntó: "¿Cómo era el nombre de pila
del fulano?". En ese momento, le entró una llamada de teléfono del archivo
para que bajara de inmediato a seleccionar imágenes del hijo del fundador de
Planeta. Nadie contestó a su pregunta y puso bajo la caja de la fotografía el
siguiente pie: "El fulano Lara, acompañado de unos amigos en un partido
del Espanyol". Se olvidó de cambiar al "fulano" por Fernando y
aquel maldito texto, que nadie revisó, por despiste o por las prisas, salió
publicado bajo una fotografía a cuatro columnas.
Al día siguiente,
los gritos de Anson en busca del "botarate",
"irresponsable", "atolondrado" e "inculto"
redactor se escucharon desde la primera a la última planta del edificio del
periódico. La bronca fue similar a la que soportó la sección de Madrid al
completo el día que en un texto de una muy veterana redactora –sobre cuyos
textos había una instrucción tajante de no corregir una línea– a cuenta de la
moción de censura fallida contra el ex presidente de la Comunidad de Madrid,
Joaquín Leguina, apareció publicada la siguiente frase: "Fuentes cercanas
al diputado Castedo aseguran a este diario: mi marido no es un tránsfuga". Ni el inexperto autor del "fulano
Lara" ni la redactora curtida en mil batallas fueron despedidos ni
relevados de sus funciones jamás.
En las redacciones
de los diarios y las televisiones pasan cosas raras. Más de lo que cualquier
lector o telespectador puede imaginar. Y no siempre hay una mano negra ni una
conspiración detrás, por más que la política no ceje en su empeño de extender
sus tentáculos sobre los medios de comunicación, ya sean públicos o privados.
Que levante la mano el dirigente de un partido político que no haya pedido la
cabeza de un redactor, se haya quejado del enfoque de una noticia o impuesto el
nombre de la persona que debía entrevistarlo para un determinado medio. Hasta
donde alcanza la memoria no se encuentra ni uno. De quienes alardean de que
algunos tertulianos les deben su presencia en las televisiones podríamos hablar
largo y tendido, y no sólo de los políticos, sino también de los jefes de
gabinete que se pavonean con su lista de peticiones en el bolsillo. Ha pasado y
sigue pasando.
Lo grave no es lo
que plantean o lo que exigen, sino que haya directores de medios públicos y
también privados que acepten lo que les piden los políticos. Unas veces por
agradarles, otras para que les deban favores y alguna que otra, a cambio de
unos miles de euros en una campaña publicitaria. En periodismo, como en
política, en medicina, en economía y en cualquier otra profesión, hay gente
íntegra y honesta que no se deja intimidar ni comprar, y hay gente que nunca ha
conocido los límites de la moral, la decencia y la necesaria independencia del
poder.
Y viene todo esto a
cuenta de la polémica por el rótulo
"Leonor se va de España, como su abuelo", que apareció en el
programa La hora de La 1, de TVE, el día que Zarzuela anunció que la princesa
de Asturias estudiaría en Gales los dos años de Bachillerato. La noticia,
emitida en el tramo de actualidad del programa, se había tenido que preparar
rápidamente puesto que se trataba de una última hora, según han explicado desde
el equipo del programa. Todas las fuentes consultadas por Vertele reconocen que
el texto no fue acertado y lo califican de error. También han contado que una
parte de la explicación está en que desde hacía dos semanas nadie estaba
ejerciendo como coordinador de guionistas. La persona que estaba en ese puesto
abandonó esa responsabilidad por desavenencias sobre sus atribuciones y el
cargo quedó vacante hasta solventar las diferencias.
No hubo
conspiración, ni una maquiavélica operación orquestada desde las entrañas de
Unidas Podemos para seguir su supuesta ofensiva contra la Monarquía, como
habrán visto publicado. El problema de RTVE no es un rótulo de los más de 1.000
que cada día aparecen en pantalla, que ha motivado una acción disciplinaria de
todo punto excesiva porque ha acabado en un despido. El problema es que se ha
desatado una auténtica cacería –una más– contra los profesionales de la
televisión pública y que la administradora provisional que dirige la empresa
desde hace tres años haya entrado al trapo de la vergonzosa campaña de quienes
pretenden dar lecciones de ética periodística desde la política y desde un
determinado tipo de periodismo que no es ejemplo de nada.
Cuando la exigencia
de regeneración democrática es un clamor social, se hace más necesaria que
nunca también la fortaleza de una información honesta que alimente una opinión
pública exigente y de unos profesionales –redactores y directivos– capaces de
resistir las presiones del poder político. Y sí, el periodismo claro que debe
buscarse a sí mismo en la necesaria autocrítica, a pesar de tener muchas veces
redacciones exiguas donde escasea la experiencia y pese a contar con directores
que se pliegan demasiadas veces ante los políticos y actúan con criterios de
trincheras doblegables.
Y lo que deben
hacer los partidos es dejar en paz a las televisiones públicas en particular y
apartar sus tentáculos del periodismo en general. Esto además de cumplir con su
compromiso, en el caso de RTVE, de elegir por concurso público, como obliga la
ley, al Consejo de Administración y la Presidencia de la televisión pública.
Les corresponde en esta ocasión al PSOE y a Unidas Podemos por estar en el
Gobierno. Y al PP, no dar lecciones de independencia a una televisión sobre la
que ejerció todo tipo de injerencias y manipulaciones. No tiene autoridad moral
y sí muchos ejemplos que le desacreditan. Unos lejanos en el tiempo ya y otros
tan cercanos como el de las autonómicas donde gobiernan. De bochorno absoluto.
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