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domingo, 24 de enero de 2021

‘YOUTUBERS’ ANDORRANOS, LOS INCENTIVOS Y EL PATRIOTA

 

‘YOUTUBERS’ ANDORRANOS, LOS 

INCENTIVOS Y EL PATRIOTA

Hay quienes piensan que la fama y el dinero son una especie de derecho innato para quienes son como ellos, y que ni siquiera las necesidades de sus seguidores pueden justificar privarles de aquello que les corresponde, casi por mandato divino

JESÚS MORA

El reciente anuncio del youtuber Rubén Doblas Gundersen, más conocido como ‘El Rubius’, sobre el traslado de su residencia a Andorra ha vuelto a situar la tributación de estos nuevos ídolos de masas en el centro del debate público. En realidad, este tema se ha convertido en protagonista recurrente de las encarnizadas discusiones en redes sociales, pues el del Rubius es un nombre más en una cascada de referentes del streaming en nuestro país que, en los últimos tiempos, han decidido mudarse (para evitar cargos por fraude es necesario demostrar al menos 183 días al año de residencia efectiva en el Principado) a ese pequeño paraíso fiscal en las faldas de los Pirineos.

 

Las razones que los streamers utilizan para justificar su decisión de cruzar la frontera suelen incluir motivaciones personales, entre ellas la reunificación de núcleos de amistades o relaciones de pareja. A fin de cuentas, cada vez más miembros de este selecto club de jóvenes multimillonarios opta por establecer su base de operaciones en Andorra, un país que ha abrazado con orgullo la denominación de “paraíso youtuber”. Ni todos los youtubers son parte de este novedoso flujo de fuga de capitales, ni todos los que sí lo son defienden su decisión en los mismos términos. Pero el fenómeno de los youtubers andorranos conduce inevitablemente a reflexiones trascendentales sobre justicia fiscal y ética comunitaria. 

 

 

 

Entre los adalides del neoliberalismo, es habitual entender el fenómeno de la evasión fiscal como el punto final de una cadena de causalidad inamovible, en la que el suceso ‘A’ conduce inexorablemente a la consecuencia ‘B’, en términos similares a los de las leyes naturales del tipo ‘cuando el agua se calienta a 100 grados, hierve’. Estas narrativas se reproducen cada vez que un deportista, un artista o un empresario español decide trasladar su sede fiscal a un territorio que imponga gravámenes menos exigentes sobre las rentas, y los debates en redes sobre los youtubers no son una excepción. Así, se identifica como responsable último de la evasión fiscal al Estado o a “los políticos” –por desgracia, un cliché convertido con demasiada frecuencia en chivo expiatorio en el discurso público de nuestro tiempo–, en tanto que autor material del acto (gravamen fiscal excesivo) que desencadena automáticamente una consecuencia trágica y que deberíamos anticipar (fuga de capitales).

 

Cuando analizamos en términos políticos las consecuencias de subir o bajar impuestos, el debate sobre la fuga de capitales no puede reducirse a qué fortuna se quedaría en España

 

Hace ya más de 30 años, el filósofo canadiense Gerald A. Cohen pronunció una conferencia en la Universidad de Stanford en la que se rebelaba contra el argumento de los incentivos, en aquel momento empleado para justificar las rebajas fiscales a las rentas más altas impulsadas por Nigel Lawson, a la sazón ministro de Economía del Gobierno de Margaret Thatcher. El argumento de los incentivos reproduce una lógica similar a la de la curva de Laffer, también conocida como “la mentira más grande jamás escrita en una servilleta”. Según esa lógica, los tipos impositivos altos son contraproducentes para el Estado y el sostenimiento de los servicios públicos, pues desincentivan la actividad económica de quienes perciben mayores ingresos. Como consecuencia, una política impositiva ambiciosa lastra, paradójicamente, el logro de su propósito inicial, esto es, maximizar los ingresos fiscales del Estado para poder invertirlos en mejoras para el conjunto de la ciudadanía.

 

En su conferencia, Cohen se negaba a aceptar la lógica del argumento de los incentivos (y, de paso, de la curva de Laffer) como una ley de la naturaleza, pues lo que en último término explica la evasión fiscal como respuesta a los impuestos (relativamente) altos son las motivaciones egoístas de quienes poseen fortunas multimillonarias. Si subir (o no bajar) los impuestos conlleva fuga de capitales no es, según Cohen, porque se active una cadena causal natural, sino porque los ricos no están dispuestos a destinar una parte de sus ingresos a contribuir al bien común. Esta idea abrió un vasto espacio de debates en la Filosofía Política que todavía hoy se mantiene activo, y que abarca las conexiones entre la justicia y las disposiciones individuales.

 

 

Insertada en el caso de los youtubers, la crítica de Cohen al argumento de los incentivos activa múltiples frentes de reproche a los defensores de esta nueva y fresca hornada de evasores fiscales. Desde el punto de vista ético, la decisión de trasladar su sede fiscal a Andorra expresa un repelente desdén, un desprecio narcisista injustificable, hacia las mismas comunidades que son imprescindibles para el desarrollo de sus lucrativas actividades. Es casi una perogrullada recordar que sin el trabajo del personal de la educación y la sanidad, ninguna de estas nuevas estrellas del entretenimiento habría podido desplegar mínimamente esas capacidades comunicativas que hoy son su principal fuente de ingresos. Más llamativo, si cabe, es que quienes dependen directamente del trabajo del personal que mantiene y supervisa las instalaciones fundamentales para su acceso a internet decida ahora dejar de contribuir a los servicios y prestaciones públicas que una parte muy importante de ese personal probablemente necesite, en diferentes momentos de su vida, para cubrir todas aquellas necesidades que no pueden satisfacer con sus sueldos de miseria.

 

Las narrativas meritocráticas se ha hecho con nuestras democracias justificando la elevación de los que la sociedad reconoce como talentosos a un pedestal de egoísmo

 

No me cabe ninguna duda de que mudarse a Andorra no supondrá una merma significativa de seguidores para El Rubius y compañía. Al fin y al cabo, como explican César Rendueles y Michael Sandel (con algunas diferencias de fondo y forma) en dos recientes e indispensables ensayos, las narrativas meritocráticas que se han apoderado de nuestras democracias justifican la elevación de aquellos que la sociedad reconoce como talentosos a un pedestal de egoísmo y privilegios, desde el que mirar al resto de los mortales por encima del hombro, como seres prescindibles. Sin embargo, uno no puede evitar escandalizarse al presenciar el recital de arrogancia y desprecio que la nueva hornada de jóvenes acaudalados despliega hacia esas mismas personas que han dedicado, a veces con gran esfuerzo, una parte de su tiempo y de su dinero a auparles al estrellato, ya sea consumiendo la publicidad de los anunciantes que aparecen en sus vídeos o mediante suscripciones en plataformas como Twitch. Chavales y chavalas sin ingresos, estudiantes, paradas o con trabajos precarios para las que las becas, los subsidios y los servicios públicos son esenciales y que ahora tienen que presenciar la respuesta ingrata de quienes no estarían allí de no ser por ellas.

 

Los seguidores de la saga The Boys (ya sea en su formato de novela gráfica o en su adaptación televisiva) tal vez puedan identificar esta combinación de dependencia e ingratitud hacia los fans con el personaje del Patriota, una especie de Supermán bañado en la marmita del neofascismo y la meritocracia neoliberal. En la serie, el Patriota representa la máxima expresión de un escenario distópico en el que los superhéroes no ponen sus poderes al servicio de la sociedad, sino al servicio del beneficio económico, a través de la mercadotecnia y los contratos militares. En ese escenario, el Patriota es esa figura encantada de conocerse que se alimenta de la adulación de los seguidores pero que, al mismo tiempo, los desprecia porque entiende el culto que el público le rinde como un derecho propio, algo que la sociedad le debe por el placer indiscutible que nos regala por el mero hecho de estar entre nosotros.

 

Quienes deciden trasladar sus fortunas a paraísos fiscales pudieron llegar donde están por las contribuciones fiscales y laborales de esas mismas personas a las que ahora dejan tiradas

 

Si hay una lección sobre las sociedades meritocráticas que podemos extraer de The Boys es que la adulación a los talentosos, cuando se manifiesta en forma de reconocimiento público cuasi religioso, es un fenómeno depredador para toda la sociedad, que fomenta las retóricas ególatras de desprecio al bien común. Retóricas según las cuales quienes se hacen ricos merecen la alabanza pública sin que estén obligados a corresponder a esas mismas personas sin las que su éxito simplemente no existiría. Retóricas que, baste con mirar al otro lado del Atlántico, son habituales en los discursos de multimillonarios reconvertidos a presidentes con inquietudes golpistas que piensan que, como la fama y el dinero son una especie de derecho innato para quienes son como ellos, ni siquiera las necesidades de sus votantes o sus seguidores pueden justificar privarles de aquello que les corresponde, prácticamente por mandato divino.

 

Por eso, cuando analizamos en términos políticos las consecuencias de subir o bajar impuestos, el debate sobre la fuga de capitales no puede reducirse a si esta o aquella fortuna se quedaría en España de existir un gravamen inferior sobre la renta. Tenemos que pensar, también, en cómo las bajadas de impuestos sirven para justificar narrativas de mérito personal que, en último término, pueden disminuir la disposición de quienes más ingresan a contribuir al bien común, alimentando la creencia de que no le deben nada a la sociedad por haber llegado donde están. Los adalides de los incentivos y la curva de Laffer ignoran, deliberadamente, la extensa lista de países (que incluye a Noruega, Dinamarca, Suecia, Austria, Bélgica, Finlandia, Alemania y Francia) en los que la recaudación es mayor que en España pese a contar también con ratios más altos de presión fiscal. Pero, más importante que esto, ignoran que quienes ahora deciden trasladar sus fortunas a paraísos fiscales para youtubers pudieron llegar donde están gracias a las contribuciones fiscales y laborales de esas mismas personas a las que ahora dejan tiradas. Y que lo hacen con el único objetivo de engordar un poco más sus ya jugosas cuentas corrientes. Esta falta de gratitud y conciencia comunitaria no debería poder obviarse en los debates públicos sobre la fuga de capitales, sobre todo cuando quienes se marchan son los que, en palabras del streamer Ibai Llanos, ya viven “de puta madre”. Egoísmo fuera, narcisismo fuera, pagas impuestos, te doy la mano.

 

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Jesús Mora es doctor en Estudios Avanzados en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III.


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