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domingo, 3 de enero de 2021

Tartar de persona

 

TARTAR DE PERSONA

Ser humano es pedir que se invierta en ciencia cuando a ti ya de nada te sirve. Es mandar un mensaje de esperanza cuando a ti la vida te ha machacado. Es que se te corte el cuerpo con la muerte prematura del hijo de una famosa cuya vida nunca te interesa

GERARDO TECÉ

Ana Obregón envía un beso a su hijo Áless Lequio, fallecido este año.

Ni sus posados de verano, ni sus romances, ni la serie que protagonizó, ni sus apariciones estelares en concursos y programas de la tele, ya fuera en condición de bióloga o de famosa profesional. Nada de lo que había hecho me importó ni me llamó la atención en mi vida. Hasta la otra noche.

 Las campanadas son, probablemente, el momento televisivo más frívolo del año, lo que es mucho decir cuando hablamos de tele. Un espacio que consiste en hacer la crítica de rigor al vestido de quien presenta el cambio de año en medio del ruido de la familia que no se aclara repartiéndose las uvas. Un momento al que se le pide poco más que quien está en directo desde el balcón no se haga un lío con los cuartos. ¿Quién iba a imaginar que este momento rutinario y vacío de contenido lo iba a llenar este año un icono de esa tele rutinaria, que ese espacio se iba a convertir en un homenaje real y sincero a, ni más ni menos, la vida? ¿Quién nos iba a decir que un año íbamos a colocar las doce uvas en el plato entre el silencio del que escucha con respeto y el nudo en la garganta? Despedir 2020 con respeto y un nudo en la garganta era, seguramente, la forma más adecuada, honesta y justa de hacerlo.

 

Si el maldito 2020 debía tener una portavoz adecuada a tanto dolor, Ana Obregón era una de esas personas aptas para el encargo. Y en condición de eso, de persona, apareció. Persona servida en crudo ante la cámara, tartar de ser humano que llegaba a nuestra mesa en condición de madre que había conocido este año el que, dicen, es el lado más bestia, más duro que se puede conocer. Con todo lo que le había pasado, ¿qué hacía esta señora presentando una noche de fiesta televisiva?, nos preguntamos muchos erróneamente. Ella se encargó de respondernos con un discurso de humanidad sincera. Algo difícil de ver por televisión. Un discurso que acabó en un alegato de más inversión científica para la investigación contra el cáncer. Ser humano es esto. Ser humano es pedir que se invierta en ciencia cuando a ti ya de nada te sirve. Es mandar un mensaje de esperanza cuando a ti la vida te ha machacado recientemente. Es preocuparte por el que viene en patera, aunque tú pises tierra firme. Es que te duelan las neveras vacías, aunque la tuya tenga las baldas ocupadas. Es que se te corte el cuerpo con la muerte prematura del hijo de una famosa cuya vida nunca te interesó.

 

En una época que, además de dolor, ha traído una dosis grande de inhumanidad y diversión con banderas, el discurso de Ana Obregón fue el mejor final posible para acabar el año. Ante una compañera de campanadas que no ejercía de presentadora, sino de amiga, Obregón recordó el mensaje que siempre le daba su hijo: “Lo importante en la vida es dedicar tiempo y amor a las personas que quieres”. Ella hizo el esfuerzo de vestirse de gala y mostrarse en crudo para extender ese mensaje de amor a tu gente del que hablaba su hijo a personas que no conoces de nada. Ana Obregón, gracias por la lección.


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