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sábado, 12 de diciembre de 2020

¡HUEVOS! ¡MANDA UEBOS!

 

¡HUEVOS!

¡MANDA UEBOS!

      QUICOPURRIÑOS

En el idioma español, los huevos no solo son los alimentos que uno a uno, las gallinas nos regalan poniéndolos a nuestra   disposición, día a día y de uno en uno, desde sus culos avícolas, para que nos alimentemos. Y así, podamos hacer huevos rotos, fritos o revueltos de todo tipo, con los ingredientes que imagines. O maravillosas tortillas, esas que deberían rivalizar con las pizza o los perritos calientes y extenderse por el mundo, como una seña nacional, pues la tortilla tiene mejor categoría, mejor sabor, mejor presencia que lo que los italianos, con su pizza, han convertido en un alimento universal. O los de los perritos calientes o los de las  hamburguesas que han creado un imperio, ese, el de la comida basura del Mack Donald´s o de esas tantas otras franquicias similares.

         Yo reivindico la tortilla española. ¡Vamos tortilla, te como y que te coma el mundo!

         Y es que además los huevos, además de ser un elemento esencial de la gastronomía patria, forman parte y es imprescindible en el lenguaje nuestro. Se han convertido en imprescindibles. Tienen una presencia diaria. Ese, el del día a día, el que usamos todos. Porque, cuando hablamos, decimos, ¡esto por huevos! o por ¡mis huevos que tiene que ser así!. O, ¡no hay huevos para decir eso o aquello!. O ¡no tienes huevos para…..!, o ¡estoy  hasta los huevos!. Y rivalizan con, en términos lingüísticos, con su sinónimo, que es cojones, en catalán, más suave, “cullons”, que diría Andrés Pajares.

Eso, huevos un día y otro más. Y la gallina escondida diciendo que ella solo puso un huevo, el de cada día, el que incubé. Y lo dice  avergonzada, casi pidiendo perdón, escondiendo la cabeza rematada con su cresta torcida bajo el ala. Lo dice la gallinita, esa a la que defendió en las redes una descerebrada vegana con rastas y anilla en la nariz, que decía que la gallinita era violada a diario por el gallo y que luego resultó ser que trabajaba o trabajó en una carnicería, descuartizando pollos y carne de vaca. Lo que hay que oír. Pero es que hasta a Trillo, siendo Presidente, se le escapó un día en el Congreso, mientras un Diputado intervenía y él, olvidado que el micrófono abierto estaba, lanzó ese “manda huevos”, que quedó para la historia. Genial, el  Federico Trillo. Y genial cuando viajo a América, y en lugar de ¡Viva El Salvador!, lanzó un ¡Viva Guatemala!, o algo así, estando en el País equivocado. Efectos del Jet Lang sería, pero otra genialidad para la historia.

         Pero “uebos” es cosa distinta. Uebos, ese “palabro” es otra cosa.

Cuentan que un abogado cabrón de la península ibérica, listo él, un buen día en un juicio sorprendió al juez en su alegato final, mientras defendía con ardor a su cliente, diciendo que el juzgador tenía que dictar sentencia absolutoria para su representado por huevos, o eso escuchó el juez y el Magistrado  lo llamó al orden, pidiéndole moderación y respeto a la Sala. Que una cosa era el derecho de defensa y otra el lenguaje en la sala, advirtiéndole de emprender un expediente disciplinario contra el letrado aquél por falta de consideración al tribunal. Al menos eso leí.

         Hágalo desafiante le dijo el licenciado en derecho con su toga puesta y desde su estrado al que presidía el juicio. Sólo demostrará su ignorancia, porque, Uebos, sin hache ni “V”, sino con “B” según la Real Academia, significa por justicia, por necesidad, y así es. Qué retorcido el abogado, tanto que se lo había preparado pues es un término en desuso ya, aunque real como la vida misma, como la Real Academia en la que se escudó para lanzar lo de los “uebos” en plenas conclusiones finales de un juicio cualquiera. Luego actuaba y hablaba correctamente el muy desafiante, el muy h.p.

         Llegados a este punto, pienso que los huevos no nos dejarán nunca, ni en la cocina, ni en el lenguaje del día a día. Y que las gallinas podrán seguir sintiéndose orgullosas del regalo diario que nos hacen.

         Y, pero, alguno, pienso que más de uno, aprenderá a decir y gritar ¡uebos!. Uebos que nos faltan, los que nos hacen seguir adelante. Pues grítalo.

Y mientras, antes de irnos a acostar, nos hacemos con los huevos, una tortillita para cenar, los de las gallinitas de siempre, a esas que la industria les enciende por la noche las bombillas del gallinero, para obtener más productividad, para que en dos días, en lugar de dos, pongan tres huevitos.

 Esos con los que nos brindan cada día.

 

                                                              quicopurriños, diciembre 2020

 

         


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