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viernes, 18 de diciembre de 2020

243522 por QUICOPURRIÑOS

 

243522

QUICOPURRIÑOS

Era el número al que cada día llamaba mi madre, aunque casada ya y con tres hijos a su espalda, había de rendir a diario cuentas de lo que hacía a su madre. A mi abuela. Y curioso, déspota con mi madre, y tierna conmigo.  Me arropaba y dormía en su casa más de un fin de semana. En la calle Castillo o cuando se iba al campo, a Las Gavias, a esa casa que alquiló a un mago desde antes de que empezara la guerra civil. Y entonces, en los veranos, no era ni un día ni dos los días que pasaba con ella, sino meses. Allí vivía y allí dormía en esa estación, en el verano. Y, sí, corría por esos campos y jugaba con esos niños de mi edad, con los vecinitos, a los que se les caían los mocos, esos que llevaban pantalón corto y alpargatas rotas, los que me veían como “un fino” llegado de Santa Cruz, pero los que me abrían sus puertas y me llevaban a sus casas, jugaban conmigo y me daban una taza de leche recién ordeñada diciéndome que le pusiera gofio que así quedaba mejor.

         Y luego me decían, ¡Quico, mañana toca ir a segar!, porque a Sandalio, el vecino, en el terreno de abajo, le ha crecido ya  el trigo y hay que recogerlo. Y hacía allí íbamos todos, niños y adultos. Y los mayores, con sus guadañas, hacían la labor, y el campo quedaba sin las espigas al aire. Entonces los niños ayudábamos a hacer esos aces, esos montones de trigo, que juntados en medio del terreno hacían una montaña. Montaña la que se iría a recoger días más tarde, con la carreta y los bueyes.  Esa montaña que, cuando la desmontabas, desde que la desmontabas, salían corriendo chiquititos ratonitos de campo que se comían el grano, ese grano caído del trigo.

         Una vez llenada la carreta nos dirigíamos a la era, para ir a la trilla. En esa carreta llena de trigo, que alcanzaba casi los dos metros de altura. Y arriba, sobre esa hierba amarilla ya seca, los niños de Las Gavias sentados, entres ellos Luis y Roberto y yo,  disfrutando del andar vacilante de las vacas.

          En Las Gavias, donde mi abuela pasaba el verano, no había teléfono, luego inútil era que marcaras el 243522.

         Pero aunque el teléfono no sonara, que bien, que bien me lo pasaba yo.

                                             quicopurriños, 16 de diciembre de 2020


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