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domingo, 29 de noviembre de 2020

“ MAGISTER”

 

“ MAGISTER”

QUERIDO MAESTRO TITO

  QUICOPURRIÑOS

Corrían los años setenta y en ese recién inaugurado Colegio del Camino de Las Gavias lagunero coincidimos entonces. Tú acababas de terminar la carrera y por tanto era tu primer trabajo, tu primera experiencia en enfrentarse a un aula. Tu bautizo. Tu reto de lidiar con leones pasados de hormonas, con la incertidumbre de presentarte ante esa jauría imberbe, algunos aún, la mayoría, con pantalón cortito que diría Jorge Cafrune y que no pasaban, de media, de los catorce o quince años, aunque en la clase algún talludito se colara, que los habían también. Curso ese de adolescentes gritones y rebeldes. De rostros juveniles, nosotros con acné y tú, él recién salido, afeitado con una loción de “Old Spice” o con “Varón Dandy” que es los que entonces se llevaba. Sí, cuando su clase, tu clase, recién estrenada, se abrió esa a la que los directores del colegio ofrecieran a la Isla, recabando, rebañando alumnos, venidos desde donde fuera, buenos o malos porque importaba llenar el nuevo colegio..¿Lo recuerdas Tito?

Tuvimos la fortuna y la suerte del encuentro, del placer de  conocernos. Niño y profesor.Profesor y alumno. Eso de ser alumno y maestro, es un algo, es un descubrir un lugar cercano y cómplice, un sitio, donde confluyéramos y que tanto que fue así. Fue y lo sigue siendo. Mi profesor, mi magister, mi maestro, mi Ponciano de León ¡Oh capitán, mi capitán! Nunca recuerdo si Ponsiano es o con “S”  o con “C”, aunque el cariño sea el mismo. Sé que vino de la provincia de enfrente, esa a la que quiero. No podría ser de otra manera ya que mi mujer es de Santa Brígida.

 En esa época éramos nuevos y novatos en el recién inaugurado centro escolar donde aterrizamos profesores y estudiantes. Y estábamos. Ellos los maestros inocentes e inexpertos y nosotros, los niños de pago, algunos o muchos rebeldes, golfos y también “mediocabrones” que venían expulsados y rebotados algunos, más de uno y más de dos, de algún que otro centro educativo, pero estábamos allí, compartiendo espacios y aulas y también el laboratorio y el patio del colegio. Y el comedor donde almorzábamos todos juntos. Una gran familia que reunía a niños y a alguna que otra niña como Cristina Melchor, Arancha, Antonieta, Olga, Miriam, Pili y Mercedes Caballero y Puchi Hamilton, entre otras, pues en un principio eran minoría, y juntos, compartíamos comida, los de todas las edades, alumnos y profesores que también eran  casi adolescentes iniciándose en esa tarea grande de enseñar, pero que entusiastamente se fundían con nosotros en el aula, en el patio, en los pasillos. Que nos aunaban y creaban un sentimiento colegial, donde el del quinto de bachiller arropaba al del primero de E.G.B. y el del primero veía en el del quinto a un hermano mayor. Bonita etapa esa que siempre recordaré.

 Y chocábamos, claro que sí, pero intercambiábamos vivencias inolvidables que aún conservo en la memoria, al menos yo, con cariño, con cariño, con tanto cariño. Porque muchos entraron en ese colegio cuyo nombre homenajea a aquél pastor y político afroamericano que gritó en los sesenta “yo tuve un sueño”  “I have a dream” y me acuerdo, que siendo “malos” al llegar, salieron siendo “buenos”, muy buenas personas. ¿Tendría en eso algo que ver los profesores de entonces, habría sido culpa de ellos, responsabilidad suya?

Tito, tú supiste superar el embate, pues es que mira que te torturamos, que te lo hicimos pasar mal en tus comienzos, que casi te hacen desistir, pero aún así hoy, me has dicho que fuimos tu curso favorito. Pues, a saber, quizás porque esa clase de cabrones quinceañeros te dieron la experiencia y las alas necesarias para volar, para  abrirte al mundo de la enseñanza donde has brillado hasta alcanzar el merecido descanso. Disfruta de tu trabajada jubilación.

Solo tengo, a estas alturas, a mis sesenta y dos años palabras para decirte gracias magister, gracias enseñante y gracias maestro.

         Gracias porque me abriste la mente a la literatura y a los conocimientos, gracias porque me diste educación, gracias por inculcarme como saber estar, que es lo más importante, gracias porque has sido mi maestro, porque me has acompañado desde entonces, desde la adolescencia, desde la juventud y lo sigues haciendo hasta ahora y gracias por el gran magister que eres y más aún, por el Ángel de la Guarda que me acompaña, arropa y cuida  cada día,  aún hoy que ya paso de los sesenta.-

                                                 quicopurriños,noviembre 2020

 


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