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lunes, 16 de noviembre de 2020

¡HÁBLAME EN SILENCIO Y HÁBLAME BAJITO! DIJO CAROLINA.

 

¡HÁBLAME EN SILENCIO Y HÁBLAME 

BAJITO! DIJO CAROLINA.

         QUICOPURRIÑOS

Carolina es la nieta de Jesús y de María. La hija de Ruth. Es  rubia y tiene cuatro años. Y es una jeribilla, una desinquieta.

         Hoy Carolina estaba especialmente activa, ocurrente, vivaracha, locuaz. Hoy era un torbellino. Mientras sus abuelos tomaban café en la terraza de siempre, esa en la que coincidimos a menudo, saltaba de mesa en mesa para hablar con todos. Y a la nuestra se acercó. Estaba sentado el argentino, calvo él  y entradito en kilos y también el viejo, ese entrañable gruñón, ese que cuando la ve se le cae la baba y se levanta de la silla y con sus andares torcidos,  pues de cadera operado está,  camina hacia el comercio de la  china, la de  Li, y le compra chupetes, por eso, porque se le cae la baba por esa niña vivaracha. Y se los da. Y Carolina lo mira agradecida y le da un beso, porque ella también quiere a ese añoso gruñón, al que habla alto, al que la mira con dulzura y ternura y al que ella con su mirada, lanzándole un dardo desde sus ojos brillantes, le devuelve el mismo cariño y afecto.

         Decía que se acercó a nuestra mesa y le dijo a Roque, te voy a hacer magia. Te voy a peinar. ¿Qué me vas a peinar, si soy calvo, respondió sorprendido el boludo? Pues por eso, con mis poderes mágicos dijo la rubita. Primero “abra cadabra” mientras movía al viento sus manos y giraba sobre sí misma una y otra vez lanzando al aire unos imaginarios  polvos dorados dirigidos a su cabeza. Y después mi magia hará el resto y verás como te crecerá el pelo, y luego, con este peine invisible, te lo peino. Y así fue. Al rato, el boludo incrédulo, lucía un tupé que ni siquiera  pudo Elvis Presley imaginar en sus mejores años. Sí, así ocurrió. Sí, que yo lo vi con estos ojitos.

         Sorprendidos nos quedamos los que nos sentábamos en la mesa, de lo que en cinco minutos había logrado Carolina en esa mañana de domingo. ¿Cómo lo hiciste le preguntamos en alta voz?

Y su respuesta, no se hizo esperar. Háblame en silencio  y luego háblame bajito contestó. Y es cierto,  pues hablar en silencio es reflexionar, es razonar, es dejar llevar tu imaginación, es dejar volar esa magia, esa ingenuidad, que todos  llevamos dentro, la misma con la que Carolina inventó en un segundo un crecepelo para Roque. Y luego, hablar bajito, es invitar a una tertulia sosegada, amigable, respetuosa y sin crispación. Esa que te obliga a recordar que eres dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras.

Carolina, la dulce Carolina, con su magia, nos alegró hoy lo que parecía iba a ser una aburrida mañana de domingo.-

 

                                      quicopurriños, noviembre de 2020


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