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martes, 1 de septiembre de 2020

VUELTA AL COLE. ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?

 

VUELTA AL COLE. ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?

JUAN CARLOS ESCUDIER

Los que se pregunten cómo es posible que, estando avisados y con meses por delante para esbozar algo parecido a un plan, la vuelta a las clases se presente como una ruleta rusa es que ni nos conocen como país ni entienden nuestra particular idiosincrasia. Acostumbrados a llegar tarde a casi todo, de la industrialización a la democracia pasando por la cita del sábado para ir al cine, nuestra impuntualidad con la historia tenía que manifestarse en lo más elemental porque todo lo previsto nos pilla por sorpresa.

 

Se une a lo anterior que somos bastante olvidadizos hasta para lo evidente. En tiempo de descuento se ha logrado consensuar un paquete de medidas sanitarias para que no se diga que los chavales no nos preocupan. Se dice que se les tomará la temperatura, que se meterá a los de primaria en grupos burbuja y se impondrá la mascarilla a partir de los seis años, además de la consabida distancia de seguridad y los cinco lavados de manos diarios. Estas dos últimas medidas muestran el alto grado de conocimiento de nuestras autoridades sobre las infraestructuras educativas. ¿Podrían jurar que han estado alguna vez en un colegio? ¿Saben lo que es un metro y medio o si es posible mantenerlo en centros masificados como los actuales? ¿Irán los chavales al baño solos o acompañados? Y, por cierto, ¿alguien tiene la más remota idea de cuál es el ratio de lavabos por clase? ¿Se obligará a los niños a ir meados de casa?

 

Como se decía, se han acordado medidas sanitarias muy pertinentes pero no se ha reparado en las obvias, en las educativas, que parecen imprescindibles si de lo que se habla es de educación y no de simples aparcamientos de impúberes para que el ritmo fabril de sus progenitores no se interrumpa. ¿Que fue de los 15 alumnos por clase, esa ratio que la propia ministra estimó ineludible hace algún tiempo? ¿Y de las contrataciones de docentes? ¿Y de la ampliación de espacios o de la construcción de nuevos centros? ¿Y qué pasa si hay que cerrar un colegio entero? No nos precipitemos porque ya lo iremos viendo cuando el carajal sea evidente y no la mera presunción que se tiene en estos momentos sobre el caos que se avecina.

 

El caso es que mientras se habla de un nuevo modelo productivo para que la profesión del futuro deje de ser la de camarero a pocos de nuestros próceres se le ha ocurrido plantear un nuevo sistema educativo aprovechando lo del Pisuerga a su paso por Valladolid. ¿Cuántas décadas se lleva hablando, no ya de los 15, sino de los 20 alumnos por clase? ¿Cuántos colegios e institutos públicos se construyen anualmente? ¿Qué se ha hecho por revertir los recortes en Educación de la anterior crisis? ¿Alguien se acuerda ahora de Finlandia además de por sus saunas? ¿Seguiremos combatiendo la despoblación de la España vaciada cerrando las escuelas de los núcleos rurales? ¿Es presentable que la mitad de las escasas contrataciones en Educación sean de obra y servicio? ¿No son una puñetera vergüenza las actuales bolsas de interinos?

 

Basta con repasar los informes anuales del Consejo Escolar del Estado para comprobar el estado del sistema educativo y, de paso, confirmar la utilidad del propio Consejo. Tendremos la respuesta de por qué cada uno de estos documentos parecen calcados de los de años anteriores ya que son escasas las recomendaciones que las autoridades en la materia no se pasan por el forro. ¿Alguien sabe qué fue del plazo de diez años establecido en la LOE –hablamos de 2006- para que el gasto público en educación se equiparara a la media europea? ¿Ha protestado alguien, además de profesores y alumnos, convidados de piedra en vez de piedras angulares, porque la inversión educativa sea ahora la menor de la serie histórica y que, a consecuencia de ello, en relación al PIB, hasta Malta nos gane por goleada?

 

En consecuencia, no pidamos peras al olmo, que bastante tiene con explicar qué habría que hacer sin mover siquiera una pestaña para llevarlo a la práctica. Es el caso, por ejemplo, de la formación profesional, de la que nuestra dirigencia no se cansa en afirmar que es vital para ese nuevo modelo productivo del que antes se ha hecho referencia. Así, nos hemos cansado de escuchar que sin una buena FP no habrá inserción laboral y que es urgente coordinar esta enseñanza con empresas y vincular sus grados superiores con los centros tecnológicos de las universidades. ¿Cuá es la realidad? Pues que casi dos tercios de las nuevas matriculaciones en Formación Profesional han de formalizarse en centros privados porque los públicos son incapaces de atender la demanda.

 

Por eso de hacer de la necesidad virtud era este un buen momento para diseñar –y ejecutar de una vez- un plan de inversiones en educación no sólo para enfrentar la pandemia sino para asentar las bases de un nuevo sistema. Más allá de las vaguedades inherentes a su oficio ¿han escuchado a algún responsable político cuantificar las necesidades en infraestructuras, personal, formación o tecnología a las que habría que hacer frente? Lo hizo en mayo CCOO. Cifraba en 7.400 millones la inversión necesaria, una cantidad que no parece exorbitante. De ellos, algo más de 5.000 millones corresponderían a profesorado con 165.000 nuevos docentes.

 

¿Descabellado? Italia ha contratado a 100.000 profesores de manera permanente y prevé hacer lo mismo con otros 50.000 a lo largo del curso. Aquí no llegaremos a los 25.000 porque para eso Díaz Ayuso va a instalar en las aulas unas webcams que son la bomba. En unos días veremos el resultado de la sesuda planificación española para la vuelta al cole. Nada se ha pensado y nada se ha previsto, salvo aquello que por efecto de la gravedad caía debido a su peso. ¿Qué puede salir mal?


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