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jueves, 27 de agosto de 2020

UN NEGRO ES UN BLANCO PERFECTO

 

UN NEGRO ES UN BLANCO PERFECTO

DAVID TORRES

Un viejo chiste racista se pregunta qué es un negro escalando el Mont Blanc: "Un blanco perfecto". Como en tantos chistes políticamente incorrectos (en España corrieron a montones durante la época del apartheid en Sudáfrica), la risa, más que desprecio, oculta un arma: la crítica y la denuncia de una situación intolerable. Poca gente llega a comprender que, en un chiste políticamente incorrecto, lo incorrecto no está tanto en el chiste como en la política que hay detrás y que el chiste descerraja como un abrelatas. Como bien sabían los prisioneros de los campos de concentración, el humor no sólo es la manera más efectiva de luchar contra la brutalidad y el horror sino que a veces es la única manera.

 

La mojigatería que intenta erradicar los chistes de mal gusto resulta tan cegata como para imaginar que, prohibiéndolos, va a acabar de paso con la injusticia flagrante que señalan, pero lo lógico sería que intentasen erradicar la injusticia, no el chiste. Entonces el chiste se extinguiría por sí solo, porque habría perdido su apoyo en la realidad y sería incomprensible. Para creer lo contrario (es decir, que al suprimir los chistes de mal gusto, se eliminarán poco a poco por arte de magia el racismo, el machismo, el clasismo, la pederastia y cualquier otra forma de abuso) hay que ser muy ingenuo o muy idiota.

 

Cuando mi amigo José María Mijangos me contó el argumento de una novela que estaba escribiendo sobre un chaval afroamericano, hijo de un aviador estadounidense destinado en la base de Torrejón de Ardoz -un chaval que crece en un barrio del Madrid de los sesenta como una anomalía cromática- le sugerí que debería titularla "Blanco perfecto", pero él prefirió "Soul Man", un título que realzaba su afición por el blues y su virtuosismo con la guitarra. Un chaval negro correteando por los bares de Bravo Murillo en los años finales del franquismo evocaba aquella anécdota que cuenta José Luis Vilallonga en un tomo de sus Memorias, cuando estaba cenando con cuatro o cinco empresarios, uno de ellos afroamericano, y uno de los empresarios españoles soltaba de pronto: "En España no somos racistas. ¿Ve?, aquí estamos cenando todos tranquilamente y no nos importa nada que usted sea negro".

 

No recuerdo quién dijo que el blanco y el negro no son más que tonos del marrón, pero en el incidente de Wisconsin en el que unos policías dispararon siete balazos a la espalda de Jacob Blake en el momento en que entraba en su automóvil, el color de la piel es lo que cuenta. Ha sucedido apenas tres meses después del asesinato de George Floyd, estrangulado por tres agentes mientras lo inmovilizaban en el suelo, con lo que las últimas palabras de Floyd agonizante ("No puedo respirar") se han convertido ya en una proclama.

 

La oleada de manifestaciones y protestas a la que dio lugar, enmarcada dentro del movimiento Black Lives Matter, consiguió, entre otros logros, que cancelaran la emisión de Lo que el viento se llevó y que se profanaran estatuas de emperadores romanos, una victoria pírrica que suena con el tintineo grotesco de un número de los Monty Python. Los abusos policiales, como se ve, no se han alterado lo más mínimo, mientras pertenecer a la raza negra continúa siendo un deporte de riesgo en las calles de Estados Unidos. En Wisconsin el único chiste es que Jacob Blake siga vivo después de recibir siete tiros en la espalda, lo que hace pensar que los policías responsables deberían ser juzgados por incompetentes, además de por racistas. Humor negro lo llaman.


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