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martes, 25 de agosto de 2020

T A I M A, por José Rivero Vivas

 

T A I M A

Cuento

José Rivero Vivas

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Del libro:

FULGOR ROMÁNTICO

José Rivero Vivas

Obra: N C.08 (a.18)

(ISBN: 978-84-17764-20-3)

D.L. TF  9 - 2019

Ediciones IDEA,

Islas Canarias.

Año 2019

José Rivero Vivas

TAIMA

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-¡Tramposo!

Restalló la voz, bronca y estropajosa, ofensiva y agresora.

Los murmullos se recogieron y los ánimos descendieron ostensiblemente; no se oía un susurro apenas. La atmósfera, llena de vahos alcohólicos, humo de tabaco y olor de petróleo, quedó en momentánea quietud, seca y compacta; se la notaba espesa y cargada, como la tensión misma, que casi se podía palpar y pinchar, de rígida y gruesa.

Dan se estremeció ante la provocación, reto insoslayable que había de afrontar sin excusa ni remisión.

-¡Tahúr y rufián! -repitió la misma voz, todavía más colérica

Al sentirse nuevamente interpelado, Dan tembló y cambió de color repetidamente. Ahora lamentaba haber aceptado la invitación de aquel forastero, que resultó ser abominable.

-¡Darás gañidos de cerdo! -amenazó aquel tipo, de terrible semblante, barbudo y de expresión maligna, que guiñaba los ojos hasta hacerlos pequeños, como de hurón avieso.

Dan, pobre hombre, sintió de veras haberse sentado a jugar con aquel fullero odioso. Carente de arrestos, sin embargo, no acertaba a balbucir lo que sus labios insinuaban; los contraía, pero nada de ellos brotaba. Apretaba sus manos y se retorcía, en convulsión aguda, como bicho cobarde, engurruñado en sí; mas, no se erguía ni presentaba cara.

-Te voy a matar -sentenció el pistolero-; rápidamente, sin titubeo ni martirio. Sacaré el revólver y... ¡pam, pam, pam! Listo: te quedarás fiambre para siempre.

-Pero..., pero... ¡Si yo no he hecho trampas! La suerte me ha favorecido. Nada más. No se enfade usted.

-¡Venga, babieca! Atrévete, como los hombres: enfrenta la realidad -y hacía una mueca horrible, dejando ver sus dientes, amarillos y feos.

Temerosos los restantes jugadores, se habían levantado de sus sillas y, precavidos, se habían alejado de la mesa. El silencio, salvo la voz de los protagonistas del drama en ciernes, quedó impuesto en el ambiente desde el instante en que fue proferido aquel insulto, imperioso y tajante. Los asistentes al local no osaban rebullirse en sus asientos y las otras partidas habían cesado por ensalmo.

El tipo de la cara malvada, paseando su vista por el salón, lo observaba todo; miró a través del espejo, y, el barman, al sentirse avizorado, pegó un bote detrás del mostrador y dejó caer un vaso, que tenía en las manos, con el consiguiente estrépito causado por los vidrios rotos. Los asiduos, sabiéndose vigilados por aquellos ojos minúsculos y brillantes, no se atrevieron a reaccionar con la libertad que el incidente requería, quedando forzados a contener el acceso de risa que pugnaba por convertirse en estruendosa carcajada. El sujeto mal encarado fue el único capaz de hacer ¡ja!, con ademán grotesco, intentando aparecer risueño.

Cuando se cansó de la tirantez sembrada en el ámbito, por causa de su matonismo, se sintió aburrido de cuán pasivos se mostraban los clientes, y lanzó sus bravatas en forma de exabruptos y palabras soeces; entonces gritó a quien hubo elegido como víctima.

         -Mira, voy a poner mi revólver sobre la mesa, y tú harás lo mismo con el tuyo. Luego, a una señal convenida, vamos a ver quién llega primero y... ¡pam, pam, pam!, quita de en medio al otro... ¡Ja, ja, ja! -se oyó su risotada brutal, síntoma inequívoco de su tremenda crueldad.

         Dejó su revólver como hubo dicho, y, con la mano extendida por encima del arma, sin dejar de asaetear a su contrario, le instó a que hiciera lo propio. Después, se dirigió al barman:

         -¡Tú! Cuenta espaciadamente y estrella un vaso contra el suelo al decir ¡tres!

         El aborrecible individuo seguía escrutador, espiando en torno con su inquisitiva mirada. Sacó un cigarro del bolsillo, se lo puso en la boca y lo encendió, raspando la cerilla en la suela de su bota; en seguida, dio unas chupadas; apartó el puro con su mano izquierda, echó humo al aire y, jactancioso, volvió a enseñar sus dientes.

         A todas éstas, Dan estaba bañado en sudor, y un escalofrío le corría la espalda. Sabía que iba a morir y... moriría porque, de los presentes, no había quien le echara un mano; no existía allí ningún valiente ni ningún temerario tampoco. ¡Ah, si Robert llegase ahora! Pero, su amigo no podía venir, que salió con una partida de ganado y estaría ausente una larga temporada. ¡Qué lástima!

         -Bueno -gritó aquel fulano, de repugnante catadura -¿Listo?

         Dan, resignado, dio su conformidad con un gesto de cabeza, mientras se frotaba insistente, en los costados, las húmedas palmas de sus manos.

         El vil facineroso hizo señas al barman, quien, más pálido que la víctima, miraba a sus parroquianos, como pidiéndoles parecer sobre la conducta a seguir; pero, ellos, bravos y audaces en otras circunstancias, seguían medrosos, aunque no indiferentes, el desarrollo de la contienda.

         -¡Venga! -ordenó ufano el fanfarrón-¡Date prisa!

         El barman tomó una copa grande, de fino cristal, expuesta en la estantería; la levantó, con ambas manos, por encima de su cabeza y carraspeó mucho, varias veces; acto seguido...

         -¡Una...!

         Su voz sonó falsa y mal timbrada; pero, logró sumo efecto, al dejar, si cabe, la sala todavía más silenciosa.

         El temible malhechor, como si tal cosa, fumaba displicentemente y descuidado, echando humo al aire, cual si el duelo se celebrara a distancia y le fuera ajeno; al mismo tiempo se regañaba, en mueca tremebunda, tratando de intimidar a su oponente, que acurrucado sobre sí mismo no sabía si reír o llorar, aunque, compungido, no cesaba de tragar nudos, como velero en alta mar. No obstante la certeza de su muerte, Dan permanecía estoico, clavado en su asiento, consciente, quizá, de su sino fatal.

         El barman volvió a carraspear y, muchos se asustaron cuando...

         -¡Dos!

         Su voz sonó menos aflautada, lo que logró gran expectación en la sala. Incluso el despreciable farruco se mantuvo pendiente de su instinto de conservación. Se quitó la tagarnina de la boca, la colocó sobre la mesa y preparó su mano derecha. Achicó aún más sus ojos y los clavó en los de su adversario, que, a su vez, se había encogido mucho, como para escabullirse, y se frotaba la mano derecha contra su costado al tiempo que se agarraba el otro muslo con la izquierda. Ambos estaban ligeramente inclinados sobre la mesa, aguardando en actitud felina a que la señal fatídica fuera pronunciada.

         El barman también se había concentrado en su papel; estaba serio y nervioso, aunque un poco inflado y enfático. Miró en derredor, gozando de ver la atención puesta sobre sí; luego, sin carraspear esta vez, dijo:

         ¡Pam, pam, pam!

         -¡Tres!

         ¡Clinc!

-

         Hubo fraude: no todo fue al unísono. Pero, ya el repulsivo asesino, encañonando a los testigos, se había puesto el cigarro en la boca y se relamía feroz, mostrando, con risa sardónica, su superioridad manifiesta.

Dan, en cambio, rodaba pesadamente al suelo, con la frente destrozada por los disparos descerrajados, con ventaja, por el arma del gunman.

         The ugly fellow separó las fichas, y, en movimiento giratorio, conminó a los presentes a situarse en un rincón; una vez logrado este propósito, se fue al barman y le obligó a realizar el cambio, guardándose el dinero seguidamente. Pidió un whisky que, con mucha flema, lo bebió a pequeños sorbos, hasta finalizar el trago; luego...

         -¡Ja, ja, ja, ja!

         Sonaron dos disparos al aire y las puertas batientes que se movían. Segundos más tarde se oyeron los cascos de un corcel que se alejaba en busca de la extensa pradera.

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José Rivero Vivas

TAIMA

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Del libro:

FULGOR ROMÁNTICO

José Rivero Vivas

Obra: N C.08 (a.18)

(ISBN: 978-84-17764-20-3)

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